Este texto fue publicado originalmente por la revista Crítica de Nuestro Tiempo, nº 10, ene-marzo de 1995. Agradecemos al director de la misma su autorización. Si bien Razón y Revolución prefiere publicar trabajos originales, entendemos que el ámbito en que circuló originalmente este artículo no es el mismo que ocupa nuestra publicación. Creemos que en lugares donde el populismo y el indigenismo abundan, posiciones como las que aquí se ofrecen, permitirán un interesante debate.
Por Nicolás Iñigo Carrera (director del Programa de Investigación sobre el Movimiento de la Sociedad Argentina)
Hoy la problemática indígena ocupa un primer plano en países como Perú, Ecuador, Bolivia, Méjico o Guatemala, donde no sólo es importante el peso de los indígenas en la población sino también su presencia en las luchas políticas y sociales.
En la Argentina actual la temática del indígena ha ido adquiriendo relevancia a pesar de tratarse de una sociedad donde los indígenas son aproximadamente el 1% de la población, donde la fuerza de trabajo indígena que hace ochenta años era imprescindible para la actividad productiva de regiones como el Chaco o el noroeste, ha sido remplazada por otros trabajadores o por máquinas, donde el uso de las lenguas indígenas se ha perdido en buena medida, incluso entre ese 1% de población indígena.
¿Por qué plantearse esta temática? En primer lugar, y aunque parezca una obviedad, porque esas aproximadamente 300.000 personas de origen indígena existen.[1] Pero, además, porque, aunque desde la época colonial su peso relativo ha disminuido constantemente, debe tenerse presente que hace apenas poco más de cien años los indígenas constituían alrededor del 10% de la población argentina, y, por ende, buena parte de esa población, aunque no se identifique como tal, conserva rasgos físicos y culturales indígenas. En provincias como Santiago del Estero el uso de la lengua «kechua» y de muchas costumbres de origen indígena era frecuente apenas cincuenta años atrás; lo mismo puede decirse de tradiciones de origen indígena en Jujuy. Y así podrían darse muchos ejemplos, especialmente desde la provincia de Córdoba hacia el norte.
Pero existe otra razón que nos lleva a plantearnos el problema de cómo abordar esta temática: tanto los medios de comunicación como distintas organizaciones, han mostrado que es falso que «aquí no hay indios». Instalado el tema no puede eludirse su abordaje desde una perspectiva científica.
¿Cómo plantear esa problemática desde la perspectiva del socialismo científico, es decir desde un cuerpo teórico que se propone explicar los fenómenos particulares como manifestaciones de procesos universales? Descartando la perspectiva que lo aborda como una cuestión étnica -de raza o de tribu- ahistórica, y junto con ella toda perspectiva «esencialista», debemos abordarlo desde una perspectiva histórica.
El problema indígena en la Argentina ¿puede ser abordado como «cuestión nacional»?
¿Constituyen los indígenas en la Argentina una nación? Si se parte de identificar «nación» con «carácter nacional» se convierte la nación en algo místico y fantasmagórico, sin un asiento material; una especie de fuerza invisible, no algo real.
Por lo tanto partimos de considerar que una nación es una comunidad humana históricamente determinada (que como todo fenómeno histórico, se halla sujeto a la ley del movimiento, tiene su historia, su comienzo y su fin), con una comunidad de idioma, un territorio común, una cultura común y un vínculo económico interno, que suelde en un todo único las diversas partes. Y nos encontramos con que los habitantes indígenas de la Argentina, en sí mismos, no constituyen una nación.
Considerados como conjunto, no tienen un idioma común (salvo el castellano), ni un territorio común ni una cultura común, ni un vínculo económico común. Cabría la posibilidad de considerarlos como un conjunto de «naciones» (y así se los denominaba en el siglo XIX). Pero tampoco desde esa perspectiva constituyen naciones: si bien cada uno de ellos es resultado de un conjunto de relaciones duraderas y regulares, resultado de una vida común de generación en generación, con un idioma, un territorio y una cultura común, nunca tuvieron y muy lejos están hoy de tener una economía única, una unidad económica que les sea propia.
En síntesis, partiendo de considerar a una nación como una categoría histórica y no racial, los indígenas de la Argentina no constituyen una nación.
Desde otra perspectiva podría plantearse el problema como una cuestión exclusivamente «cultural». Pero ¿cómo abordarlo desde una perspectiva «cultural», sin tener presente el terreno social en que se asienta?. Y no constituye precisamente una originalidad abordar el problema indígena desde la perspectiva económico-social.[2]
La incorporación de los indígenas a la producción capitalista
Si «la cuestión indígena» debe abordarse como un problema económico, político y social y tiene su base material en la economía, en muchos países de América Latina esto significa que «tiene sus raíces en el régimen de propiedad de la tierra»[3], y, en consecuencia, puede abordarse en relación a la «cuestión agraria» o al problema campesino. Pero ¿es ése el caso en la Argentina? ¿cuál es el lugar que ocupan los indígenas en la actividad productiva? ¿y cuál el proceso de génesis, formación y desarrollo de la sociedad en la que se encuentran insertos?
