Y ya no seré más que fuego
cuando el viento regrese.
Carlos Battilana
Por Eduardo Sartelli
Todo proceso revolucionario se caracteriza por momentos de avance y retroceso. Un proceso revolucionario es, primero que nada, eso, un proceso. Algo que se desarrolla en el tiempo. Pleno de avatares y circunstancias no predecibles. Además, todo proceso, parcialmente, se construye a sí mismo porque cada movimiento de la realidad condiciona al siguiente. Por eso, nada debiera asustar menos a los revolucionarios que el reconocer que en el proceso se haya producido un retroceso relativo y temporario. Lo que tenemos que explicar es, entonces, la causa de la existencia de dicho retroceso, su carácter relativo y temporario.
En el ojo de la tormenta
¿Por qué decimos que hay en marcha un proceso revolucionario? Porque en el contexto de una crisis económica de alcance internacional, es decir, frente al choque de las fuerzas productivas con las relaciones de producción, se produce una fractura de la dominación burguesa que permite la aparición, en primer plano, de destacamentos importantes de las clases subalternas, actuando en forma independiente de la burguesía y coaligadas entre sí, con un programa cuyas potencialidades los arrastran a convertirse en conducción de los oprimidos y explotados. Un proceso revolucionario, si verdaderamente lo es, pone en el centro de la escena el problema del poder. Todo esto es cierto. Tanto como que su evolución depende de una importante cantidad de factores que hay que sopesar adecuadamente. El primer punto a examinar, es el internacional.
¿Cuál es la situación internacional hoy? En el plano económico, las tendencias hacia la recesión no parecen aflojar y todo hace creer que no lo harán durante el año que viene. Tras un breve respiro, (allá por principios de año) en el que los apologistas de la burguesía volvieron a cantar maravillas, ya en agosto se volvía a hablar de la crisis, ahora como una probable W, (obvia alusión a Bush). Para quien observa la economía en el largo plazo, estos breves movimientos no representan nada. Lo importante son los “grandes números”, aquellos que señalan hacia dónde va la economía en el largo plazo. ¿Por qué? Ya lo hemos explicado varias veces,1 pero allí vamos una vez más: cuando la competencia hace aumentar la composición orgánica del capital, la tasa de ganancia cae. Cuando eso sucede a un punto en el que los negocios son imposibles, todo el sistema se cae y sólo una brutal reestructuración puede darle una chance más. Como el capital no invierte, aumenta la desocupación por presión demográfica. Como la ausencia de ganancias reales puede suplirse momentáneamente “adelgazando” las empresas de trabajo improductivo, comienza el desempleo en masa de empleados de cuello blanco, líneas gerenciales, etc.. Como las empresas deben competir por un mercado estancado, lanzan sus mejores innovaciones tecnológicas, aumentando de esa manera la capacidad productiva. Como ésta no puede sostenerse, a las empresas comienza a “sobrarles” capacidad. Una vez que la capacidad instalada total se distancia demasiado de la producción realmente valorizable, comienzan los recortes de líneas productivas completas, de fábricas y compañías enteras. Todo eso no hace más que agravar la situación del mercado: más capacidad productiva produce más desocupación y menor capacidad de consumo. La demanda global se contrae porque hay menos perceptores de ingresos, pero también porque las deudas acumuladas durante los años de bonanza, es decir, consumo adelantado a cuenta de plusvalía futura, obligan a sus inseguros responsables, amenazados de desempleo por la crisis, a recortar gastos. Capacidad excedente más consumo menguante da por resultado deflación. La caída de precios obliga a las empresas a intensificar todas las medidas anticíclicas, lo que no hace más que profundizar la situación. Con la deflación en puerta, las tasas de interés ya cercanas a cero continúan altas, lo que obliga a una nueva ronda de bajas de tasas. El estado puede intentar aumentar el gasto, pero lo hará sobre una economía cada vez más débil, acumulando déficits, aumentando la presión fiscal y secando aún más el mercado.
