Desde diciembre del 2001, la dominación burguesa no es ni plena ni efectiva. Los capitalistas no pueden reprimir sin recibir cuestionamientos, y no puede ajustar sin hacerlo más o menos gradualmente o en cuotas. El Argentinazo dejó huellas.
Las raíces de todo son estructurales: un capitalismo chico y poco competitivo tiene crisis cuyas salidas suponen ataques sobre las condiciones de vida de los trabajadores. Pero además, el 2001 fue consecuencia de la crisis del reformismo. ¿Qué significa eso? Que la clase obrera y la pequeña burguesía (eso que equivocadamente se llama “clase media”, lo vamos explicar en otro número) no encontraban respuesta para garantizar su vida dentro de los marcos del sistema. El campo estaba abierto para una intervención independiente enmarcada en las puebladas de Santiago del Estero, Cutral Có, Tartagal o Corrientes.
Los piquetes y los cortes de ruta expresaban la rebelión de la población que los capitalistas declaran como “sobrantes”. Las luchas obreras llevaban a confluir a desocupados con ocupados, sobre todo, docentes, estatales y en menor medida ocupados del sector privado. La pequeña burguesía, por su parte, se encontraba en un proceso de empobrecimiento acelerado y retroceso de sus condiciones de salud, educación, etc. Esas tendencias confluyeron en el 2001. Se fue gestando una alianza (“piquete y cacerola, la lucha es una sola”), formas de organización (las asambleas populares) y una consigna clara: “que se vayan todos”.
¿Cómo fueron los hechos? Antes del 19 y 20 de diciembre, De La Rúa y la primera oposición sufrieron una paliza electoral, tomando forma una alta abstención, el voto en blanco y el crecimiento electoral de la izquierda. Asimismo, acontecieron varias huelgas importantes. El asunto se complicaba por los desplantes del FMI ante un gobierno que quería poner en caja la situación económica. La Alianza comenzaba a quedarse sin apoyo social, incluso dentro de la burguesía. Así, mientras burgueses devaluacionistas (en alianza con Moyano) presionaban para cambiar el rumbo económico, la pequeña burguesía tomaba medidas de lucha y los desocupados protagonizaban un piquetazo nacional. El 13 de diciembre, la CGT y CTA convocaban a una huelga general. El gobierno, mientras tanto, intentaba contener la economía dentro del marco de la Convertibilidad, reduciendo salarios del sector estatal y congelando los depósitos bancarios (Corralito). Estos elementos junto con los saqueos del sector desorganizado de los desocupados motivaron finalmente el estallido.
La primera respuesta del gobierno fue el estado de sitio. Luego del cacerolazo del 19, Cavallo renunció. El 20, Madres de Plaza de Mayo (antes de ser cooptados por los K) convocaba a una ronda para repudiar el estado de sitio. Por unas doce horas, se produjo una verdadera batalla campal. Los partidos de izquierda, por su parte, marcharon desde Congreso y fueron reprimidos en 9 de Julio. La insurrección de la tarde del jueves 20 terminó finalmente con la renuncia de De La Rúa, dejando un saldo de cuarenta muertos y decenas de heridos y detenidos.
Como se ve, hubo una fuerte crisis en el poder que habilitó la entrada de la clase obrera. El movimiento piquetero marcó el camino a seguir con la acción independiente. Para eso, el impulso que le dio la izquierda fue necesario. Sin embargo, la falta de un partido que ordenara el proceso fue un límite que permitió a la burguesía recomponer el Estado con los Kirchner.
Hoy que la crisis agolpa y varios esperan automáticamente un 2001, recordar los hechos nos sirve para tomar nota: el Argentinazo se produjo por la intervención independiente que preparó un camino, no fue una respuesta automática. Fue una larga lucha que comenzó a mediados de los ’90, no vino un helicóptero de la nada. Por eso, no podemos seguir esperando, tenemos que tomar cartas en el asunto y recuperar el mejor legado del Argentinazo: la Asamblea Nacional de Trabajadores Ocupados y Desocupados. Nada va a caer del cielo.