Para responder a estos interrogantes tomaremos como soporte empírico el proceso de génesis y formación de la sociedad del Chaco argentino, donde los indígenas tienen un peso algo superior al que tienen en el conjunto del país.
Hace 500 años, la conquista de América, Africa y Asia, constituyen el nuevo mercado mundial que acelera el desarrollo del capitalismo en Europa y extiende su dominio por el mundo dando lugar al sistema colonial, al sistema de la deuda pública, el moderno sistema tributario y el sistema proteccionista que constituyen los pilares en que se asienta la llamada «acumulación originaria» del capital[4] (y que, como puede observarse hoy, vuelven a aparecer en primer plano en determinados momentos del desarrollo del capitalismo). Todos estos sistemas se basan en la coacción física, extraeconómica, es decir, en la fuerza organizada y concentrada de la sociedad -el poder del estado- así como en el ejercicio directo de la fuerza física para acelerar el proceso de génesis, formación y desarrollo del régimen capitalista.
Antes de la conquista del actual territorio argentino por los españoles, el Chaco se encontraba habitado por distintos agrupamientos indígenas que basaban su actividad productiva en la caza, pesca y recolección y, ocasionalmente, en una incipiente agricultura, características que son comunes a otros pueblos indígenas del actual territorio argentino, con excepción de los del noroeste. Su forma de organización social se basaba en la tribu, prerrequisito de la propiedad de las condiciones naturales de la producción. La necesidad de las migraciones constantes y la importancia de la tierra como condición natural de producción determinaba que la guerra fuera la principal actividad destinada a obtener y mantener esa condición de producción.
Durante los siglos XVI y XVII, como resultado de una guerra que se desarrolló a lo largo de 100 años, los conquistadores españoles del Tucumán lograron someter a la población indígena de los Valles Calchaquíes, la que fue repartida en encomiendas, debiendo pagar a sus amos una renta en trabajo o en dinero. Al mismo tiempo, la acción de las misiones religiosas constituyó otra forma de organización de los indígenas, para someterlos y disciplinarlos, no sólo como trabajadores sino también como fuerza armada en defensa del nuevo orden social y de las fronteras. En el siglo XVIII los habitantes indígenas del Tucumán habían disminuído drásticamente en número, por las condiciones de trabajo y de vida impuestas por los conquistadores, y éstos comenzaron a buscar nuevos trabajadores en los montes chaqueños. Grupos importantes de lules, vilelas y wichi comenzaron a ser sometidos, asentados y encomendados: la guerra y su correlato, el comercio, fueron articulando a las tribus no sometidas con la sociedad colonial, y transformaron al mismo tiempo su modo de organizar su producción y su vida.
El capital mercantil fue articulando así los distintos modos productivos existentes, basados principalmente en la esclavitud y servidumbre de los indígenas americanos y africanos, hasta que a comienzos del siglo XIX comienzan a crearse las condiciones para que la relación capital – trabajo asalariado se vuelva dominante.
En la segunda mitad del siglo XIX, al tiempo que se redefine el lugar que ocupará la Argentina en el mercado mundial, se consolida el proceso de delimitación del territorio que dominará la burguesía argentina, frente a las burguesías vecinas, en relación con las luchas interimperialistas de las grandes potencias mundiales; y, a la vez, se constituye la cúpula de la burguesía, cuyos intereses coincidían con los del capital financiero a escala internacional, y que impuso su dominio sobre las demás fracciones burguesas del país. Ambos procesos se vinculan con la nueva posición del litoral argentino en el mercado mundial. El desarrollo del capital en Europa, con la creciente necesidad de mercados para sus productos, materias primas para la industria y alimentos para su población en aumento, conlleva el desarrollo de medios de transporte y técnicas productivas que hacen posible la vinculación de la producción -ganadera y agrícola- del litoral argentino con los mercados europeos, y al mismo tiempo la inmigración de crecientes contingentes de población. El crecimiento de la población y su concentración en las grandes ciudades del litoral, al tiempo que se incrementa la división del trabajo en la sociedad, hace que ramos productivos de medios de consumo necesarios (como por ejemplo el del azúcar), comiencen a convertirse en industrias.
