Editorial: vuelta de página

en El Aromo nº 71

cocodrilo

Vuelta de página
 
Fabián Harari 
 
 
 
Las disputas en torno a la herencia de Chávez y el acuerdo que firmaron Argentina e Irán no son fenómenos aislados, sino dos expresiones de cierto cambio en el escenario mundial. No porque sean fenómenos determinantes, sino porque emergen como síntomas de un reordenamiento de fuerzas. 
¿Cuál es la importancia de un acuerdo sobre la causa AMIA? En términos estrictos, el caso no le importa a ninguno de los países involucrados. Más aún, los principales interesados en que nunca se sepa qué pasó son especialmente EE.UU. e Israel. En la trama del atentado, se oculta la participación de Siria y la triangulación de armas con destino a Croacia (por lo que recientemente fue condenado Carlos Menem), con participación norteamericana, argentina e iraní. Pero, por ahora, nada puede probarse fehacientemente, hasta que no se abran los archivos de los servicios secretos. En ese sentido, el Mossad, la AMIA y la DAIA, junto con el Estado argentino, fueron los principales encubridores. Lo que interesaba era seguir la estrategia yanqui. Para eso, armaron una acusación que utilizaron como un argumento para condenar a Irán, someter a sus funcionarios a pedidos de captura internacional y, lo más importante, dictar sanciones económicas.
Irán contiene la segunda reserva mundial de petróleo y una de las reservas más importantes de gas natural, junto con Rusia (provee el 90% del gas que utilizan Turquía y Grecia). Además, es uno de los pasos obligados para cualquier gasoducto u oleoducto que conecte el mediterráneo con el oriente asiático e India. Su influencia se hace sentir en las organizaciones chiítas del Líbano e Irak. No es una potencia mundial, pero sí un punto de apoyo estratégico para el eje Rusia-China, que se enfrenta políticamente a EE.UU. Brasil también participó activamente de este tándem, cuando sus intereses así lo dictaron. En ese sentido, la asociación venezolana con el país persa no constituye ninguna estrategia antiimperialista, sino simplemente un alineamiento político con un imperialismo rival.
El caso es que la Argentina, leal a la estrategia yanqui, se ocupó de fustigar una y otra vez a las autoridades iraníes. Acto seguido, las comisiones de la ONU determinaban las sanciones que los representantes norteamericanos disponían, no sin las protestas de Rusia que, consecuentemente, eludía los bloqueos comerciales. De pronto, la Argentina firma un acuerdo de ocho puntos con Irán, creando una “Comisión de la Verdad” conjunta, destinada a evaluar la evidencia contra los acusados iraníes y, de ser necesario, interrogarlos. Nada se dice sobre cómo va a funcionar, cómo va a tomar sus decisiones ni quién va a controlarla. Su dictamen no será vinculante. Incluso, como ya anticipó Cristina, los acusados pueden negarse a declarar. Resultado: estaríamos, en palabras de la presidenta, “como al principio”. ¿Cuál es el objetivo de todo esto, entonces? Liberar a cinco de los ocho acusados de las alertas rojas de Interpol. No se trata de una elucubración escabrosa: de los ocho imputados, sólo serán interrogados esos cinco. De ellos, dos son candidatos a suceder a Ahmadinejad (Mohsen Rezai y Alí Akbar Velayati).   
Lo curioso del asunto no es que la Argentina haya decidido dar un giro en su estrategia, sino que los EE.UU. no hayan dicho nada. Bueno, el sionismo puso el grito en el cielo, y de allí la virulencia de Macri y la UCR, aunque no habría que olvidar que la AMIA y la DAIA fluctuaron en su posición: primero apoyaron y luego, progresivamente, fueron ubicándose en la oposición. Lo importante, sin embargo, es el silencio de la Casa Blanca, que se debe a una crisis de su estrategia en Medio Oriente. El nuevo secretario de Defensa, Chuck Hagel, es un republicano “renegado” que criticó la política exterior norteamericana de los últimos diez años y pidió un entendimiento con Irán. Hace unos días, la NBC y el Wall Street Journal difundieron una encuesta en la que solo el 18% de los miembros del partido demócrata afirmaba que había que dar un trato preferencial a Israel. Estas posiciones son concordantes con las recomendaciones que en el 2006 elaboró la Comisión Bicameral, formada por demócratas y republicanos, en su famoso Informe Baker III-Hamilton. Allí se señalaba que había que asumir el fracaso en Irak y comenzar a negociar con Irán si se quería restablecer la hegemonía norteamericana en la región. Mientras el parlamento argentino votaba, el grupo P5+1 (EE.UU., Francia, Gran Bretaña, China, Rusia + Alemania) acordaba reducir las sanciones a Irán y abandonar el pedido de cierre de su planta nuclear de Fordow. Si esta estrategia prospera, Irán será escenario de la disputa chino-yanqui. No obstante, hay una fuerte oposición a este giro dentro de EE.UU., que puede verse en los enfrentamientos en torno al nombramiento de Hagel y el poco consenso que éste tiene.
Algo similar está sucediendo en Venezuela. El imperialismo yanqui ya comenzó su intervención. Maduro debió echar a dos agregados de la embajada norteamericana. Desde el New York Times, Lula se diferenció del chavismo y llamó a acordar nuevas bases para la “reconciliación” y la “democracia”. No es extraño que un movimiento que pretenda heredar a Chávez por derecha encuentre el beneplácito de los EE.UU. En definitiva, lo que se observa es que, detrás de una política más moderada (la cooptación), EE.UU. ahora intenta golpear en el corazón de las alianzas internacionales de China y Rusia. No obstante, la vía diplomática tiene un límite. Incluso su propio éxito despertaría el belicismo de sus adversarios.
 
