En numerosas ocasiones, solemos escuchar que los bancos y las finanzas son un negocio aparte sin conexión con la realidad de la producción. Incluso se hace una valoración negativa: se habla de la “timba financiera”, se dice que las finanzas forman parte de un mundo volátil, de algo que en realidad no existe, pero que produce ganancias para unos pocos. Se habla incluso de una etapa financiera en la Argentina, donde los bancos dominarían el país beneficiados por las políticas de los diferentes gobiernos. Finalmente, Martin Scorcese reflejó esta idea en El lobo de Wall Street, película en la que Di Caprio personificaba a Jordan Belfor, un corredor de bolsa de Nueva York adicto a la cocaína que fundó la compañía Stratton Oakmont y que se dedicaba a vender acciones y estafar inversionistas.
Esta idea tiene consecuencias políticas: quienes la sostienen, en realidad, terminan considerando a los capitales productivos como capitales “buenos” y a los financieros como “malos”. Visto así, el problema no es el capitalismo como un sistema social, como una totalidad. El problema de la Argentina serían las finanzas a las que hay que controlar. El problema serían los “excesos”, no la acumulación de los capitalistas a costa nuestra. Contra la “especulación”, la “inversión en fierros”. En definitiva, la búsqueda de un “capitalismo en serio”, basado en la industrialización pesada.
Sin embargo, esta idea es errada. En realidad, el capital financiero y el capital productivo conforman una unidad. En primer lugar, porque son parte de una misma clase social, aunque correspondan a dos fracciones diferentes de esa misma clase. Tanto Jorge Brito (Banco Macro) como Kaufmann Brea (Arcor), como Paolo Rocca (Techint) son burgueses y todos ellos acumulan a partir de la realización de plusvalor producido por la explotación de nuestro trabajo. Es decir, ambas forman parte de un mismo bando enemigo contrario a los intereses de los trabajadores y no hay razones para apoyar a uno contra el otro.
En segundo lugar, el capital financiero tiene una función que lo conecta con el capital productivo. ¿Cuál es esa función? Veamos: todos los capitalistas necesitan créditos. Los capitalistas argentinos, ni hablemos: como vimos numerosas veces, necesitan una inyección de dinero constante para poder competir, sobre todo, cuando viene la crisis. Los bancos juegan entonces un rol muy importante.
Cuando el capitalista pide un crédito promete que va a ponerlo en la producción y, mediante la explotación de un par de trabajadores, extraer un nuevo plusvalor. Entonces, el capitalista financiero espera que le devuelva lo prestado con un plus, un interés. ¿Y de dónde sale la plata de la que dispone el banco para prestar? La toma de aquellos que depositaron plusvalía sobrante esperando que el banco pague con un interés. Así, el sector financiero recicla plusvalía que anda dando vueltas por el sistema y las reasigna según la demanda para la producción. El negocio se encuentra en que el banco cobra tasas de interés mayores a los primeros y paga tasas menores a los segundos. Es decir, se quedan con una parte de la redistribución de la plusvalía.
Este negocio resulta particularmente importante en la Argentina. Pensemos que durante el kirchnerismo, los bancos fueron muy rentables. Tanto es así que algunos se animaron a hablar -incorrectamente- de la década de las finanzas. Pero, ¿por qué ocurría esto? Precisamente porque prestaban créditos a la industria. Para el 2009, el Estado estaba profundamente preocupado con la rentabilidad del capital industrial. Los bancos tuvieron entonces su principal ingreso por los intereses, que crecieron casi un 100% entre el 2009 y 2013. Sin embargo, esas tasas eran bajas o negativas para los industriales. Los industriales a su vez, buscaban con esos créditos patear cualquier crisis, antes que cerrar la ventana.
De este modo, no es que las finanzas dominaron la economía sino que la crisis de la acumulación de capital permitió la expansión de las finanzas. La misma lógica aplica para la búsqueda de deuda a nivel internacional. Ya lo quiso hacer el kirchnerismo (recordemos que acordó con el Club de Paris), lo sigue haciendo el macrismo (FMI) y lo hará muy probablemente otro gobierno. Sencillamente porque los capitales no pueden sostenerse por su cuenta.
De este modo, los trabajadores no tenemos por qué levantar la bandera del capital productivo contra el capital financiero. No tenemos por qué dar apoyo a los que nos explotan como a los que se reparten el fruto de nuestra explotación. Lo que debemos hacer es repudiar a ambos como parte de un mismo sistema.