En síntesis, la nueva articulación con el mercado mundial potenció la expansión de las relaciones capitalistas en la Argentina, produciéndose un cambio en el tipo social de explotación dominante: en 1895 el proletariado y semiproletariado estaba constituído por más de la mitad de la población.[5]
Según cuál fuera su población, modo productivo dominante, grado de desarrollo de las clases y de la maquinaria estatal, en las distintas regiones que se fueron constituyendo, el proceso de génesis y formación del sistema productivo tomó rasgos específicos.
En la década de 1880, se produce la conquista militar de los grandes espacios -la Pampa, la Patagonia y el Chaco- que todavía permanecían totalmente en manos de los indígenas. Espacios a los que se denomina «desierto» a pesar de estar habitados por humanos -indígenas- pero a los que se considera (y de esto existen numerosos testimonios de jefes militares y de intelectuales), como recursos naturales.
La conquista, llamada «del Desierto», ha sido caracterizada, y justificada, utilizando expresiones que cambian según las épocas pero cuyo contenido se mantiene y puede sintetizarse en imágenes tales como «avance de la civilización», «incorporación al mundo civilizado (o avanzado)», «proceso de modernización». Desde una posición opuesta, que constituye la contracara de la historia oficial, la descripción y caracterización de estos procesos remite a imágenes tales como «genocidio físico y/o cultural», con la destrucción de lo «autóctono», contraponiendo «víctimas» y «victimarios» (casi «buenos» y «malos»), en que éstos masacran a sus víctimas inocentes.
¿Y quién podría dudar de la veracidad de esta última caracterización cuando se observa el exterminio resultante de la conquista militar y el sometimiento a las más brutales condiciones de trabajo? Sin embargo esta calificación de genocidio, aunque verdadera, no nos permite avanzar en el análisis de los hechos. No se trata de calificarlos o nominarlos sino de conocer los procesos que los generaron y les dan sentido.
Las tierras conquistadas recibieron diferentes destinos según los requerimientos de la expansión productiva en relación con los requerimientos del mercado mundial, con las posibilidades de cubrirlos por el capitalismo argentino y la calidad de sus suelos: la región pampeana, cuyas tierras de óptima calidad se ubicaban entre las mejores del mundo para la producción agrícola ganadera, fue inmediatamente apropiada, ocupada, puesta en producción y sus productos enviados a Europa; la patagonia recibió el ganado ovino del que se descargó a la pampa y sus habitantes indígenas fueron exterminados, ya que no eran necesarios sino perjudiciales para la ganadería.
En el Chaco, en cambio, aunque hubo reiteradas matanzas de indígenas, no hubo una política de exterminio: el tipo de producción dominante en el litoral chaqueño requería una abundante mano de obra que los indígenas podían proporcionar; por ende no fueron exterminados sino «reducidos», disciplinados, adiestrados, convertidos en trabajadores asalariados.
El proceso de creación de las condiciones que hacen posible la puesta en producción capitalista del Chaco toma pues la forma de una conquista y ocupación militar del territorio dominado por los indígenas, la destrucción de la economía basada en la caza, pesca, recolección, guerra y comercio, la apropiación privada de la tierra y la generación de una masa de población disponible para el trabajo asalariado.
El primer contingente enlazado en relaciones salariales: brazo barato
El primer ramo productivo al que se incorpora a los indígenas en el este chaqueño es la producción maderera, en la que trabajan como hacheros, atraídos por las promesas de recibir ropas, alimentos, armas, como una continuidad de los intercambios comerciales que realizaban hasta ese momento.
Pero los grandes contingentes que comienzan a ser enlazados en las relaciones salariales desde las décadas de 1870 y 1880 -según se trate del oeste o del este chaqueño- son incorporados a la producción de caña de azúcar. Entre 1875 y 1881, con la llegada del ferrocarril al noroeste argentino, comienza la introducción de maquinaria que permite, por ejemplo, reducir los tres meses que tardaba el proceso de blanqueo a 6 ó 7 minutos. La «modernización» de las fábricas fue seguida por un mejoramiento de las técnicas de cultivo en las plantaciones de caña. La producción de azúcar se multiplicó y por consiguiente la necesidad de plantar caña, con el resultado de una expansión sobre nuevas tierras, entre las que se cuenta el oeste chaqueño y su población indígena.
Poco antes (en 1859), se había intentado imponer las relaciones salariales sobre los wichi del Río Bermejo, que hasta entonces eran mantenidos por los propietarios de las tierras como en encomienda, con derecho de vida sobre ellos y sus familias y haciéndolos trabajar sin ninguna remuneración. A partir de entonces se produjeron una serie de enfrentamientos y masacres que se prolongaron hasta 1870, en cuyo transcurso 3.000 de las 4.000 familias wichi que habitaban en la orilla del Bermejo debieron huir o fueron aniquiladas, hasta que en 1870 intervinieron el gobierno provincial y el gobierno nacional para preservar el contingente de trabajadores indígenas.
