El imperio contraataca. La “nueva” estrategia de seguridad nacional de Barack Obama

en El Aromo nº 55

aromo55_lap_grimaldiNicolás Grimaldi
LAP – CEICS

El análisis de la estrategia política de los EE.UU. para la Argentina y America Latina, teniendo en cuenta que se trata del Estado burgués más poderoso del planeta, es un tema central para la definición de un programa revolucionario. De allí que resulta pertinente atender a la nueva estrategia de seguridad nacional, presentada por Barack Obama, en mayo pasado.(1)

En los últimos tiempos, el primer presidente negro de la historia norteamericana, intentó mostrar que su política representaba una bisagra en las relaciones internacionales de su país. Con el objetivo de despegarse de su desprestigiado antecesor, hasta obtuvo el Premio Nobel de la Paz, por sus esfuerzos por consolidar la “armonía” entre las naciones. Sin embargo, el análisis de su estrategia de seguridad, lejos de corroborar estos supuestos, muestra que las cosas cambiaron menos de lo que parece en el país del norte. Asimismo, el documento parece reconocer lo que, a esta altura, pocos pueden negar: la profunda debilidad del “Imperio” yanqui a nivel mundial.

Breve reseña histórica

La política norteamericana para América Latina tiene sus orígenes en la llamada “Doctrina Monroe”, de 1823, que intentaba resguardar el “patio trasero” para extender allí los intereses estadounidenses.(2) Un siglo después, la estrategia comenzó a ponerse en marcha con la “política del garrote”, que militarizó las relaciones entre los EE.UU. y América Latina. El desprestigio internacional y un cambio en la correlación de fuerzas a nivel mundial determinaron a Roosevelt, en la década de 1930, a iniciar la “política del buen vecino”. Aunque no significó una renuncia intervención directa en Latinoamérica, el objetivo fue desarrollar el “panamericanismo”. Es decir, la defensa de los intereses yanquis a través de organizaciones diplomáticas supranacionales.

Con el fin de la Segunda Guerra Mundial y la instauración del “mundo bipolar”, la hegemonía de los EE.UU. se vio duramente cuestionada. El peligro de la expansión del comunismo dio origen a su Doctrina de Seguridad Nacional. Su objetivo era adoctrinar a las Fuerzas Armadas latinoamericanas para que, junto al ejército norteamericano y la CIA, combatieran al “enemigo interno” rojo. Como no se trataba de un combate abierto entre dos ejércitos, la estrategia hizo hincapié en diferentes niveles de enfrentamiento e incluyó aspectos económicos, políticos, militares y culturales.

La derrota de la oleada revolucionaria de 1970, el Consenso de Washington y la caída del muro de Berlín configuraron ciertas transformaciones en la política exterior de los EE.UU. Así llegamos a los documentos Santa Fe, los cuales han guiado la política estadounidense desde 1980 hasta principios del siglo XXI. El primero fue realizado por civiles y militares de la derecha conservadora norteamericana. Su objetivo era recuperar el terreno perdido desde mediados del siglo XX. Es decir, “recuperar espacios” como el Canal de Panamá, Cuba, El Salvador y Granada. Su continuación, Santa Fe II -la “hoja de ruta” de George H. W. Bush-, sumaba, a los peligros del terrorismo comunista en América, las redes de narcotráfico, estableciendo una afiliación directa entre ambos. El documento fomentaba el ingreso de tropas a los países para “cooperar”, intentando unificar las tradicionales políticas militaristas con la del “buen vecino”.

Poco tiempo después, Santa Fe IV retomó el “espíritu” de la Doctrina Monroe. Aseguraba que “la soberana integridad de un cierto numero de países en el sur se hallan en riesgo, no por otra nación sino por organizaciones criminales internacionales tan poderosas que le están denegando a los pueblos de Sudamérica su herencia de libertad”. A la hora de definir su enemigo latinoamericano, privilegió a la Revolución Cubana y a sus “socios”: las guerrillas de las FARC y el ELN. Asimismo, a EE.UU. comenzó a preocuparle la llegada del gigante chino, señalando que “hicieron una aparición importante en Panamá y han reemplazado a los soviéticos en el Caribe”.

