Por Gonzalo Sanz Cerbino – “En lo humano, es difícil de dimensionar lo que ha significado esta verdadera tragedia por la que atravesamos los santafesinos. El agua no solo que nos privó de muchas de nuestras pertenencias personales, de nuestros hogares, sino que nos arrancó parte o totalmente, nuestra historia […] ¿Quién es capaz de devolverme las fotos que perdí, los diplomas de mi graduación, los dibujitos que hicieron mis hijos en el jardín de infantes y que habían coloreado tan candorosamente? ¿Acaso alguien será capaz de ello? ¿A quién le trasmito –y no sólo le relato- lo que sintió y siente cada uno cuando retorna a su casa y la encuentra dada vuelta, con los libros en la cocina, la yerba desparramada por todas las habitaciones y ese asqueroso barro fino con olor a mierda que se pegotea en todos lados? ¿Por qué tengo que tomar el mate cocido en un vaso de plástico si yo tenía una taza, comer en una fuentecita una comida que no elegí o ponerme una camisa que no es mi preferida, sino que es de algún desconocido que solícitamente la donó? ¿Cómo transferir esas sensaciones? […] Cuando cualquiera de nosotros ha visto llorar a compañeros curtidos en la lucha, a militantes políticos y sociales que se han enfrentado al terror de la dictadura genocida o confrontan a diario con milicos patoteros […], el pellejo se te eriza y te quedas mudo: no sabes ni podes decir nada. Solamente compartir -y de lejos- ese dolor mudo y sordo, que te aprieta la garganta y te estruja las tripas […]. Es difícil mirar a los ojos de quien perdió todo; hay algo, muy en su interior, que te dice que ya no mira como antes, que ya no ríe como antes, que ya no vive como antes” Daniel Silber, diciembre de 2005.1
En los primeros días de abril, de este año, las intensas lluvias en el litoral del país produjeron lo que ya resulta un fenómeno casi cotidiano: inundaciones. Las provincias más afectadas fueron Santa Fe y Entre Ríos. El saldo, 12 muertos y casi 100.000 evacuados. A nadie se le escapa que no estamos frente a un fenómeno nuevo ni extraordinario, a pesar de que los funcionarios de turno se empeñen repetir que la cantidad de milímetros de agua caídos no tiene antecedentes. Al ver las noticias todos recordamos las inundaciones de 2003. En aquella oportunidad, los evacuados ascendieron a 135.000 y los muertos fueron 23. Algunos habrán recordado las inundaciones en Tucumán y Santiago del Estero en enero de este año, que dejaron más de 25.000 afectados, un millar de evacuados y dos muertos. Seguramente, buena parte de los habitantes de Capital y el Gran Buenos Aires habrán recordado sus propias experiencias en la materia. Sin embargo, las lluvias intensas y las inundaciones de gran magnitud son un fenómeno relativamente reciente en la Argentina. No tienen más de 10 años, y se repiten con cada vez mayor frecuencia. ¿Cuáles son las causas detrás de estos fenómenos? Eso es lo que intentaremos responder en este artículo.
Naturaleza viva
Es parte del sentido común construido por la burguesía que ciertos fenómenos naturales escapan al control de los seres humanos. Los huracanes, los terremotos, los tsunamis y las grandes tormentas son caracterizados como “catástrofes naturales”. Ajenas, por definición, a la acción del hombre, imposibles de prever y con resultados que no se pueden mitigar. La naturaleza y el hombre aparecen en esta explicación como entidades autónomas y aisladas. Pero la propia historia de la humanidad desmiente tal explicación. La historia del hombre es la historia de la progresiva dominación de la naturaleza que condiciona su existencia. Este dominio constituye la forma en que transformamos y expandimos nuestras propias condiciones de vida. Desde la domesticación de plantas y animales y el control de los cursos de agua, hasta el desarrollo de la genética que permite enfrentar enfermedades concebidas como incurables. Se trata, entonces, de una relación de interacción y mutua determinación. Y, en ningún otro momento, el control del hombre sobre su entorno natural ha avanzado tanto como bajo el capitalismo. Simultáneamente, en ningún momento esta relación ha sido más caótica y nefasta que en nuestros tiempos. Porque en esta sociedad la relación entre los seres humanos y la naturaleza se construye mediada por la ganancia capitalista. El capital explota y destruye la naturaleza en la búsqueda de su propio beneficio, destruyendo con ella nuestras propias condiciones de existencia. Ésta relación que la burguesía entabla con la naturaleza es la causante de buena parte de las llamadas “catástrofes naturales” y de sus peores consecuencias. La búsqueda de la ganancia genera sus “daños colaterales”: los muertos producto de estos crímenes sociales, que se cuentan por millones.
