Ciencia, Religión y Sociedad – Por Julieta Paulos Jones

en El Aromo n° 40

Ciencia, Religión y Sociedad. La física jónica y el modo de producción esclavista

Julieta Paulos Jones
Club de Amigos de la Dialéctica – CEICS

«Todos están acordes en que los griegos fueron grandes pensadores. Que nadie piense que me propongo discutir ese hecho; pero se sostiene con frecuencia que los griegos fueron tan pobres realizadores como grandes pensadores. Tal creencia sí deseo refutar. Quiero, sí, afirmar que el mejor pensamiento de los griegos fue compañía y sostén de una actividad pujante”.

Benjamin Farrington, Ciencia griega (1952)

 

Así comienza uno de los textos más interesantes del historiador de la filosofía, Benjamin Farrington, quien ha tocado este problema en varias de sus obras, especialmente en la recién citada Ciencia griega y en El cerebro y la mano en la Antigua Grecia.1 Siguiendo a Marx, para Farrington los modos de pensamiento surgen de las relaciones sociales concretas en un momento histórico dado. Coherentemente, advierte que cuanto más aguda es la diferenciación de clases en una sociedad, más fuerte es la tendencia a la explicación místico-religiosa del mundo físico y social. Al revés, si esta diferenciación es menos tajante o no existe, entonces el modo de pensamiento que se origine allí será más científico, es decir, más estrechamente vinculado con las técnicas y el trabajo manual.

El carácter de la primitiva ciencia griega (del 600 al 469 AC) -que tomó buena parte de los conocimientos prácticos de las civilizaciones más antiguas de Egipto y Babilonia es considerado precisamente a partir de esta estrecha vinculación con las técnicas de la época, la cual imprime en el pensamiento una clara visión científica del universo. En cambio, la concepción de la ciencia y el modo de pensamiento desarrollados posteriormente (del 469 al 322 AC) se caracteriza por el desprecio hacia el trabajo manual y el alejamiento de la filosofía de las técnicas, de lo que resulta una concepción idealista que recurre a las explicaciones místico-religiosas.  Obviamente, en la  transición  de uno a otro modo de pensamiento, cabe observar corrientes que no se ubican en uno u otro, sino que oscilan entre ambos. Nos concentraremos aquí en ilustrar las dos tendencias fundamentales, dejando de lado aquellas intermedias.

Las civilizaciones del Cercano Oriente (egipcia, sumeria, babilónica, etc.), marcadas por un fuerte antagonismo de clase, limitaron su modo de pensar la ciencia, limitándola al dominio de las técnicas. Esta forma limitada coexistió con una interpretación mitológica del universo, desarrollada y transmitida por las corporaciones de sacerdotes con finalidad política. Los técnicos -que constituían el germen de la ciencia se ocupaban de manipular la materia y los sacerdotes, de dominar a los hombres, dice Farrington. Mitología y tecnología se constituyeron en dos campos del conocimiento totalmente diferentes.

En cambio, la situación se desenvuelve de forma muy distinta a partir de las primeras escuelas filosóficas griegas, especialmente la de Mileto, denominadas ampliamente como “escuelas jónicas”. Allí, dice Farrington, “la tecnología arrojó fuera del campo a la mitología”.2 Esta tradición, la naturalista o materialista atea, va a coexistir, luego con otra, religiosa, que comienza con Pitágoras en la Magna Grecia, en Occidente.

 

La Escuela de Mileto y la influencia de las técnicas

 

El mundo jónico se caracteriza, hacia el siglo VI AC, por la posesión del poder político por una aristocracia mercantil empeñada en promover el rápido desarrollo técnico, donde la esclavitud “no había alcanzado aún tal desarrollo que justificara el que las clases dirigentes despreciaran las técnicas”. Así, Mileto, cuyo comercio hizo posible el intercambio de sus productos por todo el Mediterráneo, es caracterizada como la cuna de la filosofía natural. Los filósofos jónicos eran, consecuentemente, hombres activos, prácticos. Más que “reclusos empeñados en lucubrar cuestiones abstractas”, analizaban la razón de las cosas a la luz de las experiencias cotidianas, sin considerar antiguos mitos. “Su libertad de toda dependencia de explicaciones míticas se debía a que la estructura política relativamente simple de sus florecientes ciudades no les había impuesto la necesidad de gobernarse por supersticiones como en los imperios primitivos”.3

