DISCUTIENDO LA MUNDIALIZACIÓN

en Revista RyR n˚ 5

Los 150 años del Manifiesto desencadenaron una oleada de escritos diversos. Razón y Revolución no simpatiza con la necrofilia que invade recurrentemente a cierta izquierda. Suele, consecuentemente, negarse seguir la moda de publicar, e incluso dedicar números enteros, a conmemorar lo que corresponda según calendario. El marxismo es una potencia viva, no necesita de excusas para autoexaminarse y, menos todavía, para criticar la realidad. Nos pareció que este artículo remarca el carácter creativo del marxismo y por eso lo publicamos.

Por Claudio Katz (docente e investigador de la Universidad de Buenos Aires)

Los párrafos del Manifiesto referidos a la expansión internacional del capitalismo continúan asombrando a todos los comentaristas del texto. La descripción que presentan Marx y Engels en 1848 de la creación de un mercado mundial, del cosmopolitismo económico, de la extensión universal de las reglas mercantiles o de la destrucción de las barreras aduaneras resulta sorprendentemente actual. El carácter internacional de la acumulación fue anticipado por el Manifiesto con la misma contundencia que “El Capital” presagió las crisis cíclicas. En muchos planos, ambos textos se corresponden más con la realidad económica de nuestra época, que con el capitalismo del siglo XIX.

Un planteo en evolución

Las importantes previsiones que contiene el Manifiesto, no convierten sin embargo al documento en “un retrato de la actual mundialización”. Esta exageración coloca al texto fuera de su propia historia. Junto a la “Miseria de la filosofía” y “Trabajo asalariado y capital”, el Manifiesto se ubica a mitad de camino en la maduración del pensamiento económico de Marx. Ya el téorico alemán había elaborado la crítica a la propiedad privada, descubierto la centralidad del trabajo, superado el análisis antropológico de la alienación y captado la utilidad de la concepción materialista de la historia. Pero aún no había absorbido ni superado a Ricardo, tampoco había reformulado la teoría del valor-trabajo, ni desarrollado el concepto de plusvalía. Su análisis del funcionamiento del capitalismo estaba en plena evolución y contenía ciertas caracterizaciones que después serían completadas y corregidas.

La analogía entre el obrero y el esclavo que aparece en el Manifiesto tiene, por ejemplo, puntos de contacto con el “salario de subsistencia” ricardiano. No se caracteriza aún al salario, como un parámetro histórico-social impactado contradictoriamente por la acumulación y cuya evolución está asociada al valor cambiante de la fuerza de trabajo. Por eso aparece también la tesis de la ”miseria creciente”, en lugar de la posterior visión de la declinación relativa del salario en comparación a las ganancias y el nivel de la acumulación. Dado que aún faltaba completar el análisis general del proceso de valorización, las crisis son ademas presentadas en el Manifiesto, como un efecto exclusivo del sub-consumo sin integrar la estrechez del poder adquisitivo al movimiento descendente de la tasa de ganancia. Algunas de estas insuficiencias también se notan en la visión del proceso internacional de la acumulación. Recién en las obras de madurez Marx completa su caracterización de la tendencia intrínseca del capital a desbordar las fronteras nacionales, con estudios más precisos del mercado mundial. Por un lado, descubre la función de las distintas modalidades de la acumulación primitiva en la consolidación del capitalismo industrial en los países avanzados. Por otra parte, aborda algunos problemas del comercio internacional en oposición a la tesis ricardiana de las “ventajas comparativas”. Al señalar que en el mercado mundial el trabajo más productivo se remunera por encima del menos productivo sienta las bases de una teoría del intercambio desigual.

También es necesario puntualizar, que todos estos señalamientos son complementarios del análisis primordialmente nacional que Marx realiza del capitalismo. Las tarifas, los salarios, los precios, la movilidad del capital que estudia, corresponden a una economía nacional industrializada, cuyo modelo es Gran Bretaña. Lo más significativo de ese período de libre cambio en el plano internacional es el papel del comercio en la configuración de los distintos procesos de acumulación (y desacumulación) nacionales. Marx brinda los elementos teóricos básicos para comprender la mundialización. Pero en su obra hay apenas esbozos de esta problemática, que es tratada solamente en función de las tendencias y de los pronósticos.

