Divididos y degradados. Cien números analizando la clase obrera

en El Aromo n° 100/Entradas

Ianina Harari

Grupo de Investigación de la Clase Obrera-CEICS

Desde el primer número en las páginas de El Aromo apostamos a la unificación de la clase, lo que se plasmó en el apoyo a la Asamblea Nacional de Trabajadores Ocupados y Desocupados. Hoy, 16 años y 100 números después, seguimos sosteniendo la necesidad de esa herramienta como aglutinante de la vanguardia obrera para erigirse como dirección alternativa de la clase que muestre que existe otro horizonte que el que nos ofrece el capitalismo.

 


A lo largo de los cien números de El Aromo nos hemos dedicado a analizar la clase obrera, batallando contra quienes ven en el reformismo la solución a los problemas que la aquejan. Es así que el principal combate lo dimos contra el relato kirchnerista que planteaba una visión idílica del peronismo, señalaba como culpable de todos los males a la dictadura y el menemismo y se postulaba como nuevo mesías. En estas páginas explicamos cómo la degradación de la vida obrera en general, y laboral en particular, era una tendencia propia del capitalismo que fue impulsada por todos los gobiernos, incluidos los de Néstor y Cristina. Explicamos que dentro de la clase obrera se había producido una fragmentación estructural que era aprovechada por la burguesía para fomentar enfrentamientos y que, por tanto, la tarea del momento era la unificación política de la clase. Es allí donde también aparecieron las discusiones con la izquierda, tan propensa a negarse a ver dentro de las filas del proletariado a capas y fracciones enteras, siguiendo las modas teóricas burguesas.

 

Piezas de un rompecabezas

 

Uno de los ejes de los debates sobre la clase obrera es acerca de su composición. El proletariado comparte una característica común: carecer de medios de producción y de vida. Es evidente que allí se engloban situaciones que resultan muy diferentes en apariencia, pero que comparten esa característica. Puede suceder incluso, que los propios sujetos no tengan conciencia de su pertenencia a la clase y crean que son algo diferente: “clase media”, “indígenas”, “desocupados”, “campesinos”, etc. Es cierto que dentro de la clase obrera existen capas y fracciones. Pero esto no puede hacernos perder de vista el elemento unificador de todas estas “identidades” que la burguesía se empeña en imponer, juntamente, para dividir aquello que unido puede ser peligroso. Esto que parece una cuestión elemental del marxismo, no lo es para compañeros como los del PTS que encuentran en cada “identidad” algo distinto a la clase obrera, llegando incluso a repudiar la organización de los desocupados por “lúmpenes”, o a creer que toda la explicación de las luchas entre los ocupados se explicaba por un elemento etario: los jóvenes (¿le suena a la campaña del FIT?).[1]

La primera fractura que se da al interior de la clase obrera es entre ocupados y desocupados, una división que la burguesía aprovecha para presionar sobre las condiciones de trabajo y los salarios de los ocupados, de allí la importancia de la organización conjunta de ambos. El crecimiento de la desocupación es un epifenómeno de una tendencia más general del capitalismo que es la creación de una capa del proletariado que conforma la sobrepoblación relativa y que aparece de diferentes formas (ver las notas de Julia Egan y Roberto Muñoz en este número). Se trata de una tendencia que es producto del desenvolvimiento del capitalismo y no de alguna forma particular (neoliberalismo, capitalismo salvaje, etc.).

En la búsqueda de aumentar su ganancia, el capital modifica las formas de trabajo e incrementa la productividad social para producir un mayor número de mercancías en menos tiempo.[2] Así los procesos de trabajo bajo el mando del capital primero pasan a conformarse como manufactura, donde prima el trabajo manual, dividido y especializado, y luego son revolucionados con la irrupción de la maquinaria. Aparece allí la gran industria, donde el trabajo se mecaniza y el obrero pasa a ser un apéndice de la máquina. En ese momento, la productividad de eleva exponencialmente, a la vez que disminuye abruptamente la cantidad de obreros que se requieren para poner en marcha la producción, generando un excedente de fuerza de trabajo. Ese sobrante crece a su vez con el proceso de centralización de capital. Además, cada una de estas modificaciones vuelve superfluos los saberes que previamente eran necesarios para el trabajo, lo cual explica la tendencia a la descalificación, es decir la menor necesidad de formación de una porción mayoritaria de trabajadores.[3]