Es característica esa aplicación de la coacción en el Chaco, no para exterminar a los indígenas sino para forzarlos a incorporarse a la producción capitalista, que puede ejemplificarse tanto con la intervención de la fuerza armada del estado en 1870 para detener las matanzas de indígenas como en el juzgamiento de los oficiales que las llevaban a cabo tanto en 1870 como en 1902. La maquinaria militar es utilizada en el reclutamiento y distribución de los trabajadores indígenas, incluyendo la fijación de las condiciones de trabajo y salario. En ese momento de cambio en las condiciones sociales generales, se requiere del uso de la fuerza material para imponer las nuevas condiciones[6] y conservan ese papel por lo menos hasta 1914. El resultado puede advertirse poco después, cuando encontramos referencias a indígenas wichi que van a trabajar a los ingenios salteños a los que «no ha sido la fuerza armada, ni la diligencia de los misioneros, los elementos que poniéndose en juego, hayan reducido (sometido) este número de indios, sino su propio interés (…) creándoles necesidades»[7], generadas por los agricultores de Salta y Jujuy.
Por otra parte, la aplicación de la coacción extraeconómica no se limita a los indígenas. También forma parte de la coacción implementada por medio del poder del estado, la legislación sobre «vagos» y la obligatoriedad de la papeleta de conchabo que se aplica en las provincias del noroeste desde las décadas de 1820 y 1830, y que están dirigidas contra la población no indígena que proviene de la destrucción de la pequeña producción mercantil y/o de las tropas que participaron de la guerra de independencia nacional, población que es destinada a los trabajos agrícolas. Todavía en 1877, en Tucumán, el nuevo código de Policía incluía disposiciones sobre el trabajo forzado de vagabundos, sirvientes y menores que no pudieran ser controlados, y los industriales azucareros piden que esos «vagabundos» y desocupados fueran destinados a trabajar para ellos.
El primer momento de la conquista militar del Chaco culmina con la campaña militar de 1884, cuyas distintas columnas cruzaron el Chaco en todas direcciones y en la que fueron muertos jefes indígenas como Yaloschi (fusilado) y Cambá (muerto en batalla y degollado) que nunca habían aceptado someterse. Esta campaña quiebra definitivamente la resistencia organizada de los indígenas. Uno de sus logros explícitos, según sus mismos protagonistas, fue la obtención de «brazos baratos» para las industrias de la región.
El avance mismo de la frontera, las derrotas militares de los indígenas frente a las distintas expediciones militares (entre 1870 y 1911), la ocupación de la tierra, fueron destruyendo la posibilidad de los aborígenes de reproducir su vida como lo hacían hasta entonces, debido a que se fueron reduciendo los campos de caza, imposibilitado el acceso a los ríos y destruída su capacidad para atacar pueblos y estancias. De este modo no sólo quedó destruída la antigua economía sino que en el mismo proceso se fue generando un primer contingente de población disponible para su utilización por el capital en la producción, dando lugar a nuevas relaciones productivas. Los indígenas constituyen, pues, ese primer contingente del proletariado chaqueño, que va a ser utilizado en los obrajes y en los ingenios azucareros.
Ya en 1890, la producción azucarera chaqueña depende «del brazo barato» del indígena, que constituye «un importante factor económico que es indispensable conservar», como dice el decreto del presidente Roque Sáenz Peña ordenando la campaña militar de 1911. A mediados de la década de 1910 no hay ya «indios feroces e irreductibles, pues será rarísimo el que no haya residido alguna vez en los ingenios o en los obrajes» (según testimonia Enrique Lynch Arribálzaga en las Memorias del Ministerio del Interior de 1915-16), donde es considerado «un obrero fuerte, laborioso e irremplazable en el ambiente y en la especialidad de ciertas labores propias de la región», como dice José Elías Niklison en el Boletín Nro 32 del Departamento Nacional del Trabajo.
Para esa época eran indígenas la totalidad de los cosecheros de caña en el Chaco, el 10% de los hacheros de los obrajes, lo mismo en la carpida y cosecha del algodón, y en la construcción del ferrocarril. Se ha constituído el contingente de población proletarizada que provenía de la destrucción de la economía indígena, destinada a realizar la zafra azucarera, tanto en el noroeste como en el nordeste argentino; este contingente se distribuía entre los ingenios de Jujuy, donde predominaba el reclutamiento de wichi y chiriguanos que habitaban el oeste chaqueño, y los del Chaco, donde predominaba el reclutamiento de tobas que habitaban el este y centro y que también trabajaban en los obrajes y ferrocarriles.
