El periódico Alberdi (1923-1976) y sus poetas

en Revista RyR n˚ 10

Todo lo que oponga trabas a la libertad y todo lo que impida el bienestar de la humanidad debe ser combatido implacablemente por la prensa.

Roberto  Firpo

 Alberdi, Año I, Nº I. 10 de junio de 1923

Por Eduardo Dalter

Una trayectoria significativa: El periódico Alberdi

            Hubo en Vedia, localidad agrícola del noroeste de la provincia de Buenos Aires, y por más de medio siglo, un periódico de pensamiento encendido, agudo, que con editoriales sin medias tintas, artículos candentes, poemas, y anuncios del comercio y el agro locales, se abría en apariciones semanales a los caminos y lejanías del país.

            Seguramente Alberdi, fundado en vecindades y resonancias del estremecedor Grito de Alcorta, en junio de 1923, por el precursor Roberto Firpo y dirigido desde fines de los ’50 por el fervoroso periodista Joaquín Alvarez, fue durante una década el órgano de prensa zonal de mayor arraigo en los ámbitos de jóvenes poetas y escritores, además de su llegada de siempre en círculos rurales, culturales y políticos.

            En sus ediciones tipo diario, impresas en rotativas de vieja usanza, Alberdi incluía regularmente una página a toda poesía. Allí era posible encontrar, años ’70, los versos inédi-tos de Clara Franco, Víctor Lellín, Jorge Isaías, Amaro Nay, Hugo Diz, José A. Cedrón, Rogelio Ramos Signes, Fátima Gatti, Enrique Puccia, Carlos Penelas, Elena Díaz, y de quien escribe estas líneas, entre otros jóvenes bardos argentinos.

Asimismo, aportaban su grano de arena, su aliento poético —compartiendo espacios con manifiestos sindicales y vecinales, y notas críticas acerca de ese presente político y cultural—, Susana Esther Soba, Carlos Patiño, Alberto Luis Ponzo, Dardo Dorronzoro, Orlando Calgaro, Marcos Silber, Ariel Canzani, Roberto Santoro, a la vez que desde la diversidad de sus voces evidenciaban la amplitud de esta muestra natural de la poesía de ese tiempo.

            Otros destacados poetas y escritores también habrían de publicar sus poemas y textos en Alberdi: Elías Castelnuovo, Raúl González Tuñón, Julio Huasi, y del panorama de la poesía latinoamericana, Héctor Borda Leaño (Bolivia), Washington Delgado y Leoncio Bueno (Perú), Milton Schinca (Uruguay), Mahfud Massis (Chile) y Tirso Canales (El Salvador), vitalizando así y prestigiando sus entregas.

            Y más: será este periódico, acaso también por su presencia semanal infaltable, aquí y allá —en Rosario, Córdoba, Buenos Aires, Tucumán—, el impulsor, junto a otras publicaciones, de un ruedo abierto de poetas, que se fue articulando y reconociendo en el ir y venir de sus poemas y escritos.

            Esa sección poética, presentada a página completa bajo el título “Versos que hablan”, que alcanzaría en el tiempo a conformar un cuerpo excepcional de varios centenares de carillas, resulta al día de hoy, en verdad, la muestra más ilustrativa de un segmento revelador de la poesía editada en el decenio del ‘70, y señala de hecho, por otra parte, la medida de desinformación en que se asientan las antologías y ensayos breves acerca de ese tramo de la poesía argentina.

            En momentos de intensa ebullición social, promediando 1973, y recién instalado el gobierno surgido de urnas, el “diario Alberdi” —con una irradiación que superaba cualquier marco regional— organiza la celebración de su 50 aniversario y de lo que sería también, lejos de cualquier suposición, un encuentro de último brindis. Por cierto, el ritmo ininterrumpido de sus impresoras no pudo sustraerse al vendaval de destrucción y muerte con que habría de asolar la dictadura militar pocos años después.

