En defensa de diciembre – Eduardo Sartelli

en El Aromo n° 23

En defensa de diciembre. La izquierda frente a las elecciones de octubre

Por Eduardo Sartelli

Historiador y Director General de Razón y Revolución Organización Cultural

 

Se viene el lobo…

 

Las próximas elecciones nacionales marcarán un punto de llegada de la crisis política que se inició con la caída de De la Rúa. Para la burguesía en general, es un momento de recomposición del consenso en torno a su derecho al dominio social. La hegemonía burguesa se confirma con cada elección “normal”, de allí que ésta resulta particularmente importante, porque es la primera de esas características luego de ese hecho, en apariencia, excepcional que fue el Argentinazo. Estas elecciones tienen esta función “normalizadora” por encima de todas las demás cuestiones que puedan entrar en disputa. Precisamente, si la burguesía obtiene un éxito arrollador, el Argentinazo pasará al patio trasero de las conciencias como un hecho irrepetible, una pesadilla de la que ya despertamos, una mala broma superada por este “país en serio”.

Por esta razón de fondo es que hay que evitar perderse en el bosque de las pequeñas disputas que, tanto a derecha como izquierda, constituye la superficie de la vida política de la Argentina actual. Lo que está en juego es, primero que nada, la liquidación definitiva del Argentinazo por la vía de la destrucción de la fracción revolucionaria del movimiento piquetero. Cierto es que domina el ambiente una querella que, para los medios, resulta central, la que opone Kirchner a Duhalde. Pero se trata simplemente de decidir cuál será el personal político que realice la tarea principal. Ninguno representa ningún programa diferente (como tampoco lo tienen López Murphy, Carrió o Macri). Si gana Kirchner por aplastamiento (algo cada vez más difícil a medida que avanza el tiempo), será él quien enfrente a los piqueteros con la mano más dura que se habrá visto en mucho tiempo.

Si gana por poco, será él quien enfrente a los piqueteros con la mano más dura que se habrá de ver en mucho tiempo. En el primer caso, Duhalde se asociará de facto, aplaudiendo la política oficial. En el segundo, Duhalde se asociará de facto, aplaudiendo la política oficial. Salvados los bancos, renovada la política de endeudamiento, contento el FMI, encauzada la política de salvataje de la burguesía “nacional”, endulzadas las multinacionales con subsidios a diestra y siniestra, cerrada la boca de los ruralistas y de los petroleros con rollos de dólares color soja/verde “petróleo”, el frente burgués no tiene nada malo que esperar de estas elecciones, salgan como salgan. Por el contrario, el “aire” que las urnas darán al sistema político, consolidándolo, permitirán profundizar una política ahora públicamente reaccionaria, de la que resaltará el ataque contra los planes sociales. Si Kirchner quisiera ganar las elecciones por “afano” y pasar a la historia como el presidente “de los pobres”, no le costaría nada. Con un porcentaje menor de los ingresos impositivos y las retenciones, podría duplicar los subsidios a los desocupados, extender la masa beneficiada, elevar las jubilaciones y los salarios de los empleados estatales. No lo hace porque significaría liquidar el nuevo techo salarial que la crisis ha impuesto al proletariado argentino, y que constituye la clave de supervivencia de toda la burguesía local y la razón por la cual pueden invertir en Argentina las multinacionales. La obligación de Kirchner (y de cualquier otro gobierno burgués en la Argentina) es sentarse sobre esa olla a presión, repleta de la miseria y el hambre de la clase obrera argentina, que se ha constituido en garante de la continuidad de la acumulación de capital local. Esto es lo único que está en juego en estas elecciones.

 

