Con fecha de vencimiento – Por Nicolás Davite

en El Aromo nº 87

la-martonaOrígenes y expansión de la industria láctea argentina

Desarrollistas, progresistas y lamentablemente amplios sectores de la izquierda compraron el mito peronista, afín a los intereses de la periodización en modelos de desarrollo. El caso de la industria láctea, y en particular de La Martona durante la primera mitad del siglo XX, permite discutir una serie de lugares comunes sobre las características de la economía argentina.

Por Nicolás Davite (Grupo de Investigación de la Historia Económica Argentina-CEICS)

La Argentina, sostiene la noción más difundida, no habría montado industrias hasta entrados los años ’30. Esto se complementa con la idea que sostiene que hasta esa década habría dominado de forma completa la producción primaria. Solo se desarrollaron sectores vinculados a la producción de cereales, la ganadería y algunas otras pocas ramas conexas, vinculadas a un supuesto atraso nacional. Así, se pinta un cuadro donde los “verdaderos” intereses industriales, asociados con el progreso, fueron ahogados. Estos modelos habrían beneficiado a una supuesta oligarquía rural, enemiga acérrima de la industrialización y asociada a intereses foráneos, que impidió que el país cumpliera una especie de destino manifiesto como otras potencias. La mentalidad rentística de los grandes propietarios rurales, con aversión a la inversión productiva, bloqueó la expansión del capital industrial que podría desandar este camino de grandeza.

Desarrollistas, progresistas y lamentablemente amplios sectores de la izquierda compraron este mito peronista, afín a los intereses de la periodización en modelos de desarrollo.[1] Esta periodización en modelos “progresistas” (ISI, el actual “productivo”) y “regresivos” (agroexportación, valorización financiera) no es más que la visión de la historia de capitales que no tienen capacidad de competir en el mercado mundial, que buscan descargar las culpas de su baja competitividad en los “monopolios”, los intereses extranjeros, la oligarquía…

El problema de estos planteos es que no se corresponden con la realidad. En ediciones recientes discutimos esta postura mostrando la situación de diversas ramas de la industria y la expansión de su mercado durante la primera mitad del siglo XX.[2] Proponemos aquí un breve recorrido por los inicios de un sector vinculado al agro como es la industria láctea.

La prehistoria de la industria láctea

La producción de lácteos en el país (leche, manteca y quesos), tiene una larga trayectoria. Los primeros indicios se remontan a la etapa colonial, durante el siglo XVI. Luego de la revolución de Mayo y a lo largo del siglo XIX, inmigrantes europeos (ingleses, escoceses, franceses, vascos) impulsaron la producción primaria de leche. En esos tiempos el proceso era artesanal, destinado a satisfacer las necesidades de los mismos tamberos y su área de influencia. La producción no estaba aun separada en fases, siendo la unidad agropecuaria (el tambo) el que por lo general producía y vendía la leche.[3] En este procedimiento se caracterizaba por la falta de higiene en el procesado y tratamiento.

Durante el último cuarto del siglo XIX, la Argentina experimentó transformaciones producto de su inserción en el mercado mundial como proveedor mercancías de origen agropecuario. Este proceso generó la expansión del mercado interno, en gran medida gracias a los inmigrantes europeos con tradición de consumos de lácteos, aumentando la masa de consumidores urbanos. Entre las décadas de 1880 y 1890 se conformaron las primeras usinas para procesado y desnatado de leche, como El Chalet, La Escandinavia, La Martona, La Delicia, Granja Blanca, y otras. Estas recibieron el nombre de “cremerías”, ya que elaboraban ese subproducto. Una empresa sueca introdujo los primeros equipos, luego de que fueran presentados en una exposición de la Sociedad Rural en 1886.

Los establecimientos dieron a su vez origen a la producción de manteca, ya que la crema es el principal insumo para ese producto. El censo de 1895 registraba 357 cremerías, queserías y fábricas de manteca, que ocupaban 1.758 personas. Ese mismo año, el rodeo lechero se encontraba en 1,8 millones de cabezas. En 1902 ya existían once fábricas relevantes de queso y manteca que exportaban, compitiendo en calidad con daneses y holandeses. Para 1913, la cantidad de usinas había aumentado hasta casi 1.300 y en 1924, se contabilizaban 3.042 (1.569 cremerías, 628 queserías, 49 fábricas de manteca, 796 establecimientos mixtos).[4]

La Martona, primera industria

En 1889, Vicente Casares fundó La Martona en Cañuelas, provincia de Buenos Aires. Los capitales para el emprendimiento provenían de su actividad agropecuaria: los Casares eran importantes estancieros de la provincia de Buenos Aires, miembros de una familia tradicional, con inserción en la vida política. El ya dueño y fundador de La Martona llegó a director del Banco Nación y fue diputado nacional (en 1900). Para conseguir liquidez para montar el establecimiento, Vicente Casares vendió 20.000 hectáreas de sus tierras.[5]

Hasta ese momento, la producción de leche se realizaba en condiciones poco higiénicas, tanto en su elaboración como en la conservación del producto y sus derivados. En vistas de la expansión del mercado, Casares decidió viajar a Estados Unidos y Europa para interiorizarse sobre las últimas técnicas fabriles y de higiene con el objeto de montar una usina en el país. A su regreso fundó la planta, que podría decirse estaba “integrada”, ya que se abastecía de materia prima a partir del suministro de tambos y campos propiedad de la familia, en un comienzo con rodeo de 5.000 cabezas de razas Holstein, Suizas y Durham, aunque entrado el siglo XX se impusieron las Holando-Argentino. Tanto en los tambos como en la usina se establecieron rigurosas medidas de higiene que posibilitaron un producto de calidad mejorada.[6]