            Desconocemos la medida del daño moral infligido al director de Alberdi —detenido en 1975 y durante un lapso prolongado en dependencias del Ejército— y a su familia —que también sufriría la prisión—; pero por entonces, año 1976 —y esto ya es una medida—, uno de los más coherentes y sensibles medios periodísticos y culturales del país dejó de aparecer.

            La integración de lo cultural y lo social; de lo ético y lo estético; ese diálogo íntimo y diverso, que durante décadas alentó este semanario, constituye junto a su tenaz persistencia, inclusive en los momentos más críticos en la vida del país, uno de sus caracteres distintivos, acaso el más hondo y develador, si proyectamos una mirada desde este tiempo cultural acotado en la fragmentación y el posibilismo.

            Las más de 2.700 ediciones de Alberdi compaginan, sin duda, un documento, sin enmiendas ni raspaduras, de los nudos, pozos y sueños del siglo, con una primera etapa que va desde los ecos de Alcorta, y la Semana Trágica, a una segunda —ya con la afanosa dirección de Joaquín Alvarez—, que se extiende desde los últimos días de la dictadura del ’55 hasta su cierre definitivo, el 30 de marzo de 1976. Un documento de páginas innumerables, que en sus cuerpos finales cuenta con la voz insistente de sus poetas, para reafirmar el canto y, a la vez, albergar y dilucidar un tiempo.

Los poemas de Alberdi

Ser poeta no es escribir versos solamente. Ser poeta es poseer un fuego interior,

una divina dosis de locura, de fantasía, de amor y de entusiasmo ilimitados.

                                    LEONCIO BUENO

El poeta es un pájaro azul habitando la frente del mundo.

                                     MARCOS SILBER

Epígrafes de “Versos que hablan”, página poética del periódico.

Dardo Dorronzoro

Semáforo 17

                              Para Irma, en sus veinte años

                        No quiero que me industrialicen,

                        no quiero que me nacionalicen,

                        no quiero

                        que claven mi lengua a un poste;

                        no quiero, no, que me enchapen en oro, en fierro,

                        en madera olorosa, no quiero

                        que me pongan en una sala, cruzado de brazos,

                        con la mirada perdida en un collar de cuervos,

                        o gimiendo

                        por el costado más claro de mis bigotes. No,

                        deciles que me dejen así, con los caballos preparados,

                        con todos

                        los caballos de luz preparados,

                        con todos los sauces esperándome desde

                        el fondo de los perros, con tu llegada,

                        azul, a veces,

                        o roja,

                        y tus ojos

                        mirándome siempre en la primera sombra

                                    de los incendios,

                        o si no, con el puente,

                        con las doce cuadras hasta tu bulín y el río,

                        y tus pasos de gata, y todos

                        sentados en la cama, todos

                        con la sopa en la sartén, con la vieja yerba,

                        con el mate,

                        y la pava,

                        y la noche

                        marchándose a chorros por los barrotes,

                                    hacia los estrépitos,

                        hacia los trenes,

                        hacia las innumerables batallas,

                        por un solo pedazo de tu sangre o de mi sangre.

                        Así te digo; así

                        debe ser, sin gritos, sin el amor de la carne,

                                    acaso, pero

                        hundida la garganta de revoluciones, llorando

                                    sobre

                        el dulce hueso que se queda en el camino,

                        y las piedras,

                        y las huelgas,

                        y los ángeles,

                        y los mismos veranos de los ríos estrujándonos,

                        muriéndonos

                        por una

                        sola

                        esperanza. Pero ven, ahora, mira: todo nace,

                        comienzan

                        a arder supermercados, y mañana,

                        quizá, ponga mi última mano sobre tu frente,

                        para irme

                        bulín arriba,

                        puente arriba,

                        perros y amor arriba, hacia

                        antiguos vientos, lluvias,

                        muchachas en el recuerdo y boliches

                        con la luz del olvido en sus botellas.

                                                                                           Luján, agosto 1969

Edición Nº 2430, 30 de agosto de 1969.