¿Por qué hay que ir a votar?
Desde las corrientes autonomistas y anarquistas hasta ciertas tendencias socialistas, las elecciones son vistas como un ámbito puramente burgués. Toda participación legitima al sistema capitalista, razón por la cual no hay que intervenir en ellas. Desde esta perspectiva, el sistema político americano debiera ser el más desprestigiado y endeble del mundo. El voto en blanco, la impugnación, o la no concurrencia, per se no significan nada políticamente. Sólo en contextos específicos (como el voto en blanco contra Illia) estas variantes de indicación de voluntad tienen un color (y por lo tanto, un efecto) político real. Por otra parte, es falso que el sistema electoral no contenga ningún interés no burgués. Precisamente, la democracia parlamentaria es la forma más común y eficiente en la que se integran intereses secundarios no burgueses (o de fracciones débiles de la burguesía) en el Estado. Ciertamente, se trata de intereses secundarios, pero eso no disminuye su importancia y, además, explica por qué razones la gente concurre a votar. Cuando el Estado no puede integrar estos intereses secundarios de alguna manera, se produce el aislamiento de la fracción dominante de la burguesía, preludio de una crisis política de marca mayor. De modo que constituye una simplificación extrema de la función de la política electoral en los mecanismos de dominación social, decir que las elecciones “no sirven para nada”. En eso consiste, exactamente, la democracia burguesa: es un mecanismo de dominación social por la vía de la integración, parcialmente conflictiva, de intereses secundarios de las clases y fracciones subalternas, en torno al interés central de la fracción dominante. Por dar un ejemplo, resultaba difícil, en las elecciones que lo renovaron en el gobierno de la ciudad, discutir la candidatura de un personaje execrable como Aníbal Ibarra, entre los docentes de media de Capital, frente a las confesas intenciones de Macri de atacar a fondo el sistema educativo porteño. En las salas de profeso- res no había ningún iluso con las cualidades políticas del mayor responsable de Cromañón, pero ninguno quería arriesgarse a que ganara el presidente de Boca. Kirchner mismo juega hoy a recrear el monstruo menemista, a fin de polarizar con algún terror popular. Creer que la gente vota por votar, que no respalda ningún interés con su acción, es creer que es tonta. Las elecciones no son otra cosa que un relevamiento de fuerzas relativas. Relevamiento que no se agota, por supuesto, en el simple recuento de votos, sino que incluye el significado y el análisis de tendencias. Lo que busca el gobierno es, precisamente, que ese recuento de fuerzas demuestre que los representantes del Argentinazo no son más que una minoría despreciable, bulliciosa,  pero despreciable. Es decir, busca completar el aislamiento político de la vanguardia piquetera. Fernández y Kirchner lo dijeron bien: en las elecciones se demostrará que no son nada, que no los sigue nadie. Que no son, en definitiva, dirección política. Que quede claro que el Argentinazo y sus seguidores no van a ningún lado, porque no hay dirección. Que son, en última instancia, una expresión del caos, tal vez bien intencionado, pero caos al fin. Y que, con el caos, como se ve en el tránsito, en el Garrahan, en las escuelas, el subte o dónde sea que la clase obrera actúe directamente (es decir, sin mediación del Estado), no se construye nada, sólo se molesta a la gente. Lo que el gobierno quiere, en estas elecciones, es sumar el máximo de poder social, es decir, el mayor conjunto de relaciones posibles como base de sustentación del Estado, neutra- lizar aquellas que no pueda asimilar y aislar a las que lo combaten. El gobierno ha tenido éxito, mucho éxito, en la tarea de cooptar fieles a su causa por el camino de integrar relaciones (intereses) secundarios al Estado, dos en particular: los derechos civiles (derechos humanos) y la asistencia pública, es decir, las relaciones que unen a los desposeídos incapaces de reproducirse como fuerza de trabajo, con los bienes que aseguran su subsistencia. Sobre esa base es que ha capturado a fuerzas políticas que fungían de opositoras (como los organismos de derechos humanos) y a los MTDs autonomistas y Patria Libre (Barrios de Pie). Las posiciones de Estela de Carlotto y de Hebe de Bonafini han venido a coincidir en su ataque a las organizaciones piqueteras y a todas las manifestaciones de repudio a la hipocresía política de la clase dirigente (en particular, cuando las toman de blanco a ellas mismas, como los justicieros huevazos a la defensora de Aníbal Ibarra). El reparto discrecional de planes hacia los “pique-teros” oficialistas, al margen de la transformación de varios de sus dirigentes en funcionarios de gobierno, ha logrado minar las filas del movimiento. El retorno a la “normalidad” democrática ha abierto un canal de cooptación al sistema de personajes que se imaginan estar más allá de la izquierda o la derecha, pero que se arriman cada vez más a éste último lado del espectro ideológico. El caso más importante es Zamora, cuya gigantesca confusión programática se aclara sólo para atacar a la izquierda. Se ha transformado así, en el mejor anti-piquetero del gobierno. En síntesis, no votar por alguna de las candidaturas que represente la política obrera revolucionaria, es permitir, facilitar, impulsar, hacer posible la maniobra del gobierno. Al mismo tiempo que se deja de lado la política electoral como campo de lucha, se pierde la oportunidad de construir una dirigencia nacional capaz de representar una alternativa política revolucionaria.

