¿De qué lado estamos? Acerca de la “crisis yerbatera” de Misiones
Todos los años tareferos y burgueses salen a luchar por su supervivencia. Los primeros como obreros en condiciones de extrema pauperización, los segundos como patrones agrarios que pelean contra sus pares industriales por apropiarse de una porción mayor de ganancia.
Ezequiel Flores
TES – CEICS
No resulta novedoso que los problemas de la rama de la yerba mate se tornen de público conocimiento a nivel provincial e incluso nacional. Todos los años, al finalizar el período de zafra (marzo – agosto/septiembre), comienzan las protestas.
Los tareferos, al quedar desocupados al término de la cosecha, protagonizan piquetes y acampes en diferentes localidades de la provincia, especialmente en Posadas. Los reclamos de los cosecheros se vinculan estrictamente con su supervivencia: comida, aumento del subsidio interzafra, puestos precarios de trabajo (bajo la modalidad de cooperativas de trabajo), servicios básicos (luz, agua potable, servicios de transporte).1 Aunque todos comparten estos reclamos, no se logra unidad al momento de llevarlos adelante. Por poner un ejemplo, sólo en Oberá existen más de una decena de agrupaciones tareferas y, según lo declarado por algunas delegadas de las mismas, lo que las separa es la cooptación del Gobierno provincial. Por poco y nada (comida principalmente), el mismo cierra acuerdos con ciertos dirigentes, conteniendo y dividiendo a las bases. Mientras tanto, UATRE hace como que no ve, algo propio de la complicidad de la dirección sindical de la rama. Además, producto de la dispersión y la baja afiliación, en este lapso se deja de lado la lucha por mejoras salariales, el fin del pago a destajo, la erradicación del trabajo infantil, empleo en blanco sin contratistas, convenios colectivos de trabajo, mejores condiciones laborales, pago en dinero (hay tareferos que aún cobran en vales).
El segundo problema que irrumpe regularmente (y que comúnmente es tomado como síntoma de una “crisis” de la rama) es la fijación del precio de la “hoja verde”. Es decir, el precio que el burgués industrial paga al agrario por el kilo de yerba cosechada. Este precio lo fija el Instituto Nacional de la Yerba Mate (INYM), mediando entre unos y otros. Este año, lejos del consenso, la discusión debió zanjarse por medio de un laudo presidencial.
No obstante, los llamados “pequeños productores yerbateros”, disconformes, han protagonizado piquetes, acampes e incluso mantuvieron tomada la sede del INYM durante una semana. Para esta última acción, lograron movilizar con ellos a un grupo tareferos. Exigían la urgente fijación de precio y un mecanismo para su cumplimiento, que reduzca el plazo de pago (ya que actualmente puede extenderse hasta un año) y la renuncia de todos los directores titulares del INYM.2 Finalmente, tras lograr una mejora del precio, el compromiso de fiscalización del mismo, financiamiento del INYM y limitar la oferta de materia prima, levantaron la toma.3
En ambos casos, tareferos y burgueses salen a luchar por su supervivencia. Los primeros como obreros en condiciones de extrema pauperización, los segundos como patrones agrarios que pelean contra sus pares industriales por apropiarse de una porción mayor de ganancia (eso es subir el precio que perciben por el kilo de yerba canchada). Si estos últimos arrastran a peones rurales, lo hacen esgrimiendo estrictamente consignas burguesas. Como se constata a lo largo de todo el ciclo de protestas, la burguesía más chica siempre esgrime la miseria en que se encuentra sumergida la población obrera ocupada en la cosecha de yerba mate, para dar legitimidad a su protesta, y afirma que su propia reivindicación –el aumento en el precio del producto– posibilitaría también un aumento en el precio del destajo pagado al obrero. Sin embargo, ninguna de las demandas implica una mejora para los obreros. Por eso, la pelea por el precio de la hoja verde es un enfrentamiento interburgués, en la que los tareferos no tienen nada que ganar. La disputa que se dirimía en la toma del INYM es ajena a sus intereses de clase, incluso a aquellos más inmediatos: nada dicen los “pequeños productores” acerca de la erradicación del trabajo en negro e infantil en la tarefa, de establecer un Convenio Colectivo de Trabajo, de mejorar las condiciones de trabajo, etc.[4] No lo dicen y no lo dirán, sencillamente porque son fieles a sus intereses de clase y este es el punto central de todo el asunto. Es más, ante la interrupción del inicio de la cosecha por parte de la patronal agraria, los cosecheros se ven ante un lock out, agravado por el hecho de que su salario es a destajo, fijado según cantidad cosechada por día.
¿Comités de obreros y campesinos?