Dardo Dorronzoro (1913) fue secuestrado y desaparecido desde su casa en La Loma, Luján, el 25 de junio de 1976.”Una sangre para el día” se editó en 1975, y “Llanto americano” es de aparición póstuma.

Ariel Canzani – País-Hoy

                        Somos amamantadores

                        de impotencias seriales

                        (lo aprendimos de Sartre

                        y de la realidad visible),

                        de miedos incubados

                        en ollas de absurdos privilegios

                        capaces de transformar mediocridades

                        en ministros, ejecutivos          

                        y salvadores de la patria,

                        de un país donde pensar está prohibido,

                        donde hacer es ganarse la guerra,

                        donde crear es tener sarna,

                        donde todos prefieren el silencio

                        y las fuerzas se gastan en el miedo.

                        Somos amamantadores

                        de impotencias seriales.

                        Las venimos nutriendo desde tiempo

                        en beneficio de mediocres y cobardes.

                        Desde las sombras algunos ya sostienen

                        la urgente necesidad de decir basta.

Edición nº 2366, 3 de agosto de 1968.

Ariel Canzani (1928) dirigió hasta algunos años antes de su muerte la revista de poesía Cormorán y Delfín. En Alberdi mantuvo una columna semanal titulada Notices to Mariners.

Raúl González Tuñón

Requiem para un muchacho ahogado

                                                                        Cantero: tu apellido sugiere canto y rosas

                                       —la flor de tu sonrisa—.

                                       Este poema canta a tu adolescencia muerta;

                                       las rosas crecerán de tu noble ceniza.

                        Tenía un rostro oscuro de madera tallada

                        y un alma cuya luz desbordaba ternura

                        y un sentido fraterno de la amistad; tenía

                        una tímida voz, maneras suaves, y su andar era lento

                        como el de los que quieren pasar sin hacer ruido.

                        Sin embargo qué fuerza interior ocultaba

                        este chico grandote que aún en la edad del juego

                        trabajaba, luchaba, sudaba, caminaba y caminaba!

                        Y él tuvo tiempo para repartir

                        la bondad que sus ojos con sueño reflejaban.

                        Con fervor desvelado sobrellevó la escuela,

                        el flaco pan, la casa inverosímil, los afanes amargos,

                        el verano violento y los inviernos duros.

                        Una niñez madura sin calor de destino

                        que el amor de la madre iluminó y sostuvo.

                        Y este muchacho pobre murió como el más rico,

                        y este muchacho tímido murió como el más fuerte.

                        El más rico de honor y de sangre valiente

                        y el más fuerte de puro coraje proletario.

                        La primer sorprendida, sin duda, fue la muerte.

                        Yo levanto tu nombre, yo lo agito

                        a la faz de la gente cruel o indiferente

                        como una bandera de trapo comunero.

                        Y delante del Tiempo, testigo insobornable,

                        pongo tu nombre al río donde se hundió tu frente:

                        El Río de Cantero.

Carlos Alberto Cantero, 16 años. Vivía en una villa de emergencia. Por salvar

 a un amigo, menor que él, murió ahogado.

Edición nº 2539, 29 de enero de 1972.

Raúl González Tuñón (1905-1974) Éstos fueron sus últimos versos en Alberdi.

Julio Huasi

Che

                        El planeta redobla, campana sideral.

                        Dobla a vida y a gloria con un badajo de pólvora

                        para anunciar a los tiempos tu entrada fúlgida

                        y pongan a tus pies toda la eternidad y la memoria.

                        Cantarán las edades y las humanerías al amante

                        más enamorado, a la revolución andante.

                        El más bello y fuerte de todos los humanos.

                        No entrarás en los tiempos bajo arcos triunfales.

                        Los tomarás por asalto, no puede con su genio.

                        Inapagable el eterno guerrillero, los astros

                        oirán con terror tu pistola inmortal.

                        Cuervos y palomas ya disputan tu carne

                        pero tu alma los recibe alegremente a los balazos.