¿Se pueden observar estas tendencias “teóricas” en la vida real? Veamos. Las empresas americanas (y europeas) se han visto afectadas por una caída abrupta de la rentabilidad. Incluso es probable que las ganancias que construyeron el boom de la bolsa de los años ’90 no sean más que prácticas contables “imaginativas”, como lo prueban desde Enron a Xerox. En el camino, empresas gigantes han sido completamente desmanteladas y destruídas. WorldCom no es un rayo en un cielo sereno, pero sí un buen ejemplo: en su mejor momento, llegó a tener activos superiores a los 100.000 millones de dólares. A julio de 2002, analistas de The Wall Street Journal sugerían que podía valer, en realidad, entre 3.000 y 8.000 millones de dólares. Se podrían dar muchos ejemplos más. Aquejadas de enfermedades graves, las empresas recurren a remedios enérgicos: en los últimos 18 meses se recortaron cerca de 2.200.000 empleos privados, sólo en EEUU. La caída de los salarios, primero bajo la forma de liquidación de los planes de pensión, es una realidad visible a simple vista. Como eso no alcanza, aumenta la capacidad instalada ociosa, que ya ha bajado, en los EEUU, al 75%. Uno de los últimos días nefastos para el Dow Jones vino de la mano de los resultados de este proceso: el índice de desconfianza de los consumidores trepa porque pocos ven en el horizonte signos muy alentadores. Como consecuencia lógica, la economía americana tiende a caer en deflación, hecho agravado por la agresiva política exportadora de productores mundiales de bajo precio, como India y China, a los que se suma Japón, gracias a la contínua devaluación del yen. Como los precios mundiales caen, las economías mundiales se ven obligadas a defenderse devaluando sus monedas, lo que lleva de nuevo a la deflación. Para competir, el dólar debiera devaluarse, pero eso no haría más que agravar las tendencias deflacionarias. Para hacer peores las cosas, las deudas privadas en EEUU, tanto de las empresas como de las familias, están en su máximo nivel histórico desde la Segunda Guerra Mundial.
¿Qué hace el gobierno norteamericano, mientras tanto? La Reserva Federal ya ha bajado la tasa a niveles récord para los últimos 40 años. Está al borde de la “trampa de liquidez” que afecta a la economía japonesa desde hace más de una década. En el año que terminó en setiembre, es decir, el año de las Torres Gemelas, la situación fiscal americana pasó de varios años de superávit a un déficit de 159.000 millones de dólares. De modo que la licuación de los superávits más la creación de un enorme déficit, más la mayor baja continuada de la tasa de interés que se recuerda en años, nada de eso ha logrado recuperar la economía norteamericana. Con ella puede hundirse el conjunto de la economía mundial, aunque todavía los apologistas del capitalismo pretendan pronosticar tasas de crecimiento por arriba de los 3 puntos para el 2003, como el inefable Paul Samuelson acaba de declarar en Clarín.
Esta es la razón por la que el gobierno Bush va a la guerra contra Irak. La agresividad renovada del imperialismo americano, no hace más que expresar la necesidad de la burguesía yanqui de recrear su dominio político mundial como sustento del necesario reordeamiento del orbe capitalista a su favor. En más de un sentido, los últimos años de Clinton y los primeros de Bush se parecen notablemente a los que precedieron a la Revolución Cubana: una era de intervenciones militares relativamente impunes que presagian colapsos futuros. Depende de cuánto evolucione esta situación, el que el proceso revolucionario en la Argentina (que no es más que un botón de muestra de un vasto rosario de situaciones similares) avance con mayor o menor velocidad.
