Del socialismo al estatismo capitalista. Debate sobre la teoría de la dependencia con Ruy Mauro Marini

en El Aromo nº 68

a68juankJuan Kornblihtt
OME-CEICS

Muchos de los que defienden teorías dependentistas del imperialismo suponen que estas son el corazón de una perspectiva socialista. La crítica a uno de los autores más reconocidos de esta corriente muestra que, al partir de premisas falsas sobre cómo funciona el comercio mundial, se termina reemplazando la estrategia revolucionaria por una propuesta inviable de control de la burguesía por parte del Estado. 

La idea de que los problemas de América Latina son resultado de su carácter dependiente de los países imperialistas es casi un sentido común izquierdista (y no tanto). Se explica el menor grado de acumulación, la mayor desigualdad y el peor nivel de vida de la clase obrera por las trabas económicas o políticas implementadas por las potencias. La liberación nacional aparece como condición de cualquier estrategia de desarrollo económico, sea o no socialista. Para algunos, debe realizarla una alianza entre la clase obrera y la burguesía nacional; para otros, el sujeto es la clase obrera junto a los campesinos. Pero todos coinciden en buscar en las relaciones nacionales los problemas del capitalismo latinoamericano y no en el propio capital. A partir de la discusión con Ruy Mauro Marini, uno de los autores más influyentes de la llamada teoría de la dependencia, veremos que las dificultades para analizar cómo funciona el mercado mundial llevan a un autor, que se reivindica socialista, a proponer como ejemplo a seguir a los países del Este asiático, en particular Corea del Sur, que basaron su crecimiento en las condiciones de vida miserables de su clase obrera y en el accionar represivo de dictaduras sangrientas.

Giros en falso

Marini interviene en la discusión con la intención de diferenciarse del planteo de autores que caracterizaban a la dependencia como resultado de la falta de capitalismo en los países periféricos o que atribuían a causas extraeconómicas el bloqueo a su desarrollo. Para él, el problema era explicar la dependencia como resultado del propio desarrollo de las leyes capitalistas expuestas por Marx en El Capital y no como su negación1. Incluso señalaba que las visiones alternativas terminaban en una apología de la burguesía nacional y en un llamado a la conciliación de clase. Planteaba que, dado que la dependencia era expresión del desarrollo capitalista y no de una intervención extraeconómica, la lucha debía ser socialista.
Sin embargo, hacia el final de su vida, el planteo por el socialismo fue remplazado por una nueva consigna. Según su teoría, era imposible el desarrollo de los países dependientes. Pero en los ‘80 y principios de los ’90, se evidenció un fuerte desarrollo industrial de los países del Este asiático, en particular de Corea del Sur. Marini, para explicar este proceso histórico, consideró que con la globalización se había producido un cambio en el modo de producción capitalista. Señaló que mientras antes de 1970 no operaba la ley del valor a nivel mundial, a partir de la globalización la competencia permitía, ahora sí, el desarrollo de los países dependientes. Marini afirmó que esta oportunidad fue aprovechada por los países del Este asiático, debido a que el Estado disciplinó a la burguesía y la obligó a invertir. Merced a una burocracia fuerte, logró una inserción exitosa, que produjo un crecimiento basado en el aumento de la productividad2. Este planteo, compartido por teóricos de la llamada escuela institucionalista, se abstrae de las condiciones concretas de acumulación del capital asiático. Coloca el elemento dinámico en el Estado y en su capacidad de disciplinar a la burguesía para invertir, sin señalar que la clave está en una serie de cambios tecnológicos que permitían incorporar a una clase obrera disciplinada por la Guerra de Corea y sucesivas dictaduras, muy barata y descalificada, hasta entonces sobrante para el capital, a la realización de procesos productivos simplificados (véase la nota de Emiliano Mussi sobre el efecto de los bajos costos laborales en el desarrollo de la siderurgia coreana en los ‘70 en este mismo número).
Al abstraerse de estas condiciones concretas, Marini vio potencialidades en el Estado como un ente autónomo, factible de ser imitado en América Latina. No obstante, marcó una diferencia: aquí no habría posibilidades de que dichas tareas las realizase la burguesía o los partidos que manejaron el Estado, porque el patrón de acumulación dependiente -desarrollado hasta los ’70- le impedía asumir un comportamiento similar a la de sus pares surcoreanos. Por lo tanto, la tarea de la clase obrera sería realizar una revolución democrática radical y, desde el control del Estado, forzar a la burguesía a invertir y competir en el mercado mundial. Es decir, se pasaba de la lucha por el socialismo a buscar una mayor presencia del Estado capitalista (eso sí, popular) sin plantear una centralización del capital en manos de la clase obrera. Un planteo anticipatorio de lo que luego se expresaría en Venezuela con Hugo Chávez, donde los textos de Marini son muy difundidos, tanto en universidades como por otros organismos estatales.