                        Estarás en nosotros para amar y para siempre

                        pero te hubieras quedado un poco más, Ernesto.

                        El más justo, el más necesario de América.

                        Nuestros dos océanos enmudecieron

                        para recibir tu sangre y llevarla por todo el mundo,

                        olas de color Guevara golpearán en todas las arenas

                        para voltear toda la miseria, el viejo dolor

                        de los esclavos sin pan y sin jefes.

                        Las espumas izarán tu sonrisa violenta

                        antes de cada combate, bandera inigualable.

                        Tus ojos serán lámparas en cada choza hambrienta.

                        Tu corazón latirá, el gran toro de dulzura,

                        en cada niño que nazca, en cada parturienta.

                        Tu corazón mundial, usina genial de nuestra sangre,

                        te rompió la camisa, lo dejaste volar, a vos no te cabía.

                        Un corazón así no cabe en este mundo.

                        Hay que hacer un mundo nuevo donde haya espacio

                                                para ese corazón.

Edición nº 2354, 11 de mayo de 1968.

Fragmento inicial del poema que Julio Huasi dedicó a la muerte del Che. “Los increíbles” (1965) y “Asesinaciones” (1981) fueron algunos de los libros de este poeta.

Susana Esther Soba

La gran espera

                        He saludado al amor de ayer. 

                        Le he dicho adiós con la mano.

                        He partido.

                        He vuelto a mi casa del bosque.

                        Allí abrí todas las ventanas.

                        La gran puerta de hierro.

                        La pequeñita de madera.

                        Tendí luego el mantel antiguo

                                    de las viejas abuelas tejedoras.

                        Puse sobre él el pan moreno.

                        El cántaro gredoso del agua.

                        El vino denso con el mismo perfume

                        de las viñas maduras.

                        Y en el centro de la mesa, como

                                    un gran corazón frutal,

                        amontoné uvas, manzanas y naranjas,

                                    que se desgranaban

                        entre resplandores rojos dorados.

                        Preparé enseguida el lecho

                                    de los amantes.

                        Sábanas de lino rústico.

                        Tibieza de la lámpara apenas

                                    insinuada.

                        Olor a cedro, a pinos, a nogales,

                                    que subía de los cajones,

                        la ropa, los espejos.

                        Después me vestí con una túnica  negra.

                        Me despojé de sandalias.        

                        Eché al aire los cabellos.

                        Deshojé rosas infinitas.

                        Y me senté a la puerta de la casa

                                    del bosque,

                        la de las ventanas abiertas,

                                    la gran puerta de hierro,

                                    la pequeñita de madera,

                        a esperar que el amor llegara…

                                                                         Saladillo, 1971

Edición nº 2531, 4 de diciembre de 1971.

Poeta muy difundida en las páginas de Alberdi. “Enunciación del júbilo” (1953) y “La voz apasionada” (1961) son algunas de sus obras.

Roberto Santoro

Verbo irregular

                        yo amo

                        tú escribes

                        él sueña

                        nosotros vivimos

                        vosotros cantáis

                        ellos matan

Edición nº 2643, 16 de febrero de 1974.

Cuadro

                        Cada vez que hay un problema

                        el juez levanta el martillo

                        y el país se hunde

                        más adentro.

Edición nº 2650, 20 de abril de 1974.

Roberto Santoro (1939) fue secuestrado el primero de junio de 1977. Aportó a Alberdi, semana a semana,

numerosos de sus inéditos. Dirigió la ediciones de la revista Barrilete.

Mahafud Massis

Sólo lo perdido

                        Perdimos nuestras narices, nos quedaban sólo estos

                                    grandes dientes.

                        Sentados,

                        o temblando,

                        o llorando de noche, Dios mío.

                        De vez en cuando un pasajero

                        trae un becerro azul para el sacrificio. Ciego y azul.

                        Nadie entiende nada, se fuma, se expectora

                                    miserablamente.

