Espontáneamente burgués. Una polémica con el autonomismo

en El Aromo n° 17

 

 

Fabián Harari

 

¿Qué balance se puede trazar del programa autonomista en el seno del movimiento piquetero a tres años del Argentinazo? El autonomismo, tendencia que rechaza la necesidad de organización partidaria, hizo furor en gran parte de la pequeña burguesía post-Argentinazo. Sin embargo, donde ha echado raíces más profundas y duraderas es en el seno mismo del movimiento piquetero. Nos referimos a las organizaciones que se agrupan detrás de la denominación de Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD). Desde su aparición, se han proclamado como organizaciones de desocupados, independientes de todo partido, sindicato o poder eclesiástico, cuyo horizonte de intervención se limita a lo “territorial” (léase el barrio), desde donde trabajan sobre la base de emprendimientos productivos, levantando como método el “funcionamiento horizontal”, para impedir toda centralización o jerarquía.

Desde la llegada de Kirchner al gobierno, los distintos MTDs han tomado posiciones disímiles. El MTD Eva Perón no tardó en sumarse al coro gubernamental bajo la forma “transversal”. En el mismo camino se ubicó el MTD Resistir y Vencer. El MTD de D´Affuncio acordó con el gobierno una comisión que debería investigar la masacre de Puente Pueyrredón a cambio de realizar sólo un corte parcial por mes, comisión que fue repudiada por los familiares de las víctimas y que no se plantea abrir los archivos de la SIDE, ni estudiar las responsabilidades políticas, respetando así los acuerdos entre la camarilla K y Duhalde. El MTD Matanza se dedica a exportar guardapolvos a Japón con el apoyo de la organización derechista Poder Ciudadano y hasta organiza, desde EE.UU., un tour “piquetero” con el auspicio de la Universidad de Vermont. Estos grupos se han transformado en puntales del ataque del Estado a los trabajadores.

La mayoría de las organizaciones, sin embargo, se mantiene en el campo del movimiento piquetero en lucha. Hace poco conformaron el Frente Darío Santillán (donde confluyen la mayoría de los MTD´s combativos) y se incorporaron a la comisión independiente por el esclarecimiento de la masacre del 26 de junio, denunciando al gobierno y a las organizaciones que pactan con él. Han protagonizado, también, importantes luchas como las del MOCASE, en Santiago del Estero o la UTL. Por otro lado, resulta admirable la cantidad de emprendimientos que sostiene este movimiento: panaderías, talabarterías, cooperativas de vivienda, huertas, granjas, fábrica de pastas, artículos de limpieza, centros culturales y asistenciales, entre otros, todos levantados sobre la  base del esfuerzo y el compromiso militante. Sin embargo, y más allá de este indiscutible reconocimiento, se impone un debate sobre el sentido de esa construcción y adónde lleva.

 

Un poco de historia

 

Se trata, entonces, de discutir una tradición y un comportamiento reivindicado en un trabajo reciente por una organización representativa de ese espacio, el MTD- Alte. Brown, a través del libro de Mariano Pacheco, Del piquete al Movimiento, (FISYP, Bs., As., 2004). Según esta fuente, los primeros cuadros de las organizaciones barriales vienen de la militancia peronista de izquierda (Descamisados, Malón, MPV), del guevarismo (Roberto Martino) y de las organizaciones católicas (como cura Alberto Spagnolo y gente ligada al obispo Novak). A pesar de los llamados al pluralismo y al consenso y de la acusación a la izquierda de “sectaria”, el debut del autonomismo en la arena política está marcado por el divisionismo: el 1 de mayo de 1996, mientras las organizaciones de izquierda llevaban adelante un acto opositor levantando, entre otras consignas, “Fuera Menem-Cavallo”, los MTD y militantes cristianos realizaron otro, minoritario, bajo la consigna “Por trabajo Digno”. Y como no querían que estuvieran los “figurones de aparato”, su acto tuvo como orador al Padre Farinello. Su “pluralismo” les indicó que debían reemplazar a quienes construyeron una organización revolucionaria por un agente de la curia, más figurón y con más aparato, si vamos al caso.