Dependencia del intercambio desigual

Pasar de defender la lucha por el socialismo, como única salida frente a la dependencia, a sostener la necesidad de una mayor intervención estatal dentro del marco de las relaciones capitalistas, parece resultado de un cambio de opinión o un abandono de sus premisas. Pero lo interesante de Marini es que estas conclusiones son coherentes con sus planteos previos, lo cual es un llamado de atención a muchos partidos, en particular trotskistas, que sostienen posiciones similares a la de Marini y no ven (o no se hacen cargo) de hacia donde llevan.
La dependencia surge para Marini a partir de la existencia de un intercambio desigual en el comercio exterior. Los países dependientes compran mercancías industriales a los países imperialistas, mientras que sólo pueden venderles materias primas. El autor sostiene que las primeras son pagadas por encima del precio internacional. ¿Por qué? Por la existencia del poder monopólico o la intervención del Estado de las potencias. El resultado es que se produce un flujo de valor desde la periferia hacia el centro. Para compensar esta sangría, los países dependientes se ven obligados a pagar los salarios de los obreros por debajo de su valor, es decir sobreexplotarlos. El resultado es que la capacidad de consumo de los asalariados de los países dependientes se comprime. Esto implica una traba al desarrollo de las burguesías latinoamericanas, porque el mercado interno chico no les permite alcanzar la escala necesaria para expandirse. De esta forma, Marini señala que la sobreexplotación otorga a las burguesías una compensación frente a la sangría de riqueza, en favor del imperialismo, pero genera una traba al desarrollo nacional. Situación que no se revierte con el crecimiento industrial en el periodo de la llamada ISI, porque la producción está destinada a las elites y no al conjunto de la clase obrera.
Aunque Marini tiene la pretensión de realizar una explicación económica y diferenciarse de las teorías tradicionales del imperialismo, apela a sus mismos principios. Supone la existencia del capital monopolista y la acción estatal para explicar el flujo de valor desde los países dependientes hacia el imperialismo. Pero, como señalamos en otras oportunidades, este es un supuesto teórico que corresponde a una mirada liberal de la competencia3. Que existan capitales más poderosos, con el apoyo de sus Estado y bancos, no implica que los precios se determinen en forma permanente a su voluntad o sólo limitados por la demanda. La provisión de mercancías hacia los países de América Latina se realiza desde diferentes países o incluso como resultado de la competencia de empresas de los mismos países. Esto determina que el precio pagado al importar no implica necesariamente un sobreprecio desde los países dependientes hacia los imperialistas. En todo caso, eso debe ser investigado y no asumido como una norma general que surge de tomar como propia la perspectiva del pequeño capital, en su lamento frente a su impotencia para sobrevivir ante competidores más poderosos.
Sin embargo, no se acaban ahí los problemas de Marini. No sólo asume una transferencia negativa hacia el imperialismo sin probarla, sino que pierde por completo de vista que existe una transferencia inversa a favor de los llamados “países dependientes”. Las materias primas que exporta América Latina son, en su mayor parte, producidas en mejores condiciones que en el resto del mundo. Es decir que cuenta con ventajas no reproducibles por el capital, que dan lugar a una renta diferencial de la tierra. En efecto, la tasa de ganancia de las ramas productoras de materias primas en Argentina, Venezuela y Brasil es muy superior a la media industrial (ver gráfico 1). En promedio, entre 1960 y 2006, la rentabilidad agraria argentina fue 2,5 veces superior a la de la industria en los EE.UU., la del capital agrario en Brasil 3,1 y la petrolera venezolana 9,6. Lo cual comprueba que los países compradores de dichas materias primas (en general los llamados países imperialistas) pagan por encima del precio de producción normal que corresponde a las mercancías industriales. Es decir, hay un flujo favorable desde el centro a la periferia. A la inversa, la tasa de ganancia de los capitales industriales estadounidenses se toma como referencia del promedio mundial4. Parte de esas ganancias provienen de las exportaciones hacia los llamados dependientes. Al no observarse que la ganancia del capital industrial de los EE.UU. tenga niveles extraordinarios, tenemos un indicio de que no hay un flujo permanente a través del comercio industrial hacia dichos países (al menos no le implica una tasa de ganancia mayor a la media)5. En cambio, sí se demuestra un flujo hacia América Latina, en concepto de renta de la tierra.
Al asumir el monopolio como realidad dominante del comercio mundial en forma teórica, Marini (junto con la teoría de la dependencia) perdió de vista al monopolio realmente existente sobre la tierra. Como vimos, del intercambio desigual se desprendía todo su análisis de la dependencia. Veamos cómo del derrumbe de los cimientos de su modelo colapsa también su estrategia política.