La resistencia de los indígenas a las nuevas condiciones de vida y de trabajo que se les han impuesto, se manifiesta, en su forma más elemental, con la huída al monte, y también en ocasionales acciones armadas (ataques o asaltos a establecimientos rurales aislados, o a viajeros, etc.) sin plan ni coordinación ni organización de ningún tipo, muchas veces acuciados por el hambre, y que eran respondidas con comisiones punitivas que llevaba a cabo el ejército de línea. Sólo toman otra forma y se convierten en las más importantes de estas acciones de resistencia en este período la sublevación de los toba encabezados por Donato Matolin y Nocorí que en 1909 tomaron por asalto los fortines Brown, Warnes y Guardia Nacional sobre el Río Bermejo, y la de los mocovíes de la zona de Florencia y de la antigua misión religiosa San Javier (norte de Santa Fe), en cuyos obrajes e ingenios trabajaban, en 1905. La primera fue finalmente sofocada por la fuerza armada del estado, muriendo ambos jefes; esta sublevación ha sido vinculada con un plan de rebelión armada para crear una confederación «pan-india», que había elaborado el jefe Taygoyik, aprovechando las tensas relaciones entre Argentina y Bolivia. En la segunda sublevación el movimiento toma forma milenarista, siendo el primero de una serie que bajo esta forma se producen en el Chaco hasta la actualidad. En este movimiento de 1905 los indígenas atacaron chacras y poblaciones, pero fueron masacrados.
La campaña militar de 1911 cierra el período de la conquista militar, al quedar establecidas con ese hecho y con la construcción del ferrocarril que cruza por el centro del Chaco, las condiciones para la apropiación del centro y el oeste chaqueño.
Cambios en el mercado mundial; consolidación de la situación de los indígenas
A mediados de la década de 1910, en el contexto de la guerra interimperialista y su génesis, los intentos europeos, que se remontan a mediados del siglo XIX, por romper el monopolio norteamericano en la producción de algodón, encuentran condiciones favorables por una plaga que afecta a la producción norteamericana: Estados Unidos pasa de producir alrededor del 90% del algodón consumido por la industria textil del mundo, a producir alrededor del 60% hacia 1914 y el 40% en la década de 1930. A ello se unen los intentos por diversificar las exportaciones en países como Argentina: el gobierno nacional realiza una campaña de difusión de la producción algodonera en el Chaco que acompaña a una política de entrega de tierras (colonización). Como resultado, entre mediados de la década del ’10 y comienzos de los ’30 se pone en producción capitalista el centro y oeste del Chaco. Pocos años después, en el contexto de la expansión de la industria manufacturera en países dependientes como la Argentina (la llamada «sustitución de importaciones») como una de las manifestaciones de la salida de la crisis capitalista mundial que comienza en 1929, la producción algodonera del Chaco es dirigida a abastecer de materia prima a la industria textil argentina.
En la década de 1920 y primera mitad del ’30 quedan constituídos el sistema productivo -en base a la producción de algodón, madera y azúcar- y la sociedad en el Chaco, con las características que tendrán hasta mediados de la década de 1970, aproximadamente. Hacia 1950 se ha completado el proceso de formación de su sistema institucional político y se constituye en provincia.
Ya hemos hecho referencia a las distintas formas que, desde los comienzos de su incorporación a la producción capitalista en la posición de asalariados, toma la resistencia de los indígenas (retirada al interior del Chaco, sublevaciónes de 1909 y de 1905). Ninguna de estas formas de resistencia establecía vinculaciones con los otros trabajadores agrícolas o fabriles.
Más bien, ocurría lo contrario. En el ingenio Las Palmas, por ejemplo, durante el movimiento huelguístico protagonizado por los obreros entre 1919 y 1924, en el que lograron entre otras reivindicaciones la jornada de 8 horas y el pago de los salarios en moneda nacional, los asalariados indígenas asentados en tierras del ingenio formaron la fuerza armada organizada por la empresa para atacar a los obreros fabriles organizados en la Federación Obrera, a los que caracterizaban como «extranjeros»[8]; en 1920 se produjeron algunos choques armados entre obreros sindicalizados y los asalariados indígenas comandados por el cacique Moreno, al servicio de la empresa. En 1923 Moreno tenía dificultad para mantener a los indígenas al servicio de la empresa y los que fueran sus seguidores se incorporan a la huelga declarada por el sindicato, pero ya la empresa había logrado reimplantar las anteriores condiciones de trabajo.
