Campos de batalla

en El Aromo n° 38

Por Silvina Pascucci – Las masas avanzan por las calles golpeando sus cacerolas. Policías que reprimen. El dolor y la muerte, pero también, la lucha y la vida. Hacia diciembre de 2001, estas imágenes eran moneda corriente. Hoy, esas imágenes parecen olvidadas. Sin embargo, siguen presentes como objeto de reflexión. Murales, canciones y hasta libros escritos por ex presidentes, evidencian que se sigue tratando de procesar aquello que se denominó Argentinazo. Se trata de una lucha en el campo de la cultura. Entre estas expresiones ha surgido una corriente de documentalistas que se referencian, desde distintos programas, con la insurrección y sus consecuencias. Su existencia demuestra la continuidad del proceso. Son, en términos objetivos, una continuidad de la fuerza social que desafió al régimen. El problema a dilucidar es, para el caso, qué programa de la misma representan. En el mes de agosto, se estrenaron dos documentales que vale la pena comentar. Ambos toman un mismo hecho: el enfrentamiento entre las clases oprimidas y las fuerzas represivas del Estado. Uno busca resaltar la importancia de la lucha y la organización frente a los asesinatos de la policía. El otro, el carácter político del conocimiento, dando cuenta de una ineludible batalla cultural por la verdad. La calle y el conocimiento, dos campos de una misma lucha.

La lucha debe continuar

Fusilados en Floresta es un documental sobre la llamada “Masacre de Floresta”: el asesinato de Maximiliano Tasca (25 años), Cristian Gómez (25 años) y Adrián Matassa (23 años) a manos del ex sargento primero Juan Velaztiqui, en una estación de servicio, en la madrugada del 29 de diciembre de 2001. La película muestra la organización y la lucha de familiares, amigos y vecinos por el esclarecimiento del caso. La primera virtud del film es una búsqueda estética que intenta superar el tradicional formato del documental, a partir de metáforas, recursos fílmicos interesantes y un buen manejo de imágenes, sonidos y textos. Logra, así, una coherente y atrapante construcción de un relato pleno de sentido. La película conmueve, pero también clarifica. Nos lleva a las lágrimas, al compás de testimonios cuidadosamente editados y, al instante, nos impulsa a la lucha. En cuanto al contenido, es destacable la permanente vinculación que establece entre el asesinato de los jóvenes y el contexto político y social de aquel momento. Las imágenes de los cacerolazos se mezclan con las noticias sobre la caída de De La Rúa, el corralito y las represiones en Plaza de Mayo. Esta vinculación con el 19 y 20 se vuelve más evidente al detenerse en el motivo por el cual el policía comete el asesinato: cuatro amigos tomaban una cerveza mientras miraban por el televisor de un minibar las imágenes de un grupo de manifestantes atacando a un policía, en medio de una fuerte represión en Plaza de Mayo. Uno de ellos dice en voz alta, algo así como “está bien, por todo lo que ellos nos hacen a nosotros”. Velaztiqui, custodio del lugar, saca su arma reglamentaria y comienza a dispararles. Uno de ellos logra escapar, pero los otros tres mueres alcanzados