No todas las ramas de la economía atraviesan simultáneamente por estas etapas ni de la misma forma. Por tanto, existen diferencias de productividad y de composición orgánica del capital entre diferentes ramas, y también al interior de cada rama, que explican algunas características de esa fracción de la clase en cada momento histórico y que condiciona en parte sus acciones. Todo esto explica que la estructura de la clase obrera se modifique y que hoy no tenga las mismas características que hace 70 años. Es decir, el grueso de la clase obrera ocupada ya no está en los cordones industriales, sino en el Estado, en la construcción y en el sector de servicios.[4] Pero además de estas transformaciones, se han producido otras que han desbaratado la otrora homogeneidad del proletariado argentino. Es decir, pasamos de una clase obrera mayoritariamente ocupada en blanco y sindicalizada, a una más heterogénea.

Desde mediados de los 70, de la mano del crecimiento de la sobrepoblación relativa, ha crecido de forma sostenida no solo la desocupación sino también el trabajo en negro (por encima del 30%)[5], y otras formas precarias de contratación como los tercerizados y los contratados a término (un 9% del total de los ocupados). Es decir, fue apareciendo una capa de obreros ocupados sometidos a una mayor tasa de explotación, que genera una fractura, muchas veces incluso al interior de un mismo espacio laboral.[6] Un gran problema en relación a ello es que los sindicatos no suelen organizar a estos compañeros y tomar en sus manos la reivindicación del pase a planta o del blanqueo, reforzando así la fractura que impone la burguesía.

Esta fractura fue aprovechada políticamente tanto por el kirchnerismo como por el macrismo. El primero se apoyó en la sobrepoblación relativa contra la clase obrera ocupada en blanco, que en un principio tuvo de aliada.[7] Así justificaba el impuesto a las ganancias como forma de sacarle a “los más privilegiados” para darle a los menos afortunados. Es decir, repartir miseria dentro de la clase. Por el contrario, Macri aparecía como alguien que revertiría el asunto, quitando el impuesto a las ganancias para los asalariados y recortando planes sociales dado que se generaría empleo y los planes no serían necesarios. La realidad es que ello no sucedió, el esquema bonapartista no pudo ser desbaratado al ritmo que le hubiera gustado.

 

Siempre hay un escalón más abajo

 

Una tendencia que atraviesa al conjunto de la clase es la degradación general de sus condiciones de vida y trabajo. La pauperización creciente de la clase se verifica en los índices la pobreza con cifras que no bajan de los dos dígitos, a pesar de las maniobras de ocultamiento del Indec de Moreno, lo que quedó en evidencia con los saqueos en 2013[8], y que en parte mantiene el de Macri.[9] Una de las “novedades” es que la pobreza pasó a abarcar a sectores ocupados de la clase, es decir que el acceso a un empleo ya no garantiza estar por sobre la línea de pobreza. En efecto, existe una tendencia a la caída del salario real permanente desde mediados de los 70 que se mantiene a lo largo de todos los gobiernos. Junto a ello se da una cada vez mayor diferencia salarial entre los trabajadores en negro y los trabajadores en blanco, profundizando la brecha. Esta situación no fue revertida por el kirchnerismo, sino que avanzó bajo sus mandatos y continúa haciéndolo con el macrismo.[10] Entre los fenómenos derivados de ello, se encuentra la creciente dificultad en el acceso a la vivienda[11], lo que ha dado lugar a numerosos conflictos por ocupaciones de tierras[12], entre los que se destacó el del Parque Indoamericano.[13]