En 1924, los indígenas llevaron a cabo una concentración en la Reducción Napalpí que fue el último intento de resistencia armada a la condición de población disponible para el capital allí donde se la necesitara; la resistencia a las medidas de gobierno que prohibían a los indígenas salir del Territorio y otras que los forzaban a trabajar en la cosecha del algodón. El movimiento, que comenzó como una huelga, tomó forma milenarista y aglutinó y movilizó no sólo a los habitantes de la Reducción sino también a otros indígenas que no estaban directamente afectados. La masacre de Napalpí (1924), realizada por la fuerza armada del gobierno (policía), y la dispersión de otras concentraciones de hambrientos en Zapallar y Pampa del Indio, en 1933, en forma directa por los mismos colonos, terminaron con la resistencia bajo la forma de movimiento milenarista del contingente del proletariado y semiproletariado proveniente de la destrucción de la economía y la organización social indígenas, que quedó destinado a trabajar estacionalmente en la carpida y cosecha de algodón y el hacheo en los obrajes, permaneciendo el resto del año en reserva[9]. En ninguno de estos hechos los indígenas contaron con el apoyo de otros asalariados o trabajadores no indígenas.
En el mismo período encontramos otro ciclo de enfrentamientos sociales, en 1934 y 1936, que hace a la génesis del dominio del capital personificado en las empresas acopiadoras monopólicas, sobre la región; en 1934-36 los obreros de desmotadoras y agrícolas (cosecheros, excluídos los indígenas) en alianza con una parte de la pequeña burguesía agraria (organizada en Juntas de Defensa de la Producción) protagonizaron un movimiento que cubrió toda la región algodonera y tomó carácter político, articulándose en un movimiento social de protesta nacional contra las condiciones de la vida económica, política y social que comienza a imponer el capital más concentrado en el país (y que diera lugar a la denominación de Década Infame); como resultado de este movimiento se consolida en el campo y las fábricas del Chaco el dominio de la relación propia del capital industrial, comenzando el proceso de su institucionalización en la formación de los sindicatos obreros. Como dijimos los campesinos y proletarios indígenas no tuvieron ninguna participación en estos hechos.
Debemos hacer hincapié en este rasgo que presenta el proceso de enfrentamientos sociales entre 1919 y 1936: a lo largo de todo ese proceso puede observarse el aislamiento de los proletarios y campesinos indígenas en relación al resto de su clase.
Aclaremos que para entonces los indígenas habían dejado de ser el principal contingente de población de donde se nutría el proletariado inserto en la producción agrícola chaqueña: en 1920 los indígenas eran sólo el 20% de la población del Chaco; en 1935, el 5%. El proletariado y semiproletariado agrícola provenía ahora principalmente, junto con el pequeño campesinado, de la población expulsada de las vecinas provincias de Corrientes y Santiago del Estero y del Paraguay: una masa de población despojada de sus condiciones materiales de existencia, resultado de un proceso de apropiación de grandes extensiones de tierra en pocas manos que, ante la imposibilidad de obtener sus medios de vida, debió emigrar en forma estacional o permanente para trabajar como asalariados o asentarse en pequeñas parcelas.
Crisis del capitalismo argentino y sus efectos sobre la población indígena
A mediados de la década de 1970, y como parte de un proceso que se desarrolla a nivel mundial, la oligarquía financiera logra imponer en la Argentina mediante su disposición de guerra las relaciones del capital financiero, destruyéndose la forma anterior de organización de la sociedad, en que eran hegemónicas las relaciones propias del capital industrial. La resolución de la confrontación entre esas dos formas de organización de la sociedad (el desarrollo mismo del capitalismo) -en la que tercia una fuerza que objetivamente tiende a la superación de ambas- implicó un incremento en la capacidad productiva de la sociedad, acompañado por una centralización de la propiedad y la riqueza social en menos manos, mientras grandes masas de población sufren un proceso de pauperización y/o proletarización y un volumen creciente del proletariado es lanzado a la posición de «población sobrante» para el capital.
¿Cómo se manifiesta este proceso en la región que hemos tomado como soporte empírico? Desde mediados de la década de 1960 se hace evidente la llamada «crisis del algodón». El sistema productivo que había tenido su génesis en 1870-80 y tomado forma desde mediados de la década de 1910 se encuentra en crisis.
A fines de los años ’60 el primer intento de superación de la crisis encabezado por el capital más concentrado, el llamado proyecto Agrex, generó un movimiento de protesta de una parte de la pequeña burguesía agraria (colonos), que tomó forma organizativa en las Ligas Agrarias Chaqueñas, las que más adelante organizaron los reclamos de la mayoría de los colonos contra el monopolio de las empresas acopiadoras de algodón. A la vez, campesinos y proletarios que constituyen los pobres del campo –incluyendo esta vez a una parte de los indígenas– se dieron otras formas de organización, frente a las condiciones en que debían desarrollar su vida. La utilización de la fuerza armada organizada del estado, principalmente a partir de 1975, consigue desarticular este movimiento.
