La negociación con los buitres para conseguir nueva deuda externa
Para muchos, el endeudamiento externo es una sangría que explica los males de la economía argentina. Vea por qué es todo lo contrario: la única alternativa para el gobierno y la burguesía de patear una inevitable crisis para adelante provocada por su propia incapacidad.
Por Juan Kornblihtt (OME-CEICS)
“En el largo plazo, estaremos todos muertos”, respondía en 1923 Keynes para justificar la intervención estatal en una crisis, en lugar de esperar a que el equilibrio se solucione sólo por las fuerzas del mercado. Emulando a uno de sus autores favoritos, la estrategia del Ministro de Economía Axel Kicillof es enfrentar la crisis actual por la vía de conseguir dólares como sea (ver notas de Damián Bil e Ianina Harari en este número sobre la magnitud de la crisis). Incluso a costa de hipotecar el futuro. Total, “estaremos muertos”.
El problema de la negociación con los fondos buitres luego del fallo desfavorable, así como antes el acuerdo con el Club de París o con el CIADI, no es lo que se paga ahora. De hecho, el kicillofismo se vanagloria de que en el corto plazo lo que sale del país es más bien poco (aunque en el largo se reconoce el 100% de las deudas o incluso más).1 Estos acuerdos no se hicieron para “honrar la deuda”, ni para satisfacer las “demandas de la banca extranjera”. No implicarán en el corto plazo una reducción de la riqueza nacional (es decir, de los burgueses que acumulan en el país). El objetivo es volver a endeudarse y que entre más plata de la que sale, para tapar el creciente déficit de divisas. Por supuesto, no basta solo con ser un pagador serial para conseguir préstamos, sino además mostrar una alta rentabilidad de las empresas locales y un Estado eficiente. De la mano de los acuerdos con los acreedores externos, se encuentra la baja salarial vía paritarias por debajo de la inflación para aumentar las ganancias capitalistas. Sin embargo, el fallo en favor de los fondos buitres parece haber puesto un freno a esta alternativa.
El affaire de los buitres
El fallo del juez de Nueva York Thomas P. Griesa pareciera poner una traba a esta estrategia de volver a endeudarse. En síntesis, obliga al Gobierno a llegar a un acuerdo con quienes no aceptaron las sucesivas reestructuraciones de la deuda (los llamados holdouts). Se trata de fondos de inversión que compraron los bonos argentinos en plena crisis cuando no valían nada y, en lugar de aceptar el pago que hizo el Gobierno con un valor menor al original2 a la mayoría de los bonistas que aceptaron en 2005 y en 2009, iniciaron juicios en busca de cobrar el 100%. La administración kirchnerista intentó llevar el juicio hasta la corte suprema para evitar tener que pagar. O, al menos, estirarlo hasta el año que viene, cuando expira una cláusula que obliga a pagar a todos los acreedores el mismo valor (la llamada RUFO, que vence el 31/12/2014).
El fallo parece poner todo en contra del gobierno, aunque puede que no sea tan así. Es evidente que un fallo favorable de la Corte Suprema de los EE.UU. le hubiese permitido cerrar el último default que le quedaba, una de las condiciones principales para acceder a créditos baratos. El revés judicial abre varios escenarios. Si se llega a un acuerdo, hay dos opciones. Una, que sea antes del 31 de diciembre de este año, lo cual habilitaría a que los anteriores bonistas que aceptaron el pago por una suma menor a la que figura en sus bonos abran un juicio. Frente a esto, la estrategia es decir que el pago fue forzado y no voluntario. Igual, se abriría un juicio a largo plazo que en caso de perderse aumentaría en forma astronómica la deuda. Pero hasta que se resuelva, el Gobierno no estaría en default y podría pedir plata (total, en “el largo plazo…”). La segunda opción de acuerdo es un pago a partir de enero de 2015 que inhabilite el juicio, ya que la cláusula RUFO no estaría vigente. El escenario del acuerdo es el más favorable al Gobierno en el corto plazo, puesto que aceleraría los tiempos y permitiría la apertura a crédito.
Una alternativa opuesta es que no se llegue a un acuerdo. También se abren diferentes escenarios. Si se mantiene todo como hasta ahora, lo que ocurriría es que cada vez que se le pague a los bonistas que aceptaron el acuerdo, la Justicia norteamericana embargaría o impediría el pago. Eso llevaría a que los bonistas le puedan hacer un juicio a la Justicia de los EE.UU. Otra opción es que se cambie el lugar de pago de Nueva York, pero para eso necesitaría el acuerdo de los acreedores y en caso de que no fuese del 100%, habría nuevos juicios. Es decir: se caería en un default, lo cual dificultaría la emisión de nueva deuda tal como propone el oficialismo. Pero el escenario no sería tan desfavorable para la estrategia de endeudarse.
