Una charla con el historiador español Carlos Martínez Shaw
A continuación, reproducimos una entrevista con uno de los más importantes historiadores españoles, dedicado al problema del comercio colonial y al desarrollo de Cataluña. De tradición comunista, defiende la vigencia del marxismo. En esta charla, nos habla de su carrera, de los tiempos de fin del franquismo, de las discusiones historiográficas y de la crisis política que vive España.
Por Mariano Schlez (Grupo de Investigación de la Revolución de Mayo-CEICS)
Carlos Martínez Shaw (Sevilla, 1945) es uno de los principales historiadores de España. Su tesis de doctorado prueba el nutrido comercio que Cataluña desarrolló con América, aún antes de la sanción del Reglamento de Libre Comercio, en 1778.[1] Asimismo, desarrolló su actividad de docente e investigador con la de divulgación histórica, no sólo publicando artículos cotidianamente en la prensa, sino incluso participando como asesor histórico de films como 1492. La conquista del paraíso (Ridley Scott, 1992) y Juana la Loca (Vicente Aranda, 2001).[2] Actualmente, luego se desempeña como docente de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), de Madrid.
Proveniente de una tradición comunista, discípulo de Pierre Vilar y Josep Fontana, su derrotero político da cuenta de los dilemas de la izquierda española frente a la crisis que atraviesa el país, provenientes del influjo que las tradiciones estalinista, socialdemócrata y anarquista tuvieron sobre la clase obrera y sus intelectuales. En esta conversación, el lector podrá ver los estrechos vínculos entre la historiografía y la política en la España de fines del siglo XX, así como los resultados concretos de una política de “adaptación” del marxismo a los “nuevos paradigmas”.
Carlos, quisiéramos saber en qué tipo de hogar se crió…
Mi padre era taxista en Sevilla, y yo me crié prácticamente a su lado, él me llevaba incluso en el taxi, un viejo Chrysler que apenas si hacía subsistir a la familia malamente. Y mi madre pues era un ama de casa, que no trabajaba fuera del hogar. Llevaba el hogar y me llevaba a mí, que era hijo único, y nada más. Ése fue el ambiente familiar en que me crié. Estaba también, de alguna forma, a través de mi madre, la figura de mi abuelo Carlos, por quien llevo el nombre, que murió en el año 1936, quien tenía una filiación más militante, ya que él había sido republicano, masón y socialista, y esta triple condición siempre planeó sobre la ideología familiar.
¿El motivo de su muerte en el ’36 estuvo vinculado a la guerra?
Estuvo vinculado a la guerra, aunque no en el modo directo de un fusilamiento, sino sí en el modo de un encarcelamiento que él, que era un espíritu muy sensible, llevó muy a mal, se vio muy afectado por este ambiente de encarcelamiento y de escenas de personas que eran recogidas del entorno carcelario y eran fusiladas por la noche. Todo eso le creó a él una profunda desazón espiritual que le llevó a un infarto del miocardio. Mis padres atravesaron el período en el silencio. Mi padre no fue movilizado, trabajó aquí en Sevilla, como en retaguardia y pudo mantenerse aquí silenciando sus convicciones y sus creencias.
¿Cómo fueron esos primeros años de formación en la escuela, en donde recibía una mirada de la historia diferente a lo que aprendía en su familia?
La cultura familiar era una cultura escasa, porque al proceder de una familia humilde los estudios de mis padres fueron primarios, nada más. Entonces, ellos intentaron ponerme en un colegio que fuera lo más laico posible, y en ese sentido así lo consiguieron, ya que yo entré en la llamada Escuela Francesa de Sevilla, que era el refugio de muchas familias que eran contestatarias con el sistema, y que pensaban que una educación vinculada a un país extranjero, como en este caso Francia, sería mucho más imparcial que, por ejemplo, entrar en un colegio de curas, cosa donde yo jamás hubiera entrado, porque en mi casa la orientación religiosa era absolutamente agnóstica, y fuertemente anticlerical, que luego he seguido manteniendo de un modo más razonado y más contundente.
¿Cómo despertó en usted el interés por la historia?
