La crisis de las empresas centenarias evidencia la crisis de acumulación de los últimos 25 años, y la pérdida de competitividad frente a la competencia de otros países de la región. Deflación, trampa de liquidez, estancamiento y envejecimiento poblacional se convirtieron en una constante de la economía japonesa.
Pablo Pereira
Colaborador
El mundo de los muertos muertos
Resulta paradigmático lo que sucede con ciertas empresas “estrellas” del Japón, que lograron estándares de competitividad en sectores intensivos en tecnología y que hoy atraviesan graves problemas con ejercicios en rojo. Dado su tamaño y las particularidades de sus estructuras corporativas, resulta improbable tanto su reconversión como su cierre, al punto de convertirse en “empresas zombis” que subsisten gracias al financiamiento de sus acreedores privados o del propio estado nipón. Uno de los casos de mayor repercusión, no el único, es el de Toshiba. Aunque la prensa lo presente como algo excepcional, responde a la crisis en que se encuentra sumergido el Japón hace al menos veinte años.
Nubes sobre el sol
El caso japonés es llamativo. Luego del boom de los ’80 donde parecía que se constituiría como la nueva potencia económica, entró en un estancamiento secular a comienzos de los ’90. Lejos quedó el crecimiento entre la inmediata posguerra y los ’80, cuando los economistas se asombraban del denominado “milagro japones”, basado en la realidad de salarios bajísimos y nuevos métodos de producción que permitieron alcanzar estándares de calidad mundiales, primero en textiles y luego en producciones más complejas, como siderurgia, electrónica o automotriz. Japón aprovechó desde los ‘70 la revolución tecnológica (automatización, informática, robotización). A pesar de este desarrollo tecnológico, y de la asimilación de Japón con el mundo de avanzada, su economía se sumió en un estancamiento crónico a comienzos de los ’90, del que no logra salir y que se refleja en varias de sus empresas insignia.
Toshiba es el caso principal, pionera en noteboks, televisores y otros productos electrónicos. Desde el año 2014, la empresa presenta balances negativos. Según su Reporte Anual, la pérdida neta alcanzó los 460 mil millones de yenes (USD 4.108 millones) en 2016.[1] Los malos resultados se reflejaron en los balances recién en 2014. Sin embargo, esta situación de deterioro se arrastraba desde mucho antes, ya que ese año salió a la luz que la empresa había estado haciendo “contabilidad creativa” para acomodar el cierre de sus resultados: al menos desde 2008, las cuentas eran manipuladas según los expertos designados por el Gobierno para investigar el caso.
Se aducen muchos elementos para explicar esta situación. Uno son las inversiones en energía nuclear. En 2006, compró Westinghouse para dedicarse a la construcción de plantas nucleares en EE.UU. Poco después, se dispararon los costos de la subsidiaria norteamericana, luego del endurecimiento de la normativa tras los desastres de Fukushima. Ya este año Toshiba declaró a Westinghouse en quiebra, y buscará desprenderse de todas sus actividades atómicas en el extranjero. Sin embargo, su declive no se explica sólo por malas inversiones. Toshiba ya venía perdiendo participación a manos de sus competidoras coreanas en electrónica, como Samsung. Para hacer frente a las pérdidas, está negociando la venta de su división de microchips que supone el 20% de su facturación. Se suma la liquidación de una planta de producción de televisores en Indonesia, la venta de su participación en la firma de electrodomésticos Midea y miles de despidos. A su vez, el Gobierno japonés estudia cómo intervenir para evitar que el negocio de los chips quede en manos de la competencia china, taiwanesa o coreana, por lo que planea asistir a la compañía con ayudas a través del Banco de Desarrollo y de inversores público-privados japoneses, como el fondo de inversión Network Corporation of Japan. El interés del Gobierno para brindar salvataje al gigante tecnológico va desde no permitir el traspaso de tecnología a manos extranjeras, hasta presentarlo como el “rescate del orgullo nacional” que implica una empresa centenaria.
Pero Toshiba no es la única en problemas. Otra fue su competidora Sharp, que en 2016 tuvo un rojo de casi 2.300 millones de dólares, resultado que arrastraba desde la crisis de 2008. En el negocio de televisores, quedó rezagada frente a sus competidoras coreanas (Samsung y LG) y japonesas (Sony y Panasonic). Su línea de pantallas para smarthphones está en serios inconvenientes. Recibió dos rescates bancarios en 2012 y 2015 de 2.700 y 1.900 millones de dólares respectivamente antes de ser comprada por Foxconn (mayor fabricante de componentes electrónicos en el mundo), en 2016, por 6.200 millones de dólares (66% del paquete), en lo que fue la primera compra en la historia de una firma japonesa por una china. Para continuar con sus operaciones, deberá encarar una reestructuración, lo cual acarreará miles de despidos.
Otra de capa caída es Nintendo. La venta de consolas de hogar y de mano de Super Mario mermó de 55 millones de unidades, en 2009, a 17 millones en 2016. Si bien no está en rojo, los ingresos netos cayeron en una magnitud similar en el mismo período (de 18.000 millones de dólares a 4.400 millones).
Distinto fue el caso de Sony, que presentaba sistemáticamente balances negativos, principalmente a causa de su división de móviles (Xperia), perdiendo 4.100 millones de dólares en 2012. Sin embargo, logró revertir temporalmente ese resultado gracias al negocio de los videojuegos (PlayStation 4), alcanzando en el periodo fiscal que finalizó el 31 de marzo del 2017, modestos 658 millones de ganancia. Panasonic es otra de las de tecnología que sufrió cimbronazos con la crisis y el ascenso de la competencia coreana, perdiendo más de 6.000 millones entre 2012 y 2013. Aunque entre 2014-16 recuperó rentabilidad por el negocio de electrodomésticos, iluminación y accesorios para vehículos.