Es así como la política norteamericana no sólo enfrentó a las organizaciones que disputaban la hegemonía burguesa sino, también, atendió al desembarco de burguesías competitivas intentando cuidar “el mercado potencial de la frontera sur”. Luego de los ataques a las Torres Gemelas y al Pentágono, del 11 de septiembre de 2001, los enfrentamientos económicos intraburgueses dieron un salto cualitativo, llevando al mundo a la guerra, de la mano de la cruzada de George W. Bush contra el “terrorismo islámico”.

Del comunismo ateo a los “actores no estatales”: los enemigos de Obama

El gobierno norteamericano tiene, por orden del Congreso desde 1986, la misión de identificar “una variedad de amenazas reales o potenciales a la seguridad” y de implementar una estrategia general que proteja los intereses de la Nación y sus ciudadanos.(3)

Este año, el gobierno de Obama caracterizó que uno de los peligros principales que debe contrarrestar es el “extremismo violento y la insurgencia”. Es así como la burguesía norteamericana no parece estar tan preocupada por una guerra tradicional, entre dos (o más) ejércitos nacionales, sino por las “amenazas asimétricas”. El concepto, aparecido en 1995 en la Joint Warfare of the Armed Forces, implica un “enfrentamiento entre fuerzas dispares, regulares contra irregulares que aplican tácticas no convencionales sin tratar de alcanzar una situación de equilibrio”.(4)

Una vez caracterizadas las principales amenazas, la clase dominante yanqui debe convencer, primero, a los propios norteamericanos de la necesidad de utilizar ingentes recursos para eliminarlas. Es así como realiza un trabajo cultural que tiene por objetivo la construcción de un “enemigo” común del “modo de vida americano”. Así como alguna vez lo fue el comunismo y, mas acá en el tiempo, el terrorismo, Obama llama a combatir a los “nuevos” malvados: los “narco-terroristas”.

La estrategia norteamericana intenta enfrentar las modalidades que sus enemigos han implementado en estos últimos años. Es así como, a diferencia de la era Bush, no concentra su atención en la neutralización de países enemigos (como Afganistán o Irak), sino en organizaciones internacionales, que suelen llamarse “redes terroristas”. Sin embargo, esto no elimina el enfrentamiento con ciertos Estados o, fundamentalmente, con las fuerzas sociales que se desarrollan en su interior. Por lo que el gobierno yanqui señala la necesidad de enfrentar a los “Estados fallidos” o “desviados”, asegurando que “aquellas naciones que se nieguen a cumplir con sus responsabilidades abandonarán las oportunidades que vienen con la cooperación internacional”. Es así como, a través de mecanismos diplomáticos, económicos y militares, EE.UU. busca derrotar a sus enemigos. A pesar del repudio internacional que la situación cubana le significó, insiste en amenazar a las naciones que “desafían o socavan el orden internacional” con el aislamiento.

Como vemos, lejos de la prédica pacifista de su campaña, Barack Obama parece decidido a continuar la batalla de George W. Bush. “Dado que enfrentamos amenazas múltiples, de países, de actores no estatales y de estados fallidos, mantendremos la superioridad militar que ha dado seguridad a nuestro país, y sostenido la seguridad mundial durante décadas”, dijo al presentar su propuesta, en la academia militar de West Point.(5)

La “nueva” estrategia norteamericana

Las derrotas militares en Medio Oriente obligaron a Obama a trocar el “unilateralismo” de Bush por un “multilateralismo”(6) que, más que una decisión por fomentar la “cooperación” como lo quiere hacer pasar la administración yanqui, parece el reconocimiento de una profunda debilidad. La nueva estrategia norteamericana, a pesar de sostener que “la seguridad mundial depende de un liderazgo estadounidense fuerte y responsable”, reconoce la necesidad de reestablecer y potenciar una serie de alianzas a nivel internacional. De allí que el documento destaque el lugar de la diplomacia para la resolución de conflictos (reconsiderando la función de organismos ninguneados por Bush, como la ONU o la OTAN), caracterizándola como “la primera línea de combate”. Ella posibilitaría captar los aliados necesarios (mandatarios, sectores privados, agencias no gubernamentales o civiles) para implementar la estrategia norteamericana a nivel mundial.