¿Contraataque?
 
El memorándum, por tanto, es parte del intento del kirchnerismo de ponerse a tono con lo que parece ser la nueva estrategia de la Casa Blanca. De la misma manera que, luego de haber proclamado que no se les iba a pagar a los “buitres”, se terminó acordando un desembolso. El gobierno necesita volver a los mercados mundiales para endeudarse, si quiere sostener su gasto. La renta agraria, como se ve, no le alcanza. 
Durante el 2012, el gobierno sufrió varias derrotas. La clase obrera ocupada, la pequeña burguesía e incluso una fracción de la sobrepoblación relativa se le enfrentaron directamente. Este año, si quiere mantenerse con vida (es decir, ganar las elecciones), debe recuperar la iniciativa. Si no tiene plata, todo va a ser muy difícil. Ese es el objetivo de volver a endeudarse, como en los ’90. 
Con dinero, claro, no basta. Por eso, el gobierno comenzó una serie de intervenciones políticas concretas. En primer lugar, ahogar presupuestariamente a las provincias opositoras. Con eso, soluciona dos problemas a la vez: ajusta el presupuesto nacional y descarga los resultados en otros dirigentes. En segundo, acuerda envío de fondos directamente a los intendentes (véase LAP), de modo de no perder el control territorial de los planes sociales y obras públicas. En tercer lugar, la reforma judicial, para controlar la justicia. En cuarto, una reforma sindical que permitiría licuar el poder de la burocracia sindical ante el ajuste y el éxodo de los dirigentes hacia la oposición. Todo esto no es gratuito. De prosperar, estas iniciativas provocarán fuertes reacciones. Su ahogo presupuestario, por ejemplo, dio lugar a una alianza entre las provincias más ricas (Santa Fe, Buenos Aires y Córdoba). Esta “liga de gobernadores” puede amenazar la estabilidad presidencial en el mediano plazo. 
 
Salvemos al FIT
 
Ante este escenario, la izquierda no parece preparada para intervenir eficazmente. En lugar  de construir un polo político, está realizando cálculos electorales. Izquierda Socialista, entre el espacio FAP/Pino/¿Lilita? El PTS, buscando sumar elementos críticos del kirchnerismo que se debaten en torno a la figura del impresentable Luis Zamora, impulsor del peor cáncer que ha aquejado a la lucha en los últimos doce años: el autonomismo. El PTS parece más interesado en presentar a sus “precandidatos”, sin acuerdo con ninguna fuerza, antes que en las discusiones programáticas. Con excusas burdas, estos dos partidos han rehusado a sumarse a la marcha contra el memorándum. El PO, por su parte, se ha negado en estos años a dar una discusión política seria, con miras a una unificación de las fuerzas. Lo único que ha mostrado es su insaciable vocación electoral. Amagó con el partido único solo para no enfrentar el rechazo que hubiera generado su negativa a una demanda genuina. 
Todos ellos están destruyendo el frente. El discurso de la “acción conjunta” se revela poco creíble a poco de cerciorar los datos más elementales: faltan pocos días para la marcha del 14 de la CTA-CGT y el FIT, como frente, todavía no dio a conocer su posición. Si esta vocación sectaria y electoralista no se revierte, la izquierda intervendrá en la crisis dividida y sin rumbo. Es necesario, en forma urgente, un congreso de la izquierda para delinear una estrategia única y una dirección que la garantice.

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