En este trabajo, Guillermo Parson intenta mostrar la actualidad de uno de los mejores textos de la revolucionaria polaca, y aún así, uno de los menos recordados. Reforma y Revolución no sólo recoge parte del mejor acervo teórico marxista, sino que examina y derriba una a una sus primeras revisiones. Estas no son, por cierto, demasiado distintas de sus correlatos más recientes. Por ello, frente a tanta moda pasajera, tantos “coiffeurs” del marxismo, Razón y Revolución se empeña en discutir a los clásicos, ya sea desde nuestras secciones, u organizando cursos abiertos como el taller de lectura de Gramsci y el Club de Amigos de la Dialéctica.
“La pregunta ‘reforma o revolución’, es para la socialdemocracia, el ‘ser o no ser’.”
Rosa Luxemburgo
Por Guillermo Parson (historiador, egresado de la UBA y miembro del comité editorial de Razón y Revolución)
No creemos que las obras y las personalidades deban ser recordadas cuando el almanaque así lo estipula, pero muchas veces un aniversario vuelve a poner en el tapete a aquellas. Este es un buen ejemplo. El 2000 nos encuentra con el centenario de la publicación de los trabajos que Rosa Luxemburg escribiera para refutar el giro revisionista que sobre la obra de Marx, iniciara Eduard Bernstein, compañero de partido de la dirigente polaca: la hasta allí poderosa socialdemocracia alemana.
Nos proponemos demostrar la fresca actualidad que el texto mantiene y como debe ser justicieramente revalorizado (al igual que su autora) por todos aquellos que siguen considerando a la revolución proletaria y a la clase obrera como sujeto dirigente de la misma, una necesidad histórica de vigencia insustituible. Asimismo, los dos conceptos que dan título a la obra, conforman categorías de análisis centrales de las ciencias sociales en general y la ciencia política en particular; pasible de ser abordada una vez más su hermenéutica y resignificación: ésta última, si se considerase necesario.
El marxismo (como otras tantas veces) estaría viviendo una crisis que pondría en duda su aplicabilidad a las tareas del presente. Es claro que las opciones que vendrían a reemplazarlo son tan arcaicas y añejas como la que dicen combatir. No ya desde la burguesía dominante a nivel mundial (“fin de las ideologías”, “fin de la historia”, “fin de los grandes relatos” y algunos otros “fines” más) sino desde los que en algún momento dijeron estar bajo su advocación. Precisamente sobre estos últimos (intelectuales, ex militantes, ex dirigentes) vale lo que aseveraban los monjes de la Contrarreforma: “no hay peor hereje que aquel que en su momento fue fidelísimo creyente”.
Por el contrario, opinamos que si bien con todas las necesarias adecuaciones, innovaciones teóricas que sintetizan décadas de luchas y revoluciones de la clase obrera, el marxismo es el cuerpo doctrinario más formidable para entender las relaciones sociales del mundo que nos toca vivir y que las ciencias humanas deben partir de los postulados que éste dejó asentados, si quiere ser realmente ciencia y no “ideología vulgar”. Claro que esto estaría incompleto si no agregásemos (aunque no por remanido, carente de verdad histórica) que además, y sobremanera, el marxismo es una guía para la acción; que el sujeto emancipador debe tomar en sus puños y plasmarla en el ámbito de lo real. Reforma y Revolución, como muchos otros, es un trabajo que forma parte ineluctable del acervo intelectual del mejor marxismo y es atinente intentar recordar por qué.
“Ni una sola idea que el marxismo no haya refutado, aplastado, reducido a polvo hace décadas”
En primer lugar porque es la propia autora la que va a postular dicho axioma. Ella no escribe sin una pertenencia intelectual definida, sino que lo hace como expositora de la que cree la única doctrina científica con la que cuenta el joven siglo XX para no caer en la barbarie más profunda; y su lucha teórica está al servicio de su vigencia y el desenmascaramiento de aquellas que la niegan, o más aún, la revisan (en el peor sentido del término) convirtiéndola en otra cosa, en muchos casos, sencillamente en su opuesto.
Podemos señalar que dicha areté es un rasgo constitutivo de la tradición marxista: el cotejamiento y la polémica contra corrientes y doctrinas que al postularse como representantes de los sectores subalternos, terminan conduciendo a éstos a intrincados callejones sin salida. No es un dato menor la propia consonancia que existe en cuanto al estilo que la producción marxista conlleva como su “marca de orillo”. Qué mejor ejemplo que esta afirmación:
“… El esquema de Fourier de transformar, mediante los falansterios, el agua de todos los mares en sabrosa limonada fue una idea fantástica, por cierto. Pero cuando Bernstein propone transformar el mar de la amargura capitalista en un mar de dulzura socialista volcando progresivamente en él botellas de limonada social reformista, nos presenta una idea más insípida, pero no menos fantástica” (Tomo I, pág. 73).