 

Esos raros peinados viejos

 

Frente a este panorama, el grueso de la izquierda argentina muestra una fragmentación notable. No tanto por la cantidad de propuestas, sino porque la mayoría de las organizaciones no logró sacar las conclusiones adecuadas del Argentinazo, incluso aquellas que sufrieron importantes torsiones en su práctica y su programa. El Argentinazo marcó la aparición de una estrategia revolucionaria en el seno de la clase obrera, cuya vanguardia en formación requería (requiere) un continente partidario. Buena parte de la izquierda ha abdicado de esa tarea de construcción partidaria. El más visible de esos procesos es el que afecta a IU. Los entretelones de la ruptura de Izquierda Unida son por todos conocidos, de modo que no nos detendremos en examinarlos. Bastará decir que nada de lo que han hecho es novedoso. La política de colaboración con la burguesía ha caracterizado al Partido Comunista desde, por lo menos, el Frente Popular francés, allá por la década del ’30. La tendencia a la capitulación del morenismo ante el peronismo, es decir, ante el frente popular, es decir, ante la burguesía, es tan viejo como el Partido Socialista de la Revolución Nacional que Moreno organizó con Dickman y Perón en 1954. Lo que sorprende es, en realidad, la pérdida absoluta del miedo al ridículo que la dirección de ambos partidos demuestra. ¿Hace falta señalar que el PC debiera haber aprendido ya de la experiencia del Frente del Sur? ¿Del Frente Grande? ¿Del Frepaso? ¿De la Alianza? Un partido que ya es dos y no se anima a reconocerlo efectivizando la división (demostrando, de paso, que ambas fracciones tienen el mismo desprecio por sus bases), el MST, cree que reciclando trasnochados de la burguesía va a ganar votos con los que no sabría qué hacer. Lo que caracteriza a ambos agrupamientos es la incapacidad para superar el reformismo burgués, en un momento en que la burguesía no tiene ninguna fracción reformista porque no hay lugar alguno para el reformismo, en medio de la crisis mundial y de las tendencias a la descomposición del capitalismo argentino. Es por eso que resulta absurda la idea de que mostrándose “peronistas”, adoptando el programa peronista e incluso recauchutando personajes peronistas, se conseguirá atraer a masas cuya conciencia tiende a superar tendencialmente esas formas atrasadas. Pretenden construir la vida futura con el pasado muerto. Más peligrosa es, en ese sentido, la estrategia de Castells, que pretende él mismo constituirse en Perón, despreciando la organización colectiva del movimiento piquetero y apelando a un irracionalismo caudillesco cuyo programa nadie conoce, pero que expresa en sus definiciones la integración al sistema.

Desde un ángulo no muy diferente, el llamado del PCR a la abstención y el voto en blanco, no sólo es una forma de seguir ocultando una política de fondo que no ha cambiado, sino que, peor aún, implica un llamado a desconocer a la vanguardia revolucionaria surgida del Argentinazo, una porción para nada despreciable de la cual milita en sus propias filas. El voto en blanco (anulado o la no concurrencia a las urnas) de una agrupación que ha sabido votar por Luder y Menem, no sólo llama a que se confunda políticamente el sentido de la elección, sino que contribuye a desarmar al proletariado militante. Coincide con el gobierno en que sólo la burguesía puede gobernar. No es extraño porque el PCR cree, igual que el estalinismo, que es necesaria la formación de una alianza con la burguesía “nacional” en nombre de una “revolución nacional”. El único problema que tiene esta estrategia es que ya no le quedan no sólo bases sociales, sino ni siquiera representantes políticos de estas alianzas. El voto en blanco del PCR es una forma de votar por Kirchner.

El conjunto de estas agrupaciones, entonces, repite una estrategia superada por las masas en lucha. No porque se hayan hecho “socialistas”, sino porque las tendencias profundas del capitalismo argentino (y mundial) destruyen las bases materiales sobre las que se habían construido. Precisamente, por esta tendencia a superar una estrategia atrasada, es que han sufrido las consecuencias. Tanto el MST como el PC han tenido escisiones “piqueteras”, mientras que el PCR ha perdido importantes contingentes. La política del PTS y del MAS merece un párrafo aparte. Ambos formalizaron una alianza que rechazó el frente propuesto por el Partido Obrero porque éste pretendía incluir en ella al PC y al MST. El argumento es sencillo: los ex Izquierda Unida tienen una política claudicante ante la burguesía desde hace rato. Consecuentemente, los verdaderos revolucionarios se constituyen en un polo separado de todo contacto con ese tipo de agrupamientos. La crítica del PTS y el MAS a Izquierda Unida es en general correcta, pero sólo en lo general. Efectivamente, ambas agrupaciones (pero sobre todo el MST), han participado del Argentinazo, es decir, del fenómeno que culmina el proceso que da origen a la actual vanguardia obrera. Es indudable (hay que ser, más que ciego, deshonesto para no reconocerlo) que en el Teresa Vive y el MTL se encuentra un porcentaje importante de esta vanguardia. El repudio en bloque, sobre todo por partidos cuya incidencia en ese mismo proceso ha sido mucho menor, no es una buena forma de rescatar a esa fracción de la vanguardia contenida en la ex IU.