Imperialismo

Los antecedentes más inmediatos de la discusión actual sobre la mundialización se encuentran en la teoría del imperialismo, elaborada en las primeras décadas del siglo por Lenin, Luxemburgo, Bujarin y Trotsky. Este análisis apuntó a interpretar el significado de la gran transformación operada con la sustitución del capitalismo librecambista por el monopólico. Este cambio se fundaba, a su vez, en un importante avance de la internacionalización de la economía, especialmente en el plano comercial y financiero, asi como en el desarrollo de las primeras formas de inversión directa. Los cuatro teóricos postularon una caracterización convergente del fenómeno, pero resaltaron aspectos diferentes (y controvertidos entre sí) de la nueva etapa. Para Lenin la expansión internacional del capital implicaba la conformación de monopolios asfixiantes de la libre competencia y el predominio parasitario del capital financiero. Para R.Luxemburgo lo más relevante era la exportación de excedentes invendibles hacia la periferia por parte de los países centrales, como reacción a un agravamiento del sub-consumo. Consideraba que el agotamiento de estos mercados exteriores compensatorios conducía a un punto de estallido definitorio de las crisis de realización.

Para Bujarin, un nuevo tipo de contradicción se inaguraba en el capitalismo a partir del choque entre la internacionalización económica creciente y el mantenimiento de las formas nacionales de apropiación de los beneficios. Destacaba que los mismos grupos monopólicos que mundializaban sus circuitos de abastecimiento, producción y comercialización tendían a cohesionarse en torno a estados cada vez más proteccionistas. Estimaba que este proceso potenciaba simultánea y contradictoriamente, tanto la “universalización” como la “nacionalización” del capital.

En un primer análisis, Trotsky destacó que la principal consecuencia de la conformación de un mercado mundial unificado era el ensanchamiento de la brecha entre los países avanzados y atrasados. Planteó que esta polarización reducía drásticamente las posibilidades históricas de las naciones periféricas de repetir el acelerado desarrollo industrial de los potencias centrales. De la constitución definitiva de un sistema capitalista mundial, Trotsky dedujo posteriormente la imposibilidad de aislar el desarrollo económico-social de una revolución triunfante del cuadro internacional y por eso consideró utópico el intento de “construir el socialismo en un solo pais”. Entendió que la nueva etapa imperialista exigía replantear la estrategia y el proyecto del socialismo a escala mundial.

Estas cuatro interpretaciones representan las bases teóricas para un estudio de la mundialización, porque caracterizan desde distintos ángulos, cuales son las transformaciones que introduce la penetración del capital en todos los rincones del planeta. Pero para valorar adecuadamente estos aportes hay que separar los elementos coyunturales de sus componentes esenciales, que aparecen entremezclados en los diversos textos. El señalamiento de un salto desde la libre competencia hacia la rivalidad inter-monopólica es un rasgo más perdurable del planteo de Lenin, que el sometimiento del capital industrial al financiero. La creciente necesidad de mercados por parte de las potencias imperialistas y la recurrente opresión de las naciones atrasadas es un aspecto más valioso del análisis de Luxemburgo, que su visión de las crisis exclusivamente derivada del “agotamiento de las regiones no capitalistas”. La contradicción entre la internacionalización de las fuerzas productivas y el mantenimiento de las fronteras nacionales constituye efectivamente el eje explicativo de los grandes conflictos económicos y militares mundiales. Pero las formas de este choque han cambiado sustancialmente desde su caracterización inicial por parte de Bujarin. También ha sido perdurabale la visión de Trotsky sobre la creciente polarización entre las naciones opresoras y oprimidas, asi como su enfoque de la inviabilidad de todo proyecto socialista exclusivamente concebido en términos nacionales. Pero este proceso no implica un estancamiento prolongado de las fuerzas productivas, como se suponía en los años 30, sino todo lo contrario. Lo que se ha potenciado es la dificultad creciente para conciliar el aumento de la producción y de la productividad con el ensanchamiento de los mercados y el mejoramiento de las ganancias. Al depurar los rasgos centrales del análisis del imperialismo de las modalidades que adoptó en la entre-guerra se obtiene el núcleo teórico esencial que permite avanzar en la interpretación actual de la mundialización.