Junto con estas tendencias, la clase obrera ocupada sufrió un ataque a sus conquistas históricas, lo que agravó sus condiciones de trabajo y la sometió a una mayor explotación. Tras la derrota sufrida a mediados de los 70, la burguesía consiguió mejores condiciones políticas para avanzar con una estrategia de largo plazo: la llamada flexibilidad laboral.[14]En efecto, una de las formas en que la burguesía argentina aumenta la tasa de explotación es mediante la supresión de conquistas laborales que imponían un límite a la extracción de plusvalía. En parte, la homogeneidad de la clase a la que nos referíamos permitía a los sindicatos argentinos luchar en mejores condiciones. Las transformaciones estructurales en el contexto de la derrota política, moral e ideológica, debilitan a la clase, en especial si se aceptan las fracturas que impone la burguesía, en lugar de buscar la unificación. Es así que, en el terreno laboral, la burguesía avanzó lenta pero sostenidamente con sus planes: aumentaron los convenios colectivos firmados por empresa, crecieron las cláusulas de “flexibilidad”, como el premio a la productividad, la “flexibilidad” horaria, la polivalencia funcional, etc.[15] Se trata de una tendencia a nivel internacional: es decir es parte de un intento a nivel mundial de la burguesía por recomponer la tasa de ganancia.[16] Al igual que en el resto de los puntos que explicamos, no hubo ninguna excepción a esta tendencia bajo el kirchnerismo.

Un último elemento a tener en cuenta para entender este espiral descendente es el rol de la burocracia sindical. La tendencia a la caída de la afiliación sindical que se observa en las últimas décadas, parece dar cuenta de que los trabajadores ya no ven en los sindicatos herramientas de lucha contra estas tendencias. No resulta una sorpresa si se tiene en cuenta el rol que toda la burocracia tuvo en la implementación de las reformas laborales y en las negociaciones salariales a la baja en las últimas décadas. En parte ello se explica por el pasaje de gran parte de la dirigencia sindical peronista de las filas de la simple burocracia sindical a la de la burguesía sindical, es decir se han convertido en patrones incluso en la misma rama del sindicato que encabezan.[17]

 

Reunificar por izquierda

 

Desde el primer número en las páginas de El Aromo apostamos a la unificación de la clase, lo que se plasmó en el apoyo a la Asamblea Nacional de Trabajadores Ocupados y Desocupados.[18] Hoy, 16 años y 100 números después, seguimos sosteniendo la necesidad de esa herramienta como aglutinante de la vanguardia obrera para erigirse como dirección alternativa de la clase que muestre que existe otro horizonte que el que nos ofrece el capitalismo. Uno donde no nos espere más miseria, sino que se abra paso el reino de la libertad.

NOTAS

[1]Harari, Fabián: “Juntando porotos”, en El aromo, nº 39, Noviembre/Diciembre de 2007; Harari, Fabián: “Confesión de parte”, en El aromo, nº 42, Mayo/Junio de 2008 y Viñas, Nicolás: “Un giro kirchnerista y posmoderno”, en El aromo, nº 86, Septiembre/Octubre de 2015.

[2]Kabat, Marina: “Las formas del trabajo y el desarrollo capitalista argentino”, en El Aromo, nº 18, Abril de 2005.

[3]Bil, Damián: “(De) Formación laboral”, en El Aromo, nº 40, Mayo/Junio de 2008.

[4]Harari, Ianina: “¿Dónde están los obreros?”, en El Aromo, nº 90, Mayo/Junio de 2016.

[5]Villanova, Nicolás: “Negreros”, en El Aromo, nº 81, Noviembre/Diciembre de 2014; Villanova, Nicolás: “Los problemas del empleo en la Argentina actual”, en El Aromo, nº 92, Septiembre/Octubre de 2016; Villanova, Nicolás: “La caja negra de la riqueza capitalista”, en El Aromo, nº 94, Enero/Febrero de 2017.

[6]Kabat, Marina: “Los contratados en conflicto. La creación de una capa hiperexplotada de la clase obrera”, en El Aromo, nº 57, Noviembre/Diciembre de 2010; Morúa, Cristian: “Una lucha federal. La movilización los tercerizados en el interior de país (2003-2010)”, en El Aromo, nº 59, Marzo/Abril de 2011.