Más allá del cuadro internacional, la situación nacional presenta características contradictorias, aunque todo coincidiría en una relativo control de la situación explosiva de principios de año. Luego de una escalada veloz del dólar, parece haberse estabilizado a un valor de 3,50$, limitando por su lado, la subida de precios. En medio de la depresión, la inflación no alcanzó los ribetes dramáticos de la “híper” alfonsinista. Por otra parte, el gobierno parece, luego de la crisis del puente Pueyrredón, haber estabilizado la situación política e incluso, por estos días, estar a punto de controlar la interna peronista. Así las cosas, lo único que le faltaría al gobierno y a la burguesía, para ordenar una salida tranquila, es un candidato votable por la masa de la población. Pareciera, insisto con este verbo a propósito, que todo está en caja otra vez. Si uno observa a la sociedad, está claro que no han vuelto a vivirse jornadas de dramatismo equivalente al del 19 y 20 de diciembre ni a la tarde en que matan a Kosteki y Santillán. La movilización por el “que se vayan todos” no pudo ser reflotada ni siquiera por los estrechos intereses electoralistas de Zamora y Carrió. El propio Rodríguez Saá, el más audaz de todos los políticos de la burguesía, parece haber frenado su ascenso y hasta Menem estaría bajo control. Sólo falta el candidato, pero ya algunos arriesgan a Chiche Duhalde al menos como vice y hasta al propio Lavagna. El FMI, con una “ayudita” de los “amigos” del imperialismo europeo y del gobierno yanqui, parece dispuesto a un arreglo aunque más no sea provisorio. La idea de extender el mandato hasta diciembre del 2003 todavía no ha hecho carne, pero no parece que resulte indigerible si los indicadores continúan “mejorando”. Estos, los indicadores generales de la economía “parecen”, otra vez, demostrar que la crisis tocó fondo y ya hay quien pronostica el retorno del crecimiento para el 2003.
¿La casa está en orden, entonces? No. Esta calma se parece más bien a los momentos en los que la tormenta se frena para tomar más impulso. Lo que hay que tratar de explicar es cómo se logró esta pausa. La explicación es sencilla siempre que aceptemos que la idea de que no se ha conseguido nada desde el 19/20 para acá es completamente falsa. ¿Qué se consiguió en esas jornadas y en las siguientes? Poner un límite a la explotación y a la expropiación. Es el primer “empate” entre las fuerzas de las clases subalternas y las del gran capital local y el imperialismo. El primero en los últimos veinte años. Y cuando uno viene de derrota en derrota, un empate es el comienzo de la victoria. En efecto: apareciendo entre las fisuras de la lucha interburguesa que debilitó las condiciones de la dominación (entre otras cosas porque creó el cuadro para la irrupción de las masas en forma directa en la vida política nacional) los destacamentos más movilizados de la pequeña burguesía y el proletariado forzaron una situación en la cual estaban en juego la salida de la convertibilidad (es decir, el instrumento clave por el cual se expropiaba a sectores enteros de pequeña, media y gran burguesía local) y la crisis de la desocupación de masas. La caída del gobierno De la Rúa significó la devaluación y el default.
Ambas cosas suponían el fin (temporario) del proceso de expropiación económica por el capital internacional, tanto por la competencia directa como por la deuda. La única forma de evitar ambas medidas era incrementar la expropiación de las capas más débiles de la burguesía y la pequeña burguesía (el corralón primero, el corralito después) y aumentar la explotación de los trabajadores, forzándolos a aceptar las condiciones en las que los ubicaba la desocupación de masas para lo cual De la Rúa se aprestaba a reprimir a piqueteros y saqueadores con el auxilio del estado de sitio. El que la convertibilidad no podia sostenerse ni aún logrando ambos objetivos, fue lo que llevó a sectores muy importantes de la gran burguesía y al propio imperialismo a acelerar su caída, con el auxilio del Justicialismo. El peronismo se transforma, de allí en más, en el único aparato capaz de contener la situación, convirtiéndolo de hecho en el árbitro de la crisis interburguesa. El gobierno Duhalde, entonces, se da la tarea de repartir la carga de la crisis y contener la irrupción de las masas. Para lo cual mantiene el instrumento que hereda del gobierno anterior, el control de los depósitos del sistema financiero, inicia el ataque sobre la Corte Suprema, devalúa, pesifica, efectiviza el default, multiplica varias veces la cantidad de Planes Trabajar y similares, aumenta salarios en el sector privado, libera la emisión de monedas provinciales, congela las tarifas, y controla el mercado de cambios.