El primero de los filósofos de Mileto es Tales, quien, a partir de su visita a Egipto por razones comerciales, propulsó conocimientos de geometría, sobre todo nuevas aplicaciones para la técnica que los egipcios habían elaborado para la medición de los campos. A él se le atribuye la predicción de un eclipse en el 585 AC. con ayuda de las tablas astronómicas babilónicas. La concepción del universo que Tales derivó del conocimiento técnico elude toda consideración mitológica o religiosa:

“En el concepto general que Tales tenía de las cosas, la Tierra era un disco plano que flotaba en el agua; había aguas encima y a nuestro alrededor. (¿De dónde, si no, vendría la lluvia?); el Sol, la Luna y las estrellas eran vapor en estado de incandescencia, y navegaban por el firmamento gaseoso encima de nosotros, para luego dar la vuelta por este mismo mar en que la Tierra flotaba hasta alcanzar su punto de partida en levante”.4

 

Esta concepción naturalista5 progresó con el segundo nombre importante de la filosofía de Mileto, Anaximandro. Su concepción se funda en un mayor número de observaciones y una más pro- funda meditación. Farrington describe así la concepción de Anaximandro acerca de cómo habían llegado a ser las cosas:

“en un tiempo, los cuatro elementos que forman el mundo estaban dispuestos en forma estratificada; la tierra, que es la más pesada, en el centro; el agua, cubriéndola; la niebla sobre el agua, y el fuego envolviéndolo todo. El fuego, al calentar el agua la evaporó, haciendo aparecer la tierra seca. Aumentó el volumen de la niebla; la presión creció hasta el límite. Las ardientes capas del universo estallaron y tomaron la forma de ruedas ígneas, que envueltas en tubos de niebla giraron en torno a la tierra y el mar. Éste es el modelo funcional del universo. Los cuerpos celestes que vemos son agujeros en los tubos, a través de los cuales brilla el fuego encerrado, y los eclipses son obturaciones parciales o totales de los agujeros”.6

Anaximandro rebatió la idea de Tales de que en un principio todo era agua preguntándose en qué se apoya el agua. Creyó mejor decir que el mundo estaba suspendido en el espacio y se sostenía por su equidistancia de todas las cosas. Defendía también una versión historicista de la evolución de la vida: pensaba que el pez, como forma de vida, precedió a los animales terrestres y, por ello, también al hombre, que debió haber sido pez.

El tercer pensador de Mileto fue Anaxímenes, quien se inclinó a considerar a la niebla como la forma original de las cosas. “Sustentó la idea de que todo era niebla, pero más dura o más pesada a medida que se acumulaba en mayor cantidad en un espacio dado”. Las palabras claves de Anaxímenes, dice Farrington, son rarefacción y condensación, las cuales explican el proceso de condensación de la niebla, que se hace primero agua y luego tierra. Como explica Farrington, la lógica de estos pensadores naturalistas, sus ideas y su capacidad de abstracción, se acrecientan en la medida que se profundiza el problema.

 

Pitágoras y el universo matemático

 

Pitágoras fue griego, jónico por su origen, nacido en la isla de Samos -otra de las cunas de la ciencia griega, al igual que Mileto-, una potencia comercial en creciente progreso. El carácter científico de su filosofía se basó en sus progresos en geometría y teoría de los números. No obstante, la comunidad pitagórica “fue una hermandad religiosa dedicada a la práctica del ascetismo y al estudio de las matemáticas”. “Si estudiamos sus conceptos matemáticos en las notables páginas de la famosa obra de Euclides, no dejaremos de advertir (…) el fervor religioso con que sostiene sus ideas”.

Jónicos y pitagóricos compartían la idea de que no existía una diferencia esencial entre los procesos técnicos y los naturales. También compartían la creencia en que la Naturaleza era inteligible y que las artes prácticas eran esfuerzos inteligentes del hombre para cooperar con ella. Sin embargo, los pitagóricos no intentaban, como los filósofos naturalistas, describir el universo en términos de comportamientos materiales y físicos, sino en términos estrictamente numéricos. Así, los pitagóricos consideraban al número el verdadero elemento constituyente del mundo:

“Llamaban Uno al punto, Dos a la línea, Tres a la superficie y Cuatro al sólido (…) Pero sus puntos tenían tamaño; sus líneas, anchura, y sus superficies profundidad. Los puntos se sumaban para formar las líneas, éstas, a su vez, para formar superficies, y éstas para los volúmenes. A partir de sus Uno, Dos, Tres y Cuatro podían construir un mundo. No nos extrañe que Diez, la suma de estos números, tuviera un poder sagrado y omnipotente”.7

