Por Nicolás Grimaldi
América Latina ha ingresado en un proceso de crisis del ciclo político instaurado en los primeros años del siglo XXI. En ese momento, grandes movimientos de masas tomaron un carácter insurreccional en Argentina, Venezuela, Bolivia, y Ecuador. De allí, surgieron gobiernos bonapartistas que, apoyándose en esas movilizaciones, buscaron recomponer la hegemonía política pérdida. Para ello, contaron con los recursos provenientes de la renta agraria, petrolera, y gasífera, lo que permitió, mediante subsidios al capital y asistencia social, cooptar a una parte importante de ese movimiento insurgente. Paralelamente, surgieron gobiernos con un reformismo tibio, como fue el caso del Partido de los Trabajadores en Brasil.
A raíz de la situación económica mundial que generó la caída del precio de los commodities, estos gobiernos debieron llevar adelante grandes ajustes contra las condiciones de vida de la clase obrera. Esto derivó, en que se produzca el quiebre del vínculo entre las masas y las direcciones burguesas de esos procesos.
En Venezuela, el gobierno enfrenta a una crisis galopante, incluso del Estado en su conjunto. En primer lugar, porque el Estado se convirtió en la arena de una pelea facciosa entre el Ejecutivo, la Justicia y la Asamblea Nacional, que se impugnan mutuamente, dando cuenta de la ausencia de comando que tiene el Estado para dirigir y disciplinar al conjunto del personal político. En segundo lugar, y principalmente, por la extensión, magnitud, y alcance las movilizaciones en su contra, que poseen un fuerte componente obrero. Esta situación, tiene semejanzas con lo que sucede en Brasil.
En Brasil, creciente movilización social que ocasionó la salida de Rousseff fue el primer movimiento de la crisis política. Su sucesor, Michel Temer, llegaba con la tarea de llevar adelante el ajuste que a Dilma le había costado el puesto, pero su asunción echó más leña al fuego en vez de permitir la generación de una unidad del gobierno para recuperar la gobernabilidad y la hegemonía. Hoy por hoy, el mandatario aparece fracturado con sus aliados y hacia el interior de su partido, el PMDB, con Renan Calheiros y Helio José a la cabeza. El PSDB, también titubea en cuanto a su apoyo, y no hay garantías de que lo harán frente a la reciente denuncia presentada por el fiscal general Rodrigo Janot. A esto, se suman las masivas movilizaciones obreras reclamando por sus reivindicaciones.
Brasil y Venezuela comparten denominadores comunes. En ambos casos, se produjo la ruptura del vínculo entre la burguesía y la clase obrera. Esta última, lleva adelante masivas medidas de acción directa, arrinconando a los gobiernos de turno, por lo que la burguesía busca recomponer la relación política con las masas. En Venezuela, la MUD intenta canalizar el descontento y convoca a las movilizaciones, mientras que el chavismo busca recomponer su base, a partir de la proscripción de todo lo que aparece a su izquierda. En Brasil, el PT apuesta, con su consigna de “Diretas Ja”, a ganar la dirección de las movilizaciones, mientras que el PSDB hace lo propio despegándose del gobierno. Es decir, la dirección de las movilizaciones se disputa dentro del campo de la burguesía. Esto se produce, porque no se ha levantado aún una alternativa de izquierda que dispute la hegemonía de esas masas. La crisis política aún está abierta, la clase obrera está en pugna por una dirección. Se trata entonces, de un campo más que fértil para que la izquierda se ponga al frente.
(*) Nicolás Grimaldí es Sociólogo (CONICET, CEICS)
Lo más parecido a Venezuela escrito en este medio, y mira que ya he leído varios que toman como fuente medios sesgados de derecha de mi país. Saludos