El interés por la historia surgió muy temprano, en el sentido desde que ya me interesó desde el puro bachillerato, y la historia era mi asignatura más querida. De modo que el primer regalo que conservo de mi vida (perdón por la efusión que todavía tengo) es una novela de Julio Verne que me regaló mi profesor de historia, José Machuca. Luego, la verdad es que durante la carrera en España, que se hacía en la Facultad de Filosofía y Letras, y se daban todas las materias: uno tenía que estudiar Latín, Griego, Filosofía, Lengua, Literatura, Historia, Geografía, todo junto. Y a mí me gustaban todas las especialidades. Pero, a la hora de decidirme, cuando terminé el segundo año de carrera, pues me decidí por estudiar Historia General porque pensaba que la historia lo abarcaba todo, que la Historia era lo más omnicomprensivo y que a partir de la historia entendía más el mundo que me rodeaba que a partir de cualquier otra rama de las que se me ofrecían en aquella Facultad, que me parecían más parceladas, más compartimentadas.
Tengo entendido que el ambiente político-intelectual de Sevilla era conservador en aquel entonces, ¿cómo usted empezó a vincularte al mundo de la izquierda?
El acercamiento al mundo de la izquierda procede de una doble fuente. Por una parte están siempre las tradiciones. Yo me crié, por fortuna, en el seno de una familia republicana de las que se consideraban entre los perdedores de la Guerra Civil, y que conservaron una tradición de izquierda y republicana en el seno familiar y de la familia extensa, porque toda la familia era, más o menos, de la misma orientación. Y luego, en segundo lugar, aquí me fui arrimando a aquellos grupos que manifestaban las posiciones más contestatarias, y que hacían la crítica de la vida política y la vida social del momento. Entonces, por esa afinidad, me fui acercando a ello, aunque he de decir que todavía durante mis años de facultad en Sevilla no me acerqué a ningún movimiento organizado porque costaba trabajo, incluso, identificarlo, dado el ambiente de clandestinidad en que estos grupos tenían que vivir forzosamente. Así, más bien mis inclinaciones se movieron en el plano de la crítica intelectual, que en el plano de la acción política.
Luego de terminar sus estudios en Sevilla, ¿cómo siguió su derrotero político e intelectual?
Yo hice la carrera en Sevilla rodeado de este ambiente, más bien rodeado de silencio y de personas que en la privacidad, en la intimidad, ejercían una actitud crítica. Empezábamos a leer los primeros libros prohibidos, que nos llegaban del extranjero, como los primeros que nos vinieron de la Editorial Ruedo Ibérico, que se publicaba en Francia, y que llegaban clandestinos a través de la frontera pirenaica. Ahí yo tomé contacto con obras como El laberinto español, de Gerald Brenan, que me hizo tener una visión muy clara de lo que había sido el anarquismo andaluz, y empecé a simpatizar cada vez más con las ideas que habían orientado el Frente Popular en la Segunda República [ De 1931 a 1939. N.del E.]. Y con otro tipo de libros, por ejemplo libros de Filosofía, también prohibidos y condenados, como podía ser Nietzche, Sartre, Albert Camus, etc. Mi formación, esencialmente, era esa, pero, todavía sin militancia orgánica.
Me fui de Sevilla a Barcelona por un azar del destino, que no tiene nada que ver con una opción personal o de carácter político. Fue la pura casualidad de que un profesor mío de la carrera ganó una plaza en la Universidad de Barcelona, y como alumno destacado que había sido suyo, pues se le ocurrió que me podía interesar la plaza que le concedían de ayudante de clases prácticas. Hablé con mis padres y dijeron que sí, que me fuera a Barcelona, que ello me ayudaría a que mis ideas se aclarasen, a que mis horizontes se ampliasen. Por una casualidad del destino, llego a una región muchísimo más desarrollada, muchísimo más en contacto con la cultura francesa. Una ciudad muchísimo más cosmopolita, como era Barcelona, y sobre todo, un centro historiográfico que sobre todo estaba puesto dentro de la órbita de Jaume Vicens Vives, que ya había muerto pero que seguía ejerciendo su influencia, y sobre todo del que en aquel instante acababa de terminar su obra maestra, que era el profesor Pierre Vilar, que en el año 1962 había escrito Cataluña en la España moderna.
¿Vilar trabajaba en la Universidad de Barcelona?
