La enseñanza de la evolución humana en los Diseños Curriculares de la Provincia de Buenos Aires
Sorprende que los diseños curriculares, elaborados por un equipo de especialistas convocados por la Dirección General de Cultura y Educación, ofrezca a los docentes una visión reduccionista y mezquina de la evolución humana.
Por Mónica Contreras (GES – CEICS)
Como anticipamos en la edición anterior, en esta ocasión haremos referencia al tratamiento de la evolución humana en los Diseños Curriculares de la Provincia de Buenos Aires.1 Al respecto, es necesario recordar algunas cuestiones: que los diseños son prescriptivos (sus contenidos, objetivos y expectativas de logro no son optativos), que particularmente este tema se enseña recién en 5to año del Ciclo Superior de la Escuela Secundaria y solo en la orientación Ciencias Naturales, y que de las tres unidades que componen el programas solo una desarrolla “evolución humana”. Se deduce de todo esto que los alumnos de las otras orientaciones, que representan la mayor parte de la matrícula escolar secundaria, no acceden siquiera a este conocimiento mínimo. Pero incluso los que eligen “naturales” abordarán el tema en la tercera parte de un año con una reducida carga horaria (dos horas semanales). Evidentemente, para los responsables de planificar los contenidos no resulta importante que la sociedad conozca las teorías y evidencias científicas que dan cuenta de nuestro origen.
Todo depende…
En una nota anterior, advertimos sobre el relativismo y subjetivismo que de la ciencia y del conocimiento hacían los diseños. Lo mismo ocurre en las “Orientaciones para la enseñanza de la evolución humana”. En la primera parte de la unidad, al mencionar los diversos modelos que explican el origen del hombre, los autores afirman que:
“el estudio detallado de los diferentes modelos y las justificaciones que los acompañan permitirán comprender que los mismos responden tanto a la imperfección del registro fósil (…), como a diferentes perspectivas ideológicas por las que están atravesadas las teorías sobre la evolución humana.”
Si bien no puede negarse que existan influencias de las ideologías en el quehacer científico, es necesario advertir que, a través de los mecanismos que la ciencia provee, es posible distinguir entre un prejuicio y un conocimiento verdadero. Es más, este es un ejercicio necesario e inherente a la actividad científica. Por lo tanto, colocar ambos factores (el registro fósil y las ideologías) al mismo nivel de importancia, nos llevaría a pensar que se pueden desarrollar y comprobar tantas teorías o modelos científicos como ideologías existen. Con este criterio no tendría sentido el devenir de la producción científica.
… del cerebro
En los diseños, los autores avisan que la segunda parte de la unidad tomará uno de los temas de la evolución humana más controvertido y delicado: “¿qué nos hace humanos?, ¿hay una esencia de lo humano?” Para no dejar librada al azar la respuesta, responden: “es importante que los estudiantes asuman que en el cerebro residen todas aquellas funciones que nos distinguen del resto del mundo animal.” Veamos que se esconde detrás de este reduccionismo.
En primer lugar, pareciera que se confunde el proceso evolutivo de hominización-humanización, ocurrido durante millones de años, con nuestra realidad actual como seres humanos. Esta sospecha se confirma al observar que, en el escueto desarrollo de los contenidos, no se hace mención a ninguna característica que no sea el aumento del tamaño cerebral y el incremento de su complejidad. Están totalmente ausentes adaptaciones significativas que distinguen la rama evolutiva de los primates y de los homínidos del resto de los mamíferos. Desde las más primitivas, como por ejemplo, el pulgar oponible, la visión frontal estereoscópica, la presencia de uñas planas, hasta otras posteriores, como la alineación de los dedos de los pies, una conformación dental particular, la modificación de la cadera y otros huesos, el alargamiento de la laringe, entre otras. Todas ellas resultado de un complejo proceso evolutivo. ¿Descuido o ignorancia?
Muchas de estas características omitidas en los diseños se relacionan con el bipedismo y la consecuente liberación de las manos. Este fue un punto de inflexión en nuestra evolución que llamativamente se soslaya. Los autores solo se limitan a preguntar de manera retórica: “¿Qué fue primero el bipedismo o la cefalización? ¿Fue la postura erecta determinante para que un grupo de simios diera origen al género Homo o primó el tamaño cerebral?” Al quedar solo en la interrogación, sin dar una respuesta científica y limitar el desarrollo de la unidad a las propiedades del cerebro, nos queda clara cuál es la postura que sostienen. Pareciera que evaden la responsabilidad científica de abordar la complejidad de la cuestión, que implica la sincrónica interrelación dialéctica de las partes que nos constituyen. En palabras de Gould:
“El crecimiento de la inteligencia es, claramente, una respuesta al enorme potencial en las manos liberadas para manufacturar. (…) Nosotros preferimos la interacción y el reforzamiento mutuo. Sin embargo, nuestra temprana evolución consistió en un cambio más rápido en la postura que en el tamaño del cerebro; la liberación completa de nuestras manos para usar herramientas precedió la mayor parte del crecimiento evolutivo de nuestro cerebro.”2
No mencionar el uso de las manos, es negar el rol del trabajo en el proceso de diferenciación de nuestra especie, algo advertido por Engels3 en el siglo XIX. El hecho de esconder las manos en el proceso evolutivo tiene connotaciones políticas. La primacía del cerebro subestima el rol del trabajo y legitima una ideología funcional a la sociedad de clases: el que piensa (y no el que hace) es el que manda. Esta disección del cuerpo humano en la que se descarta todo menos el cerebro, no es inocente. Todo lo contrario, es la base para la defensa de una concepción dualista que introduce, de contrabando, detrás de lo comprobado (los seres humanos tienen un cerebro) lo meramente postulado y, por lo tanto, dado por cierto: el alma. Las variantes de iglesias cristianas, incapacitadas por la ciencia para luchar contra lo probado (existe una base material del pensamiento humano, el cerebro), buscaron una forma de camuflar la religión detrás de la ciencia. Veamos.
