La piedra por la que mana el agua
Fabián Harari
Al cierre de esta edición, el país asiste a las vísperas del segundo cacerolazo nacional convocado por el arco opositor. Seguramente, será una movilización masiva que empiece a anticipar un clima de final de régimen. Pocas dudas quedan sobre la dirección del movimiento. Basta ver a Macri y a De la Sota. El viernes 9, los periódicos opositores dirán que se ha formado una fuerza “republicana” con miras al 2015, mientras que los kirchneristas llamarán a combatir al menemismo redivivo. Ese será, indefectiblemente, el argumento del oficialismo: es la derecha que no quiere perder sus privilegios. Ya se lo gastó anticipadamente Aníbal Fernández. Que el gobierno intente correr de esa manera a los manifestantes es atendible. En cambio, que la izquierda se deje amedrentar por ese tipo de chicanas, en vez de intentar comprender el fenómeno, es peligroso.
Los unos, los mismos y los otros
Para analizar el problema, hay que empezar por la pregunta más sencilla: ¿Por qué el obrero que fue a las tres convocatorias de Moyano, que fue al paro contra el gobierno, no va a sacar sus cacerolas?
No solo los burgueses protestan, sino aquellos a los cuales el impuesto a las ganancias les reduce el salario, los que ven limitadas las asignaciones familiares, los que ven peligrar su salud con la nueva ley de riesgos de trabajo y a los cuales la presidenta no se cansa de acusar de “privilegiados”: los obreros en blanco y relativamente bien pagos, la base de Moyano, Barrionuevo y compañía. Pero, también, los obreros del Estado, representados por la CTA (hoy día, la única que queda). La rebelión de gendarmes y prefectos es un síntoma del malestar de este último sector. Se trata de aquellos que tienen la ambición del ahorro y la inflación se los impide. Son los verdaderos perjudicados por el cepo al dólar. El gobierno ha decidido descargar el ajuste en este sector. Tal vez, porque lo juzga el menos explosivo. Por eso, entre las consignas, hay que prestar atención a las que se manifiestan contra la inflación y contra el cepo al dólar. A toda esa masa de gente, el cacerolazo le permite pasar de los reclamos sindicales al campo de la política. Si la izquierda no lo hace (ya vimos la campaña electoral del FIT, concentrada en las reformas económicas), la derecha sí.
Entonces, en torno a las huelgas de Moyano-De Micheli y a los cacerolazos se está gestando una fuerza social: la que reúne al bombo y a la cacerola. Esa alianza, agrupa a las capas más altas de la clase obrera con la pequeño burguesía empobrecida. Hoy, la dirección de ese movimiento ha sido tomada por sectores más proclives al ajuste. ¿Qué los unifica? La promesa de que, si hay que cortar, se hará sobre otros obreros, sobre aquellos que se vieron parcialmente beneficiados por el kirchnerismo: la sobrepoblación relativa. Sería, en caso de concretarse, la reedición de la alianza de los ’90, y recordemos que Moyano la apoyó hasta que entró en crisis (fue diputado provincial hasta el ’91 y recomendó y sostuvo al ministro de Trabajo, Enrique Rodríguez). Es una alianza diferente de la del conflicto agrario. Aquella era, por contenido y por exigencias, netamente burguesa. Aquí hay una presencia y un descontento obrero que los revolucionarios deberíamos atender y, por lo tanto, intervenir.
Enfrente, está el kirchnerismo. Por el momento, su mejor soporte son las pequeñas y medianas empresas y todo ese espectro de sobrepoblación relativa que aún le responde. En definitiva, burgueses y obreros que viven del Estado. Para unos, las trabas a la importación no es un problema. Para otros, tampoco lo son el grueso de las medidas de ajuste tomadas hasta el momento. No les afecta la ley de ARTs (porque no tienen seguro), el impuesto a las ganancias (porque cobran poco o viven de planes), el tope a las asignaciones (porque no las cobran), ni el cepo al dólar (porque no pueden ahorrar). Es cierto, pierden con la inflación y con la disminución de la asistencia. Sobre este conflicto, que sale a la luz bajo la forma de la protesta por los Planes Argentina Trabaja, hay que recuperar la iniciativa del movimiento piquetero.
Piquete, bombo y cacerola
Moyano dice que sus obreros no tienen por qué mantener a los desocupados. Y no le falta razón. Por su parte, el gobierno le retruca que los que más ganan deberían solidarizarse con los que nada tienen. Lo que, puesto así en abstracto, parece razonable. El problema es la solución que ambos proponen: avanzar sobre otros trabajadores.
Estamos entonces ante el enfrentamiento entre dos fracciones de la clase obrera. Como los reclamos se mantienen dentro del plano corporativo (defensa del sector), cada fracción obrera acusa a la otra. Como nadie apunta hacia arriba, no parece difícil para el personal político burgués ponerse al frente de cada alianza.
