Ricardo Maldonado
Grupo de Cultura Proletaria
La cultura popular y la alta cultura (por usar dos términos usuales pero habría muchas otras formas de referirse a esta división) suelen delimitarse en función de criterios abstractos o descriptivos. Pensemos en otra vía de acceso. Programas como los de Mirta Legrand, Susana Giménez o Marcelo Tinelli representan la némesis del progresista informado y supuestamente culto (que concurre al CCK o al Gaumont) Pero las audiencias de esos programas son masivas y las concurrencias a los ciclos culturales mucho más restringidas. El progresismo se auto explica esta realidad atribuyéndola a la falta de políticas públicas, mantra tibetano que explica todo al costo de no hacerlo con nada. O que explica algo al precio de ocultar el conjunto.
Podemos abordar el problema desde otra óptica, si nos preguntamos que sostiene la demanda masiva para esa oferta. Pero desde otro punto de partida. Comencemos por pensar que estamos en una sociedad capitalista, una sociedad dónde los lazos humanos se nos aparecen como lazos entre cosas, que opacan lazos mercantiles, una sociedad en la que cada uno ocupa un lugar determinado por su capacidad para vender y comprar, o dicho de otra manera, una sociedad en la que los que propietarios compran y venden de todo, y los desposeídos de propiedad venden su fuerza de trabajo y compran (en el mejor de los casos) su reproducción vital. Recordemos también que en esa sociedad lo esencial es ganar ya que si no se gana inevitablemente se pierde, nada permanece. Este agrupamiento de productores independientes en constante competencia tiende a la concentración y acumulación en pocos ganadores, y a la desposesión y pauperización de mayorías crecientes. Alcanza con un dato: la riqueza creciente acumulada en cada vez menos manos a nivel mundial, para 2015 el 1% más rico del mundo equiparó su fortuna con la suma del 50% más pobre.
En una sociedad así, vertebrada por tener o no tener el capital y dinamizada por la competencia perpetua, la amplia masa de sus integrantes sospecha que detrás de la pátina fetichista de los valores y la cultura, se encuentra el engranaje social del dinero. Esos programas son exitosos por varios factores pero ninguno se basa centralmente en su contenido. Lo demuestra que esos “contenidos” formales cambian mientras el programa sigue. Salvo el de Mirta, los otros dos han sido programas de chistes, de deportes, de preguntas de cultura general, de bailes, de imitadores, de invitados deformes o fenómenos, etc. Y han mantenido su convocatoria.
Mirta muestra una verdad que todos vivimos a diario. El capitalismo es acumulación de dinero y éxito en la competencia. Cuando una invitada, pongamos Vicky Xipolitakis cuenta sus viajes a la vez que despliega su desprecio por la cultura (y remeda por tanto a Susana Giménez) o un invitado, pongamos Fernando Burlando muestra su poder junto a su desprecio por los valores, nos exponen que ellos sí entienden cómo funciona esta sociedad, y es eso lo que atrae a la audiencia: una destello de verdad encubierta apenas por las formalidades del fetichismo. Y eso es lo que hace que un famoso (que es una de las formas del éxito en el capitalismo) sea convocado a hablar de cualquier cuestión social. No convocan a alguien que no sabe, sino que el público escucha a alguien que demostró saber. Parece absurdo que Karina Jelinek (que se las arregló para vivir en esta sociedad mejor que la mayoría) opine sobre vacunas. Pero no lo es tanto.
¿A quien van a convocar a hacerlo? ¿A un científico del Conicet, a punto de perder el trabajo, al borde de la miseria y quejándose de “su” falta de perspectiva? ¿Va a venir a decir que el problema que lo atormenta es la falta de atención a las políticas públicas? Si no pudo gestionar su propia vida exitosamente (como Karina, Vicky o Fernando) ¿Por qué habría que escucharlo hablar sobre cómo gestionar la salud pública? No es el contenido lo que está en la mira de los espectadores, es el mecanismo. La exposición de los medios eficaces para desenvolverse al interior del capitalismo, privilegiar la ganancia y el dinero que la organiza y lo lubrica, opaca y ridiculiza los contenidos morales e intelectuales. El mecanismo de la identificación se encuentra en el centro (subjetivamente) de este proceso, pero en tanto ese mecanismo es determinante para la construcción de un sujeto humano no se trata de combatir la identificación sino de cuestionar el modelo.
Por otro lado eso que Mirta expone no se explicita porque eso sería arruinar el mecanismo ideológico. Quien se deja corromper siempre exagera moralina. Tan consistente como la primacía del dinero como organizador de la vida social que el programa muestra es que esos lazos no se dicen, están (cualquiera los ve, es lo único que el programa ofrece) pero a la vez se elude mencionarlos. No es como la mujer del César, en la ideología se trata de serlo pero no parecerlo.
Hay que aceptar que la mesaza de Mirta es el mejor programa formativo de la televisión burguesa, y si llegara a concurrir el tano, bastante inculto pero millonario, operador judicial del gobierno y presidente del club más popular del país, ese programa debería pasarse en todas las escuelas del país. Para que los gurises vean como se hacen bien las cosas en este sistema. El progresismo bienpensante supone que buenas ideas e intenciones pueden funcionar en un sistema que no las necesita y las repudia, eso limita su rating y hace que no valga la pena presenciar sus discursos quejosos.
El poco éxito de los programas culturales (el progresivamente disminuido lugar que ocupa en la vida social) radica en silenciar las propias relaciones sociales que lo hacen inviables. No sólo se elude que la decadencia cultural es efecto de la sociedad capitalista, sino que se lo atribuye a la política de tal o cual gobierno, a la mejor o peor intención de tal o cual político. Mientras tanto Mirta (y Susana, y Marcelo, y tantos otros) siguen interpretando con gran éxito comercial y popularidad, al capitalismo realmente existente.
Sólo una conciencia socialista permite pensar una superación de las condiciones de individualismo acendrado, feroz y enfocado en la ganancia, que constituye la personalidad triunfadora de cualquier sociedad sostenida en la propiedad privada y la competencia. Es el socialismo o Mirta conversando con Vicky Xipolitakis, una forma de la barbarie.
Excelente.