Frente al juicio de los buitres, el conjunto de los Estados y los organismos multilaterales se pusieron del lado argentino. En parte, porque el fallo en favor de los holdouts pone en riesgo futuras reestructuraciones de deuda. En un contexto mundial donde la deuda supera en la mayor parte de países al propio PBI, se vislumbra como escenario muy probable en varias naciones, en un futuro no muy lejano. Pero además, hay un claro interés en que Argentina vuelva a endeudarse y constituya una nueva fuente para valorizar al capital. Quienes más presionaron al Club de París para llegar a un acuerdo fueron capitales extranjeros que acumulan en la Argentina, que pidieron a sus gobiernos que aceptaran la oferta, y así conseguir líneas de crédito locales. El acuerdo alcanzado supone que por cada pago argentino hay un equivalente de inversión extranjera directa. Una alternativa frente un default causado por los buitres es que se habilite una línea de crédito directa a través del Banco Mundial, auditada por el FMI o algún otro organismo multilateral. El Gobierno podría justificar esta salida como un “frente único” en su lucha contra los buitres.
¿Por qué un país que está en recesión, con un fuerte déficit en dólares, aparece como interesante para el capital financiero? Hay una serie de factores que contribuyen a explicarlo. Por un lado, la crisis mundial llevó a que la recuperación de los EE.UU. se hiciese con bajas tasas de interés y mucha emisión, lo cual llevó a una oferta muy grande, a nivel mundial, de dinero en busca de colocarse. Además, dado el default, la deuda externa argentina tanto pública como privada no creció en la última década.3 Incluso con los pagos realizados, se redujo en 2005. Esto supone que hay un margen de la Argentina para endeudarse, cuando se observa que otros países tienen deudas en relación a su PBI, o a sus exportaciones, (dos indicadores para evaluar la capacidad de un país de endeudarse) mucho mayores a la Argentina.
Como señalamos, la Argentina se muestra como un país confiable para el capital extranjero. Los subsidios a las automotrices, la baja salarial a través de la inflación y el ajuste de tarifas que se realiza son indicadores de que las ganancias están cuidadas. En ese contexto, un nuevo ciclo de endeudamiento la daría aire a la burguesía y al Estado. Por eso, el acuerdo del Gobierno y de la oposición patronal para resolver el conflicto con los buitres de cualquier forma. La única alternativa que tienen para conseguir dólares es volver a endeudarse.
El problema no es la deuda
El conjunto del espectro político burgués se ilusiona con la alternativa del endeudamiento, como confirman sus voceros. Esto le permitiría salir del atolladero en el que se encuentra. Las divisas que entran por las exportaciones agrarias ya no alcanzan para sostener el gasto estatal. La devaluación expresó la falta de dólares y la necesidad de aumentar la ganancia por la vía de bajar los salarios. Pero la inflación sigue siendo alta, lo que va disminuyendo el efecto de la misma. Todos los pronósticos indican que luego del cierre de las paritarias, se viene una nueva devaluación, si es que no se consiguen fondos frescos que permitan levantar el cepo cambiario. Esta salida favorece a los capitalistas ya que les permite aumentar los precios más rápido que los salarios y por lo tanto aumentar las ganancias. Pero no es lo que más les conviene. La devaluación es una salida que favorece a los exportadores, pero, en la Argentina, los que exportan, salvo el sector agrario, se cuentan con los dedos de la mano. La mayoría, incluso de los capitales extranjeros, apuestan al mercado interno, ya que su productividad es muy baja y no pueden competir en el mercado internacional. Al devaluarse la moneda, sus ganancias en dólares se reducen y, por lo tanto, remiten menos utilidades a sus casas matrices. A su vez, como muchos de sus insumos son importados (esto se observa en que la balanza comercial industrial es deficitaria) con una moneda sobrevaluada les resulta más barato importar. El problema es que para que el dólar esté barato hace falta que ingresen divisas. La deuda aparece entonces como la principal alternativa. Por eso, el apuro por endeudarse. En caso de que no lograrse, se vislumbra una profundización de la crisis, con devaluación y estallido inflacionario.