                        No hay cánticos ni alarma, sólo la campana tañendo

                                    a muerto.

                        No hay nadie como esa noche, maldición, apenas

                                    un grito.

                        No hay padre ni madre, ni forma alguna de consolación.

                        No hay pared que nos sostenga más allá de lo oscuro.

                        Llegaste entonces, águila después del eclipse.

                        Se había enfriado la tierra, habían muerto los pájaros.

                        Un puñado de huesos quedaba de la ardiente caballería.

                        Una mancha de aceite en el lugar de los caballeros.

                        Cuanto soñamos dormía ahora en el vientre

                                    de una perra del monte.

                        No queda mendicidad ni oficio, ni una alondra en este

                                    desaguadero.

                        No hay ángel que camine sobre estas piedras.

                        ¡Qué frío en el granero! ¡Qué hoyo en el aire!

                        Partieron los peregrinos con sus guirnaldas y su

                                     jengibre seco.

                        Después nos convocamos en la última roca del mar.

                        Pusimos en nuestra lengua un poco de ceniza.

                        Un grano de mostaza en el agua hirviente.      

                        Entonces montamos nuestros asnos, revolvimos

                                    la brea,

                        y buscando el camino de las herraduras retornamos

                                    al Oeste sin fin.

                                                            Capital Federal, mayo de 1974

Edición nº 2654, 18 de mayo de 1974.

Mahfud Massis, poeta chileno de reconocida obra, se encontraba por entonces exiliado en la Argentina. Alberdi recibió y publicó su poema inédito en la edición citada.

Carlos Patiño

Da Nang – Phnom Penh

                        Huyen como fueron;

                        fueron como huyen.

                        En la vida y en la muerte,

                        en la buena y en la mala,

                        en la victoria y en la derrota

                        la basura es siempre

                        basura.

                        Allá y

                        aquí.

Edición nº 2699, 19 de abril de 1975.

Carlos Patiño fue uno de los más cercanos colaboradores de Alberdi. Publicó varios libros de poemas y recibió el premio Casa de las Américas. Reside al sur del Gran Buenos Aires.

Osvaldo Guevara

Rapsodia en blue

                        Un negro sopla una trompeta larga

                        como las tiras de su piel.

                        Sopla y sopla una trompeta roja

                        como el algodón del sur que se tiznó en su sangre

                        y se empapó en su noche para siempre.

                        Un negro sopla una trompeta blanca

                        como el incendio de su risa.

                        Sopla y caen medallas.

                        Sopla y antiguos látigos se pudren.

                        Sopla y una primavera furiosamente dulce

                        reparte flores negras sedientas como bocas

                        entre hombres de color, entre hombres de dolor,

                        entre niños de corazón descalzo,

                        entre oscuras mujeres de vientres luminosos.

                        La música del negro es más clara que el llanto.

                        Tiene fiebre de selva, amanecer de selva,

                        tiene pisadas de ciudad, maullidos de ciudad.

                        Tiene un amor tan húmedo y feroz

                        que la agazapada sonrisa del blanco retorna a su

                                    cubil

                        acosada, acusada por ese son eterno.

                                                                        Río Cuarto, 1975

Edición nº 2702, 10 de mayo de 1975.

Poeta de Córdoba de verso intenso y obra muy comentada en los años ’70. Reside en el interior de su provincia. Alberdi incluyó su poema en la portada.

Washington Delgado

Canción

                        El corazón es fuego

                        Hay un tiempo de amar

                        Un tiempo de morir

                        El corazón es fuego

                        Es toda tiempo

                        Una estrella impalpable

                        Hay que vivir tocando

                        El corazón el fuego

                        Crece la roja flor

                        Nadie ve lo que ha sido

                        Mirad la luz el día

                        El corazón el fuego

                        Hay un tiempo de amar

                        Un tiempo de morir

                        Pero siempre

                        El corazón el fuego

Edición nº 2667, 16 de agosto de 1974.