[7]Kabat, Marina: “Divide y reinarás. Cristina y su política frente a la clase obrera”, en El Aromo, nº 70, Enero/Febrero 2013; Kabat, Marina: “Por dos leyes pasa una línea”, en El Aromo, nº 57, Noviembre/Diciembre de 2010.

[8]Kabat, Marina; Harari, Ianina y Villanova, Nicolás: “Sin nada que perder… Diciembre 2013. Radiografía de los saqueos”, en El Aromo, nº 76, Enero/Febrero de 2014.

[9]Villanova, Nicolás: “La miseria de las estadísticas”, en El Aromo, nº 93, Noviembre/Diciembre de 2016.

[10]Villanova, Nicolás: “Volver a los ‘70. La profundización de la caída salarial bajo el macrismo”, en El Aromo, nº 96, Mayo/Junio de 2017.

[11]Villanova, Nicolás, Viñas, Nicolás y Audisio, Nahuel: “¿Dónde vivir?”, en El Aromo, nº 77, Marzo/Abril de 2014; Villanova, Nicolás: “Inalcanzable”, en El Aromo, nº 98, Septiembre/Octubre de 2017.

[12]Villanova, Nicolás: “La vivienda, un problema nacional”, en El Aromo, nº 62, Septiembre/Octubre de 2011.  / EA 88: Egan, Julia: “oKupas”, en El Aromo, nº 88, Enero/febrero de 2016.

[13]Kabat, Marina: “Vecinos en armas”, en El Aromo, nº 58, Enero/Febrero de 2011.

[14]Kabat, Marina: “Yo te daré, te daré patria hermosa…”, en El Aromo, nº 73, Julio/Agosto de 2013.

[15]Kabat, Marina: “Flexibilización laboral, tres modelos: Menem -De la Rúa –Kirchner”, en El Aromo, nº 9, Abril de 2004; Kabat, Marina: “La flexibilidad es su sueño eterno. La negociación colectiva en la industria del calzado 1946-2005”, en El Aromo, nº 63, Noviembre/Diciembre de 2011; Fernández, Rocío: “Detrás del cristal. La agudización de la flexibilización laboral en la industria del vidrio”, en El Aromo, nº 67, Julio/Agosto de 2012; Murmis, Ezequiel: “La labor más pesada o a la calle. Negociación colectiva en el sector supermercadista en la última década”, en El Aromo, nº 69, Noviembre/Diciembre de 2012; Fernández, Rocío: “Flexibilidad al plato. Las condiciones laborales de los obreros gastronómicos”, en El Aromo, nº 70, Enero/Febero de 2013; Fernández, Rocío: “Una situación imbancable. Una historia de las condiciones de trabajo de los obreros bancarios”, en El Aromo, nº 72, Mayo/Junio de 2013; Fernández, Rocío: “Empetrolados”, en El Aromo, nº 91, Julio/Agosto de 2016; Fernández, Rocío: “UOCRA lo hizo”, en El Aromo, nº 94, Enero/Febrero de 2017; Fernández, Rocío: “Burocracia sobre ruedas. Los convenios colectivos de los trabajadores del transporte automotor”, en El Aromo, nº 97, Julio/agosto de 2017.

[16]Egan, Julia: “Non merci patrón”, en El Aromo, nº 91, Julio/Agosto de 2016; Egan, Julia: “La fórmula india”, en El Aromo, nº 93, Noviembre/Diciembre de 2016; Egan, Julia: “¿Explotación não tem fm? La flexibilidad laboral, el caso de Brasil y lo que nos espera en Argentina”, en El Aromo, nº 98, Septiembre/Octubre de 2017.

[17]Sanz Cerbino, Gonzalo: “De la Burocracia Sindical a la CTA”, en El Aromo, nº 10, mayo de 2005; Perrotat, Juan: “De burócratas a patrones. Las bases económicas de la flamante burguesía sindical”, en El Aromo, nº 98, Septiembre/Octubre de 2017.

[18]Ver El Aromo, nº 1, Abril de 2003, Disponible en: razonyrevolucion.org/el-aromo-n1/

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