El salto de papá. La imposibilidad de un destino

en El Aromo n° 101

Ricardo Maldonado

Frente de Cultura Proletaria

En el año 2017 fue publicado El salto de papá de Martín Sivak. Antes de finalizar el año había llegado a los 16.500 ejemplares en cinco ediciones. Un éxito editorial. ¿Por qué? La pregunta nos puede conducir a otras. ¿Para qué sirve el arte? Este libro puede ser una interesante introducción a algunas de las variadas respuestas que suponemos a esas preguntas.


El libro es una reconstrucción en primera persona, en el sentido del narrador elegido pero también de la vivencia íntima, del suicidio de Jorge Sivak, su padre, enmarcado en la situación de sus empresas y en el doble secuestro del hermano de Jorge, Osvaldo Sivak. Uno en 1979 bajo la dictadura, en 1985, el segundo, que acabó en su muerte.

En la muy liberal revista Polvo, Luciano Lutereau (sí, el psicoanalista que afirma que el capitalismo consiste en vender falta, que un departamento de dos ambientes tiene más valor que uno de cuatro porque le faltan dos ambientes) menciona el libro de esta manera. “Los neuróticos, en cambio, buscan el olor perdido: es el narrador proustiano. También el de la hermosa novela de Martín Sivak El salto de papá que empieza con la única huella sensible de quien narra: ya no recuerda el olor de su padre. Los olores no se recuerdan, en eso consiste la represión. Un olor se recupera con otro. La sensibilidad afectada, en falta, es la neurosis.” Sivak recurre al cuerpo (en este caso la nariz, el olfato) para introducir otra cuestión. En el arte el cuerpo siempre está presente como vehículo de la satisfacción, como materia, como portador de un significado que se envuelve y también se ofrece.

El sentido no es sólo la reviviscencia de una sensibilidad resonando en otra. Es también el encuentro (y la aclaración) de una idea a través de otras. Desde ese ángulo El salto de papá es también una apuesta a la interpretación de una época y al balance elegido por un sector social. Apuesta que podemos entender como la clave de su éxito. Primero veamos en qué consiste la jugada y luego por qué eso pudo propiciar su lectura. Por supuesto que la apuesta a la que nos referimos no es la proposición consciente del autor, sino el efecto de su trabajo en la concreción de un texto, y de ese texto en la búsqueda de lectores.

Decía el comunista Bertolt Brecht que hay algo peor que robar un banco, y es fundarlo. Esta es la historia de un banquero comunista (también de un industrial, y un rentista, pero parece que su identidad más persistente fue la primera). Hay una sola página en la que esta condición de clase no es negada y oscurecida. En referencia a una solicitada publicada por el secuestro de Osvaldo y el título “Todos somos Sivak” aparece la dimensión real de una sociedad de clases “todo estaba mal. No todos podíamos ser Sivak. Había que tener una financiera, ser judío y contar con fondos para publicar una solicitada y una red para convocar a los firmantes como César Luis Menotti” (78) El resto de las trescientas páginas obliteran esa afirmación tan razonable.

Y entonces se despliega sin contradicciones la visión que de sí misma tiene la burguesía pequeña y condenada. En primer lugar porque se piensa como perjudicada por la ferocidad de algunos capitalistas y no como los perdedores en la batallas por apropiarse de la plusvalía. Por ejemplo Gabito, el hermano menor del autor, escribe: “En todos estos años gané 8 premios internacionales por mi música, me han grabado y tocado las mejores orquestas….(…) Sin Buenos Aires Building, sin nepotismos, sin ayuda de nadie. De nadie.” (257) de la misma manera que Martín reproduce este comentario que hacen sobre él: “Lo mejor que te pasó en la vida es no ser hijo de rico” (288)

Esa auto percepción de no haber recibido ayuda de nadie ni haber sido rico parece extraña cuando unas páginas antes se rememoran episodios cómo: “Llegué a la novena de Platense porque papá era amigo del presidente del club” (157) o que en “en 1988 en un apart hotel de las Bahamas papá dijo que nos prepararía su especialidad en la cárcel (…) Así consiguió unir el rancho de devoto con las palmeras de Nassau” (141) De la misma manera que en algún momento “Bernardo Grisnpún y sus hijos habían conseguido una avioneta para que fuéramos a la ciudad de Córdoba (para ver a Independiente)” (153) o que al hermano a quien nadie ayudó, el padre “una vez consiguió que Mario Siperman, el tecladista de los Fabulosos Cadillacs, viniera a darnos consejos cuando preparábamos un concierto” (255)