El Partido Obrero, al repetir religiosamente el Programa de Transición, no puede ver la dinámica de este proceso ni tampoco que las movilizaciones responden a los intereses de distintas clases. Por eso, interviene de manera ambigua y con una nociva confianza en el pequeño capital.5 Así, a pesar de bregar por una política independiente, los compañeros defienden el reclamo de los patrones: garantizar el precio mínimo a la “pequeña producción” a costa de los supuestos “monopolios industriales”. La postura toca el absurdo cuando proponen que comités de “obreros y campesinos” controlen el cumplimiento de dicho precio. Para empezar no existe tal sujeto llamado “campesino” en Argentina y, en particular, caracterizar como tales a los “yerbateros” es ridículo: el cultivo de yerba mate requiere una importante inversión inicial e involucra un largo ciclo para amortizarla, ya que puede comenzar a cosecharse recién hacia el cuarto año y entra en plena producción a los diez años de haber sido implantado. Por lo tanto, en esta producción los “pequeños productores” no son burgueses tan pequeños y mucho menos campesinos.
Planteadas así las cosas, es un grave error político proponer cualquier tipo de alianza policlasista. Efectivamente, desde la década del noventa se observa una profundización del proceso de concentración y centralización de la rama, con la consiguiente pauperización de las capas más débiles de la burguesía. Ahora bien, esto no da lugar a una emergencia campesina, sino que por el contrario, se acelera la proletarización de una multitud de “pequeños productores”, que los estudios agrarios describen superficialmente con la categoría de “multiocupación”.
Dejando al inexistente “campesino” de lado, el PO pretende que el tarefero vigile que el burgués industrial le pague a su patrón (el “pequeño productor”) lo que corresponde, tras la supuesta condición de que esto “contribuya a establecer” el salario y las condiciones laborales de los tareferos. Lo que hay que explicarle a los compañeros es que esto es falso: el pequeño capital agrario explota a los trabajadores tanto como el grande (o incluso más) y no tiene intención de mejorar las condiciones de sus obreros. Pero además, en ninguna de las ocasiones en que los productores consiguieron un aumento en el precio de la hoja el salario de los trabajadores se recompuso.
Seguro los compañeros objetarán que también toman en cuenta otras reivindicaciones gremiales de los tareferos, y es cierto. Pero estas consignas no podrán cumplirse si se desarrollara la política que el PO quiere imprimirle a la rama. Por ejemplo, el blanqueo de todos los trabajadores con convenio colectivo de trabajo y salario anual. Concretamente, el acceso a estos derechos implica que la mayoría de los pequeños patrones yerbateros se fundan, producto de su propia ineficiencia, porque viven a costa de aumentar la explotación a los tareferos y pagar salarios más altos los dejaría en la ruina. Sumado a eso, los productores se ven amenazados porque las empresas industrializadoras comienzan a insertarse en la producción primaria de forma más eficiente. ¿Cuál es la salida que proponen los compañeros? Planes de desarrollo rural para obreros rurales y pequeños patrones: salvar a los explotadores más débiles e ineficientes y, lo que es peor, poner a obreros rurales en el camino de convertirse en “emprendedores”. La defensa que realiza el PO del pequeño capital frente a la amenaza de concentración y centralización es ajena al interés del proletariado en general. No se habla (faltaría más) de expropiar al capital. Nuevamente, la intervención del trotskismo demuestra lo poco que conoce el agro argentino y lo mucho que sabe recitar el Programa de Transición, pero para intervenir en favor de los explotadores.
Organización, unidad e independencia de clase
En Misiones, como en Argentina, no hay campesinos y en el agro, así como en la industria, los pequeños capitales son ineficientes y no tienen nada que ofrecer a los trabajadores más que salarios y condiciones de trabajo de miseria. Si no asumimos esto, seguiremos interviniendo en contra de la misma población que queremos representar y dirigir. No podemos proponer una alianza con los patrones en defensa de sus intereses. Los “pequeños productores yerbateros” llaman al tarefero a pelear a su lado solo hasta que consigue el aumento del precio de la hoja. Y después, si te he visto no me acuerdo…
Si vamos a intervenir con una política revolucionaria, tenemos que mantener nuestra independencia de clase y explicar a los tareferos que los patrones no son sus aliados. Así, podremos luchar por todas aquellas reivindicaciones sindicales que los patrones ignoran y no están dispuestos a regalar: Convenio Colectivo de Trabajo, empleo en blanco y sin contratistas, erradicación del trabajo infantil en la tarefa, erradicación del trabajo en negro y el pago a destajo, reducción de la jornada laboral para tareferos a 6 horas y repartición de las horas sin afectar el salario, condiciones laborales dignas. Este es un claro ejemplo de que adoptar una posición política religiosa y no científica lleva a errores tan garrafales como poner a los trabajadores bajo la dirección de su patronal. Los tareferos tienen que luchar por mejorar su vida y no para aumentar las ganancias del patrón.
Notas
1Ver https://goo.gl/FQVYCy
2Ver https://goo.gl/B9twR4
3Ver https://goo.gl/hXWruj
4Hemos analizado las condiciones de trabajo y vida de los tareferos aquí: Muñoz, Roberto: “Cuando la yerba mata”, en El Aromo, nº 58, Enero/Febrero de 2011. https://goo.gl/sRsvHb
5Ver https://goo.gl/o0NISP