Eso nos dijo uno de los actores de Morena Cantero Jrs. que acababa de ejecutar Sueño de una noche de verano de Willliam Shakespeare en Casa Morena (Ferrari 335, todos los viernes y sábados de julio y agosto). Se refería al grado de exposición física que la disciplina impone a los protagonistas. Sin embargo el teatro también desnuda el resto de las capacidades de un grupo. Si bien es obvio que cada puesta en escena expresa las intenciones ideológicas, artísticas y técnicas de una compañía, parece que con Shakespeare la cosa se acentúa. Presenta un doble desafío: la obra qué más obliga técnicamente y el valor de cambio universal del teatro, la moneda de referencia con la que se puede «medir» y comparar.
MCJ seleccionó quizás la obra más aristocrática del autor británico para «medirse» en la actualidad. Es una especie de Romeo y Julieta versión light. Dos jóvenes de la nobleza (Lisandro y Hermia) se aman y el padre de la novia (Egeo) se opone porque ya tiene un «arreglo» para casar a su hija con Demetrio. Como siempre en Shakespeare (ver El Aromo nº5, setiembre 2003) el que tiene la decisión final en las querellas entre facciones de la misma clase dominante es el Estado, en este caso Teseo e Hipólita. Para complicarla un poquito más tenemos a Elena, amiga de Hermia, enamorada de Lisandro, quien no le da calce. Don Teseo autoriza la decisión del patriarca Egeo y dictamina la muerte o el convento (casi lo mismo) para Hermia en caso de que no se «entregue» al novio arreglado. Los jóvenes infractores huyen al bosque para escapar del poder laico del padre y del Estado e ingresan al reino donde imperan los dioses paganos de la mitología británica, el Rey de los Duendes (Oberón) y la reina de las Hadas (Titania). Luego de una serie de enredos, las divinidades, usando sus dotes mágicas, resuelven el problema haciendo que cada uno se enamore de quien corresponda. Los reyes humanos legitiman la unión realizada por los reyes mágicos y, colorín colorado, lo que podría haber sido una tragedia sanguinaria, termina con un final feliz al mejor estilo Enrique Carreras. En toda la obra sólo tienen voluntad los que gobiernan el mundo laico y el religioso, los protagonistas (aunque sean miembros de la nobleza) son títeres de esas voluntades.
Lo que sigue es la ceremonia de coronación de estas uniones decorada por un grupo de comediantes que MCJ visualiza como una compañía de payasos. Al igual que en Hamlet, se introduce en esta obra una definición de las funciones sociales del teatro con mucho ingenio: incluyendo dentro de la obra una representación teatral del mismo argumento. A diferencia de Hamlet, donde el teatro es el arma elegida por el héroe para desenmascarar y denunciar los crímenes del tirano ante la vista de la «opinión pública», en Sueño… la historia de los amantes que concluyen trágicamente sus vidas debido a los obstáculos que enfrentaron para unirse es desdramatizada. Aquí se piensa al teatro como un tranquilizador de las conciencias enfrentadas en la vida real. Desde los actores que tienen más buenas intenciones que capacidades dramáticas, hasta los obstáculos de la relación -el muro que los separa y el león que los ataca- convertidos en situaciones disparatadas que buscan no atemorizar a la platea.
Es la primera vez que observamos a MCJ interpretando un clásico y no una de sus producciones originales que le han dado reconocimiento. Su director (Iván Moschner) confirmó nuestra primera impresión: representaron el tipo de teatro que los identifica. Por eso se pone el acento en desarrollar las posibilidades cómicas de la obra, desatando toda la imaginación y creatividad en las partes menos trágicas del guión: el mundo de los clowns y las escenas de comedia de enredos en el bosque. MCJ decidió, en esta oportunidad, ser fiel a una comedia inocente, hecha para distenderse frente a la tragedia. Pero, para ser sinceros, ni eso logra. Como cada vez que el peso de la obra cae en las actuaciones individuales y no en el trabajo de conjunto (en El Eternauta y El Manifiesto Comunista MCJ funciona como una máquina bien ensamblada) la compañía pone al descubierto esas falencias técnicas de los actores de las que son plenamente conscientes. Ya nos han explicado que el grupo comparte motivaciones no profesionales o comerciales y por eso mucho del trabajo actoral es hecho a pulmón en la mayoría de los casos por amateurs sin mucha experiencia. El problema es que en este tipo de obras esas falencias impiden el éxito de la puesta. Por eso saltan a la vista las excepciones notables, como el trabajo de Fernando Conte, el Rey de los Duendes. Este actor es el Riquelme de MCJ, siempre deslumbrando con la manera de resolver sus caracterizaciones desde el dominio corporal hasta los usos de la voz (a tal punto que a uno le cuesta creer que los diferentes personajes los haya hecho el mismo tipo). El resto, como los clowns de Sueño…, da su mejor esfuerzo, con las mejores intenciones, pero sin muchos resultados. Eso sí, los momentos más logrados de la obra se corresponden a los momentos trágicos donde cada individuo se enfrenta a su dilema: Elena y sus soliloquios de mujer histérica y despechada por un amor que la ciega y la rechaza o Hermia cuando arranca en cólera contra el Estado, su padre, el novio que la deja y su amiga que se lo lleva.
De esa contradicción entre la dura realidad que mueve al protagonista a explorar los recovecos de su personalidad frente a la adversidad, y el efecto tranquilizador de la magia y la risa que te hacen olvidar el dolor y festejar, Morena ha decidido resaltar lo último. Esta vez han representado el teatro como opio: dejando “que la conciencia shakespiriana deje volar su espíritu: que hadas, duendes, clowns y humanos intenten volar y que cada conciencia de luchador actual -nuestros espectadores- elabore lo que corresponda a su posición de clase” (ver El Aromo anterior). Y bueno che, el teatro no miente.
(Si quiere recuperarse del sueño inviernal le recomiendo que compre allí mismo o por e-mail a morenacanterojrs@yahoo.com.ar esa joyita que es el compact disc con la versión radioteatral de El Manifiesto Comunista)
Leonardo Grande