La única forma de discutir ambas conducciones y romper esas alianzas es liderar la unidad de la clase obrera y enfrentarla con un enemigo que adquiere diferente ropaje. Para hacerlo, hay que lograr que se comprenda que quien debe sangrar no es el obrero, cualquiera sea su condición, sino la burguesía. La recomposición salarial no debe salir del plan social, sino del patrón. El plan, a su vez, no debe financiarse con una quita del salario, sino con impuestos a los empresarios. La clase obrera, en su conjunto, debería discutir de dónde salen los recursos, en un congreso que convoque a las organizaciones sindicales y a las que nuclean a los desocupados. Los obreros en negro y tercerizados también deben poder organizarse para tal fin y llevar allí sus reivindicaciones. Hay que dar con el verdadero dique por donde fluye el agua de las riquezas del país, para que se la apropien sus verdaderos creadores.
Una izquierda voyeur
En esta crisis, los partidos que componen la izquierda han demostrado su escasa ambición y vocación de poder. El FIT no ha sido más que un frente electoral, que no pudo confluir en una organización común ni fue capaz de editar un órgano representativo. El PTS ha decidido declararse prescindente, como en el 2001. No interviene en la fracción desocupada, y los deja a merced del kirchnerismo, porque “no son obreros”. Los “verdaderos obreros”, se nos dice, son los “batallones industriales”. Pero cuando esos “batallones” van a la huelga y se movilizan, los compañeros tampoco asisten, porque los dirige Moyano. ¿Y quién esperan que los dirija? ¿El espíritu de Trotsky? Normalmente, los obreros aceptan una dirección burguesa. Es la tarea del partido: darles otra dirección. El PTS, en cambio, exige, antes de acercarse a un solo obrero, que abjuren de cualquier forma de ideología burguesa, enarbolen la bandera roja y canten la internacional. Entonces sí, el Chipi bajará de las alturas, bendecirá a todos y les dirá qué hacer (o no, porque ya lo hicieron todo sin él). En realidad, el PTS está esperando que la realidad por sí misma (la naturaleza, el Capital, el espíritu de Trotsky) les resuelva el problema. Mientras eso no pase, los compañeros se van a quedar esperando al Mesías. Pero incluso, cuando venga, se van a encargar de desacreditarlo (no sea que haya que abandonar la comodidad de la secta).
Izquierda Socialista devuelve la misma imagen que el PTS, pero invertida. No espera un Mesías que nunca va llegar, sino que santifica al primero que amague con juntar gente. En este caso, Moyano (o Binner), pero antes fue Ubaldini o De Gennaro. Apoyan las movilizaciones y el cacerolazo, sin cuestionar ni disputar la dirección. Al igual que el PTS, esperan que la realidad por sí misma (la naturaleza, el Capital…) realice los cambios que ellos no están dispuestos a provocar. Cuando eso ocurra, ellos estarán ahí cerca (¿cerca de qué?). Mientras tanto, van saltando de charlatán en charlatán que lógicamente termina llevándose todo lo que construyen.
El PO actualmente se encuentra paralizado y sumergido en una dinámica puramente electoral. Va a las movilizaciones de Moyano, pero sin una perspectiva superadora. No supo delinear una intervención concreta en el caso de la huelga de las fuerzas de seguridad y tampoco ha logrado hacerlo frente al cacerolazo. En este último caso, se deja correr por Aníbal Fernández que advierte sobre las señoras de Barrio Norte. Al PO, la lucha de clases lo sobrepasa y lo deja congelado, recitando frases con poco sentido práctico.
En el balance del fracaso del FIT, reconoce que el frente no logra intervenir y que va a la zaga de los acontecimientos. Como solución, Altamira propone reconstruirlo negociando candidaturas para el 2013. El problema del FIT es más grave aún de lo que plantea el PO. Cada partido ha intervenido en forma diferente en los grandes acontecimientos. Es decir, el FIT no existe no porque los tres dirigentes no se reúnen, sino porque siempre fue un frente electoral. Una farsa que, pasadas las elecciones, se desarma. La solución del PO, frente a esta crisis, es reeditar el sainete. Y, como no sabe cómo proceder ante los acontecimientos presentes, arroja el problema hacia adelante.
La izquierda debe intervenir decididamente en ambas alianzas, con el fin de romperlas. De un lado, apoyando la acción de los obreros ocupados. Del otro, las organizaciones que supieron levantar el movimiento piquetero tienen que retomar la iniciativa en ese campo y pelearle esas masas al kirchnerismo. La mejor forma de hacerlo es actuar como partido unificado. Llamamos a la izquierda a que abandonen las sectas puramente electorales y se planten en calle como una organización de masas. Un Partido Revolucionario hoy tendría la fuerza y la autoridad para marcar un rumbo. Ocasiones como estas permiten demostrar la diferencia entre los pesos muertos, lo vacilantes y los que no le tienen miedo a golpear la piedra con la mano para quedarse con todo.