Por otro lado, el discurso diplomático parece una buena excusa para ganar el tiempo necesario que le permita a la burguesía norteamericana recomponer su poderío militar dañado y retomar la iniciativa. De allí que la estrategia reconoce que el Estado seguirá fortaleciendo a sus fuerzas armadas con el objetivo de “disuadir” las amenazas “contra EE.UU. y sus aliados”. Asimismo, asegura que ellas son “la base de nuestro liderazgo mundial y seguridad nacional”, por lo que el Presidente señala que “le daremos a nuestros miembros del servicio los recursos que necesitan para tener éxito”.

Sin embargo, la burguesía norteamericana es conciente de los estragos que la crisis económica causó entre los trabajadores de su país. Por lo que el documento privilegia el análisis de la situación interna, afirmando que “lo que se lleva a cabo dentro de nuestras fronteras determinará nuestra fuerza e influencia”. Asimismo, se destaca que los objetivos político militares no podrán ser llevados adelante sin una base material sobre la cual sustentarse, por lo que el objetivo principal es la recuperación económica de la sociedad estadounidense. De allí que la política económica se vincule orgánicamente con la estrategia militar a nivel mundial. Y no parecen esperarles buenos tiempos a los obreros del norte, dado que su Presidente “progre” ya señala que la recuperación llegará por una “senda fiscal sostenible” que permita la “racionalización” de la economía y los gastos.

Sin embargo, llevar adelante esta tarea no les será sencillo. El hincapié de Obama en hacer bien los deberes “en casa”, y su llamado a cuidar la “democracia”, los “derechos humanos” y el “estado de derecho” reflejan la crisis del sistema político norteamericano, que aún no se recupera de los fraudes de Bush ni de las torturas de la cárcel de Guantánamo. Asimismo, la necesidad de una recomposición hegemónica entre las masas estadounidenses puede entreverse cuando el documento señala que “la seguridad nacional se basa en la fuerza y la resistencia de nuestros ciudadanos, las comunidades y la economía”. A ellos los llama a hacer “hincapié en la preparación individual y comunitaria”, para que “todos los estadounidenses puedan […] protegerse a sí mismos, sus familias y sus vecinos”. Y se preocupa por saludar la creatividad, valor y capacidad de recuperación de sus ciudadanos y sus asociaciones civiles, es decir, intenta recomponer moralmente a los sectores más castigados por la crisis económica y el tendal de muertes que dejan las guerras.

Dos pasos atrás…

América Latina no tiene, en la estrategia de seguridad norteamericana de este año, una mención específica. Sin embargo, sus principales postulados dan cuenta de la preocupación del gobierno frente al proceso político que vive la región y a los aspectos políticos, sociales y económicos que pudieran radicalizarlo.