Estatismo inviable

Uno de los aportes claves de Marini fue identificar como elemento específico de América Latina el peso de la venta de la fuerza de trabajo por debajo de su valor. Sin embargo, desde su modelo basado en el intercambio desigual y el dominio del capital monopolista, lo que es una ventaja para el capital terminaba siendo una traba. El problema es que al no analizar la competencia en el mercado mundial y presuponer que en los países dependientes no opera la ley del valor, no pudo dar cuenta del lugar efectivo que juega la sobreexplotación. En efecto, el pago por debajo del valor de la fuerza de trabajo le permite a los capitales locales compensar sus menores ganancias. Pero no se trata de menores ganancias producto del accionar de los capitales monopolistas, sino que los bajos salarios -así como la renta de la tierra- le permite sobrevivir a capitales que son poco competitivos en términos internacionales por contar con menor productividad. Es decir, que el ataque a las condiciones de vida de la clase obrera explica por qué capitales inviables (tanto los nacionales como los extranjeros que se radican en estos países) existen cuando no deberían.
Los bajos salarios son una ventaja para el capital radicado en América Latina, pero es una compensación que no es suficiente para darle competitividad frente a países aun mejores para el capital. Esto es lo que ocurre en el Este asiático, que al ofrecer salarios mucho más bajos que los de América Latina, atrae a capitales que ya no sólo compensan su menor productividad sino que los utilizan como una plataforma para expandir sus exportaciones. Marini, al no poder ver el rol que juega la sobreexplotación (que en su teoría es la causa del atraso), explica este éxito por el Estado. Por eso ve factible trasladar la experiencia asiática hacia América Latina. Sin embargo, al obviar la clave del éxito de su ejemplo a seguir, propone una salida inviable, salvo que se plantee alcanzar los niveles de explotación que hoy tiene China. Algo incompatible con su idea de que el cambio lo realice una fuerza popular. Así, Marini pasó del socialismo a un estatismo utópico dentro de los marcos capitalistas. Como vimos, no fue resultado de abandonar la teoría de la dependencia, sino como expresión de los límites de esta forma de comprender el desarrollo mundial del capital, algo tan común en la izquierda criolla.

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NOTAS

1 Marini, Ruy Mario.: “Dialéctica de la dependencia (1973)”, en América Latina, dependencia y globalización. Fundamentos conceptuales, R.M. Marini, Editor. 2008, Clacso: Bogotá
2 Marini, Ruy Mario: “Proceso y tendencias de la globalización capitalista (1997)”, en América Latina, dependencia y globalización. Fundamentos conceptuales, R.M. Marini, Editor. 2008, Clacso: Bogotá, pp. 269 y 270.
3 Véase Kornblihtt, Juan: Crítica del marxismo liberal. Competencia y monopolio en el capitalismo argentino, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2008.
4 Por ejemplo, Iñigo Carrera muestra que la tasa de ganancia industrial argentina está al mismo nivel e incluso por arriba de la tasa de ganancia industrial promedio de los EEUU. Ver Iñigo Carrera, op. cit. Lo mismo se comprueba en Brasil y en Venezuela.
5 Como señalamos, se trata de un indicio. Se debería avanzar en un análisis de los precios pagados por los países llamados dependientes comparados con los pagados por los países imperialistas. Lo que no se debe hacer, como realiza Marini, es suponer dicha transferencia sin una investigación que la compruebe. Además, incluso de existir (por ejemplo porque los países imperialistas están a la vanguardia del desarrollo tecnológico y pueden tener ganancias extraordinarias), para que se compruebe la teoría del intercambio desigual debería cuantificarse que el flujo es mayor al que se recibe en concepto de renta diferencial de la tierra.

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