Cromañón y el crimen del ferrocarril Sarmiento
Gonzalo Sanz Cerbino
El crimen perpetuado en el ferrocarril Sarmiento contra los trabajadores conmovió a todo el país. Lejos de parecer un hecho aislado, enseguida se lo relacionó con otros crímenes sociales. Entre ellos, el de Cromañón. En este artículo, el autor del libro más importante sobre aquel suceso nos explica las profundas similitudes.
Las causas
El primer elemento común entre ambos crímenes es que las muertes son el resultado de la falta de inversiones para a garantizar la seguridad y la vida de quienes utilizaban los servicios. En el caso Cromañón, la presencia de materiales inflamables y tóxicos en paredes y techos, puertas de emergencia clausuradas y una estructura que dificultaba la evacuación. En el Sarmiento, vías en estado desastroso y material rodante obsoleto y casi sin mantenimiento1. En ambos casos se privilegió la rentabilidad del negocio a poner el servicio en condiciones para evitar esos “accidentes” mortales. Es decir, se antepuso la ganancia al riesgo al que se sometió a los usuarios. Tanto Chabán como Cirigliano conocían el peligro al que exponían a sus clientes. Cromañón sufrió varios principios de incendio en los días previos al que tuvo un desenlace fatal. Ni hablar de la cantidad de problemas diarios con las formaciones del ferrocarril Sarmiento. Y ambos siguieron adelante en las mismas condiciones, para no detener el negocio.
La comparación podría ampliarse y nos encontraríamos con cientos de negocios capitalistas que funcionan de la misma manera. Techos que se caen, locales que se incendian, edificios que se derrumban: todos son producto de lo mismo. En la sociedad capitalista, toda actividad comercial es antes que nada un negocio, y ese negocio está regido por la ganancia. Todo capitalista pugna por elevarla y la seguridad de usuarios y trabajadores siempre ocupará, en el mejor de los casos, el segundo lugar. El Estado, que dice que está para intervenir con el objetivo de que eso no suceda, en los hechos deja hacer. En esa acción (o en esa pasividad) muestra su contenido de clase (burgués) que oficia, antes que nada, como guardián de la rentabilidad empresaria. Por eso no estamos ante hechos fortuitos, sino frente al resultado “normal” del funcionamiento de las relaciones capitalistas: crímenes sociales.
Y el después…
La comparación con Cromañón afloró también frente al operativo de rescate. En el caso de Once, en un primer momento los funcionarios porteños se jactaron de su correcto desempeño, y hasta recibieron la felicitación del gobierno nacional. No se denunciaron demoras en la atención ni hospitales abarrotados. A diferencia de lo sucedido siete años antes no faltaron ambulancias y ni hubo civiles arriesgando su vida para rescatar a las víctimas. Sin embargo, eso poco nos dice respecto a una mejora sustancial en la preparación de la Ciudad para hacer frente a la emergencia. La magnitud de lo sucedido en Cromañón fue sustancialmente mayor al choque de Once. Los heridos fueron cerca de 2.000, y la inmensa mayoría se encontraba con un cuadro de intoxicación con monóxido de carbono que demanda el inmediato traslado y la atención con oxígeno. Nada de eso sucedió en el Sarmiento. Las víctimas fatales y la inmensa mayoría de los heridos graves se encontraban en un espacio reducido, entre el primer y el segundo vagón de la formación, con lo que el rescate no demandó la intervención de mucho personal. La menor cantidad de heridos y que la mayoría no necesitara un traslado inmediato permitió una mejor distribución entre los hospitales, y evitó el colapso del sistema. Así y todo, el operativo no fue perfecto: una de las víctimas, tras una búsqueda que tuvo en vilo a sus familiares, terminó apareciendo de 48 horas después, muerto en la formación. Más allá de eso, la pregunta que cabe hacerse es qué hubiera sucedido de repetirse una situación similar a la de Cromañón.
Hoy la historia se repite: el maquinista aparece como el primer culpable. La justicia lo procesa y permanece en el hospital esposado y con custodia policial. Los medios oficialistas discuten si estaba borracho (cuando ese nivel podría haber sido provocado por la ingesta de cualquier otra cosa), si estaba hablando por teléfono o si avisó que no le funcionaban los frenos en lugar de discutir por qué en las formaciones del Sarmiento la mayoría de los compresores -que son los que permiten el correcto funcionamiento de los frenos- no funcionan. Según Schiavi, la responsabilidad es de la gente que viaja más en los días hábiles y que se agolpa en los primeros vagones para no perder el presentismo. Según la ministra Garré, Lucas Menghini tiene la culpa de que no hallaran su cuerpo, por viajar en un lugar prohibido.
Notas