Obviamente el “estilo” no agota ni presupone todo el arsenal marxista. Como diría el joven Lukacs la ortodoxia en el marxismo radica en su método. Y éste se halla consustanciado con la categoría de totalidad: el texto de Rosa es un fiel exponente de ello; en él la política y la economía se hallan fuertemente imbricadas sin caer en reduccionismos estériles o posturas mecanicistas. Precisamente será su adversario, quien tomará un claro sesgo evolucionista para explicar lo que considera el agotamiento del planteo revolucionario (modelo disruptivo por excelencia) y la necesidad de los cambios graduales sobre la estructura económico social. Y esto tampoco es casual y nos muestra otro rasgo liminar de la disputa que el trabajo recorre: el abandono de uno y la defensa de otro, de la dialéctica como herramienta imprescindible para “develar los oscuros velos de las relaciones sociales” y sacar las conclusiones respectivas.
Lo anterior no otorga a Reforma y Revolución la etiqueta de estudio académico per se. Su rasgo es justamente (en esto coincide con su adversario) el de ser un trabajo por fuera de todo marco institucional: el mismo es publicado en las páginas del periódico partidario. Muy por el contrario, y lejos de ver en ello una falsa postura “anti intelectual” o algún tipo de desdeño por la teoría; el texto cree que en la asimilación de ésta por los explotados radica la clave para que emerja una sociedad mejor: “… No se puede arrojar contra los obreros insulto más grosero ni calumnia más indigna que la frase ‘las polémicas teóricas son sólo para los académicos’” se leerá en el prólogo. ¿Hace falta recordar la preocupación de Marx para que “El Capital” sea accesible a la mayoría del proletariado?
Si el marxismo como decíamos, es quien “develó” las leyes internas que rigen el sistema capitalista (esto es frecuentemente olvidado aún por aquellos que continúan adhiriendo a él) se debe fundamentalmente al desarrollo que el pensador alemán precisó sobre la ley del valor descubierta por los economistas clásicos. Es este desarrollo el que ignoran Bernstein y los reformistas y por ello no sólo la doctrina marxista les resulta incomprensible sino (y más grave aún) la propia economía capitalista, un enigma. Contra este ocultamiento clava sus dardos la dirigente del PSDA.
Y de allí se desprende toda una práctica política que se halla en el centro del debate: si el capitalismo no cuenta con barreras propias comunes a todo modo de producción, simplemente por ser procesos históricos (lo cual no es lo mismo que afirmar que se puede esperar tranquilamente su “derrumbe”, la propia Rosa graficó mejor que nadie lo errado de esta caracterización con la pareja Socialismo o Barbarie), o sea que el límite al capital se halla en el capital mismo, es factible su reproducción ad eternum y por ende sólo queda la lucha por aminorar sus efectos más nocivos o como magistralmente dice el texto: “… Nuestro programa ya no es la realización del socialismo sino la reforma del capitalismo; no es la supresión del trabajo asalariado, sino la reducción de la explotación, es decir, la supresión de los abusos del capitalismo en lugar de la supresión del propio capitalismo”. (Tomo I, pág. 97)
La palpitante contemporaneidad de estas palabras está dada porque ya se afirmaba allí que estas posturas no eran originales, pero que el utopismo que conllevaban, era aceptable en la “infancia” del movimiento obrero y en el período de auge y desarrollo del capitalismo; pero se convertían en pesadas cargas y síntomas de senilidad en 1900!! Todos los sueños milenaristas que presenta la historia humana son comprensibles contextualizándolos debidamente: de ahí la diferencia entre el “sueño” de Weitiling y la teoría bersteniana; entre ambos se halla justamente el socialismo de Marx y Engels. Si esto era válido para la socialdemocracia alemana de principios de siglo, qué decir en relación a los distintos reformismos y “terceras vías” que (impulso mediático mediante) cobran vida como “viejos vinos en odres nuevos”.
