Por Eduardo Sartelli
A esta altura del partido, que el presidente no parece estar ubicado en tiempo (político) y espacio (político), no es una sorpresa para nadie. Fue Duhalde el primero que percibió esa situación, cuando dijo haber visto al presidente en estado de “shock”, “groggy” o algo así. En su momento, se acusó de golpista al ex presidente, que rápidamente trató de enmendar su ¿desafortunada? intervención. La derrota en las PASO, que probablemente se confirme en noviembre, es un detalle. No porque no haya causado un verdadero terremoto político, sino porque desnudó que la coalición que ganó las elecciones no puede gobernar. Es decir, no es más que un conjunto de inútiles. No necesariamente porque cada uno de ellos, individualmente, no pueda orientar un gobierno.
Massa ya hubiera arreglado con el FMI y hubiera tomado una serie de decisiones que hubieran caldeado la calle, pero tranquilizado los medios y al establishment. Mal que mal, a una cierta porción de la población, en la medida en que esa coherencia ordenaría de algún modo la economía y le daría previsibilidad, las “massanomics” le caerían simpáticas. Sería un gobierno con resistencia social, pero con un mínimo de funcionamiento y, por lo tanto, de apoyo. Probablemente, Cristina podría sostener una vía venezolana “soft”. Sería muy cuestionada, pero, inteligente, como es, podría dosificar ese caraquismo innecesario, con dosis de “racionalidad”. Dudosamente sacaría el país adelante, pero, como Massa, tendría una porción de apoyo nada despreciable, incluso dentro del sector empresario. El peronismo territorial, es decir, los Manzur-Insaurralde, podría avanzar en algún punto intermedio, con resultados similares. Hasta La Cámpora, por sí sola, podría avanzar en algún sentido, más o menos disparatado, con la misma suerte.
Ninguno de ellos sacaría al país de la situación en que está (la oposición, tampoco). Pero al menos constituirían opciones del “aguante”: un cuadro más o menos ordenado con el cual esperar al 2023. El problema es que ninguno de las tres o cuatro partes en las que se fragmenta el oficialismo, puede organizar un gobierno. Se neutralizan entre sí, se obstaculizan entre sí, se perjudican entre sí, constituyen un galimatías político. Conclusión: es un gobierno condenado al fracaso. No porque gane o pierda elecciones. Eso les pasa a todos los gobiernos y continúan gobernando. Es un gobierno condenado al fracaso porque constituye un combo inútil y autodestructivo. A eso se debe el conjunto de errores no forzados que explican que la oposición no haya ganado las PASO, sino que las haya perdido el oficialismo. El gobierno se desplomó. Y no hay nada de ese desplome que pueda achacarse a la acción de la oposición. El gobierno manejó la cuarentena como quiso, la vacunación, como quiso, la relación con el FMI y la deuda, como quiso, la economía, como quiso, la construcción de su propia imagen, como quiso. Es un gobierno que solo podría haber funcionado en un país sin problemas.
La pregunta es: ¿por qué hay que soportar este desastre? Porque, con el gobierno, a los tachos también se va el país. Si la situación es mala hoy, ¿cómo será en dos años? Todo el mundo es consciente de esto, por eso nadie se tomó en serio a Tolosa Paz y su “denuncia” de golpe. Nadie quiere que el presidente se vaya. Están esperando que la realidad haga lo que nadie quiere hacer porque es impopular: ajuste bestial, híper y mega devaluación. Toda la discusión es quién ocupará el papel de otario que cargará con lo que es una tara y una responsabilidad de toda la clase política y empresaria argentina: vivimos en un país quebrado desde hace décadas y quienes nos gobiernan (políticos y empresarios) no tienen solución alguna más que el ajuste sobre el ajuste. Esta clase empresaria y esta clase política son los responsables de esta debacle histórica. En lugar de dar un paso al costado, persiste en el error, porque el error son ellos mismos. Que la gente comenzó a darse cuenta, lo prueba el clima de “que se vayan todos” y el ausentismo masivo en las PASO. La simple propuesta de esperar al 2023 no puede sino agregar calor a la caldera. Sería mejor ir pensando en devolverle a la población el derecho a discutir la política de un modo más complejo e intenso que firmar un cheque en blanco cada cuatro años y, a lo sumo, protestar en el medio. Sobre otras bases sociales, la Argentina tiene futuro, uno que no implique sangre, sudor y lágrimas para nada.
Publicado en Semanario de Junín.