Como gérmenes debajo de la alfombra – Tamara Kedikian y Sebastián Cominiello

en El Aromo nº 86

Un primer acercamiento a la estructura del “cuentapropismo”

En general suele asociarse al trabajo por cuenta propia con la “clase media” argentina. Sin embargo, un examen de su composición pone en evidencia que bajo la categoría del cuentapropismo se oculta un porcentaje elevado de obreros.

Por Tamara Kedikian y Sebastián Cominiello (Oficina de Estadísticas Sociales-CEICS)

Las estadísticas oficiales clasifican a la población económicamente activa (PEA) en categorías ocupacionales. La PEA, según el INDEC, es toda aquella población que “aporta su trabajo o busca aportarlo para la producción de bienes y servicios”. De este modo, el organismo de estadísticas identifica a las categorías patrón, trabajador familiar sin remuneración, asalariado y cuenta propia. Los primeros, según las definiciones de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), serían dueños o socios activos de empresas que emplean personal en relación de dependencia; los segundos serían quienes trabajan en una empresa familiar sin recibir ningún tipo de remuneración; y, los terceros son aquellos que trabajan en relación de dependencia a cambio de un salario.

Todas estas nociones resultan en mayor o menor medida “problemáticas”, puesto que ninguna de ellas remite a la categoría científica de clase social. Por ejemplo, dentro de los “patrones” bien pueden identificarse fracciones de la burguesía y la pequeña burguesía. Si los patrones destinan parte de su tiempo a trabajar y, a la vez, emplean a familiares, probablemente se asemeje más a alguna fracción de la pequeña burguesía, en la medida en que sus medios de vida no le permiten reproducirse a costa “exclusiva” del trabajo ajeno. A su vez, en el seno de los “asalariados” también pueden identificarse fracciones de la pequeña burguesía. Por ejemplo, los gerentes de empresas o bancos, cuya labor se vincula más directamente al “control” de ciertas tareas, son identificados por las estadísticas como asalariados, al igual que un obrero industrial, o sea, una persona que ejecuta una tarea. Lo que nos convoca aquí son los denominados trabajadores por “cuenta propia”. Esta categoría presenta varios obstáculos para comprender su composición. En este artículo examinamos ciertas características de la estructura del “cuentapropismo” y dejamos para próximos números de El Aromo un análisis de sus condiciones laborales.

¿Qué es un cuentapropista?

Según el INDEC, los cuentapropistas

“son aquellos que desarrollan su actividad utilizando para ello sólo su propio trabajo personal, es decir, no emplean personal asalariado y usan sus propias maquinarias, instalaciones o instrumental. Dentro de este grupo es posible identificar a aquellos trabajadores que, declarándose como independientes, articulan su proceso productivo exclusivamente con un solo establecimiento, es decir que el circuito de producción de estos trabajadores está ‘cautivo’ dado que su reproducción depende de la existencia de este establecimiento”.

Nos permitimos citar in extenso para dar cuenta de que el mismo INDEC considera problemática esta categoría. Aquí se incluyen desde changarines hasta propietarios de taxis o médicos que atienden en su propio consultorio. A su vez, se oculta bajo esta categoría a una población que, lejos de ser “independiente”, se reproduce a partir de la venta de su fuerza de trabajo, aún poseyendo un instrumento laboral, como es el caso de los cartoneros. Incluso, las diversas formas de contratación precaria de la fuerza de trabajo, como por ejemplo los monotributistas, muchas veces son consideradas por las estadísticas burguesas como parte del cuentapropismo.

Incluso, durante décadas se asoció al cuentapropismo con los “trabajadores independientes” o profesionales, categorías que podrían asociarse más directamente a la pequeña burguesía. Esta última se caracteriza por no vender su fuerza de trabajo para valorizar capital sino que posee medios de producción o de vida (consultorios médicos o contables, o un taller, etc.) que le permiten reproducirse como tal. No obstante, el propio desarrollo del capitalismo argentino y los procesos de pauperización y proletarización han tendido a modificar la composición de la pequeña burguesía. Es el caso de los médicos. Estos últimos en los años 60 constituían parte de la pequeña burguesía, y producto de los procesos de pauperización y proletarización, actualmente se emplean como fuerza de trabajo que es vendida ya sea al Estado (hospitales públicos) o a empresarios que gestionan clínicas privadas. Estas transformaciones son difícilmente perceptibles a partir de las categorías burguesas tales como el cuentapropismo.