La participación de indígenas en movilizaciones y organizaciones que forman parte del campo del pueblo en los años ’70 nos permite observar que su incorporación a movimientos religiosos de tipo milenarista -sea dentro de su concepción del mundo tradicional (como en 1924-33), sea dentro de las iglesias evangelistas y pentecostalistas (a partir de 1940)- no es la única respuesta que dan a las condiciones que les impone el capitalismo, tal como se sostiene frecuentemente.
La superación capitalista de la crisis, a partir de 1976, tiene como resultado un proceso de proletarización de una parte de la pequeña burguesía (colonos) y una reducción en el lapso de tiempo en que son requeridos los asalariados agrícolas (cosecheros), lo que produce un proceso de repulsión de población desde el campo hacia las ciudades -totalmente diferente al producido entre 1930 y 1960- y una creciente pauperización de la población. Los proletarios y campesinos de origen indígena se encuentran entre los más afectados por estos procesos de proletarización, repulsión y pauperización. Importantes contingentes deben trasladarse a Resistencia, Rosario, Santa Fe o Buenos Aires. Si en el ciclo anterior lo dominante era la atracción de población y su incorporación y fijación a un sistema productivo, hoy la nota característica es el movimiento contrario: la repulsión.
El problema indígena en la Argentina abordado como «cuestión social». Caracterización de los indígenas
¿Cuál es entonces la caracterización que puede hacerse de los indígenas chaqueños en la actualidad? ¿Qué son esos hombres reales? Aunque en una pequeña proporción aparecen como trabajadores independientes que venden su producto en un mercado controlado por otros, en su gran mayoría son proletarios y semiproletarios, portadores de fuerza de trabajo que deben entregar por un salario[10]. Es decir expropiados. Pero expropiados ¿de qué? ¿de la tierra? ¿de los medios de producción? Esto constituye una visión parcializada y parcializante de un proceso más vasto, visión que, al mismo tiempo, termina reduciendo lo expropiado a «una cosa». ¿De qué se expropia a los que son proletarizados? De sus condiciones materiales de existencia, entendiendo por éstas a las fuerzas productivas de la sociedad, que involucran no sólo medios de producción sino todo un determinado modo de cooperación, de organización entre los hombres con el objetivo de reproducir su vida en sociedad. Esto implica que su trabajo, su misma actividad que los distingue como hombres del resto de los animales, se les vuelve ajena, y en consecuencia también el producto de su trabajo y su mismo ser genérico como humanos[11]. Este divorcio entre los trabajadores y la propiedad sobre las condiciones de realización de su trabajo es condición de existencia del régimen capitalista de producción. La competencia entre los proletarios opera para forzarlos a vender su fuerza de trabajo en condiciones más favorables para el capital. En otras palabras, en la competencia entre los trabajadores se asienta el despotismo que sobre ellos ejerce el capital.
Esta relación es la posición en que se encuentra hoy la mayor parte de los indígenas argentinos: no están atados a la tierra, sino al salario. Tampoco están fijados a un territorio determinado: hoy asalariados indígenas chaqueños viven en la ciudad de Buenos Aires, en Rosario, en Santa Fe. Por lo tanto, no puede decirse que no estén integrados a la sociedad argentina: lo están en tanto explotados, en tanto proletarios.
¿Significa esto que han perdido toda particularidad? No. Mantienen, en mayor o menor medida, rasgos que los identifican como indígenas. El idioma, sobre todo en comunidades rurales o en migrantes recientes a las ciudades; su adscripción a las iglesias evangelistas (que también se han extendido a otras capas pobres del proletariado y pequeños propietarios pobres); y, aunque legalmente cuentan con los derechos civiles y políticos como argentinos, suelen recibir las peores condiciones de trabajo, de pago, etc.
La «liberación del indígena»
En la Argentina de hoy hay quienes plantean la necesidad de luchar por «los derechos de los indígenas», por la «liberación del indígena», por sus derechos «como indígenas». Es decir, sus derechos como hombres y como ciudadanos. Ahora, bien, si se trata de estos últimos, en la Argentina legalmente los tienen; y en la práctica, no los ejercen menos que cualquier otro ciudadano perteneciente a las capas más pobres de la masa trabajadora.
Se trata entonces de sus derechos como miembros de la sociedad civil, de sus derechos como grupo, considerado éste como un «individuo» dentro de la sociedad: su derecho a ser propietarios de sus tierras, a recibir su educación, etc. Es decir, sus derechos como «hombre egoísta, del hombre considerado como miembro de la sociedad burguesa; es decir, del individuo replegado en sí mismo, en su interés privado y en arbitrio individual y disociado de la comunidad»[12]; su derecho como individuos o como grupo aislado.
Es decir que frente a lo que históricamente se presentó como el «interés general de la Humanidad y de la Nación» («el avance de la civilización») lo que aparece contrapuesto es el interés individual, de un grupo: los indígenas, en competencia con otros grupos sociales, también trabajadores, también proletarios.