Keynesianismo

Durante la pos-guerra volvió a predominar el análisis del capitalismo en términos nacionales. Este enfoque expresó la continuidad del giro proteccionista iniciado en el 30 y especialmente la primacía de políticas económicas intervencionistas en los países centrales. El keynesianismo, que nutrió estas orientaciones, se basa en una visión restrictivamente nacional de la economía ya que aborda los problemas mundiales (comercio, flucutuaciones, corrientes de inversión, etc) como una extensión o una derivación de la temática nacional. Ni las categorías macroeconómicas, ni las medidas de política monetaria y fiscal son concebidas más allá de este marco. Las limitaciones de este enfoque para entender a la mundialización son muy evidentes, especialmente porque se interpreta al mercado mundial como un simple receptor de la “creciente inter-dependencia entre las naciones” y no como un nuevo centro de referencia de toda la acumulación. La inadecuación de los criterios keynesianos para analizar la mundialización es perceptible también en las escuelas, que como la Regulación (Boyer) han buscado fusionar la tradición de Keynes con la de Marx. Por ejemplo, los conceptos “régimen de acumulación” y “modo de regulación” están restringidos por definición al ámbito nacional. Y lo mismo ocurre con “fordismo”, “taylorismo” o “pos-fordismo”. La clásica contraposición entre el “modelo renano” y el “modelo neo-liberal anglo-sajón” también parte de colocar a las rivalidades estratégicas nacionales en el centro del análisis, omitiendo la nueva realidad condicionante de la mundialización.

 Este misma dificultad subyacía, por otra parte, en la propuesta stalinista de alcanzar el socialismo a través de la “competencia entre dos sistemas”. El planteo caracterizaba a la economía mundial -al igual que el keynesianismo- como una confluencia de distintas formas de acumulación en pugna por la supremacía. Pero lo que omitía era que la internacionalización económica del siglo XX no es una amalgama de rasgos nacionales dispares, sino un nuevo centro de referencia dominante para todos los países. Al ignorar esta realidad se suponía equivocadamente que la construcción del socialismo podía completarse en los marcos de una región (ex-Comecon), en coexistencia con el capitalismo, o superándolo con el ejemplo de los “éxitos alcanzados por el bloque socialista”.

Globalización

Durante los años 70 y 80 el análisis de la mundialización fue sólidamente retomado por estudios que apuntaron a actualizar la teoría del imperialismo, incorporándole el nuevo papel de las corporaciones, también denominadas “empresas transnacionales”(ET). Especialmente el trabajo de Michalet sirvió para dar cuenta de la aparición de un nuevo tipo de firma, que desarrollando una misma gestión estratégica internacionalizada, lucra con las diferencias nacionales de productividades y salarios. Al conformar un espacio homogéneo de casas matrices y sucursales dentro del medio ambiente geográficamente fraccionado en que actúan, estas compañías obtienen elevados beneficios extraordinarios. Son empresas que mantienen sus vínculos privilegiados con sus bases y estados nacionales, pero que adoptan al mercado mundial como referencia de sus actividades y desarrollan una circulación interna sin precedentes de capitales, mano de obra, insumos y tecnologías.

 En torno a estas empresas se establece una nueva división internacional del trabajo, basada en el principio de la máxima extracción y realización del plusvalor. Las corporaciones introducen mayor uniformidad y mayores diferencias en el proceso de acumulación, ya que la competencia obliga por un lado a intensificar la difusión internacional de sus productos, procesos, innovaciones y formas de gestión, mientras que por otra parte, el mantenimiento de las plusganancias exige preservar las grandes diferencias internacionales de productividades y salarios. El estudio de las ET reabrió el campo de las investigaciones marxistas de la mundialización, en base al novedoso material empírico recogido por la UNCTAD y partiendo de la reintepretación de nuevas teorías, como por ejemplo el “ciclo del producto” de Vernon. Pero en gran medida, la temática más reciente de la globalización ha deformado o anulado el sentido de estas investigaciones. La abrupta irrupción del término globalización ha significado la consagración de una visión que ya no alude a un tipo específico de internacionalización económica bajo el capitalismo, sino a un estadío pos-industrialista. Se supone que en la era de la “comunicación global” y del “marketing global”, ya no rige el capitalismo industrial, sino una “sociedad de la información”, en la cual la propiedad ha perdido relevancia frente al conocimiento, la lucha de clases ha quedado sepultada por la dinámica de los nuevos “actores sociales”, los estados nacionales han cesado de gravitar y el mercado se ha vuelto el patrón indiscutible de todas las acciones humanas. El carácter puramente ideológico de este enfoque es más que evidente, empezando por la propia noción de globalización, que debería ser eliminada de cualquier análisis de la mundialización. Las visiones más difundidas de este concepto no van más allá de una rudimentaria apología de la “desregulación”, las privatizaciones o el “libre mercado”.

