La teoría del imperialismo puede resultar una buena excusa para justificar la ignorancia. A falta de un conocimiento sobre la historia del capitalismo en países de desarrollo tardío, se ha intentado explicar sus problemas económicos mediante la opresión imperialista. Así, las empresas extranjeras son agentes de esta opresión y su accionar explicaría todas las deficiencias locales.
El problema de estas concepciones es que las empresas extranjeras no siempre actúan de la misma forma en todos los países, con lo cual no siempre el resultado es el mismo. Un ejemplo es la industria automotriz en Argentina y Brasil. En ambos países esta rama se desarrolló merced a la instalación de capitales extranjeros. Pero mientras en el primer caso quedó ceñida al mercado interno, en el segundo las exportaciones se dispararon. Veamos cómo, con explicaciones exactamente opuestas, los intelectuales pseudo-marxistas defienden la idea de que el imperialismo impide el desarrollo nacional.
El nacionalismo argentino
La industria automotriz argentina existe a causa de la instalación de terminales extranjeras en la década del ’60. Una interpretación muy difundida acerca de este fenómeno es que el comportamiento cuasi especulativo de estas empresas ocasionó el escaso desarrollo de la rama. El autor que sintetizó esta posición fue Jorge Schvarzer.1 Según él, las trasnacionales traían al país el mínimo de capital posible y no adaptaban la maquinaria a la menor escala local. Schvarzer no mantiene este línea de interpretación coherentemente: en una página, de esta forma se generaron industrias ineficientes con una alta capacidad ociosa. Pero, contradictoriamente, en la página siguiente, plantea que se invertía un gran esfuerzo en la adaptación de las plantas al mercado interno. A su vez, señala que el tamaño de las plantas locales era menor que el de sus casas matrices y que los planes de producción eran reducidos. A su juicio, esto último demostraría que tenían mentalidad cortoplacista y una falta de actitud fabril. Entonces, ¿en qué quedamos?
Para Schvarzer, el problema del reducido tamaño de las plantas derivaba de la negativa de las empresas extranjeras a una apuesta exportadora, a pesar de las políticas estatales, a las que las terminales se oponían porque los contratos con las matrices le impedían vender en mercados externos. Por suerte, nos ahorró el trabajo de refutar este argumento, porque él mismo lo hace: en la época camporista se realizaron exportaciones a Cuba, incluso por parte de terminales como Ford, que supuestamente lo tenían prohibido por el bloqueo impuesto a la isla desde EE.UU. Efectivamente, esta posibilidad fue impulsada tanto por las terminales como por las autopartistas. La idea de que filiales se oponían a la exportación es falsa, ya que empresas trasnacionales como Ford habían tenido, a comienzos de los ‘70, la política de incentivar las exportaciones de sus filiales.2 Schvarzer lee el proceso desde su resultado ulterior y asume, aún contra cierta información que él mismo presenta, que si no se exportó desde la Argentina fue porque no se quiso. En su sueño nacional-desarrollista, la posibilidad de que la Argentina no fuera apta como plataforma para una industria automotriz exportadora no tiene lugar. Como resultado, sólo puede concebir el vuelco mercado internista de las filiales como producto de las especulaciones y de la política de empresas imperialistas, cuya voluntad es mantener sometidos a los países subdesarrollados.
El pseudo-marxismo brasilero
El desarrollo del país vecino ha sido analizado por un dependentista famoso, Ruy Mauro Marini,3 quien plantea que, debido al aumento de la productividad que se genera con la instalación de las empresas extranjeras, se produce un desempleo que impide la creación de un mercado acorde al desarrollo industrial. Evidencia de ello serían los altos niveles de capacidad ociosa. Asimismo, en Brasil la industrialización se habría centrado en bienes suntuarios, fuera del alcance del consumo popular. Por esta razón, estos bienes no integrarían el valor de una fuerza de trabajo súper-explotada, debido a que los trabajadores no son parte del mercado que los capitalistas intentan ganar.
El autor señala que, en los países centrales, la tendencia al achicamiento del mercado por la vía de reducir el consumo obrero es contrarrestada mediante la adaptación de la tecnología al mercado interno, algo que no demuestra, y por la expansión hacia mercados externos.4 Marini sobreestima la capacidad de adaptación tecnológica de los países centrales sin presentar ninguna evidencia. Por otra parte, no piensa el problema en términos históricos. Aunque hasta cierto grado esta adaptación a escalas menores fuese posible durante un cierto período, esta situación no podría mantenerse indefinidamente en el tiempo. Porque, aun sin capacidad ociosa, la tecnología adaptada a menor escala implica, en términos económicos, mayores costos productivos totales. Por lo tanto, aquellos capitales que estuvieran en esa situación serían los que, llegado el momento de crisis, perecerían frente a los de mayor escala. Por añadidura, sus hipótesis no se corresponden con lo que efectivamente sucedió en los países latinoamericanos, al menos en lo que respecta a la industria automotriz, una de las principales receptoras de inversiones directas de capital extranjero. No es cierto que la tecnología utilizada en países periféricos no estuviera, en cierta medida, adaptada a la escala de los mercados internos.