¿Eso significa que si la Argentina logra endeudarse, se solucionan los problemas? Las crisis de 1982, 1989 y 2001 muestran que, a pesar de que entre plata en forma de deuda, lejos está de ser la solución a las dificultades. El problema es que la Argentina necesita pedir al extranjero porque su economía no puede sostenerse por sí misma. La deuda permite tapar ese problema, pero no lo resuelve. En el corto plazo, puede implicar una entrada de divisas que dé aire a la economía. Pero no es más que burbuja. Cuando queda en evidencia que la burguesía local y extranjera no puede pagarla, se desata una nueva crisis. Aunque no existiese deuda alguna o se pagase toda, si no cambia la base de acumulación de la Argentina los problemas en el mediano y corto plazo reaparecerán. Esto deja en claro que la verdadera alternativa de los capitalistas es bajar salarios para aumentar la tasa de explotación y destruirse entre sí, para ver quién se queda con la menor riqueza que entra al país. En cuanto al gobierno, sólo le importa zafar de acá al 2015 para que el problema estalle cuando ellos ya no estén. Pero es falso que en el largo plazo estaremos todos muertos, como bien lo saben quienes ya vivieron el resultado de las salidas propuestas con esta excusa desde 1975 a cada crisis.
Para evitar otra crisis debemos avanzar en solucionar los problemas que obligan al endeudamiento cíclico. Para superar la ineficiencia del capital -y su necesidad permanente de bajar salarios y endeudarse-, hay que centralizar la producción para aumentar su escala y hay que planificarla conscientemente para, de esa forma, aumentar la productividad. La burguesía no puede hacer eso porque implica poner en cuestión la propiedad privada. Esa es nuestra tarea.
Una consigna que confunde
El planteo del “No pago de la deuda” tan utilizado por la izquierda volvió a aparecer, incluso potenciado con la idea de un plebiscito. Aunque siempre va a acompañada con propuestas que complementan la consigna (estatización de la banca y del comercio exterior, planificación de la producción por los trabajadores), al centrarse sólo en el problema de la deuda, confunde el problema y lleva a una estrategia equivocada, donde parece que se trata de un problema nacional. La deuda, salvo contadas excepciones, no implica una sangría de riqueza para la burguesía radicada en el país sino un ingreso que le permite sostener su acumulación por encima de su baja capacidad. Es decir: es un estímulo ficticio que pospone la crisis pero que estimula la acumulación de capital a nivel nacional. No es una panacea, ya que va de la mano de beneficios al capital extranjero, mayor apertura comercial, más desempleo, ajuste estatal y aumento de la tasa de explotación. Pero cuando estalla esta burbuja (como siempre ocurre), es la propia burguesía la que vía default plantea el no pago (como hizo Rodríguez Saá en 2002), hasta que se vuelve a presentar la necesidad de endeudarse y nada bueno viene de esa solución.
Si la izquierda, aunque plantee otras tareas, sostiene que de no pagarse la deuda habría más plata en el país, plantea un falso escenario y simplifica la salida. El problema, como señalamos, es la estructura productiva que lleva a la burguesía a la necesidad de endeudarse. Sin plantear la lucha por expropiar a la burguesía, el despilfarro de la riqueza y los males para la clase obrera seguirán en pie. Frente a esta coyuntura, hay que poner en evidencia la crisis que se expresa en el intento desesperado por arreglar con los buitres, la hipoteca a futuro que lleva los arreglos que le permiten zafar al Gobierno en el corto plazo y denunciar a los capitalistas que se beneficiarán de los futuros préstamos. La consigna del “No pago”, en cambio, no dice nada del destino de los fondos que se consiguen mediante el mecanismo de pagar para pedir, porque invisibiliza la entrada de plata y por lo tanto no plantea una estrategia para pedir, porque invisibiliza la entrada de plata y por lo tanto no plantea una estrategia para su disputa.
Notas
1 Por ejemplo, el acuerdo con el Club de Paris, plantea pagos de 650 millones este año, aunque reconoce 9.700 en pagos a futuro, mientras que con Repsol se reconocieron alrededor de 5.000 millones, la mitad con bonos que vencen en 10 años, y el resto con bonos ya emitidos, pero el primer pago se hace recién dentro de dos años.
2 El Gobierno se jacta de haber hecho una quita del 70%, como muestra de su fuerte capacidad negociadora. En realidad, el acuerdo no fue tan perjudicial para los bonistas que aceptaron la reestructuración. Por un lado, se les reconoció títulos que en el periodo del default llegaron a valor casi nada, pero además el pago se hizo en bonos que a su vez estaban atadas a la evolución del crecimiento argentino. Y como la economía nacional creció durante los últimos años, se estima que al final la quita fue alrededor del 15%. Véase Muller, Alberto: Default y reestructuración: ¿Cuál fue la real quita de la deuda pública argentina?, CESPA, marzo 2013, p. 32.
3 Sí creció en forma exponencial la deuda interna tanto con el propio Estado (con la Anses y con el BCRA) como con acreedores locales, a través de la venta de bonos en pesos. Aunque síntoma de la debilidad creciente de la economía argentina, no constituye una fuente de pérdida de divisas, que es lo que está detrás de la necesidad de endeudarse afuera.