Humanis generis
A partir de la explicación bíblica sobre el origen del hombre, la Iglesia debió ir aggiornando su discurso a medida que la ciencia realizaba nuevos descubrimientos. En 1950, en la Encíclica Humanis generis, Pio XII indicaba:
“el Magisterio de la Iglesia no prohíbe que en las investigaciones y disputas, entre los hombres más competentes de ambos campos (ciencia y religión), sea objeto de estudio la doctrina del evolucionismo, en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva preexistente -pero la fe católica manda defender que las almas son creadas inmediatamente por Dios.”
Casi medio siglo después, Juan Pablo II, en un mensaje a los miembros de la Asamblea Pontificia de Ciencia, retomó el tema y expresó,
“El Magisterio de la Iglesia está interesado directamente en la cuestión de la evolución, porque influye en la concepción del hombre, acerca del cual la Revelación nos enseña que fue creado a imagen y semejanza de Dios. (…) El hombre no debería subordinarse, como simple medio o mero instrumento, ni a la especie ni a la sociedad; tiene valor por sí mismo. Es una persona. Por su inteligencia y su voluntad, es capaz de entrar en relación de comunión, de solidaridad y de entrega de sí con sus semejantes. Santo Tomás observa que la semejanza del hombre con Dios reside especialmente en su inteligencia especulativa, porque su relación con el objeto de su conocimiento se asemeja a la relación que Dios tiene con su obra.”4
Para la Iglesia, entonces, el alma y la inteligencia de los seres humanos, son manifestaciones de la existencia de un ser superior. John Eccles, neurofisiólogo ganador del premio Nobel en 1963, enlazó estas ideas de la siguiente manera: “El alma es la base de la vida y la inteligencia. El alma, para pensar, se sirve del cerebro como de un instrumento; pero el cerebro sin alma que lo vivifique, no hace nada; está muerto.” Es decir, según esta visión dualista, el alma es lo que distingue al hombre del resto de los organismos, ésta puede manifestarse a través de su inteligencia y reside en el cerebro. Esta concepción religiosa es coincidente con la supremacía inicial y exclusiva otorgada al cerebro en el proceso de hominización, presente en los diseños curriculares y consagra a la religión como el núcleo de la cultura humana por simple propiedad transitiva: no es el trabajo ni el cerebro lo que finalmente nos hace humanos, sino el alma. El camino que comenzó separando el cerebro del cuerpo culmina con todo trazo material al subordinar a aquél a una instancia superior, el alma.
Diseñados para ocultar
Sorprende que los diseños curriculares, elaborados por un equipo de especialistas convocados por la Dirección General de Cultura y Educación, ofrezca a los docentes una visión reduccionista y mezquina de la evolución humana. A partir del descubrimiento del primer fósil de homínidos (Australopithecus africanus) en el continente africano en 1924, se produce un acelerado incremento en la investigación y producción de conocimiento sobre el tema, que continúa en la actualidad. Nada se dice, en los diseños, de la diversidad de especies de homínidos que han existido, de la importancia del bipedismo y la liberación de las manos (fundamentales para el acarreo, la manipulación, la fabricación de herramientas, etc.), del cambio de la dieta y su influencia sobre el desarrollo corporal, de la modificación de la dentadura y el esqueleto, de la elevación de la altura de la mirada por la postura erecta, del desarrollo de la sexualidad, de las transformaciones del tracto vocal y el aparato fonador, del lenguaje y la sociabilidad, etc. Es llamativo que nada de esto sea presentado a los docentes en los diseños y en cambio ocupe extensas páginas la desvalorización de la ciencia. Más llamativo aún es que fueron elaborados por científicos, que pareciera que dudan de su propia actividad.
En definitiva, la postura relativista, la presencia reducida o nula del tema en el sistema educativo, la información escasa y parcial sobre nuestro origen en la enseñanza, la exaltación del cerebro como único órgano responsable de la aparición de nuestra especie, revela que la enseñanza de la Biología en la Provincia de Buenos Aires no solo devalúa el conocimiento científico sino que es conciliadora con la religión, es decir, con el irracionalismo que solo puede servir de base a la esclavitud humana.
Notas
1 Diseño Curricular de Biología de 5to año del Ciclo Superior orientación Ciencias Naturales. Dirección General de Cultura y Educación. Gobierno de la Pcia. De Bs. As. Pueden consultarse en la página www.abc.gov.ar
2 Jay Gould, Stephen: “La postura hizo al hombre”, en Razón y Revolución, nº 2, primavera de 1996.
3 Engels, Fiedrich “El rol del trabajo en la transformación del mono en hombre” en http://goo.gl/y0Ib3V
4 Véase “Mensaje del Santo Padre Juan Pablo II a los miembros de la Academia Pontificia de Ciencias”, http://goo.gl/y0Ib3V