Marini considera que Brasil no puede evitar el impacto del aumento de la productividad sobre el mercado interno porque la tecnología no estaría controlada por la burguesía local y porque los mercados externos se encontrarían dominados por los países imperialistas. Así, la burguesía brasilera se vio obligada a asociarse al capital imperialista ofreciéndole la posibilidad de una ganancia extraordinaria, merced a la baratura de la fuerza de trabajo. En base a ella, la industria se orientaría a los mercados externos. Opción que, a la inversa de los nacionalistas argentinos, considera el origen de los males brasileños.
La del vecino siempre parece mejor
Tanto en la Argentina como en Brasil, el capital no logró generar una industria a la altura de la norteamericana. Pero mientras los nacionalistas argentinos se quejan de que no fuimos Brasil, parece que en Brasil hubieran preferido ser Argentina y acotarse al mercado interno. En ambas visiones el capital imperialista parece guiarse con la premisa de mantener el atraso, expresado en plantas de menor tamaño y productividad, aunque no se entiende porqué elige distintas vías en cada caso.
Sin embargo, la explicación es más sencilla si se entiende la lógica del capital. Las fábricas que se crearon, en ambos casos, eran más pequeñas y con maquinaria más atrasada que en sus países de origen debido al tamaño del mercado en el cual operaban. Incluso si se hubiese concentrado la producción en manos de un solo capital, es decir, un monopolio, no se podría haber logrado la productividad media a escala mundial. Por otro lado, el hecho de que las empresas contaran con capacidad ociosa muestra que traer equipos con mayor capacidad productiva hubiera sido antieconómico. Además, el hecho de que las empresas trasnacionales instalaran plantas con distinta capacidad en los diversos países, demuestra que existió una adaptación a los mercados locales.
La búsqueda de ganar mercados externos fue una política explícita de las terminales extranjeras, tanto en Brasil como en la Argentina.5 Los países donde esta posibilidad no prosperó fueron aquellos cuyos mercados internos eran pequeños, como el argentino, y no contaban con una productividad a la altura de la competencia en al menos el mercado latinoamericano. Brasil, el mayor competidor de la Argentina de entonces, contaba con una mayor productividad dada la escala de sus fábricas, que operaban en un mercado interno mayor y, por lo tanto, tenían menores costos.
El vacio que deja la falta de análisis de datos concretos es suplida con una invocación místico-religiosa al imperialismo. En estas perspectivas nacionalistas de la economía, los capitales extranjeros son “malos” y, por oposición, los nacionales, “buenos”. Como cualquiera con dos dedos de frente sabe, entre los capitalistas no hay buenos y malos, sino simplemente empresarios que buscan maximizar su ganancia a costa del trabajo ajeno. Sean nacionales o extranjeros, en la Argentina, Brasil o EE.UU., el problema no se soluciona sacando del medio a la burguesía extranjera, sino a toda la burguesía. En este punto, se diferencian los ilusos nacionalistas de los revolucionarios socialistas.
NOTAS
1 Schvarzer, Jorge: La industria que supimos conseguir, Ediciones Cooperativas, Bs. As., 2000. Schvarzer, también conocido como Victor Testa, fue discípulo de Milcíades Peña. Las posiciones de Peña pueden encontrarse en Industrialización y clases sociales en la Argentina, Hyspamerica, Bs.As., 1986.
2 Jenkins, Rhys: “Internationalization of Capital and the Semi-Idustrialized Countries: The Case of the Motor Industry”, en Review of Radical Political Economics, Vol. 17, nº 1-2, 1985.
3 Marini, Ruy Mauro: La dialéctica del desarrollo capitalista en Brasil. Subdesarrollo y revolución, Siglo XXI, 1985 y Dialéctica de la dependencia, Ediciones Era, México, 1973.
4 En sentido estricto, este argumento es erróneo: el aumento de productividad no necesariamente desplaza trabajadores, mientras la producción total pueda aumentar más rápido, como consecuencia, tanto de la expansión hacia mercados externos como por la propia expansión del mercado interno. En efecto: el mercado interno, en un contexto de incremento de la inversión total, se expandirá, generando más demanda del bien en cuestión, por un lado; por el otro, el abaratamiento del bien producido en mejores condiciones técnicas lo hará asequible a nuevas franjas de compradores.
5 Esto puede verse el informe de la Asociación de Fábricas de Automotores: Los factores que distorsionan la formación de los costos en la industria automotriz, 1969.