Washington Delgado (Perú, 1927) se contó entre las destacadas voces de su país que colaboraron en Alberdi. “Para vivir mañana” se editó en Lima en 1959.

Amaro Nay

Testimonio

                        aquí el tiempo

                        en la misteriosa piedra

                        hacedora de la historia de los hombres

                        se hunde

                        también aquí los obreros bendicen

                        los días tristes

                                    en esta casa que ya no es nuestra

                                    cantan los pájaros

                        los niños encienden con sus risas los nidos

                        de árboles

                        a nuestro lado están los hermanos

                        con sus cuerpos mutilados

                        con los cabellos enredados al viento

                        con la fábula del juego

                        enterrados bajo el olor de las lluvias

                        aquí el orden nos prohíbe hablar de antiguos amigos

                        aquí no hay hermanos ni padres futuros

                        aquí el fuego envejece esperando en las cocinas

                        aquí el pan de cada día no llega

                        aquí el amor

                        el sueño

                        los hijos están sin nacimiento

                        aquí los extranjeros somos nosotros con los evangelios

                        puestos en las mesas

                                                con la infancia arrugada en los bolsillos

                        cavando el feriado de los domingos en los aniversarios

                        de cada muerte

                                    cantando aunque nadie nos escuche

Edición nº 2558, 24 de junio de 1972.

Amaro Nay nació en el Perú en 1937; desde muy joven se estableció en Córdoba. “Sortilegios para tango” reúne parte importante de su poesía de esos años.

Rafael Vásquez

A Pablo Neruda

                        Hoy hemos muerto un poco

                        compartiendo el dolor con todo el mundo.

                        Ha muerto el otro Pablo de la vida,

                        compañero poeta, ha muerto en Chile.

                        Chile ha muerto con él

                        y un gran silencio

                        le recorre las vértebras del Ande.

                        No sé si el mismo mar que él tanto amara

                        golpea su Isla Negra en doble duelo.

                        No sé si hasta la angustia de su pueblo           

                        llega el ronco dolor de su agonía.       

                        Murió Neruda.

                        En una sola muerte:

                        Chile y Neruda.

                        Y queda su poesía.

Edición nº 2630, 24 de noviembre de 1973.

Versión corregida por el autor en 1991. En Alberdi apareció originalmente con el título “Por el Poeta que no puede morir”. Rafael Vásquez nació en 1930 y fue cofundador del grupo Barrilete.

Elías Castelnuovo

Del decálogo del escritor

—Si no se tiene nada importante que decir, mejor es no decir nada. Escribir por escribir es dejar la inteligencia en casa y tirar la estupidez por la ventana.

—Las palabras por sí solas carecen de valor. Su valor reside en todo aquello que se les coloca adentro. La trascendencia del verbo no está en el diccionario. Está en la cabeza del que lo maneja.

—Hay que escribir como se habla. Quien habla de una manera y escribe de otra diferente, o miente cuando escribe o miente cuando habla.

—Conviene eludir el floripondio literario y sus ramificaciones: la exuberancia de los adjetivos, las frases de oropel, los parlamentos  interminables y todo cuanto denuncie el artificio de la composición literaria.

—Para ocupar un lugar de vanguardia en el campo de las letras es necesario previamente ocupar un lugar de vanguardia en el campo de las ideas. Los que marchan por detrás de las corrientes del pensamiento popular, no pueden pretender marchar por delante de las corrientes del pensamiento literario.

                                  Buenos Aires, 1974 

Edición nº 2660, Suplemento histórico-literario del 51 aniversario, julio de 1974.

Escritor referencial del grupo de Boedo. Autor de “Malditos”, entre otros libros.