Una familia trabajadora se sorprendería de esa “pobreza” con avionetas de ministros, ídolos que nos dan consejos personales, minutas cocinadas en playas paradisíacas o saltearse el pan y queso de los picados porque en lugar de dueño de la pelota es hijo del amigo del dueño del club. Sin embargo no hay mala fe en el relato. Para un burgués en pequeña escala su vivencia es la de un miserable frente a los que explotan en escala mayor. La buena alimentación, la buena educación, conocer mundo, hablar idiomas, tener contactos, veranear con frecuencia, tener padres universitarios es la nada para ese sector que mirando siempre a quienes los van aplastar nunca ven a quienes, debajo de ellos, son aplastados. Porque lo que se vive condiciona lo que se piensa: ¿que podía ver un niño de ese mundo que no fuera esta falta de privilegios en los privilegios?

Pero el narrador entre varias actividades, ejerce el periodismo, y da cuenta con honestidad de los hechos. Como todo empresario su padre puede hablar como comunista (o budista o lo que quiera) pero debe actuar como burgués y vivir en su mundo. Por el relato circulan personajes siniestros que parecen dejar de lado ese carácter, como los zapatos a la entrada de la mezquita, al encontrase con ese papá. Frecuenta a Lanusse (incluso le sale de garante) Seineldín y otros carapintadas, a operadores menemistas y radicales, a Manzano y a Spadone. Y no sólo para que intercedan en la búsqueda de su hermano Osvaldo durante el secuestro sino para hacer lo que hacen los burguesas, negocios, buenos o malos, pero negocios al fin.

En un pequeño párrafo se resume al sector social al que nos referimos: “La aceitera Ibarra fue otra de las delirantes apuestas de papá. Le entregó la dirección al mayor Enrique “Quique” Guglialmelli, un mayor carapintada..(…) también en el negocio de Ibarra había un contacto en las altas esferas, participaba Carlos Spadone, asesor presidencial de Carlos Menem. Spadone ayudó a conseguir las máquinas para la producción y garantizó que el Estado la comprase” (111) Allí está casi todo: el capital, los represores, el estado burgués y sus subsidios al capital. Casi todo. Porque a pesar que Jorge Sivak “murió- marxista –leninista, como se había reivindicado siempre” (13) no hay trabajadores en ese mundo. Una mina (Aluminé), una editorial (Haines) una inmobiliaria (BABuilding) un banco (BAB) y varios emprendimientos más parecen funcionar de manera mágica, sin trabajo humano, sin seres humanos en los socavones, frente a las máquinas o en las oficinas, no hay allí explotación ni plusvalía que haga reñida la relación del capital con el trabajo. Por el contrario, la lucha de clases es la de los capitales grandes y los pequeños, y estos últimos pretenden llevar la disputa del terreno de la escala y la competitividad, a la del idealismo y las bondades personales. La cultura es un medio de los explotadores para tratar de que los veamos cómo quieren ser vistos y, a la vez, intentar ocultar como realmente son. Por ejemplo, cuando le piden a Jorge que invierta en Página 12, así lo ve su hijo: “Hubiese sido coherente con sus inversiones que no le dejaban ningún rédito económico. En este caso si le hubiese reportado la ilusión de la influencia, la ilusión de pavonearse entre periodistas y escritores, la admiración de sus amigos de izquierda. Una hipótesis es que no aceptó porque, quizás para ese entonces, ya se había acabado el dinero” (112)

La gran apuesta ideológica del capital es escindirse, entre capitales buenos y malos, para proponer el apoyo a los primeros con el objeto de ponerles límites a los segundos. Productivos contra especulativos, nacionales contra transancionalizados, honestos contra corruptos, humanos contra feroces. El fondo común de los intereses del capital (la explotación y la ganancia) se pierde si se presta demasiada atención a sus divergencias secundarias (las ventajas que cada fracción intenta obtener a expensas de las otras) Cuando las diferencias menores son aplastadas por el interés supremo del lucro, cuando se hace evidente que los supuestos enemigos irreconciliables son en realidad socios, se habla de traición, injustamente.