En la crítica a las supersticiones neoliberales hay que evitar la aceptación de la caracterización de nuestra época, que proponen los “globalizadores”. Cuestionando correctamente la “exclusión social”, la “marginación” de los países periféricos o la “exacerbación de las desigualdades” se deduce con frecuencia erróneamente, que predomina en la actualidad un proceso de “transnacionalización de las burguesías” y de “extinción de los estados” (Sivanandan). La tesis de la globalización se basa en la caracterización del surgimiento de una nueva clase capitalista hiper-dominante y cohesionada a escala mundial. Pero en esta visión se omite que junto a la internacionalización aumenta la presión competitiva entre las empresas y la necesidad de recurrir al apoyo de los estados para prevalecer en esta pugna. En todo caso, la estructura de los estados no se debilita, sino que se reconfigura a escala geográfica y se reordena funcionalmente, apuntando al objetivo de batallar por la hegemonía internacional. El análisis serio de la mundialización exige por lo tanto desmistificar todas las fantasías neoliberales de la globalización.

Internacionalizacion productiva

El rasgo más significativo de la mundialización en las últimas décadas es el avance de la internacionalización del proceso productivo. Aquí radica la diferencia central entre el cambio actual y el operado en las primeras décadas del siglo. Esta transformación está vinculada a la crisis y a la reorganización, que se viene registrando en el capitalismo desde mediados de los 70. Junto a la super-producción, la caída de la tasa de ganancia de largo plazo y la desconexión entre la producción y el consumo que desataron la crisis actual se ha concretado una reestructuración de las principales ramas de la industria en los países centrales. Y un componente clave de este nuevo paisaje es el incremento de la producción internacionalizada.

Este salto se puede medir observando el gran aumento de la inversión extranjera directa manejada por las 600 empresas que controlan un tercio del PBI mundial. A través de la sub-contratación, los “joint ventures” y los contratos de asistencia, estas compañías han aumentado su control de todos los eslabones internacionales del proceso de fabricación y venta de bienes y servicios. Ya no se trata de una estrategia de aprovisionamiento de productos primarios o del copamiento de los mercados mediante la presencia de filiales, sino de la introducción de lo que Andreff denomina la “descomposición internacional del proceso productivo”, es decir la especialización de cada filial en algún tipo de operación en función de la estrategia mundial de la compañía. Por eso se ha generalizado la relocalización de las actividades de alta calificación en los países desarrollados y las de tipo “taylorista” en los países atrasados. La nueva rivalidad a escala productivo-internacional es la causa de la espectacular oleada de fusiones, que desde los 80 obliga a reducir costos y aumentar la competitividad. El mismo fenómeno explica el aumento de la centralización del capital (en ningún sector relevante operan ya más de 10 grandes concurrentes), la formación de complejos que integran los servicios a los requerimientos de la industria y la multipliación de acuerdos entre empresas para asegurar la distribución de los distintos bienes. La sustitución de logo “hecho en tal país” por “hecho en tal compañía” simboliza esta transformación. La “fábrica mundial”y el “producto mundial” no son por supuesto la norma, pero si una tendencia central del capitalismo de fin de siglo.

Una connotación teórica importante de este fenómeno es el cambio que potencialmente se introduce en la determinación de los precios bajo la ley del valor. Una significativa porción de la producción se desenvuelve en el espacio interno de estas empresas internacionalizadas en base a “precios de transferencia”, que son administrados por las gerencias con parcial autonomía de los vaivenes del mercado. De este manejo surge una fractura en el proceso clásico de formación de la ganancia media y los precios de producción en torno a los precios y las monedas nacionales. Este fenómeno induce objetivamente a estructurar regionalmente nuevos patrones monetarios y nuevas políticas de subsidios y aranceles. La internacionalización productiva explica, por otra parte, la fuerte aceleración del proceso de innovación en el campo de la informática. Constituye simultáneamente un gran estímulo a la revolución tecnológica en curso y el determinante de sus grandes contradicciones (Katz). Y en este plano tienen especial actualidad dos tesis claves del Manifiesto: la caracterización de la burguesía como una clase que “no puede existir sin revolucionar constantemente los medios de producción” y la aparición de una “epidemia de la sobreproducción” como consecuencia de esta particularidad. Ambos fenómenos son muy perceptibles a fin de siglo. Bajo el capitalismo la multiplicación de los nuevos bienes y formas de producción está indisolublemente ligada a la generación de excedentes, en relación a la capacidad de compra de la población. Por eso la pobreza, la desocupación y la explotación se expanden junto a la internacionalización productiva.

