La Alianza de Escritores Antifascista congregó los mejores intelectuales y artistas al servicio de la revolución. Cada uno, sin renunciar a su militancia partidaria, comenzó una construcción cultural que se plasmó en varias publicaciones y en una serie de congresos internacionales. Se ocupó de crear centros culturales socialistas. Tenía una comisión para cada disciplina artística. Se discutía no sólo cuestiones políticas inmediatas, sino hasta problemas estéticos (como la discusión de Miguel Hernández contra el surrealismo). Su principal revista El Mono Azul, nucleaba discusiones artísticas, políticas y difundía cuentos y poesías. Era distribuida en los frentes y en las trincheras. A continuación presentamos, en primer lugar, la declaración de la Alianza en el primer número de la revista y, en segundo, fragmentos del Informe de los Escritores Jóvenes al II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, editado por la misma publicación y firmado por Miguel Hernández, Herrera Petere, Emilio Prados, Lorenzo Varela y los pintores Arturo Souto y Ramón Gaya. El primero fue publicado en agosto de 1936 y el segundo en julio de 1937.
La Alianza de Intelectuales Antifascistas no es un organismo acabado de nacer al calor de esta espléndida llamarada liberadora que vivimos. Desde antes, desde años atrás, muchos de sus miembros militaban en la Asociación de Escritores Revolucionarios, cuya sede estaba en Moscú. Pasado el tiempo, ante el avance fascista, que representaba la persecución intelectual organizada por los nazis y las diferencias surgidas en el campo de la inteligencia en todos los países, los escritores de las diferencias surgidas en el campo de la inteligencia en todos los países, los escritores de las diferentes tendencias del pensamiento se reunieron en Paris, elaborando un amplio Congreso en julio de 1935.
De esta gran asamblea salió la necesidad inmediata, inaplazable, de combatir al fascismo en todas sus formas. Con los hombres más ilustres de todos los países, se formó un Comité Internacional, con domicilio en Paris. Constituyeron este comité André Gide, Tomás Mann, André Malraux, Romain Rolland, Aldous Huxley, Waldo Franc, etc.
La Alianza de Intelectuales Antifascistas se honra con el ofrecimiento magnífico de sus secciones internacionales, que se han reunido para desmentir en sus respectivos países las campañas calumniosas de la prensa reaccionaria.
Milicianos: lo mejor del pensamiento universal mira vuestro heroísmo. La Alianza de Intelectuales Españoles, no un partido político, sino afiliados y simpatizantes de todos los partidos del Frente Popular, reunidos en un solo fervor, os aseguran que mientras quede en pie un muro y un papel siga en blanco, escribirán sobre la gran verdad española, la inmensa epopeya de nuestra guerra liberadora, la gloria de ser español y generosamente colaborarán en este frente antifascista, punto de mira y término de acción de la Alianza de Intelectuales.
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Tal vez resulte extraño, o lo que es peor, artificial y forzado, para vosotros que tanto significó y significa vuestra notable actitud al venir a España por nosotros; tal vez resulte extraño o artificial, repetimos, el hecho de que queramos manifestarnos así como lo hacemos: en conjunto, en común. Por eso, antes de seguir adelante, queremos explicar con toda claridad el cómo y el porqué de esa serie de nombres que aparecen encabezando las palabras.
De resulta que cuando hubimos de reunirnos para decidir o no nuestra participación, luego de acordada por nosotros, fuese o no acertada; cuando pensamos discutir quién de entre nosotros podía, llegado el caso, representarnos, cuando buscábamos, en fin, un arma más coherente y adecuada para sentirnos representados como era nuestro propósito en este Congreso, que gran importancia ha de tener en la cultura general y particularmente -creemos- para la cultura española, surgió de un absoluto y literalmente estricto criterio de hacerlo colectivamente, ya que colectivos fines eran nuestros puntos para todas las cuestiones que nos parecieron las más esenciales y objetivas. […]
En esta aclaración, nadie puede pensar -si acaso había alguno que lo pensaba- nuestro propósito ha sido inspirado en otro, torpe, fácil y demagógico de querer presentar externamente unido, por originalidad, por falso colectivismo, hábilmente preparado, lo que interiormente era disgregado y distinto.
Y esto es así: este hecho de sentir verídicamente unido ante algo y para algo lo que pudo ser o ha sido tan distinto y disperso en otras ocasiones, saltando por encima de nuestro personalismo es ya algo de las muchas cosas que la revolución -la extraordinaria lucha que mantiene nuestro pueblo, del que nos sentimos inefablemente orgullosos- nos regala y nos afirma como un primer punto de exaltada referencia. Porque lo que menos importa ya es el hecho en sí mismo de que este grupo esté total y absolutamente integrado, no sólo por distintos significados de sensibilidad, no sólo por distintas concepciones de nuestra profesión y decidida vocación de artistas, escritores y poetas, sino por individuos que como procedencia social pueden marcar distancias tales como las que hay entre el origen enteramente campesino de Miguel Hernández, por ejemplo, y el de la elevada burguesía refinada que pueda significar Gil Albert; lo que importa verdaderamente es la profunda significación que muy por encima de nosotros tiene este mismo hecho referido a la totalidad española. […]
Pero además, aparte de este hecho, que hoy no solo nos une para problemas estrictamente culturales -si es que es posible entender por cultura una categoría definida, “estrictamente cultural” y al margen de los hechos vivos, reales y diarios- sino humanamente, pretendemos que hay entre nosotros otros nexos de unión de tal índole que son los que verdaderamente nos autorizan, por más que no sean por entero producto de nuestra propia voluntad, para hablar hoy aquí. En su conjunto, podríamos expresarles al decir: somos distintos y aspiramos a serlo cada vez más en función de nuestra condición de escritores y artistas; pero tenemos algo en común: la revolución española, que por razones de coincidencia histórica nace y se desarrolla simultáneamente con nuestra propia vida. O mejor, nacemos y nos desarrollamos simultáneamente con el nacimiento y desarrollo de esa revolución. En las trincheras, se bate de seguro la gente que tiene nuestra misma edad en mucha mayor proporción que otra cualquiera. Y si por el momento nosotros mismo son estamos allí, no quiere esto decir que no hayamos estado, unos; que no vayamos estar de modo inmediato, otros, y que no hayamos vivido, todos, en plena consciente, disciplinada e incondicional actividad, los dramáticos momentos de nuestra lucha. No queremos con esto hacer -ni hacemos, naturalmente- monopolio de la heroica voluntad de lucha de todo el pueblo español. Pero sí queremos decir con todas esas razones que tenemos no ya un derecho, sino el deber ineludible de interpretar con nuestro pensamiento y sentimiento el pensar y el sentir de esa juventud que se bate en las trincheras y que ardientemente reclamamos por “nuestra” en la misma medida y con la misma pasión con que nosotros nos consideramos “suyos”… […]
De esa juventud, que en ese sentido es la nuestra […], tomamos el alto ejemplo e inolvidable lección y solo estimaremos nuestro fin conseguido en la medida en que sepamos devolver a esa juventud, cuando ya no lo sea, en nuestra obra futura, en forma de creación artística y literaria, los mismos valores humanos que con su acción enaltecedora, con su valiente sangre generosa, nos afirman hoy en la actuación…