Pauperizados y proletarizados

Si examinamos la composición del denominado “cuentapropismo” observamos que un porcentaje elevado puede ser caracterizado como parte de la clase obrera. Según la EPH, entre los años 2003 y 2014 el cuentapropismo constituyó un 20% de la población ocupada. Estimativamente, esta cifra representa a más de 2,8 millones de personas en el total de aglomerados urbanos. La categoría comprende desde dueños de local, maquinaria y vehículos (un 5%) hasta los que no poseen ni alquilan ninguna de éstas, que representan un 22%. Aquí se presenta una de las tantas contradicciones de la categoría en cuestión, puesto que se compone de dos fracciones disímiles entre sí, unas propietarias de algún medio de producción o de vida y otras dueñas sólo de su fuerza de trabajo. A su vez, la representatividad de los que no poseen nada resulta significativa para una categoría que implica que no emplea personal asalariado y que usa su propia maquinaria, instalaciones o instrumental.

Por otra parte, el examen de los ingresos de los trabajadores por cuenta propia abona en el sentido de una fracción extremadamente pauperizada. En el año 2014, el ingreso mensual promedio de los cuentapropistas dueños de únicamente su fuerza de trabajo (o sea, los que no poseen nada más que su propio cuerpo y capacidades motrices) fue de 3.072 pesos, cifra que representó el 51% del promedio del conjunto de los asalariados para el mismo período. Por su parte, los cuentapropistas dueños del local, maquinaria y/o vehículo gozan en promedio de un 40% más de remuneración respecto de los que no poseen estas estructuras. Se trata de un ingreso mensual promedio de 5.112 pesos. No obstante, este monto de dinero obtenido es menor incluso que el salario que percibía un asalariado en mano durante el mismo año (6.028 pesos).

Algo semejante ocurre con los cuentapropistas en cuya actividad económica involucran a un vehículo. En el año 2014, este sector representó el 29% del total del cuentapropismo. De todos estos, el 94% era propietario del vehículo, mientras que el 6% restante alquilaba o se lo habían prestado. Los dueños de los autos contaron con un ingreso promedio de 3.900 pesos durante ese año; mientras que, los que lo alquilaban percibieron un ingreso mensual de 2.900 pesos. Probablemente, este sea el caso de los choferes que alquilan un taxi o remis. Se trata de una fracción de la clase obrera que no solo no es dueña del automóvil, sino que al emplearse en el manejo de un taxi debe pagar el alquiler del mismo.

Por último, otros subgrupos que componen la categoría “cuentapropia” podrían asemejarse a lo que conocemos como pequeña burguesía. Por ejemplo, un 8% posee maquinaria, alquilan un local y no cuentan con vehículo. Sin embargo, esta condición no garantiza un ingreso elevado. En efecto, durante el año 2014 la población que reunía estas condiciones obtuvo un promedio 4.300 pesos por mes, o sea, un 30% menos que quienes se emplean en relación de dependencia.

Como vemos, en el pantanoso campo de la categoría “cuentapropia” se ocultan tanto a fracciones de la pequeña burguesía como del proletariado. En el primer caso, estamos en presencia de una población pauperizada, mientras que, el segundo, probablemente se trate de un reservorio de sobrepoblación relativa.

Avances para una comprensión del fenómeno

Como hemos visto, la categoría utilizada por los organismos oficiales para clasificar la población ocupada resulta en extremo confusa. En su seno se incorpora a fracciones completamente heterogéneas entre sí y que ocupan posiciones opuestas en la estructura productiva. Por otra parte, si bien es cierto que el nivel de ingresos no define la pertenencia de clase de la población, el análisis del monto obtenido por el trabajo realizado por los cuentapropistas nos permite observar que un porcentaje elevado de esta población se encuentra en un avanzado estado de pauperización. Además, si sumamos a quienes no poseen ni alquilan maquinaria, vehículos o locales tan sólo con aquellos que utilizan un vehículo pero que no son propietarios de él, podemos afirmar que bajo la figura del cuentapropismo se oculta, por lo menos, un 30% de población obrera. Si proyectamos esta cifra al conjunto de los aglomerados urbanos estamos hablando, aproximadamente, de un millón de personas. Una suma para nada despreciable. Esta primera aproximación a la composición del cuentapropismo nos ayuda a comprender, por un lado, la dinámica de la pequeña burguesía que tiende en el mediano y largo plazo a pauperizarse y proletarizarse. Pero, por sobre todo, este examen pone en evidencia el elevado peso que tiene la clase obrera en Argentina, aunque la burguesía tenga la pretensión de ocultarla.

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