Al fin y al cabo la vida de un empresario comunista es el intento de hacernos creer, parafraseando a Vespasiano, que “Pecunia non olet” (el dinero no huele) Porque si el dinero extraído de la explotación no tuviera olor a sangre, a sudor y a lágrimas, entonces podríamos compartir asados con genocidas carapintadas y con operadores menemistas sin asco. Todo es conversable. Pero la vida real no es así. Los milicos, los burgueses y su estado apestan.

En el número 63 de Ideas de Izquierda, el politólogo Julián Tylbor también se ocupa del libro. Para “comprender la figura oximorónica recurrente en el libro: la del banquero comunista. Jorge se convertiría en militante del PC, relación que durará hasta fines de los 60.” y ve en el libro una oportunidad “donde el lector, finalmente, puede transitar por esos pisos altos de la sociedad argentina y estar cara a cara con una tragedia personal que nos habla desde las alturas” El análisis condensa el libro en la oportunidad de fisgonear las tragedias que ocurren en los pisos lujosos. De esa manera deja de lado la parte jugosa del libro, la ideología que sostiene, y finalmente abruma, a los burgueses menos aptos, ideología que además nos interesa a los socialistas porque de ella se tiñeron las cabezas de la clase obrera desde hace décadas. El libro de Sivak no es sólo lo que dice Tylbor, una idea de cómo piensan los de arriba, sino una detallada transcripción en primera persona del pensar y el pesar de la burguesía peronista. ¿Qué se trata de un comunista? A confesión de parte… “Ideológicamente, siempre se consideró comunista. En los cuartos oscuros, sin embargo, era ecléctico: votó por Cámpora y también por Menem” Ideas de Izquierda elige no cargar las tintas sobre la ideología peronista, imaginamos porqué….

Entonces ¿Por qué se mató? Es la pregunta de todo libro centrado en un suicidio. Hay un listado de respuestas provisorias obtenidas o intuidas: “Conseguí hipótesis prestadas. (…) Me resigné, sin embrago, a no encontrar una respuesta definitiva” (15) Sin embargo hay un dato que no se puede soslayar (por su consistencia con el resto del libro): “Papá se mató el día en que el Banco Central formalizó la quiebra de su banco” (13)

¿Cuál es la causa del éxito en ventas de este libro? La demanda, el interés por su lectura (además de los méritos formales) se encuentra en que el derrotero de Sivak ejemplifica con auto indulgencia el del mismo programa político que fue derrotado en 2015. La misma ideología que encubre la misma inviabilidad, la misma derrota “inexplicable” de los burgueses pequeños y la misma desazón cíclica. La familia Sivak personifica un sector de una clase social y su proyecto político: el proyecto de la burguesía más pequeña y débil. El padre de Jorge es mencionado en el libro como socio de José Ber Gelbard, dirigente de la CGE y el exponente más notorio de esa corriente, ministro de Perón en 1973. Eso que otros sectores denominaron “capitalismo de amigos” por compensar desde el estado su incapacidad competitiva, el mismo nombre que utiliza el autor para explicar la relación del abuelo Samuel (fundador del grupo empresario) y el gobierno de Frondizi – Frigerio. Esa corriente que desde el 76 en adelante no hizo más que retroceder y que con la soja a 600 u$s creyó resucitar.

El libro aparece en el momento en que muchos que creyeron en la posibilidad de un capitalismo, mercado internista, subsidiado y viable, presenciaron una escena parecida a la que da el título al libro: la incapacidad del kirchnerismo para seguir vivo, la derrota en toda a la línea propinada por capitales un poco más competitivos y concentrados, que le arrebatan el estado. La fuga de voluntades ante la incapacidad de esos burgueses de “izquierda”. El libro intenta responder a la misma pregunta que muchos kirchneristas están intentando responder: ¿Por qué este final? El éxito del libro se basa en hacer carne el sentimiento de impotencia y búsqueda ante un final que parecía evitable pero no lo fue. El arte, una de sus capacidades, es llegar por la vía sensible, a aquello que la intelección no puede (o no quiere) entender. El dolor por ese salto, en la forma que se aborda la biografía en cuestión, nos muestra y nos oculta, nos hace vivir y nos introduce en la reflexión (sin poder hacerlo acabadamente) de la imposibilidad absoluta de un destino histórico para una burguesía popular, para banqueros comunistas, para patrones peronistas.

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