Finanzas y comercio

Para ciertos autores la “globalización financiera” equivale al surgimiento de un nuevo “modo de producción rentista” (Chesnais). Destacan la desproporcionada expansión de la moneda y el crédito en relación a la producción y la desconexión de este proceso de la “economía real”. Para este enfoque, el capital financiero mantiene subordinadas a las actividades industriales y por ello se interpreta que las corrientes de inversión no son genuinas, sino encubridoras de operaciones puramente especulativas.

Esta visión se aleja de la metodología marxista de centrar el análisis en la esfera productiva y de privilegiar el estudio de las leyes que operan en este campo. Una fructífera discusión se ha desarrollado recientemente en torno a este problema (Husson-Chesnais), que también ha sido el trasfondo de los debates sobre la “declinación del imperialismo norteamericano”(Malloy-Brenner). Lo que resulta importante en el plano específico de la mundialización es evitar el divorcio del análisis de los “bancos mundiales” del proceso de constitución estratégico de las “firmas mundiales”.

Sin lugar a dudas la expansión del parasitismo improductivo de los financistas que lucran con el juego bursátil o saquean a los países endeudados, es un dato central de la crisis actual. Pero la denuncia de este pillaje debe servir para entender cual es la lógica capitalista que subyace en estas activiades y esta comprensión exige ubicar el análisis en la esfera productiva. Todos los grandes cambios en la mundialización financiera registrados en los últimos años están conectados a su determinante industrial. Esta dependencia es claramente visible, por ejemplo, en la descripción de las transformaciones financieras detalladas or Philon. Existe una sustitución de la intermediación bancaria por la emisión directa de obligaciones por parte de las compañías, que resulta muy indicativa de la finalidad inversora del crédito. La creciente desregulación de las normas bancarias apunta a facilitar este último auto-financiamiento, mientras que la liberalización de las operaciones -eliminando su anterior segmentación por tipo de actividad- apunta a facilitar las fusiones y la constitución de holdings financiero-industriales. Es igualmente cierto que existe un autonomización de la emisión y del crédito en relación a las transacciones económicas reales y que este “hinchamiento” aumenta en los picos de las crisis, junto a la exigencia capitalista de frenar la recesión y socorrer a las empresas quebradas. Pero este margen de independización de las finanzas está acotado por la dinámica de la acumulación, que actúa como ordenador de todo el proceso. Además, coexiste con un fenómeno inverso de adecuación más estricta del movimiento financiero a las exigencias industriales de cada compañía participante del holding.

Una desatención similar por la centralidad productiva aparece en los enfoques de la mundialización que ponen el acento en la progresiva constitución de una “economía mundo”, resultante de fases sucesivas de “globalización comercial” (Adda). También aquí se pierde de vista que el incremento de las transacciones internacionales por encima de la producción se ha efectivizado mediante una adaptación de la legislación comercial (liberalización primero del GATT, constitución posterior de la OMC, mercados regionales sin aranceles internos) a las exigencias de la internacionalización productiva. El epicentro de este proceso es el movimiento de insumos y productos entre las propias corporaciones, lo que obliga a estudiar con atención los cambios en la forma de producción de estas empresas. En los enfoques de la “economía mundo” se tiende a observar una continuidad entre la “primera mundialización comercial” del siglo XVI y el proceso actual, que dificulta percibir la especificidad productiva de la internacionalización en curso.

Dogmas y subjetivismo

Algunos marxistas extienden la impugnación de la globalización a un cuestionamiento de la existencia del propio proceso de la mundialización (Henewood). Sostienen que los mercados internos continúan predominando sobre las exportaciones, que el proteccionismo persiste como una práctica habitual, que el grado de internacionalización productiva es muy inferior a lo supuesto habitualmente y que el carácter cosmopolita del capitalismo no es un dato nuevo, sino característico de toda la historia de este régimen social. Estas críticas recogen muchos señalamientos regulacionistas sobre la persistente “gravitación del espacio nacional” en la época actual (Boyer). Los datos que brindan en favor de estos argumentos son muy útiles para refutar las caricaturas que ha construido el neo-liberalismo de la globalización. Pero oponer a la imagen de un “mundo global totalmente nuevo”, el dogma de la invariabilidad del capitalismo no es muy provechoso, especialmente si se recuerda que el Manifiesto esclarece el carácter particularmente dinámico y cambiante de este modo de producción. Por ello, en lugar de negar la aparición de una nueva realidad económica, hay que captar cuales son sus principales tendencias. La mundialización es un rasgo central del período actual porque constituye una fuente de plusganancias para las empresas dominantes y porque responde a las exigencias contemporáneas de la acumulación. Es muy importante discutir cuál es su alcance, pero desconociendo su existencia y la centralidad productiva resulta imposible avanzar en el entendimiento de la época.