Por la primera medida, se perjudica a los ahorristas más débiles, que son los que han quedado entrampados. Es decir, se enajena la voluntad de la pequeña burguesía, pero se atrae la complicidad de los bancos más poderosos, sobre todo los extranjeros, aunque no se priva de dejar caer a los más débiles en beneficio de los fuertes. Por la segunda, da canal a las presiones provenientes de esa misma pequeña burguesía que cree que, por la vía de la renovación de la Corte, vendrá a imponerse la justicia o que, forzados a defenderse, los mismos jueces que sostuvieron el menemismo defenderán los ahorros populares. Con la devaluación recrea condiciones de acumulación para una buena parte de empresas nacionales y extranjeras, pero al costo de presiones inflacionarias y, por lo tanto, de expropiación de los asalariados del valor de su fuerza de trabajo. Con la pesificación salva de la bancarrota a buena parte de la burguesía local endeudada en dólares, aunque a costa de enajenarse la voluntad de los mismos bancos a los que busca proteger con el congelamiento de depósitos. Con el default se gana la oposición (a medias, porque todo el mundo reconoce que la situación es insostenible y la deuda impagable) de la voluntad de la burguesía imperialista, pero se permite sostener un gasto estatal que es la base del sistema político argentino y que garantiza la continuidad de la forma democrática de dominación. Mediante la multiplicación de los planes asistenciales, que alcanzan cifras millonarias, contiene buena parte de la emergencia social más extrema, sobre todo la que se expresa bajo la forma de saqueos y movimiento piquetero, pero también en las propias bases del partido oficial. Con el aumento de salarios (limitado a quienes pueden efectivizarlo) intenta que los beneficiados con la pesificación y la devaluación “repartan” parte de las ganancias para compensar la inflación, mientras mantiene congelados los sueldos estatales a fin de controlar el gasto público, lo que lo lleva a enfrentarse con las administraciones provinciales, necesitadas de fondos. La liberación de las emisiones provinciales bajo la forma encubierta de “pactos” fiscales que intentan ponerle un límite al fenómeno, es la manera de calmar momentáneamente la situación. Como todas las medidas tienden a generar presiones inflacionarias y ello puede arrastrar a las masas a la calle, sobre todo al proletariado ocupado que permanece relativamente quieto, se establece de facto un congelamiento de tarifas, lo que le sustrae la buena voluntad del capital imperialista europeo, pero le permite sostener una tasa de inflación relativamente baja (aunque la libertad de precios en los sectores de bienes de consumo masivo no deja de afectar a los asalariados). El control de cambios tiende a limitar el proceso inflacionario y, junto con otras medidas que obligan a los exportadores a liquidar divisas, construye un techo a las oportunidades especulativas.
El cuadro precedente explica por qué el conjunto de las fuerzas que voltearon a De la Rúa se encuentra más o menos desarticulado: a cada uno se le dio algo. Lo que significa que la crisis capitalista, que implica un violento proceso de expropiación, ha sido congelada en las mismas posiciones precrisis. Como no hay forma de que la situación permanezca de esta manera por mucho tiempo, en un empate que constituye un equilibrio altamente inestable, la resolución no ha hecho más que postergarse. Pero la deuda hay que empezarla a pagar en algún momento. Las tarifas deben aumentar. A los ahorristas tarde o temprano hay que o expropiarlos en forma definitiva o devolverles el dinero. Las presiones inflacionarias más tarde o más temprano desencadenarán la lucha por salarios. El sector bancario será forzosamente reestructurado. El ajuste en el estado llegará indefectiblemente y algo habrá que hacer con las monedas provinciales. Todo lo que ha sido suspendido momentáneamente retornará su marcha en algún momento. Es la conciencia de esta situación, la razón por la cual cada una de las fuerzas se ha llamado a cuarteles y sólo envía algún que otro destacamento de vez en cuando para recordar que sigue alerta. En estas condiciones, todo amenaza con explotar en la cara del próximo presidente (si es que lo hay).
Mirando bajo el hielo: las fuerzas en disputa a un año del Argentinazo
El que la situación parezca congelada en la superficie, no significa que en las profundidades el proceso se haya paralizado. Como en los lagos congelados, debajo del hielo la vida continúa. ¿Qué es lo que ha pasado con las fuerzas intervinientes el 19/20? La burguesía continúa dividida en torno a la salida y esa es la base de la imposibilidad de cerrar la crisis interna del peronismo. La disputa Menem-Duhalde está atravezada por la disputa entre las diferentes fracciones del capital que buscan zanjar la situación unos en contra de otros. Algunas fracciones han recuperado sus condiciones de acumulación, como agro y petróleo, mientras que otras están en liquidación o seriamente afectadas, como automotrices y bancos. Todos los endeudados en dólares en el exterior están a punto de ser expropiados si el estado no se hace cargo de las consecuencias de la devaluación. El imperialismo norteamericano ha logrado debilitar seriamente a sus competidores europeos, pero de hecho la deuda sigue sin pagarse. Esa es la razón por la cual el FMI o el Banco Mundial pueden patear el tablero en cualquier momento y desencadenar la crisis a una escala superior a la del año pasado. De modo que las condiciones de la crisis “en las alturas” se mantienen incluso potenciadas.