Las organizaciones se fueron haciendo fuertes en el sur del conurbano (Florencio Varela, San Francisco Solano, Alte. Brown y Lanús, fundamentalmente), en La Plata y en Mar del Plata. Sostuvieron importantes luchas, como la que encabezó el MTD-Solano en la toma de una parroquia en 1998 y dieron la batalla por la administración de los planes por las propias organizaciones. En el 2001 adhieren a la primera jornada de lucha de la primera Asamblea Nacional Piquetera (julio), pero ante la segunda hacen gala de su “autonomía”, cambian las consignas votadas y se movilizan unilateralmente a La Plata por los presos del MTR, “desconociendo las directivas de cortes de ruta por 48 hs. en todo el país”, (Pacheco, p.58).  Hay que tener en cuenta que el movimiento enfrentaba la amenaza de una fuerte represión, por lo tanto cada corte garantizaba el éxito de la medida. Aquí tampoco apelaron al “consenso”: la autonomía supuso, para estas organizaciones, ningunear las decisiones soberanas que toman los trabajadores en asamblea, sin importar las consecuencias y sin tomarse el trabajo de aclarar las razones de tamaño corte de manga.  En diciembre del 2001, el Argentinazo los sorprende en pleno plan de lucha. El día 17 habían logrado un triunfo en el reclamo de alimentos a un hipermercado. El día 20 el MTD-Solano llega a las inmediaciones de Plaza de Mayo donde es reprimido. Contrariamente a lo que sostienen sus teóricos, los MTD son testigos privilegiados del carácter elaborado de la insurrección.

La historia de los MTD está marcada por los infructuosos intentos de establecer una coordinación estable, a pesar de coordinar medidas concretas de lucha y de solidaridad. La primer coordinadora recién se logra establecer en el año 2001, en un intento de agrupar organizaciones por fuera de la ANT. Luego de adherir al plan de lucha de las dos primeras Asambleas Nacionales de Trabajadores, deciden apartarse pero no logran crear una coordinación con fuerza. Lo curioso es que en ningún momento se pronuncian por las consignas, la caracterización o el plan de lucha de las ANT. Sencillamente le achacan el estar dominada por “aparatos”. La conclusión que parece desprenderse es que los MTD no están dispuestos a ir a ninguna asamblea de trabajadores ni discutir ningún plan de lucha (aunque luego terminen adhiriendo a alguna medida) hasta que las masas se organicen como ellos quieren y comulguen el dogma de la horizontalidad. Sin embargo, dicen estar en contra de las vanguardias… En definitiva, la tarea de armar un “movimiento de movimientos” se traduce, entonces, en un ultimátum político al conjunto de los trabajadores. Lo curioso de la retrospectiva de los MTD, es que el debate político se centra en problemas organizativos y las discusiones políticas están reducidas a su mínima expresión.

 

¿Qué programa?

 

“Miren. En una de las últimas reuniones, unánimemente se resolvió y se acordó, no se votó, que había una cuestión que no queríamos: no queremos construir en función del poder. Así de sencillito y claro. […]…no se puede ser autonomista y, al mismo tiempo pretender la construcción del poder popular, son dos cosas que chocan de plano.” Así lo señaló “el Vasco”, militante del MTD Allen (Río Negro).[1] La transformación, para ellos, pasa por la creación de una red de emprendimientos productivos que construyan una nueva economía. La lucha de clases es reemplazada por la gestión cooperativa. A eso le llaman “nueva subjetividad”. Pero el cooperativismo es más viejo que el socialismo científico (Owen, Fourier), y en la Argentina mostró su fracaso ya a comienzos de siglo XX, culminando el siglo con la estaba del Hogar Obrero. La red de emprendimientos de los MTD se limita a producciones marginales y utiliza métodos de trabajo medievales. Para viabilizar este programa deberíamos volver al siglo XVI. El problema es conquistar el corazón de la economía, los grandes centros industriales y ponerlos a disposición de las masas. El poder lo tiene la burguesía, a través del Estado. Eso se vive en cada barrio, en cada corte de ruta, en cada huelga. Si queremos cambiar nuestra forma de vida tenemos que tomarlo. Eso es a lo que nos referimos cuando hablamos de estrategia revolucionaria: la transformación social a través de la conquista del estado por la clase obrera. No en forma gradual, ni con intención de compartirlo con su enemigo. La estrategia autonomista es reformista porque reemplaza la lucha por el poder político  por las reformas parciales (emprendimientos).