Pierre Vilar hizo su tesis en Barcelona, pero la dejó cuando ya fue imposible quedarse por la Guerra Civil. Luego volvió para terminar de recoger la documentación de la tesis. Lo que ocurre es que en los años ’50, cuando él está, el ambiente se torna demasiado opresivo y se vuelve a Francia. En esto obtiene la cátedra de la Sorbona, y ya publica, incluso precipitadamente, su libro, para poder obtener la cátedra. El libro sale en 1982. Es decir, que cuando yo estoy, ya Pierre Vilar ha hecho su tesis, ya es profesor en París, y por lo tanto no tiene una vinculación directa. Lo que ocurre es que él todos los años pasa por Barcelona, y nos arrimamos, porque da un curso, da un seminario, y ejerce sobre nosotros una influencia muy notable y eso se respira no sólo en su obra, sino también en la obra de aquellos que hacen la unidad entre las enseñanzas de Vicens Vives y Vilar en ese instante. Me refiero muy concretamente al profesor Josep Fontana, que es el hombre que marca esa unidad entre las dos historiografías, y que con sus primeros trabajos sobre el concepto de la historia, la teoría de la historia, la historia concebida como instrumento no sólo del pasado, sino también de aprehensión y de comprensión del presente, incluso como instrumento para la formación de una conciencia para el futuro, pues eso a los jóvenes historiadores, que teníamos por entonces veintitantos años, a todos nos deslumbra y entramos en esa senda. Estamos hablando ya de los años sesenta y tantos, y principios de los setenta.
¿Y qué historiadores fueron sus principales referentes a la hora de comenzar a investigar?
Yo respiré el ambiente de los discípulos de Vicens Vives que pronto empezaron a regresar a Barcelona, como Jordi Nadal o Emili Giralt. Pero, sobre todo, tuvieron mucha influencia sobre mí, por un lado, Josep Fontana, y por otro, Pierre Vilar. Ellos fueron mis faros y mis referentes siempre. Los considero, sin que hayan sido mis directores de mis tesis, mis maestros desde el punto de vista intelectual y la historiografía en que yo me he mirado constantemente. En esos instantes, empiezan a nacer una colección de libros de historia, que se llamaban Ariel Quincenal, en dónde comenzamos a encontrar las joyas que andábamos buscando. E inmediatamente después, nace Editorial Crítica, y a partir de ella nos viene toda la historiografía marxista, y también no marxista, pero sí progresista, que se está haciendo en Europa, y empiezan a incorporarse a nuestro acervo personal Boris Porschnev, Alexandra D. Lublinskaya, Christopher Hill, Edward P. Thompson, y muchos otros nombres por los que cada vez más nos estábamos inclinando a una historiografía claramente marxista.
En ese contexto, ¿cómo fue la experiencia editorial de aquella famosa colección de Crítica dirigida por Fontana (en la cual editó su tesis doctoral) y cómo se entroncó ese proyecto con la militancia y la intelectualidad?
A principios de los setenta, Barcelona estaba en plena ebullición de sacar adelante una historiografía nueva, una sociología nueva, unas ciencias humanas nuevas, y todo ello enmarcado dentro del combate político. Entonces todo era una unidad en aquel instante. Por ejemplo, fundamos una revista de historia crítica, que todavía aún existe, llamada L’avenc, formada por un grupo de gente, unos dentro de la órbita marxista, otros no tanto, pero se funda con ese propósito de sacar adelante una nueva visión de la historia. Eso configura un caldo de cultivo en el que entran esas nuevas obras, con las cuales empezamos a entrar en contacto, como la de Benjamin Farrington, Ronald Meek, Gordon Childe, es decir, una historiografía para nosotros absolutamente desconocida. A través de Crítica entramos en contacto con la gran historiografía que se estaba haciendo en Europa, y constituíamos un grupo que estábamos formándonos, unos junto a otros a encontrar nuestro camino a través de esas lecturas. Por eso, yo en parte soy un autodidacta, pues yo no he tenido un maestro que me forme en esto, sino un ambiente. Y la colección de Crítica nace como un proyecto de izquierda, para hacer ciencias humanas de izquierda y para traer a España una historiografía de izquierda. Esa es la idea que tiene Gonzalo Pontón el creador y fundador de Crítica que se junta con Fontana, y que están también bajo la influencia de Pierre Vilar, y comienzan a publicar toda esa serie de libros. La editorial Crítica es un proyecto político que busca formar una conciencia política.
¿Cómo fue su etapa de militancia orgánica a fines de la década de 1960?