por las balas. El contenido político del enfrentamiento se evidencia en que estos chicos estaban legitimando el accionar de la fuerza social que desafiaba al Estado. Estaban incorporándose a ese movimiento potencialmente revolucionario. Como lo dice explícitamente uno de los entrevistados, Velaztiqui se propone “sancionar una opinión política” y, agregamos nosotros, aniquilar un adversario de clase, algo que el suboficial aprendió en el curso antisubversivo que, según muestra la película, realizó durante la última dictadura militar. Otra virtud del film es su reivindicación de la organización como salida. Al día siguiente del asesinato, todo el barrio se moviliza hasta la comisaría y se enfrenta una brutal represión. Acto seguido, se ponen en pie comisiones, marchas y actos. Aquí no hay individuos sufriendo por una tragedia, sino un movimiento que da batalla y cuyo enemigo llega a reconocer en el propio Estado. La vida individual y cotidiana de cada familia se ve brutalmente interrumpida y superada por un problema social mayor. La película deja en claro que esa organización fue la clave decisiva en la victoria: finalmente Velaztiqui es condenado a prisión perpetua, algo que no se hubiera logrado, como lo aclaran los propios entrevistados, si no fuera por la acción colectiva. La obra contiene una deficiencia que nos parece necesario precisar. No se hace referencia, en ningún momento, a las organizaciones políticas de izquierda que participaron del proceso desde su inicio: estuvieron presentes en todas las marchas, colaboraron en la difusión y contribuyeron a gestar esa fuerza social que logró meter al asesino en la cárcel. El film omite, en este caso, un aspecto importante del proceso que intenta documentar. El director estaría acercándose, en este punto, al credo autonomista que rechaza o desestima la acción de los partidos (en especial de izquierda). Esta posición, sin embargo, aparece problematizada en las propias palabras de la madre de Adrián, que la película se encarga de registrar. La mujer aclara que al principio no quería “ni la bandera de la cooperativa de un hospital”. Luego, reconoce su error y asegura que se dio cuenta de la necesaria ayuda de las organizaciones, razón por la cual decía “bienvenidas todas las banderas”. La película, omitiendo esa participación y colabora con el más profundo deseo de la burguesía: que los oprimidos y explotados no se organicen políticamente. Del mismo modo, en el documental no aparece una ligazón entre las causas más generales de la llamada masacre de Floresta (el capitalismo) y la forma en que esto se manifiesta específicamente en la Argentina actual: el estado burgués. Por ello, no se asumen las consecuencias políticas de la comprensión del problema, pues parece indicarse que el objetivo estaría cumplido al conseguir el fallo de las instituciones del régimen (la justicia). Hacia el final, muestra que los familiares no han abandonado la pelea, siguen militando en proyectos barriales. El reflujo los encuentra en ese sentido, dando un paso atrás: de la rebelión al asistencialismo, del enfrentamiento con el Estado a las soluciones dentro del sistema.