El segundo punto es la “territorialidad”, que se traduce en la idea de trabajar sobre los problemas puntuales del barrio y de constituir una organización específica de desocupados. Lo que los compañeros olvidan es que los desocupados son una franja importante de la población pero no son la mayoritaria. Para realizar un cambio significativo se necesita a quienes tienen en sus manos el resorte de la economía. Hace falta un verdadero ejército de trabajadores. Una de las críticas que el Frente Darío Santillán hace a la ANT es que “Con una vocación política de abarcar todos los ejes de conflicto posibles con tal de golpear al gobierno, el plan de lucha con frecuencia perdía su anclaje reivindicativo” (Noticias Piqueteras, septiembre 2004). Pero eso es, en realidad, la fuerza de la ANT, que se presenta como un lugar de reagrupación de todas las luchas y no un reducto exclusivo de los desocupados. El movimiento piquetero quiere llegar a influir en mayor cantidad de capas sociales, no tiene por qué entregárselas al gobierno. Eso es lo que se llama hegemonía. Una organización puede articular problemas particulares en función de los generales o limitarse a solucionar reivindicaciones específicas. Esa es la diferencia entre una organización de masas, un partido, y un sindicato. El MTD se comporta como un sindicato.

Con respecto a la “autonomía”, nadie es autónomo. Todo ser humano está envuelto en relaciones sociales que lo determinan. Lo que sí puede es tener independencia política. Una organización responde siempre a algún interés y es independiente de otro. Lo que el MTD debe decir es ante quien responde y de quién se delimita.

Por último, la tan mentada “horizontalidad”. En primer lugar se puede decir que una organización que no ha desarrollado un personal especializado y que debe consultar todo, todo el tiempo, carece de eficacia. Pero los compañeros entienden eso. Ellos mismos relatan que no se puede llamar a asamblea por cualquier cosa y que en los cortes se delimitan las funciones, que hay un grupo que maneja información que el resto no conoce, por razones de seguridad, por experiencia. Basta ver los libros del colectivo Situaciones para comprobar la distancia entre quien escribe sobre la ética de Spinoza, Deleuze y Foucault (el postmodernismo de los compañeros es tema para otro artículo) y quienes garantizan un corte de ruta. Se llama división del trabajo y está muy bien. Pero no es horizontalidad, porque la horizontalidad organizativa estricta es imposible. El problema no es organizativo sino político: no han elaborado un programa conciente, una plataforma escrita. Le escapan al pronunciamiento claro y van buscando soluciones “situacionales”, una actitud que fluctúa todo el tiempo entre el sectarismo y el oportunismo.

El MTD Alte. Brown nos sintetiza: “Es decir, la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón no se constituía como una herramienta clásica, con un programa, principios y una estructura organizativa, sino que se planteaba como un espacio coordinador, pero con una identidad social compartida y algunos acuerdos políticos”.  Esta definición vale como confesión de parte: quien no tiene principios, termina adoptando los del enemigo o generando más confusión que conciencia. En los dos casos, trabaja para la burguesía.

[1]Citado en www.nuevoproyectohistorico.org.

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