Por quién suena el río
Las inundaciones, como cada una de estas “catástrofes naturales”, son una consecuencia directa de la explotación capitalista de la naturaleza en su exclusivo beneficio. En primer lugar, porque son una consecuencia de los cambios climáticos que se registran a nivel mundial. El promedio de precipitaciones en la zona del litoral y la región pampeana ha aumentado en 100 milímetros en los últimos 50 años. También ha crecido la frecuencia con que se producen lluvias que superan el promedio, seguidos de grandes períodos de sequía. La causa de estos cambios deben buscarse en el aceleramiento del calentamiento global, producido por la quema de combustibles fósiles, la deforestación a gran escala y la emanación masiva de los gases que producen el “efecto invernadero” por parte de las grandes empresas. Pero existe otro factor que explica esas grandes inundaciones: el poder de absorción hídrica del suelo. Santa Fe y el norte argentino contaban hasta hace no mucho con grandes extensiones de monte y bosque nativo, que tenían una capacidad de absorción de agua de hasta 1.800 milímetros al año. En esas condiciones el agua era rápidamente filtrada hacia las napas subterráneas, evitando el anegamiento de grandes extensiones de tierra y el desborde de los ríos. Pero la expansión de la actividad agrícola y forestal ha causado una perdida de hasta el 70% de estos bosques nativos en la provincia de Santa Fe. Lo mismo ha sucedido en el norte y el noroeste argentino. Los cultivos comerciales tienen una capacidad de absorción mucho menor: una pastura de alfalfa, por ejemplo, absorbe apenas 1.100 milímetros de agua al año. La situación se ha agravado en los últimos años con la extensión del monocultivo de soja, de muy bajo consumo hídrico: la soja absorbe sólo 500 milímetros de agua al año. Los cambios que producen en el suelo la deforestación y la extensión del cultivo de soja generan una “impermeabilización del suelo”, que no alcanza a absorber el agua de lluvia. Por eso, las napas en la provincia de Buenos Aires se encuentran a muy poca distancia del suelo y las inundaciones son moneda corriente, incluso con la caída de unos pocos milímetros de agua. Por la misma razón, se desbordan los ríos en el litoral y el norte argentino: toda el agua que el suelo no llega a absorber se canaliza por los ríos y arroyos cercanos, que aumentan su caudal e inundan las zonas ribereñas.2 ¿Y quiénes sufren las consecuencias de las inundaciones? No todos, por supuesto. La ocupación del espacio también está mediada por la acción del capital. Las tierras propensas a inundarse son, obviamente, las más baratas. En ellas no se instala la burguesía, que acapara las más elevadas. A las tierras bajas ha ido a parar, históricamente, la clase obrera. El crecimiento urbano, la pauperización de la población y la crisis habitacional que sufre la Argentina actual agravan el problema. En Santa Fe, los sectores más afectados por la inundación son los barrios humildes y las villas miseria que crecen en las zonas más propensas a inundarse a falta de un lugar mejor para vivir.3
La responsabilidad del Estado burgués
La acción directa del capital no el único factor que explica los padecimientos de decenas de miles de inundados: sus funcionarios también son responsables. Las grandes lluvias no son un rayo en un cielo sereno: la naturaleza suele dar señales claras de su inminencia. La medición de los niveles de lluvia y del nivel de los ríos es la forma en que históricamente se han anticipado las grandes tormentas. Es lo que los especialistas llaman “un sistema de alerta temprana”, que permite evacuar las zonas de inundación con 5 y hasta 10 días de anticipación. Sin embargo, este sistema no existe en Santa Fe. No hay estaciones de medición meteorológica en las zonas más afectadas. Muchas de ellas fueron desmanteladas con la privatización de los ferrocarriles, que contaban con precarios equipos en cada estación. 4 La prevención de las inundaciones es, a todas luces, un “gasto superfluo” que el Estado burgués no está dispuesto a asumir. Por otro lado, los medios poco han dicho sobre las obras hídricas en la provincia. La falta de inversión en obras y una buena cantidad de proyectos cajoneados pusieron contra las cuerdas al gobernador Reutemann en el 2003. Desde 2001, se venía realizando un terraplén sobre la Avenida Circunvalación, que funcionaría como defensa y debía proteger a la ciudad de Santa Fe de una crecida del Río Salado. El tercer tramo de la obra no llegó a completarse, lo que permitió que el agua ingrese a la ciudad pero impidió que salga: los tramos de las defensas ya construidos convirtieron la ciudad en un gigantesco dique. 5 Cabe aclarar que para construir las obras era necesario expropiar terrenos: sobre el tramo que no llegó a completarse se ubicaban algunos de los más importantes campos sojeros. Luego de esta crisis, el estado se ocupó de realizar alguna de las obras necesarias, buscando complacer los reclamos populares y ahuyentar el fantasma de futuras crisis políticas. Pero, como lo demuestran los hechos, las obras realizadas no fueron más que una gota de agua en el desierto. Lejos están de solucionar el problema. Los propios responsables reconocieron, ante la evidencia de los hechos, que en Santa Fe “no se hicieron las obras adecuadas”, textuales palabras de un funcionario de la Subsecretaría de Recursos Hídricos de la Nación, en conferencia de prensa junto al intendente de Santa Fe, Martín Balberrey.6 En tanto, anunciaron un nuevo plan de obras para “solucionar definitivamente el problema”. El plan se completaría (de implementarse realmente) de aquí a 10 años. A esta altura resulta difícil creer en estas promesas que se repiten luego de cada inundación. Las declaraciones de los funcionarios no son más que una muestra de la incapacidad del Estado burgués para solucionar el problema. Bajo el capitalismo, el estado responde a los intereses de la clase dominante. La misma clase que destruye el medio ambiente para obtener la mayor rentabilidad posible y que, como vimos, es la causa misma del problema de las inundaciones. Este ejemplo muestra, una vez más, que los crímenes sociales que el proceso de acumulación capitalista genera a su paso no tienen solución bajo estas relaciones sociales.
Notas
1Silber, Daniel: “Santa Fe: la inundación trajo algo más que agua”, ponencia presentada en V Jornadas de Investigación Histórico – Social Razón y Revolución, Ciudad de Buenos Aires, diciembre de 2005.
2El cronista regional, 5/4/05; La Capital, 24/11/01.
3Silber, Daniel: op. cit.
4Idem.
5www.periodismo.net, 3/9/03.
6En Análisis, 14/4/07.