El gran pinocho argentino

La crisis causó 2 nuevas muertes es un documental que busca mostrar la manipulación y el ocultamiento de información por parte de los medios (en particular Clarín) sobre el asesinato de los piqueteros Kosteki y Santillán. El nombre del film hace referencia al título publicado por el gran diario argentino al otro día de la represión: las muertes serían producto de “la crisis”, no del accionar del Estado nacional. De este modo, el documental muestra cómo los medios de comunicación burgueses utilizan expresiones ambiguas que, objetivamente, tienden a ocultar las verdaderas causas del fenómeno. A partir de entrevistas con periodistas, fotógrafos, dirigentes políticos y militantes, el film va desentrañando la complicidad del mencionado medio gráfico con los poderes políticos de turno. En este sentido, se pone al descubierto el carácter político del conocimiento y la batalla ideológica que todo suceso histórico despliega. El mismo 26 de junio Clarín contaba con evidencia explícita de que los militantes habían sido asesinados por las fuerzas policiales. En concreto, disponía de una secuencia fotográfica en la cual puede verse claramente el hecho. Sin embargo, el diario no publicó las fotos hasta pasados dos días del hecho. En ese ínterin, alentó las versiones que afirmaban que se había tratado de un conflicto entre piqueteros. La película muestra los efectos de los medios sobre la opinión pública, dando cuenta de cómo se puede contribuir a crear un determinado clima. Por ejemplo, las imágenes emitidas por Crónica: mientras la pantalla mostraba un colectivo incendiado, se omitían los hechos de la estación de Avellaneda. Una ingeniosa edición de las entrevistas deja en claro cómo los que defienden al diario, y niegan cualquier complicidad se definen como “curiosos que miran”, es decir, como actores externos que solo deben retratar “lo que ven”. Pero no denuncian que el diario, a pesar de haber “visto” las fotos, no las publica inmediatamente, elige un título que desvía la atención y coloca como bajada la frase “No se sabe aún quiénes dispararon contra los piqueteros”. Frente a estas posiciones, que aparecen ridiculizadas en el film, otros aseguran que un periodista es un político, como todo intelectual, ya que tiene una función en la lucha de clases y debe tener claridad acerca del lado en el cual jugará ese rol. Un tercer eje del documental es el que se relaciona con una búsqueda por la explicación y la caracterización política del suceso. El gobierno de Duhalde, el adelantamiento de las elecciones, la división entre piqueteros “duros” y “blandos”, la relación con el 19 y 20, son temas que se discuten a partir de las entrevistas en un intento por comprender el panorama político general. Hay una serie de objeciones que pueden hacerse al documental. En primer lugar, cuando se refiere a los medios, deja de lado las prensas de los partidos y organizaciones de izquierda salieron a denunciar el hecho y participaron en la batalla ideológica por la verdad. Con esta dimensión ausente, pareciera ser que los medios burgueses hacen y deshacen en nuestras conciencias a voluntad. En segundo lugar, a la hora de las explicaciones, el documental recurre a un estrecho y sesgado espectro político: el autonomismo, sea MTDs, sea Luis Zamora, y a Luis D´Elía. Luis Zamora no convocó al corte del 26 de junio, no participó y siempre se mantuvo alejado del movimiento piquetero. El caso de D´Elía es aún más vergonzoso: no sólo no se movilizó, sino que acusó a los manifestantes por la violencia. Quedan así silenciados los dirigentes de las organizaciones de izquierda que convocaron a la movilización y que fueron protagonistas del enfrentamiento. Ningún miembro del Bloque Piquetero Nacional, principal convocante del corte de aquel día, es invitado. De este modo, también este film deja a la vista una tendencia autonomista, es decir, prejuiciosa y anti-izquierdista. Los referentes entrevistados corresponden a fuerzas caducas (Zamora) o a espacios políticos que se han integrado al régimen (D´Elía y algunos MTDs). Un repaso superficial de los hechos nos indica que ese corte fue votado en la IIº Asamblea Nacional de Trabajadores Ocupados y Desocupados. Ese evento fue denunciado por Aníbal Fernández, entonces (y ahora) Ministro del Interior, bajo el delito de “sedición”. Así, los medios se ocuparon de presentar a los principales dirigentes piqueteros como criminales antes del 26 de junio, creando un clima ideológico que facilitara la represión. Tampoco se hace referencia a que el personal político responsable de las muertes es parte del actual gobierno K.

Por un cine piquetero

Estas películas, que retratan diferentes aspectos del mismo proceso, intervienen, a su vez, en su continuidad. Preguntar acerca del tipo de intervención que llevan adelante, es preguntar sobre su programa. Como vimos, hay un fuerte autonomismo que brota de ellas y que se expresa en un silenciamiento de los partidos políticos de izquierda y en la escasa perspectiva de un combate más general por el poder. Semejante programa seguramente está vinculado con el contexto de reflujo y el clima prokirchnerista en el cual fueron realizados estos films. Este tipo de cine llamado “militante” forma parte, sin duda, de la fuerza social potencialmente revolucionaria. Sin embargo, se ligan como intelectuales con el sector más atrasado. Son objetivamente, la retaguardia. Esto se evidencia, a su vez, en la casi nula referencia a las luchas actuales, como si los casos relatados se agotaran en aquellos tiempos cercanos al 2001. Este atraso político está ligado también a un relativo atraso artístico: el documental es un género que se ha impuesto casi de manera exclusiva, cuando de cine militante se trata. Sin embargo, esta corriente aún no ha logrado dar un paso significativo en la realización de una obra de ficción, que intervenga a favor de las fuerzas protagonistas del Argentinazo.

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