Pero ¿es esta la única forma en que puede plantearse la «liberación del indígena»? Consideramos que no. Que puede plantearse en términos de emancipación humana. Eso no significa dejar de lado reivindicaciones específicas como puede ser la educación en su propio idioma, como todo aquéllo que impulse el pleno desarrollo de las facultades espirituales del campesino y del proletario indígenas; pero no puede quedar limitado a eso. Y, a la vez, esas reivindicaciones se vuelven en contra de los intereses populares cuando son utilizadas para incitar a una competencia entre proletarios indígenas y no indígenas.
Octubre 1994
Notas
[1] El número no es definitorio de la importancia (progresiva o regresiva) que en un determinado proceso social pueda tener un grupo social. Por ejemplo, los miskitos y otros pueblos indígenas constituyen un porcentaje mínimo de la población de Nicaragua.
[2] «Todas la tesis sobre el problema indígena, que ignoran o eluden a éste como problema económico-social, son otros tantos estériles ejercicios teoréticos -y a veces sólo verbales-, condenados a un absoluto descrédito. No las salva a algunas su buena fe. Prácticamente todas no han servido sino para ocultar o desfigurar la realidad del problema» (Mariátegui, José Carlos: 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, Amauta, Lima, 1969)
[3] «La República ha significado para los indios la ascensión de una nueva clase dominante que se ha apropiado sistemáticamente de sus tierras. En una raza de costumbre y de alma agrarias, como la raza indígena, este despojo ha constituído una causa de disolución material y moral. La tierra ha sido siempre toda la alegría del indio. El indio ha desposado la tierra. Siente que ‘la vida viene de la tierra’ y vuelve a la tierra. Por ende, el indio puede ser indiferente a todo, menos a la posesión de la tierra que sus manos y su aliento labran y fecundan religiosamente». Ma-riátegui, José Carlos; op. cit.
[4] Marx, Carlos: El Capital, tomo I, capítulo 24.
[5] Ortiz, Ricardo M.: Historia Económica de la Ar-gentina, Plus Ultra, Bs. As., 1978
[6] La intervención desde el aparato estatal destinada a fijar condiciones de trabajo para preservar el contingente de trabajadores necesario, surge en relación a la resistencia de éstos a las condiciones que se les imponían y que se hacía efectiva en su retirada al interior del Chaco, posibilidad que estaba abierta hasta ese momento y que ahora es categorizada como delito, o bien en la resistencia armada (como la llevada a cabo por la coalición de 1863 y después en forma dispersa).
[7] Uriburu, Napoleón: Memorias de Guerra, 1871.
[8] García Pulido, José: El Gran Chaco y su imperio Las Palmas; Resistencia, Casa García, 1977. Domínguez, Crisanto: Tanino. Periódico Bandera Proletaria.
[9] Cfr. Iñigo Carrera, Nicolás: La violencia como potencia económica: Chaco 1870-1940, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina. Conflictos y Procesos Nº11, 1988. Idem: Campañas Militares y Clase Obrera, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina. Historia Testimonial Argentina Nº25, 1984.
[10] El prejuicio acerca de la poca relevancia de los obreros de origen indígena, y su contracara, el no considerar a los indígenas como obreros, tiene una larga tradición en la Argentina. Sin embargo existen referencias a obreros de ese origen en épocas tan tempranas como la primera década de este siglo; y no en aislados parajes del Chaco sino en plena ciudad de Buenos Aires e integrados a las luchas obreras. Un ejemplo: el 1º de mayo de 1904, «La manifestación en Buenos Aires asume proporciones inusitadas (…) Son cuarenta o cincuenta mil hombres enardecidos (…) en pocos momentos la plaza se convierte en campo debatalla (…) puédese observar que tanto la policía como los obreros han sufrido numerosas bajas. Un grupo de trabajadores coloca en una escalera un cadáver y lo lleva, pasando por la Avenida de Mayo, al local de La Protesta primero y al de la Federación después. Los trabajadores custodian aquel cuerpo (…) El muerto es un obrero obscuro, apellidado Ocampo, de raza indígena, nacido en el selvático y misterioso Chaco» (Gilimón, Eduardo G.; Hechos y Comentarios, Buenos Aires-Montevideo-México, p. 42-43).
[11] Cfr. Marx, Carlos: «Trabajo Alienado«, en Manuscritos Económico Filosóficos de 1844, Alianza, Madrid, 1990.
[12] Marx, Carlos: Sobre la cuestión judía, en Carlos Marx y Federico Engels:La sagrada familia y otros escritos filosóficos de la primera época, Grijalbo, México, 1986