Hace 2 años, en El Aromo nº 39, publicamos una tapa que generó una vasta polémica, incluso entre compañeros de izquierda. Esa portada, titulada “Resultados y perspectivas”, mostraba a una flamante Cristina observando al ex presidente Carlos Menem. La idea que pretendía trasmitir era poner en evidencia las tareas políticas que se le imponían a los Kirchner, en el segundo mandato, de cara a la evolución de la crisis económica que se avecinaba. En síntesis, ese proceso que nombramos como bonapartismo tenía los días contados y sonaba en el horizonte la hora de la clase obrera y de la izquierda. De un modo todavía muy incipiente, pero firme, ese proceso comenzó a desenvolverse ante nuestros ojos. La huelga de Kraft resultó ser, a ese respecto, una verdadera bisagra.
Un nuevo ciclo en la lucha de clases
En los últimos meses parecía que el lugar de la política había quedado establecido en el congreso. Todo parecía dirimirse entre bancas de diputados y senadores. En ese escenario la preponderancia era el conflicto entre el gobierno y la oposición. Sin embargo, el 25 de septiembre tuvo otro escenario. Ése en donde las palabras dejan lugar a la fuerza. El Gobierno “nacional y popular” dejó en claro con los trabajadores de Kraft, para quienes dudaban, qué intereses defiende. La magnitud del hecho golpeó las puertas de la embajada norteamericana, que exigió respuesta del Gobierno. El Gobierno respondió y reprimió, pero no ganó.
La lucha de clases entre fuerzas sociales no se desarrolla linealmente. Como todo proceso, tiene picos altos y bajos, flujos y reflujos. El conflicto de Kraft marcó un punto de inflexión en el proceso. La represión a los obreros de Kraft mostró que del otro lado no se encontraban sólo un grupo de trabajadores despedidos, sino una alianza entre obreros y partidos revolucionarios. A su vez, el conflicto de Kraft no sólo impuso que el Gobierno saliera a reprimir mostrando su verdadera cara, sino algo más relevante: la función política de los sindicatos patronales (como el de Daer) y de las centrales obreras (CGT y la CTA “progre” que no tomó ninguna medida) en el movimiento obrero. Es decir, como brazo de la burguesía, la llamada burocracia sindical tuvo y tiene como objetivo defender los intereses de la burguesía en la clase obrera. Es decir, frenar la movilización de los obreros.
Para los trabajadores de la ex-Terrabusi, ése es el mayor logro, que impone un aprendizaje para el conjunto de los trabajadores. El mérito de oponer la lucha contra los embates de Daer, Moyano y compañía. Mérito que comparte con los partidos de izquierda que lograron incidir en dicha disputa. El conflicto que llevaron adelante los trabajadores y partidos de izquierda significa un salto cualitativo. Dicho salto inicia una nueva etapa en la lucha de clases en argentina. Como analizamos en el suplemento Laboratorio de Análisis Político éste no es un fenómeno aislado. El acampe piquetero llevó más de 30 horas en la avenida 9 de julio. Estos hechos nos hacen recordar aquel no tan lejano 2001 de cortes, piquetes y asambleas. En nuestro país empieza a florecer una fuerza social con un programa alternativo de clase para dar respuesta a un futuro que promete ajustes, despidos y represión. En ese camino oscuro y con lluvia, lleno de barro y espinas, se puede distinguir, allá en el horizonte, un nuevo amanecer.