Existe otro enfoque que reconoce la importancia de la mundialización, pero la interpreta como un proceso puramente político y caracterizado por la “ofensiva del capital sobre el trabajo” (Holloway). Los partidarios de este enfoque rechazan conceptualizarla en términos de leyes objetivas y proponen comprenderla en función de la lucha de clases (Bonefeld). Pero una de las características del marxismo es la contextualización de la acción protagónica de las clases, en un marco de límites, posibilidades y condicionamientos objetivos. El Manifiesto -como diagnóstico político de la situación y las potencialidades revolucionarias de 1848- es un ejemplo de esta metodología, ya que sitúa las condiciones del enfrentamiento entre la burguesía y el proletariado en un marco muy preciso de crisis económica. El cambio de este cuadro es, a su vez, la referencia que se toma en los diversos prólogos (1872, 1882, 1883) para proclamar que el documento “ha envejecido” y requiere nuevas formulaciones. Frente a la moda sociológica contemporánea de reemplazar a las clases por “actores” de todo tipo resulta esencial destacar la relevancia de las clases y de su lucha, en tanto fenómeno definitorio del proceso político. Este reconocimiento constituye un legado central del Manifiesto y sirve para entender, por ejemplo, cual es el nexo entre el salto operado en la mundialización y las relaciones de fuerza favorables a la burguesía que se estableció en los 80 y parte de los 90. Pero reducir la internacionalización a un fenómeno político obstaculiza interpretarla en toda su dimensión, como un proceso derivado de la lógica y las leyes del capital.

Trabajadores sin patria

La internacionalización económica crea objetivamente condiciones muy favorables para cohesionar la acción política de los trabajadores del mundo detrás de un programa común. Cuando el Manifiesto afirmaba que los “obreros no tienen patria” y que por ello “actúan por encima de las diferencias nacionales” ya enunciaba un principio que tiene indudablemente mayor validez en la época actual. La misma presión que obliga a la burguesía a dotarse de instrumentos políticos, formas de gestión y métodos de coerción estructurados a escala mundial, plantea a los trabajadores la exigencia de organizar internacionalmente sus luchas y sus reivindicaciones. Pero lo que ya es una realidad para la clase dominante constituye apenas una necesidad para las clases dominadas. Desde hace mucho tiempo las corporaciones han convertido a todos los organismos mundiales (FMI, ONU, Banco Mundial, OMC, etc) y regionales (Unión Europea, Nafta, Asean, etc) en “comités de administración de sus negocios”, es decir en la característica central que el Manifiesto atribuía a los estado modernos. Incluso las corporaciones ya discuten como podría elaborarse un “acuerdo multilateral de inversión” dotado de poderes constitucionales para garantizar las inversiones, las propiedades y los beneficios capitalistas, frente a cualquier cuestionamiento popular, en todos los rincones del planeta. Ante esta ampliación internacional de las formas de dominación de la burguesía, el nivel de organización y conciencia actual de los trabajadores es evidentemente muy bajo.

Este retraso político de los explotados no es nuevo (y obedece a un conjunto de razones político-históricas cuyo análisis desborda el objetivo de este texto), pero se ha convertido en el problema crucial del fin siglo. Están dadas todas las condiciones objetivas para que la internacionalización económica constituya el punto de partida de la acción reivindicativa de los asalariados. Una respuesta en el mismo plano en que actúan las corporaciones resultaría de impresionante efectividad y por eso, el problema del momento es lograr avances en la estructuración política y sindical internacional de los trabajadores, superando la segmentación de profesiones, calificaciones, nacionalidades, razas, étnias o géneros, que es fomentada y exacerbada por las clases dominantes. En la era del “just in time” y la “producción flexible ajustada a la demanda”, la capacidad de los trabajadores para hacer valer sus exigencias a través de acciones internacionalmente coordinadas se ha potenciado categóricamente. Ya existen las primeras evidencias de esta fuerza en ciertas acciones reivindicativas en Europa y América Latina. La convocatoria del Manifiesto a la unión de los proletarios del mundo es el aspecto más contemporáneo del texto. Es un llamado que no obedece a la coyuntura de 1848, sino a la naturaleza opresiva del capitalismo, en todos los períodos y en todos los países. El internacionalismo es el pilar de una renovación del proyecto de emancipación socialista.

Agosto 1998.

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