La demistificación que Rosa realiza sobre las cooperativas, la práctica sindical desligada de un programa político y una perspectiva de poder, junto a la denuncia de aquellas tareas pequeñas que renegarían de los “grandes objetivos” y que serían las únicas realistas, sirven como anillo al dedo para desenmascarar a todos los Giddens, Blair y Cía. que son y en el mundo han sido. No por virtudes intrínsecas que la dirigente socialista pudiese tener “genialmente”, sino porque el sistema capitalista (modificaciones y globalización de por medio) sigue asentándose en la explotación del trabajo humano, fuente creadora de valor. Nunca como ahora estas palabras del texto son tan necesarias y actuales: “… Es por eso que el retorno a las teorías sociales pre marxistas ya no significa retornar a las botas de siete leguas de la niñez del proletariado, sino a las débiles y gastadas pantuflas de la burguesía”. (Tomo I, pág. 109)
Pero si todo lo hasta aquí mencionado no bastara por sí solo para otorgarle al texto la categoría de clásico, el mismo aborda también la problemática de lo que en un momento denomina “fetichismo” del estado y la democracia. Muchos acusan al marxismo de reduccio-nista cuando éste afirma el anclaje de clase que todo organismo estatal contiene; Rosa es brillante cuando afirma que reconocer los matices de una formación estatal (sea ésta monárquica, republicana, de tipo plebiscitaria, etc) no tiene que hacer perder de vista que el rasgo central es justamente su carácter no asexuado, y que como toda la historia de las sociedades clasistas enseña, esta formación pertenece a los sectores dominantes. Precisamente caer en un simplismo (aquí de tipo idealista) es sostener la conceptualización que pone el eje en dichos “matices” pero pierde de vista el trazo grueso de su conformación.
Si la democracia comenzaba a presentarse como valor supremo y en cierta medida atemporal, en las sociedades adelantadas de Europa Occidental como la que presenciaba Luxemburg, aún este síntoma no tenía el rango de universalidad (y de exaltación) con el que cuenta en la actualidad. Sin embargo la dirigente polaca no se cansaba de reiterar que la misma no era el objetivo de los socialistas, aunque ello no les impedía luchar en determinados momentos por su instauración; porque en definitiva, la democracia era una de las envolturas políticas de la dominación económica burguesa y su igualdad era tan sólo formal, pues se acunaba en el estrecho marco de la explotación del hombre por el hombre. La propia Rosa comprobó más de una vez (y luego con su muerte) la corrección de esas “sencillas verdades” que hoy parecen enturbiar las mentes de intelectuales y prolijos profesores universitarios que ven en la democracia sin calificativos la panacea idílica a la que hay que resguardar.
Y si esto es así, la conclusión del texto es reafirmar a la praxis revolucionaria como única política verdaderamente realista, por ser científica (la inversión de los términos es igual de correcta). La lucha tenaz y prolongada de la clase obrera tiene que contar con un norte claro y preciso, para que no se convierta en una “ida a ninguna parte”; y ese destino no es otro que la toma en sus manos de la organización estatal. Parafraseándola, podemos decir que todo el texto de Rosa fue escrito para demostrar esa afirmación. Y eso conduce a otra temática recurrente en el mejor marxismo: ¿de qué manera se obtiene el poder? ¿por medio de qué instituciones?
Quizás aquí resida la parte más “divulgada” de la autora de Huelga de masas. Su polémica con el Lenin del Qué hacer y de los primeros meses de la revolución bolchevique cuentan con más “prensa” que el texto que estamos rememorando. Aquí hay un “hilo rojo” que recorre la obra, que consiste en el aserto por el cual “… No es cierto que el socialismo surgirá automáticamente de la lucha diaria de la clase obrera”.
Pensar de esa manera además de espontaneísta (caricatura con la cual se quiso pintar a Rosa ) es pecar de un mecanicismo lindante con el peor materialismo vulgar. Lo objetivo y lo subjetivo, pareja dialéctica que muchas veces se repele en búsqueda de la síntesis que las contenga y supere, están en la afirmación luxemburgiana: las contradicciones capitalistas y la comprensión de la inevitabilidad de éstas, junto a su transformación mediante la revolución social por el proletariado y sus aliados, es la clave para su realización.