El PTS, en especial, repite así el error estratégico que lo ha constituido en una rara avis en la izquierda argentina: habiendo participado en experiencias importantes en torno al Argentinazo (Zanón, en particular) y teniendo una base de indudable calidad militante, es el único partido de izquierda que no logró crecer en ese proceso. El PTS actúa como secta, ignorando el movimiento real y pretendiendo, al mismo tiempo, colocarse en su centro. Guiado por la absurda idea de que la fracción desocupada de la clase obrera no podía ser base para la construcción de la vanguardia revolucionaria, confundió a los obreros de una fábrica en quiebra de una provincia marginal con el ombligo del mundo. En lugar de integrarlos a la corriente principal del movimiento, la Asamblea Nacional de Trabajadores (no digamos ya el Bloque

Piquetero), se dedicó a combatirla desde afuera. Gastó a esos compañeros en un esfuerzo inútil (que duplicaba las tareas del conjunto del movimiento en lugar de simplificarlas) y se privó de disputar, sobre esa base, la dirección del proceso revolucionario. En la ANT y sin el prejuicio de que los desocupados son poco más que lúmpenes (definición que no se anima a explicitar, como la fracción anti-piquetera del MST), el PTS estaba llamado a cumplir un rol de dirección. Se perdió esa oportunidad porque es incapaz de saldar sus diferencias programáticas con el resto del trotskismo, en especial con el PO, al que sólo sabe criticar por “burocrático”, lo que es, en el fondo, pura cantinela liberal. Incluso la muy lúcida crítica de Praxis, el grupo pro-piquetero que se separó del PTS, hizo hincapié en esta histeria anti-burocrática, cuando en realidad el argumento de fondo se apoyaba en estos gruesos errores estratégicos. Dado lo que se juega en estas elecciones, una concepción política seria llevaba no sólo a una alianza electoral con Izquierda Unida, sino con todo el arco piquetero que no se hubiera entregado al gobierno, desde la CCC al MIJD.

 

La movilización “multisectorial” y el voto piquetero

Al cierre de este número de El Aromo, Razón y Revolución participaba de la marcha que dio en llamarse “multisectorial”, con una multitud de cerca de 15.000 personas que reunía a docentes universitarios, empleados del Garrahan, estudiantes y obreros desocupados. Las divisiones no faltaron, en particular, entre los MTDs ahora sorprendidos por la forma en que el gobierno los ningunea, y la CCC, que continúa con su estrategia de no confrontación (es decir, alianza) con el gobierno. Estuvo ausente el MIJD como era de esperar. Aún así, logró conformarse un ejemplo de frente único piquetero, que se expresó sobre todo en el acto de cierre en Corrientes y Callao. Lamentablemente, ese proceso de unidad por la base (que va a ser la tónica luego de las elecciones y que expresa la tendencia a la reconstitución de la ANT como expresión de las tendencias a la descomposición del capitalismo argentino), no va a reflejarse en el proceso electoral. Un frente electoral de las principales corrientes piqueteras, con el programa que emergió durante el Argentinazo, que obtuviera un buen resultado, habría puesto freno al reflujo y se hubiera transformado en un punto de reagrupamiento. Habría limitado también el aislamiento que el gobierno ha venido construyendo y habría dado aire a todos los procesos de lucha actual. No tiene sentido hablar de “traiciones”, porque cada corriente ha hecho lo que históricamente ha pretendido hacer. De lo que hay que hablar es de programas, de su necesaria actualización a la luz del Argentinazo: un programa que representa al pasado debe ser reemplazado por el que emergió de cara al futuro.

En ese contexto, todo aquel que quiera defender a la vanguardia surgida del Argentinazo debe votar a quienes representan ese proceso con mayor claridad. Del recuento que hemos hecho, debe quedar claro al lector que consideramos una oportunidad perdida el fracaso del frente propuesto por el Partido Obrero. No nos impedirá decir que el voto al PO es, sin duda alguna, la más consecuente defensa de ese proceso iniciado en diciembre de 2001.

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