En noviembre de 1969, yo comencé a entrar en la órbita de una organización marxista que se llamaba Organización Comunista Bandera Roja (OCBR). Era una organización que estaba formada por intelectuales, y que lanzaba cabos hacia el mundo obrero. Pero el mundo obrero pertenecía, en este instante, al Partido Comunista y al Sindicato de Comisiones Obreras, y por lo tanto llegar al mundo obrero desde una organización de intelectuales era punto menos que imposible. Pero Bandera Roja fue siempre una organización fundada sobre todo en intelectuales, entre los que se destacaba Jordi Solé Tura, uno de los padres de la Constitución española [de 1978, N. del entrevistador], que de ésta organización pasó al PC, y que finalmente terminó sus días siendo ministro socialista Yo me formé escuchándolo a él, yendo a sus seminarios, leyendo su obra ya que, entre otras cosas, él fue el introductor de Antonio Gramsci en España.
En 1974, Bandera Roja se insertó completamente en el Partido Socialista Unificado de Cataluña (Partit Socialista Unificat de Catalunya), que es el Partido Comunista de los catalanes, como nos autodenominábamos, para que no hubiera confusión con el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), del que queríamos situarnos a la izquierda. Allí ingresa toda Bandera Roja en bloque, y yo también, e inicié la etapa más militante de mi historia.
Antes de su ingreso, ¿cuáles eran las diferencias entre Bandera Roja y el PC?
Existía una diferencia. La OCBR nace como un intento de situarse a la izquierda del PC, como un galvanizador de unas ideas más rupturistas que las del PC. Es más, el documento base, que redacta Jordi Solé Tura y los demás compañeros de Bandera Roja se llama “Documento sobre el revisionismo del Partido Comunista”, donde se considera que el PC ya ha entrado claramente en la socialdemocracia, y que por lo tanto ha dejado de ser un partido revolucionario, y Bandera Roja no quiere entrar en esa estrategia, sino que quiere seguir manteniendo una estrategia rupturista y revolucionaria de no aceptar compromisos históricos con otras formaciones más a la derecha. Lo que pasa es que en un momento dado, específicamente en el año 1974, esto se revela como una cosa utópica: imposible que un grupo de intelectuales que ha tenido dificultades para enlazar con el mundo obrero (que es del PC claramente, y no de otro). Éramos un grupo pequeño que no tenía capacidad y presencia, por muy inteligentes que hayan sido algunos de sus militantes, y hubo que llegar a un acuerdo con el PC, que en este instante estaba intentando llegar a acuerdos con otras fuerzas políticas españolas para conseguir la instauración de la democracia.
O sea que ustedes no intentaron realizar un entrismo en el PC, sino que aceptaron su línea…
Nosotros aceptamos la línea del PC con todas las implicaciones que ello tenía. Algunos compañeros no aceptaron la entrada en el PC, pero la gran mayoría ingresamos sin afán entrista. No hay entrismo alguno. Lo que hay es una aceptación realista de que las cosas funcionan por aquí y que el objetivo primero es conseguir la democracia en España, siempre que la democracia en España signifique el reconocimiento de todas las fuerzas políticas, incluidas la de los comunistas. Sin un reconocimiento del PC no podía haber acuerdo democrático. Y se puede decir que el período democrático en España comienza, casi casi, con el reconocimiento o legalización del PC. Antes no existe una claridad de camino hacia la democracia.
Quisiéramos, por último, consultarle por su balance historiográfico y político, frente al avance que ha tenido la historiografía revisionista conservadora al calor de una contrarrevolución de escala mundial, y que ha desarrollado un programa que buscó eliminar al marxismo y sus categorías (lucha de clases, clases, conciencia, modo de producción, etc.) como teoría científica válida, en un contexto en el que las “democracias” no han cumplido con las expectativas que generaron y hoy nuevamente nos encontramos en medio de una crisis de tamaño mundial
