En una nota anterior explicábamos que el plan de los Fernández consiste, en buena medida, en aprovechar la pandemia para profundizar al ajuste sobre nuestras espaldas. La idea de fondo es degradar aún más nuestras condiciones de vida hasta llegar a “salarios chinos” que permitan convertir al país en una gran granja de chanchos. Cerdos a cambio de centrales nucleares, por sueldos que compren arroz y no mucho más.
Lo cierto es que esta estrategia de destrucción del empleo y de nuestras condiciones de vida, no es nueva. Al contrario, se viene desarrollando hace rato, con mucha fuerza desde el 2001. La “Década Ganada” no modificó la situación, al contrario, la profundizó. Veamos.
Hasta 2007, con la soja a precio muy alto, hubo una “mejora” en los indicadores sociales. Sin embargo, el empleo privado y registrado creció en las ramas peor pagas de la economía. Por su parte, el empleo “en negro” se consolidó en más de 4 millones de personas, porcentaje superior a los del menemismo. Con mediciones más realistas, la tasa de desempleo más evidente en los últimos años del kirchnerismo se consolidó en el 25% de la población económicamente activa, porcentaje semejante al promedio de los años ’90.
A su vez, la fórmula con la cual el kirchnerismo logró expandir el mercado de trabajo fue por la vía del incremento del empleo público, el trabajo precario y los planes y subsidios al desempleo. Por caso, la Asignación Universal por Hijo pasó de beneficiar unos 3,4 millones de niños hijos de empleados informales y desocupados en 2009 a unos 3,7 millones en 2015. Y eso no es nada bueno, porque fue y es un ingreso de miseria.
A partir de 2008 y 2009 la cosa empeoró. Sólo entre el 4° trimestre de 2008 y el 2° trimestre de 2009 se destruyeron 155 mil empleos. Luego llegó una pequeña recomposición que duró hasta el año 2011, año a partir del cual el crecimiento del empleo privado comenzó a estancarse, el trabajo “en negro” se incrementó y la ocupación en el Estado también aumentó, al igual que los planes sociales y subsidios a los desocupados.
En 2011 todo se sumergió un poco más, otra vez. La creación de empleo registrado bajo el último gobierno kirchnerista se debe a trabajo precario. Entre 2012 y 2015 el empleo mejor pago, el de los asalariados registrados del sector privado, sólo aumentó un 2,3% (140 mil trabajadores). Mientras que, el empleo público se incrementó un 23% (581 mil empleados), cifra que representa más de la mitad de la creación del empleo en el segundo mandato de Cristina. Por su parte, los monotributistas y autónomos independientes aumentaron un 9% (127 mil) y el monotributo social, o sea, los beneficiarios de planes de empleo se expandieron a un 110,4% (185 mil obreros).
La evolución de los laburantes registrados del sector privado también muestra momentos de expulsión. Entre marzo y septiembre de 2012 se destruyeron 89.572 empleos. La recuperación duró un suspiro ya que entre marzo y junio de 2013, nuevamente se destruyeron 74.203 empleos. La crisis de 2014 mostró nuevamente la expulsión de obreros de las fábricas: entre enero y junio se redujo en 78.534 asalariados.
Otro indicador que muestra la sistemática destrucción del empleo en el sector registrado y privado es la cantidad de los beneficiarios del Seguro por Desempleo, un beneficio al que sólo accede esta fracción de la clase obrera. Entre los años 2012 y 2015 el promedio anual de estos beneficiarios fue del orden de los 87.400, con un pico en el año 2012 de más de 100 mil beneficiarios.
Por último, entre los años 2011 y 2019 se consolidó, incluso se incrementó el desempleo abierto y el empleo “en negro”. A pesar de toda la batería de subsidios, planes y programas de empleo, la desocupación abierta (medida oficialmente) se consolidó durante el segundo gobierno de Cristina en unos 1,4 millones de obreros por año promedio; mientras que, la cantidad de trabajadores no registrados promedio por año fue de unos 4,6 millones.
Esta es la Argentina a la que nos condenan quienes nos gobiernan. Néstor y Cristina no fueron distintos a Menem o a Macri. Alberto viene a confirmar esa continuidad. Nuestro país, así como está hoy, es una economía quebrada, que vive del “yuyo” o de la deuda. Como eso rinde cada vez menos, la salida para salvar los bolsillos de los patrones es abaratarnos a nosotros o dejarnos en la calle conteniéndonos con migajas. La única salida real para nosotros es cambiarlo todo, de raíz. Poner en pie una Argentina Socialista.
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