Cabe mencionar que también encontró dificultades: la escasez de operarios capacitados en una industria nueva, sobre todo para la instalación y uso de las máquinas higienizadoras importadas de Francia. No obstante, la actividad se puso en marcha. En la usina central se ubicó la plataforma de recibo, el laboratorio, la sala de filtrado y enfriado de leche fluída, la sala de desnatado y la mantequería, la fábrica de hielo y la sala de máquinas y calderas. Allí se higienizaba, se la envasaba y era enviada a Buenos Aires por ferrocarril para distribuir en casas de expendio propias (“lecherías” y “bares lácteos”) y ajenas. El volumen de producción permitió lograr un producto accesible y de cierta calidad, que provocó un aumento en el consumo interno de lácteos.

En 1895 la empresa contaba con 4 máquinas a vapor, empleaba 15 operarios y producía leche fluida e higienizada, manteca, crema y quesos, llegando incluso a exportar manteca a Gran Bretaña. En 1897 se instaló una segunda usina, que permitió efectuar procesos como la homogeneización. Para 1902 contaba con filiales descremadoras en Cañuelas, Tristán Suárez y Uribelarrea. Los sucesores de Casares (que falleció en 1910) continuaron ampliando la operatoria de la empresa.

La industria láctea tuvo un primer auge durante la Primera Guerra Mundial, incrementando su operación interna y las exportaciones de derivados. Se constituyó como una de las que más personal ocupaba, el 7% del total de obreros de la manufactura en ese momento (más de 28.000 obreros). La actividad en su conjunto se ubicó como el quinto sector en relación al capital invertido, detrás de frigoríficos, compañías eléctricas, bodegas e ingenios azucareros. La demanda de leche líquida de la ciudad de Buenos Aires, principal centro de consumo, alcanzaba los 350.000 litros diarios, abastecidos principalmente por la empresa de los Casares y por La Vascongada. En este contexto, La Martona incorporó nuevas máquinas de origen europeo y amplió el volumen de producción a 75 mil litros por día.[7]

La firma amplió progresivamente su mix de productos: a la leche maternizada, esterilizada, al dulce de leche y a la caseína que fabricaba ya a comienzos de siglo, posteriormente se agregaron otros como leche condensada y yogurt. Por último, en la década del ’20 introdujo máquinas para fragmentar y empaquetar manteca. En décadas posteriores, consiguió expandir sus operaciones, formando en los ’40 una sociedad anónima para los negocios de la división agropecuaria. En 1978 la firma cerró, acuciada por la crisis económica y la competencia con otras compañías.

No es cuestión de actitud

El caso de la industria láctea, y en particular de La Martona durante la primera mitad del siglo XX, permite discutir una serie de lugares comunes sobre las características de la economía argentina. La instalación y expansión de sectores como las usinas lácteas, con maquinaria de los principales fabricantes de equipos del mundo y estándares internacionales de proceso, discute la idea de una supuesta falta de industrias previo a la crisis del ’30. Por otro lado, muestra el peso de la rama más dinámica del capitalismo argentino y su vínculo con diversos sectores de la industria procesadora de materias primas agrarias. A su vez, el recorrido de Casares también evidencia que los déficits de la Argentina no se encuentran en la actitud o mentalidad anti-industrial de los propietarios rurales. Cuando Casares percibió la posibilidad de obtener ganancias, invirtió en otra actividad, como hicieron varios capitalistas agrarios que durante este período se volcaron a otros negocios. En este sentido, no hay una división entre industriales y “oligarcas”. Ambos son partes de la misma clase, que se reproduce a partir de su sociedad en la extracción de plusvalor producido por los trabajadores.

Los problemas de la Argentina no están en una supuesta falta de capitalismo. Por el contrario, ya dio todo lo que tenía para dar. Los límites no están en la mentalidad de sus empresarios o en la falta de más industria, sino en el carácter pequeño y tardío del capitalismo en la Argentina. Eso solo se podrá empezar a revertir bajo otras relaciones, en las cuales el Estado obrero centralice los medios de producción en función de las necesidades de la clase obrera y se fusione en un marco más amplio de operación que permita resolver los problemas de escala: los Estados Unidos Socialistas de América Latina.


[1]Bil, Damián: “Fantasías del pasado”, en El Aromo n° 55, 2010.

[2]Duarte, Juan M.: “Mitos reformistas. Acerca de la industria argentina a comienzos del siglo XX”, en El Aromo n° 85, 2015.

[3]Ferrero, Roberto y Fermín Cravero: “El descubrimiento de la buena leche”, en Todo es Historia, n° 196, 1983.

[4]En Commercial Relations of the United States with Foreign Countries during the year 1902, Dept. of State, 1903; y Pirtle, Thomas: History of the Dairy Industry, Mojonnier, Chicago, 1926.

[5]En base a Zubizarreta, Ignacio y Fernando Gómez: “Vicente L. Casares y el nacimiento de la industria láctea: el caso de La Martona”, Revista de Instituciones, Ideas y Mercados, vol. 58, 2013.

[6]A tal punto esto fue una preocupación que el cronista francés Jules Huret mencionaba a comienzos de siglo XX que La Martona producía una de las leches más higiénicas del mundo, aun más cuidada que las europeas.

[7]Datos de The National City Bank of N.Y.: The Americas, vol. 4, n° 12, septiembre 1918; Smith, L. Brewster: The economic position of Argentina during the war, Washington Gov. Printing Office, 1920.

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