En primer lugar, la referencia de Obama al peligro que representan los “Estados fallidos” (o fracasados, según la traducción) no es casual. Su utilización, como señala Noam Chomsky, comenzó a principios del siglo XXI:
“A través de los años se han desarrollado una serie de conceptos para justificar el uso de la fuerza […] en asuntos internacionales. Fue posible justificarlo bajo el pretexto, poco respaldado, de que los EE.UU. se estaban defendiendo a sí mismos de la amenaza comunista. Durante los ochenta […] La administración Reagan cocinó una nueva categoría: ‘Estados terroristas’. […] Unos años después […] Clinton concibió el concepto de Estados Villanos […] Posteriormente les sucedieron los Estados Fracasados, los cuales bien podían representar una amenaza para nuestra seguridad, como Irak, o necesitar nuestra intervención para salvarlos, como Haití; siendo frecuentemente devastados en el proceso”.(7)
El concepto “fallido” o “fracasado” refiere, fundamentalmente, a la incapacidad de ciertos Estados débiles en controlar la totalidad de su territorio y poseer el monopolio absoluto de la violencia. Es decir, donde diferentes tipos de organizaciones pueden disputarle al gobierno central su hegemonía. De hecho, los intelectuales orgánicos del régimen norteamericano, mediante un índice que mide diferentes variables, eligen anualmente qué países se encuentran en esta categoría y cuáles están en camino de serlo. Este año, se destacan como Estados fallidos, por ejemplo, Iraq y Haití. Aunque también es notable que, de Sudamérica, sólo la Argentina, Chile y Uruguay cumplan con los requisitos para ser categorizados como naciones estables; Brasil, Perú, Venezuela y Cuba son caracterizados como “al límite” (borderline); y Bolivia y Colombia se encuentran “en peligro” de convertirse en Estados fracasados.(8)

Decíamos que la burguesía norteamericana también está preocupada por los “actores no estatales”. Se entiende por este concepto a “cualquier actor armado que opere fuera del control del estado, que usa la fuerza para alcanzar objetivos políticos o cuasi-políticos. Incluyen grupos armados, grupos rebeldes, movimientos de liberación y gobiernos de facto”.(9) Es decir, una definición lo suficientemente amplia como para englobar a diferentes tipos de organizaciones políticas (nacionalistas, reformistas o revolucionarias) que puedan enfrentar la política de los EE.UU. De este modo define el gobierno norteamericano desde las FARC y el ELN hasta Al Qaeda, a los Talibanes, Hezbollah y Hamas.(10) De allí que uno de los principales objetivos militares norteamericanos sea potenciar el entrenamiento de sus fuerzas para actividades de contrainsurgencia y contraterrorismo.

En síntesis, la politización de las masas a nivel mundial, acicateada por la crisis y su debilidad militar, obliga a los EE.UU. a organizar un frente burgués para reprimir todo tipo de cuestionamientos al sistema en general, y a sus intereses en particular. Para ello saben que deben regimentar a su propia población, golpeada por las derrotas militares y el ahogamiento económico. La estrategia de seguridad norteamericana es, a todas luces, el reconocimiento de la derrota militar de la última década y un intento por recuperar fuerzas y retomar la iniciativa.

 NOTAS:

(1) Presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica: “Estrategia de Seguridad Nacional”, mayo de 2010.
(2) Acápite realizado con los datos de Winer, Sonia; Carrolli, Mariana; López, Lucía y Martínez, Florencia: Estrategia militar de los Estados Unidos en America Latina, Ediciones del CCC, Bs. As., 2006.
(3) “U.S. National Security Strategy 2010”, en The National Strategy Forum Review, Volume 19, Issue 1, Winter 2009.
(4) Toranzo, Federico: “Interacción de las amenazas asimétricas y su relación con las armas ilegales en América del sur”, en Security and Defense Studies Review, Vol. 5, N° 2, Fall 2005.
(5) Ver http://montevideo.usembassy.gov/usaweb/2010/10-132ES.shtml.
(6) Morse, Eric S.: “Analysis of the Obama Administration’s ‘National Security Strategy 2010’”, en The National Strategy Forum Review, 3/6/2010.
(7) Entrevista a Noam Chomsky, en www.rebelion.org/noticia.php?id=29354. Para profundizar sobre las diferentes acepciones del concepto “Estado fallido” puede consultarse Chomsky, Noam: Estados fallidos. El Abuso de Poder y el ataque a la Democracia, Ediciones B, 2007.
(8) Según los datos de 2010 brindados por Foreign Policy, en www.foreignpolicy.com.
(9) Según la organización Llamamiento de Ginebra (Geneva Call), en www.genevacall.org/.
(10) Fraga, Rosendo: “El riesgo de los actores no estatales”, en www.nuevamayoria.com.

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