De las palabras de Joaquín Alvarez

Punto final de una magnífica aventura

            Medio siglo de afanes, medio siglo recorriendo no caminos, sí camino. Tal como lo quería el grande de Machado. Uno, único, que nos conduciría a una meta que muchas veces debimos enunciar en voz baja para evitar las sonrisas orquestadas por los que creen que vivir es sólo comer. Para nosotros es eso, pero, también, más, mucho más…

            Nosotros teníamos un compromiso contraído con nosotros, que es lo mismo que decir con nuestro pueblo y queríamos, necesitábamos cumplirlo. De lo contrario no hubiéramos podido seguir estimándonos, ya que sentimos el periodismo como el artesano ama a su herramienta, porque ella le hace florecer realizaciones. Saltando, vaya a saber por sobre cuántos obstáculos, seguimos andando mientras, ahora en alta voz, entonamos la canción optimista del sembrador seguro, que la semilla que arroja en el surco recién abierto, la tierra se la devolverá convertida en fruto.

            Esta convicción hizo que en el círculo de nuestros íntimos —esos amigos recogidos mediante el común denominador de la identidad de propósitos— resolviéramos lanzar desde este pueblo, sin dimensión de ciudad todavía, que se llama Vedia, una convocatoria de alcances geográficos ilimitados para que poetas del verso y de la prosa, viajaran hasta aquí en sus poemas y en sus narraciones.

            Nunca temimos no ser escuchados. Habíamos dicho tantas cosas en cincuenta años que confiábamos no en nosotros exclusivamente, sino también, en las mujeres y hombres de esta patria que por quererla hemos tenido en ocasiones que llorarla. Hombres y mujeres que sienten y piensan preocupados por el drama que bulle en nuestra superficie, se hicieron presentes.

Fragmento del editorial de la edición Cincuentenario del Periódico Alberdi (noviembre, 1973) dedicado a los poemas y cuentos premiados y a los actos de celebración del nuevo aniversario.

Alberdi y su 52° aniversario

El próximo martes 10 agrega esta hoja un nuevo año a su existencia.El acontecimiento nos sorprende en momentos realmente difíciles para el país y para la tarea periodística. En el marco de aquél, por todo lo que hace a ese contexto que percibe con claridad meridiana el más modesto o menos avisado de sus habitantes. En la función informativa, formativa y de crítica que corresponde a lo que se ha dado en llamar, en los estadios civilizados, “el cuarto poder”, por las crecientes y onerosas dificultades que lesionan y entorpecen su desenvolvimiento. De orden económico, unas; de falta de las necesarias e imprescindibles garantías, otras.

            Las primeras son harto conocidas, porque de una u otra manera son comunes a toda la población y a su múltiple quehacer, con el agravante de que no siendo el periódico un artículo de primerísima necesidad —aunque debiera serlo—, es, por lo general, el que se suprime o relega cuando el cinto va consumiendo agujeros.

            En cuanto a las segundas, el reiterado y drástico acallamiento de toda voz que pretenda manejarse con total independencia señalando a los responsables de este frustrante momento que vive la nacionalidad, acallamiento que va desde la clausura por decreto, el vandálico atropello, la bomba o las balas, nos exime de exacerbar el tema.

            El tercer enemigo está dentro de nosotros mismos, que inconscientemente, ante el invisible influjo de la presión ambiente, nos vamos coartando y limitando hasta caer insensible-mente en una mutilante autocensura, más grave y perniciosa aún que la propia censura.

            Alberdi, nacido hace cincuenta y dos años para “combatir implacablemente todo lo que oponga trabas a la libertad y todo lo que impida el bienestar de la humanidad”, según lo quisiera en 1923 su fundador, Roberto R. Firpo, se hace un deber, en este urticante 1975, reiterar que tan nobles banderas —que bien pueden lucir en el frontispicio de todo órgano de prensa que se precie de tal— no serán arriadas jamás. Y en la medida de nuestras escasas fuerzas, defendidas hasta las últimas consecuencias. Es un mandato que a ningún precio podemos ni debemos soslayar.

            Este es buen momento para recordarlo y recordárnoslo. De otro modo no se justificaría nuestra permanencia, sabiéndonos y sintiéndonos —no siempre con la oportunidad y eficacia necesarias, lo reconocemos—, intérpretes y voceros del pueblo, a cuyo lado marchamos, partícipes inseparables de sus luchas, desencantos y esperanzas.