Nosotros vivimos todavía, tanto historiográfica como políticamente, la década de 1970 y 1980 bajo la impresión de que había triunfado la democracia, de que el PC se había adaptado bajo la etiqueta del Eurocomunismo, que teníamos unos líderes que tenían una trayectoria muy larga detrás de ellos, y que con ellos íbamos conducidos hacia una ruta que era la que nosotros habíamos previsto, y que en el terreno historiográfico nosotros podíamos seguir dando una batalla marxista. En Barcelona, esto era más fácil porque la figura de Pierre Vilar nos ayudaba muchísimo a seguir esto. Hay que tener en cuenta que nosotros fundamos en 1984 un Centro de Estudios Históricos que se llamó “Pierre Vilar” [que Martínez Shaw dirigió, N. del E.], y que funcionó durante toda una década, hasta 1994. Y en esa década, Vilar vino muchas veces a visitarnos, y nosotros organizábamos talleres, ciclos de conferencias, se dirigieron tesis, etc. Pero también es cierto que la historiografía empieza a caminar por otros senderos y que el marxismo no es derrotado, sino que se diluye dentro de otras corrientes y comienza a hacer pactos. Entonces se crea una historia con sólo unas gotas de marxismo. Pero el marxismo ha influido tanto a la historia que muchas de las explicaciones historiográficas que se dan en libros que no se consideran para nada marxistas, siguen estando influenciadas por este tipo de historiografía. Nosotros, los que seguimos manteniendo un pensamiento historiográfico más influido que otros por el marxismo somos conscientes de esta situación y aunque seguimos defendiendo las interpretaciones desde los conceptos clásicos, sin embargo también tratamos de entrar en conceptos nuevos, desde un punto de vista crítico, pero aceptamos toda otra serie de alineamientos, como el concepto de redes sociales. Se puede decir también que se producen agrupaciones por parentesco, por paisanaje, por género. Pero el marxismo prevé la aceptación de eso y lo puede incorporar perfectamente, sin desdoro. Lo incorpora plenamente, porque en ellos también late el concepto, no ya de lucha de clases, pero sí de conflictividad social. Es decir que, basándonos en un concepto que en un principio puede ser más neutro, como el de conflictividad social, en realidad estamos prolongando el concepto de lucha de clases: nos hemos diluido un poco como el azúcar en el café, pero el café es dulce gracias al azúcar… Así que hoy día esta historia progresista se puede dar porque hubo una tradición marxista y de izquierda que la hizo posible.
En cuanto a la vida política, nosotros hemos vivido el sueño de la democracia, que ha durado desde 1978 hasta el 2008, es decir treinta años de una consolidación democrática en la cual nos hemos dormido en los laureles un poco, sin duda alguna. Los partidos políticos han actuado como maquinarias sin conectar con la sociedad civil, mientras que la sociedad civil se dejó llevar por la “dulzura de la vida”, entendiendo que la democracia era una conquista para siempre y que este capitalismo descafeinado, con unas gotas suficientes de socialdemocracia nos funcionaba a todos bien y que el progreso estaba llegando a todo el mundo.
De ese sueño hemos despertado abruptamente y se ha convertido en una terrible pesadilla. Ahora mismo, desde hace seis años, tenemos instalada esa pesadilla. La crisis brutal que acaba de sufrir el sistema sigue, y con unos rasgos verdaderamente dramáticos e inquietantes. La democracia ha perdido toda calidad. Los sentimientos autoritarios en el partido de la mayoría son cada día más vivos, más claros, más diáfanos, y la capacidad de respuesta de esa izquierda que estaba en el poder, y se había aburguesado y acostumbrado al poder, pues esa capacidad de respuesta brilla por su ausencia. Es la crisis del PSOE, que sólo ligeramente está compensada por el ascenso en la intención de voto de los comunistas. Y la vida económica ha retrocedido muchísimos grados, sobre todo con unas consecuencias brutales en el sistema de distribución de bienes. El capitalismo se ha hecho más salvaje, más egoísta.
Ahora, ¿tendremos capacidad para leerlo y conseguir imponer una alternativa? Pues dado el estado de desmovilización en el que estamos [los españoles] a comienzos del siglo XXI, pues eso nos va a costar muchísimo. Movimientos en los que se han puesto mucha ilusión y mucha esperanza (los Indignados o las “redes sociales”), no conducen a una protesta organizada, no son capaces de crear una conciencia, más bien crean un abstencionismo por desconfianza global en la vida política, lo cual es otro peligro añadido a los muchos que ya tenemos. No nos basta una rebeldía primitiva.
La tarea más urgente es romper la inercia desmovilizadora que tenemos desde hace muchos años y convertirlo en una nueva tendencia de movilización social, y hay que volver otra vez a explicar las cosas, hay que volver a la pedagogía de la contestación, a la pedagogía de la protesta. Es necesario, y además hay que hacerlo del modo más organizado posible, dado que hay una fragmentación de la protesta que conducen a que sean inocuas e ineficaces. Eso es ahora mismo la necesidad prioritaria que tiene un científico social de izquierda en este país.
Notas
[1] Martínez Shaw, Carlos: Cataluña en la Carrera de Indias (1680-1756), Crítica, Barcelona, 1981.
[2] Fernández, Roberto (Ed.): Carlos Martínez Shaw. Historiador modernista, Ediciones de la Universitat de Lleida, Lleida, 2010.