Es decir, las principales afectadas fueron las de electrónica y tecnología. La crisis de estas empresas centenarias evidencia la crisis de acumulación de los últimos 25 años, y la pérdida de competitividad frente a la competencia de otros países de la región. Pero, más aun, tras la crisis internacional del 2008, los problemas de crecimiento se han vuelto acuciantes para algunas de ellas y parecen no tener una salida rentable. La consecuencia en varias es que, al no mejorar su performance, deben subsistir gracias al financiamiento de sus acreedores, debido a lo cual se les dio el nombre de “empresas zombies”.
El sol poniente
¿Cómo se llegó de la promesa de nueva potencia al estancamiento permanente del otrora gigante asiático? El proceso se inició en la posguerra: el crecimiento acelerado de las exportaciones japonesas en la etapa 1950-80 tendió a apreciar el yen frente al dólar, situación reforzada tras los Acuerdos Plaza (1985) en donde EEUU buscó reducir el déficit con Japón. Asimismo, a medida que se expandía la producción y se consolidaba el mercado laboral, los costos aumentaron. Tanto el alza de los salarios como la tendencia a la apreciación fueron erosionando la competitividad y con ello la rentabilidad de las empresas japonesas, en gran medida volcadas a la exportación. Muchas fueron trasladando algunos de sus procesos productivos al sudeste asiático en la búsqueda de mano de obra barata. A su vez, el abultado superávit comercial de los ‘80 le otorgó a los bancos japoneses un excedente de liquidez que fue volcado en tierras y acciones. Esto alimentó una fenomenal burbuja financiera que estalló a principios de lo ‘90 tras el alza de los tipos de interés del Banco del Japón (Boj) ante el temor de una escalada inflacionaria (algo parecido a lo que ocurrió con la crisis de las subprime en 2008 en EEUU). El estallido de la burbuja dejó un tendal de deudores incobrables y a las entidades financieras en serios problemas, lo que provocó que en 1997 los grandes bancos entraran en severos inconvenientes, debiendo ser rescatados por el Estado, que así incrementó su deuda pública en un mecanismo que sigue en expansión hasta hoy.
Esta etapa recesiva presentará particularidades que hacen del Japón un caso verdaderamente paradigmático.[2] La primera tiene que ver con el proceso deflacionario. El BoJ planchó las tasas de interés hasta alcanzar 0% a mediados de la década. Pero no logró redirigir el crédito hacia el consumo y la inversión. Japón entró en lo que los economistas llaman una “trampa de liquidez”: el dinero se ofrece barato pero no se vuelca hacia la economía real sino que es atesorado o utilizado para especulación. En este escenario, la política monetaria es impotente ante el estancamiento. La contrapartida es el impresionante nivel de la deuda soberana que supera el 230% de su PBI, ocupando el primer lugar entre otras economías hiper-endeudadas como las de la periferia europea (Grecia llega al 180%) y una deuda externa de 3.240 billones de dólares.[3] El envejecimiento poblacional y la caída de la población en términos absolutos es otro elemento que ralentizó la economía. Estos factores presionan sobre el sistema jubilatorio y sobre el gasto social ya que la población beneficiaria crece en relación a los contribuyentes del sistema (la población trabajadora activa). El gasto público social fue del 23% del PBI en 2013 (el rubro más alto, mayor que los servicios de deuda), cuando el promedio de los países de OECD fue del 21%. Solo en pensiones fue del 10% del PBI frente a un 8% de promedio de los países de OECD. El abenomics, paquete de medidas del gobierno de Shinzo Abe, fue más de lo mismo: acelerar la emisión y otorgar facilidades impositivas, sin resultados tangibles. Deflación, trampa de liquidez, estancamiento y envejecimiento poblacional se convirtieron en una constante de la economía japonesa.
Ni en Japón
La economía del Japón tiene una estrecha relación con la norteamericana, al estilo chino. Para EE.UU., es el cuarto proveedor mundial de mercancías. Para Japón, EE.UU. es el principal mercado exportador (19% del valor de exportaciones), donde envía vehículos y autopartes, aeronaves y repuestos, maquinaria para la industria y para la construcción, instrumental médico y óptico entre los principales productos. Es el segundo país con mayor inversión directa en los EE.UU., con 411 mil millones de dólares en 2015.
A su vez, desde finales de 2016, recuperaron el lugar que habían perdido en 2010 de manos de China: el de mayor tenedor extranjero de bonos del Tesoro yanqui. Mientras que los chinos estuvieron vendiendo bonos para apuntalar el yuan, Japón absorbe deuda, atractiva para fondos de pensión y otros inversores que los prefieren antes que bonos japoneses casi al 0%. Para abril de 2017, el BoJ contaba con 1,107 billones de deuda del Tesoro (China 1,092 billones). Con eso, como los chinos, subsidia las compras que le hacen los norteamericanos. Pero, así y todo, no logra esquivar la recesión de casi tres décadas, lo que resulta en la multiplicación de empresas quebradas que viven de la emisión del Estado. En otras palabras, es el límite del “milagro” tras la aparición de competidores más dinámicos, posibilidad abierta en gran medida con los salarios de miseria de los países del sudeste asiático, amplificado por la particularidad de las ramas de producción de tecnología, con necesidad de grandes inversiones y alto riesgo. Una muestra de la profundidad de la crisis mundial y lo drámático que puede llegar a ser una salida burguesa a la misma.
[1]https://goo.gl/e6n9Df.
[2]Ver Magro, Bruno: “Adios Godzilla”, El Aromo, n° 53, 2010; y Statistical Handbook of Japan, Statistic Bureau, 2016.
[3]The World Factbook, CIA; https://goo.gl/PGJziJ.