La consecuencia de esto es la necesidad de la organización de la clase oprimida para llevar a cabo aquella transformación. Y como no podía ser de otra manera, esa misma conse-cuencia llevaba a que Bernstein abandonase también dicha premisa. El razonamiento era perfectamente circular, como el texto lo dice con suficiente claridad: “… Bernstein sigue así la secuencia lógica de la A hasta la Z. Partió del abandono del objetivo final manteniendo, supuestamente, el movimiento. Pero como no puede haber movimiento socialista sin objetivo socialista, termina renunciando al movimiento”. (Tomo I, pág. 105)
Hoy el término movimiento tiene otra connotación: es mejor definirlo como “movi-mientismo”, concepto que termina señalando paradójicamente lo contrario de lo que significaba en nuestro texto. El abandono de toda organización bajo el rótulo de “burocrática” y la no importancia asignada a la elaboración de programa o perspectiva política alguna, junto a una heterogeneidad difusa son sus características nodales. Para Rosa movimiento es sinónimo de partido (y no es forzada dicha asociación). Todo el texto así lo confirma, al igual que el recorrido por toda su trayectoria política. Luchó denodadamente dentro del PSD hasta que decidió romper, pero no para sumergirse en la contemplación especulativa, sino para formar un organismo nuevo. Quizás nada mejor para graficar esto que un encendido párrafo de su epistolario cuando afirmaba: “… El peor de los partidos obreros vale más que no tener partido alguno” (1911).
Claro que ir adquiriendo dicha conciencia socialista (“el socialismo no es una mera cuestión de cuchillo y tenedor” dirá en otro texto famoso) y plasmarla en un partido propio no es tarea sencilla, ni se puede realizar de “un plumazo”. Los obstáculos son inmensos, pues es gigantesco también el objetivo. La burguesía intentará por todos los medios frustrar el camino ascendente de la clase explotada, no exclusivamente por medio de la represión, sino también (y a veces, fundamentalmente) mediante “el veneno” de su prédica ideológica, que a grosso modo se resume en el oportunismo más abyecto o el sectarismo ultraizquierdista.
Esta tensión entre dos polos que parecen antagónicos, pero que se complementan (origen de clase ajeno al proletariado, reducción de un fragmento de la realidad presentándolo como totalidad, etc); es la que debe vivir el sujeto social y el partido que se postulan como revolucionarios. Solamente la adquisición de las premisas del socialismo científico por los obreros, alejará los peligros de la influencia burguesa y pequeño burguesa, señalará recurren-temente la dirigente polaca.
Palabras finales
El periplo que hemos realizado por un texto emblemático de una dirigente capital del movimiento obrero, pretendió demostrar su manifiesta vigencia un siglo ya desde que fue redactado. Distintas problemáticas y cuestiones que en él se encuentran, así lo confirman; pero todas se resumen en el propio título que éste ostenta.
Repensar entonces las categorías cardinales del marxismo, incorporando sujetos y problemáticas sociales que el capitalismo presenta en este momento de su desarrollo (ecología, género, urbanismo), y entre ellas la de la propia organización que se postula como agente político del cambio transformador, es tarea no sólo necesaria sino más aun, perentoria. Todo ello mientras no se pierda de vista, la perspectiva de que solamente la revolución social puede detener la barbarie capitalista. “Sin una memoria colectiva del pasado, no se puede tener el sueño del futuro. (…) las revoluciones del siglo XXI asimismo, serán nuevas y maravillo-samente imprevisibles” (Lowy).
La experiencia histórica demostró luego de redactado el mismo, que, precisamente fueron los revolucionarios los únicos que lucharon consecuentemente por reformas y reivindicaciones parciales como método y ejercicio transicional para el asalto al poder; mientras que los reformistas terminaron administrando la propia crisis del capitalismo al cual creían con capacidad eterna para autoreformarse. “Hay muchos más reformistas que revolucionarios en el planeta. Muchos más adaptados que irreductibles. Se necesitan épocas excepcionales en la historia para que los revolucionarios salgan de su aislamiento y para que los reformistas hagan el papel de peces sacados del agua” (Trotsky). Como decía el poeta “no hay otro tiempo que el que nos ha tocado”, y qué duda cabe, ese tiempo (el nuestro) es el de la revolución socialista. Esa es la cuestión: riesgosa, con sobresaltos y retrocesos, pero infinitamente bella a la vez.
“… La unión de las amplias masas populares con un objetivo que trasciende el orden social imperante, la unión de la lucha cotidiana con la gran tarea de la transformación del mundo: tal es la tarea del movimiento socialdemócrata, que lógicamente debe avanzar a tientas entre dos rocas: abandonar el carácter de masas del partido o abandonar su objetivo final, caer en el reformismo burgués o en el sectarismo, anarquismo u oportunismo… La doctrina marxista no podía vacunarnos a priori contra dichas tendencias. Sólo las podremos vencer cuando pasemos del campo de la teoría al campo de la práctica, pero sólo con las armas que nos legó Marx” (Tomo I, pág. 110)
Bibliografía
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