Editorial de la edición nº 2706, 7 de junio de 1975.

Hacia fines de ese mes, el sábado 28, Rodolfo Joaquín Alvarez, hijo del director de Alberdi, fue baleado de muerte, con numerosos impactos, mientras realizaba un volanteo barrial en la ciudad de La Plata.

Voces de Alberdi

                                                                                    Vamos pronto a descontar

                                                                                    los cuentos que nos contaron.

                                                                        NICOLAS GRANDI, Alberdi, 1975

Néstor Acevedo (Córdoba) –  Sofía Acosta (Paraná) – Leónidas Barletta (Buenos Aires)- Aldo Beccari (Rosario) – Angel Beccassino (Buenos Aires) – Héctor Borda Leaño (Oruro, Bolivia)-Leoncio Bueno (Lima, Perú) – José Luis Caldú (Luján) – Orlando Calgaro (Rosario) – Tirso Canales (El Salvador) – Julio Canteros (Buenos Aires) – Ariel Canzani (Buenos Aires) – Cristina Carranza (Los Toldos) – Elías Castelnuovo (Buenos Aires) – Julio Castellanos (Córdoba) – Cecilia Castorino (Mendoza) – José A. Cedrón (Buenos Aires) – David Ciechanover (Buenos Aires) – Norberto Corti (Buenos Aires) – José A. Cosentino (Buenos Aires) – Eduardo Dalter (Buenos Aires) – Eduardo D’Anna (Rosario) – Luis de Laudo (Chacabuco) – Washington Delgado (Lima, Perú) – Luis de Marchi (Buenos Aires) – Rubén Derlis (Buenos Aires)- Elena Díaz (Mendoza) – Hugo Diz (Rosario) – Dardo Dorronzoro (Luján) – Osvaldo Elliff (La Plata) – Carlos Ezquerro (Río Cuarto) – Jorge A. Felippa (Córdoba) – Clara Franco (Cruz del Eje) – Fátima Gatti (Tucumán) – Livio Gómez (Tacna, Perú) – Raúl González Tuñón (Bs. As.)-Nicolás Grandi (Paso del Rey) – Osvaldo Guevara (Río Cuarto) – Julio Huasi (Buenos Aires) – Jorge Isaías (Rosario) – Simón Kargieman (Buenos Aires) – Víctor Lellín (Córdoba)

Rubén Liggera (Junín) – Mahfud Massis (Santiago, Chile) – Luis Molina Santaolalla (Madrid)-Pedro Montáñez (Panamá) – Amaro Nay (Córdoba) – Juan Carlos Nigro (Buenos Aires)-Manuel Pacheco (Badajoz) – Carlos Patiño (Buenos Aires) – Mercedes Paz Cáceres (Córdoba) -Carlos Penelas (Buenos Aires) – Bertalicia Peralta (Panamá) – Héctor A. Pico (Huinca Renancó)-José María Plaza (Rufino) – Rubén Plaza (Rosario) – Alberto Luis Ponzo (Buenos Aires)-Enrique Puccia (Buenos Aires) – Rogelio Ramos Signes (Tucumán) – Jorge Reboredo (Buenos Aires) – Rolando Revagliatti (Buenos Aires) – Alberto Rojas Paz (Tucumán) – Isaac Rupay (Lima, Perú) – Julio Salinardi (Los Toldos) – Roberto Santoro (Buenos Aires) – Milton Schinca (Montevideo) – Marcos Silber (Buenos Aires) – Susana Esther Soba (Saladillo) – Héctor Solasso (Córdoba) – Antonio Tello (Río Cuarto) – Reynaldo Uribe (Rosario) – Rafael Vásquez (Buenos Aires) – Juan C. Villafañe (Buenos Aires) – Carlos Vitale (Buenos Aires) – María del Carmen Vitullo (Rosario) – Enrique Záttara (Buenos Aires).

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