A nivel de la pequeña burguesía, las asambleas populares han vivido un proceso contradictorio: muchas han languidecido, otras han desaparecido, es cierto; pero también es cierto que otras se mantienen activas enérgicamente a pesar del reflujo. Y, lo más importante, se ha profundizado el proceso de “proletarización” de las asambleas, es decir, el movimiento por el cual las asambleas comienzan a expresar intereses más puramente obreros, sobre todo a partir de la construcción de comedores, merenderos y, en especial, de comisiones de desocupados. Este movimiento las acerca más al mundo piquetero.
En el seno de la clase obrera, el movimiento de fábricas ocupadas se ha extendido, pero la mayoría de las experiencias sigue en manos de la Iglesia y el peronismo. La clase obrera ocupada ha desarrollado escasa actividad, pero la erosión de su capacidad de compra por la inflación ya ha generado una tendencia lenta a la acción sindical. El que ha vivido un proceso de crecimiento espectacular es el movimiento piquetero y, en su seno, las agrupaciones del Bloque Piquetero Nacional. Dentro de éste, el desarrollo del Polo Obrero parece ir construyendo un núcleo duro poderoso de alcance nacional cuya influencia se extiende mucho más allá del movimiento de desocupados. Aunque es posible que el Bloque termine disgregándose, lo más probable es que se reconstituya bajo otra forma, porque la tendencia es a la confluencia en torno al sector más movilizado del movimiento piquetero. El retorno a la acción de la CTA, la CCC y, muy probablemente si comienza una escalada inflacionaria, de Moyano y del propio Daer, va a significar todo un desafío para las agrupaciones del Bloque, que deberán probar allí su capacidad de dirección del conjunto de los explotados y oprimidos. Las jornadas de Puente Pueyrredón y el Acampe en Plaza de Mayo prueban que tiene pasta. Reafirmamos nuestra caracterización de que en el seno del Bloque Piquetero Nacional y sus aliados está naciendo el partido revolucionario de la clase. Que haya disputas de orden político agudos, que terminen con la salida de agrupaciones o, peor aún, desarmándolo en sus partes constituyentes, no altera la situación porque el proceso de desarrollo del partido requiere de esa disputa. Es a través de esa disputa que se construye el partido. La realidad que han creado no va a desaparecer porque las nomenclaturas se dispersen. Lo más probable que ocurra es que una de ellas (o un conjunto de ellas) asuma la conducción objetiva del conjunto y tienda a hegemonizar al resto. El Polo Obrero se perfila, en este sentido, como gran candidato.
El retorno de los vientos
Hay un reflujo. Porque las acciones no tienen hoy la misma magnitud y calidad que en las jornadas históricas cuyo año evaluamos en este número de RyR. Es relativo. Porque el movimiento ha ganado en consolidación, estructuración, debate teórico y político, extensión y experiencia. Es temporario. Porque el gobierno no ha logrado resolver la situación sino, simplemente, congelarla. Pero como todo en la vida, el capitalismo puede hacer cualquier cosa menos detenerse. De hecho, la jornada del 19 de diciembre que se viene promete ya convertirse en aglutinante de una marea que por estos días parece comenzar a crecer. ¿Estamos a las puertas de un nuevo Argentinazo? ¿De uno que lo supere en calidad? Es probable. Es probable también que el gobierno llegue a las elecciones, si estas finalmente se producen. Lo que está claro es que, llegue o no llegue, con arreglo con el Fondo o sin arreglo, se viene la segunda parte de una tormenta cuyas principales consecuencias no se han visto todavía.
Notas
1 Véase nuestros textos: Le larga marcha de la izquierda argentina” en RyR nº3, “la explosión congelada” en RyR nº5, “Después de la tormenta”, en RyR nº8 y”En la recta fina”, en RyR, nº9.