A partir de esta teoría de los números, que fue no sólo matemática, sino también física, Pitágoras rivalizó con la filosofía natural de los jonios, en tanto que las relaciones matemáticas pasaban a ocupar el lugar de los procesos o estados físicos como la rarefacción y la condensación, o la tensión. La sustitución del fuego por el número, como principio esencial, marca una etapa clave en el pensamiento antiguo: la de separación de la filosofía de las técnicas productivas. Una vez que los pitagóricos constituyeron la materia con números, procedieron luego a ordenar los principales elementos del universo, según un plan que se basaba poco en la observación de los fenómenos naturales y mucho en el razonamiento matemático apriorístico. Así, “al vincular los valores morales y estéticos con las relaciones matemáticas, y al sostener la naturaleza divina de los cuerpos celestes, no les era difícil decidir que éstos eran esferas perfectas y que describían órbitas perfectamente circulares, teniendo aquí la palabra perfecto significación moral y matemática”. A través de esta concepción del universo, se terminaron los tubos de fuego de Anaximandro, que, aunque rudimentarios, constituían un esfuerzo por explicar naturalmente el universo, y fueron reemplazados por una astronomía geométrica que sólo aspiraba a delimitar la posición de los cuerpos celestes divinos.

 

A modo de conclusión

 

La originalidad de los pensadores jonios fue la aplicación de sus modos de pensar derivados del dominio de la técnica a la interpretación de los movimientos de los cuerpos celestes y a los fenómenos naturales. Esto se explica a partir de circunstancias concretas: desde el punto de vista político-económico, los jonios representaron “una nueva clase de industriales y comerciantes, que trajo una paz temporaria y la prosperidad a las comunidades consumidas por las luchas entre la aristocracia terrateniente y los campesinos desposeídos”.8

En este período del pensamiento griego, las ciencias aún no se habían separado de la técnica, por lo cual éstas fueron evidentemente un modo de hacer algo. En cambio, con Platón, la ciencia se tornó en un modo de conocer que, “en ausencia de cualquier prueba práctica, significó sólo discurrir lógicamente”. Aquí también cabe una explicación del cambio en el modo de pensar:

“… para Platón y Aristóteles era normal y deseable que los ciudadanos fueran eximidos de la carga de las tareas manuales, y aun del gobierno directo de los trabajadores. El tipo de ciencia que aspiraban a crear era una ciencia para ciudadanos que no estuvieran consagrados a tareas de dominar el mundo físico; su modo de explicación excluyó necesariamente a las ideas derivadas de la técnica. Su ciencia consistió en ser capaces de dar la respuesta exacta a cualquier cuestión que se les formulara. La exactitud de tal respuesta dependía principal- mente de su fundamento lógico”.9

Una nueva filosofía y una nueva concepción de la ciencia, al estilo de la adelantada por el pitagorismo, adecuada a una sociedad donde el trabajo esclavo se ha transformado en la forma dominante de trabajo. Filosofía y concepción de la ciencia que contribuirán a retrasar, por centenares de años, el desarrollo del conocimiento humano. Obviamente, la sociedad capitalista no está exenta, con sus peculiaridades, de las mismas contradicciones que restringen la evolución de las ciencias en general y de las “humanas” en particular. Dicho en otras palabras, un pensamiento libre, una ciencia libre, sólo puede desarrollarse en una sociedad libre, es decir, sin explotación y sin clases.

 

Notas

1Farrington, Benjamin: El cerebro y la mano en la Antigua Grecia. Cuatro estudios sobre las relaciones sociales del pensamiento, Lautaro, Buenos Aires, 1949.

2Idem, pp. 17-18.

3Farrington, Ciencia griega, Hachette, Buenos Aires, 1952, p. 43.

4Idem, p. 44.

5A los antiguos jonios se los llamó hilozoístas, precisamente, porque pensaban que la materia vive, que la vida -o alma- no entra al mundo material de afuera sino que la causa del movimiento de las cosas es con- sustancial con las cosas mismas y constituye su propia manifestación.

6Farrington, Ciencia… op. cit., p. 45.

7Idem, p. 54.

8Ibidem, p. 141.

9Ibidem, p. 147.

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