Eduardo Sartelli
El triunfo de George Bush (h) parece consolidar el poder imperialista. Ahora, de la mano de la mayor elección de la historia, el pequeño Bush podría realizar sus sueños de destrucción masiva, empezando por Falluyah, siguiendo con el resto de Iraq y terminando quién sabe dónde. Habida cuenta de lo bien que le ha ido a la Kirchner con la Administración Bush, no es necesariamente una mala noticia. Por estos pagos, además, hay dos motivos más confesables por los cuales festejar, uno ya público y otro todavía en carpeta. El primero es la consolidación de la tendencia reformista que domina la política latinoamericana, que ha desplazado a Menem, Cardoso y Fujimori con Lagos, Lula, Chávez y Kirchner, a los que ahora se suma Tabaré Vázquez. El segundo, de cuya realidad y magnitud se duda, más allá de los chismes de pasillo, es el probable acuerdo económico con China. Si el triunfo de Bush mantiene intacto un orden externo que hasta ahora jugó a favor, desde los precios del petróleo hasta el respaldo frente a la renegociación de la deuda, las victorias en Uruguay y Venezuela aseguran la potencia de una ideología, el nacionalismo popular progresista, que se impone no ya como un capricho patagónico sino como una realidad hemisférica, consolidando el surgimiento de la Gran Patria (capitalista) Latinoamericana. El acuerdo con China sería la cereza del postre, servido junto a supuestos aumentos salariales y otras medidas de obvio carácter electoral. Todo el conjunto vendría a completar la reactivación del mercado interno, la expansión de las exportaciones y a asegurar una base sólida para el repago de la deuda una vez salido del default. Un año para descorchar a lo grande. En medio de tanto triunfalismo, algunas sombras, de la China precisamente, podrían oscurecer una feliz navidad y un próspero año nuevo.
La Argentina es un pequeño barco averiado navegando en medio de una tormenta casi perfecta. Habiendo pasado la primera parte del chubasco, navega en medio del ojo del huracán creyendo que todo ha pasado. Sin embargo, no es así. El triunfo de Bush difícilmente pueda resolver los problemas de la política exterior norteamericana, pero más difícilmente aún, los de la economía americana. La guerra de Iraq ha obligado a multiplicar el presupuesto de defensa, lo que ha disparado el déficit fiscal: de superavit bajo Clinton, cerró el 2004 con un bache de 400.000 millones de dólares, que empalidecerán, no obstante, frente a su duplicación en el 2005. La deuda estatal necesaria para expandir el gasto se acrecienta en la misma magnitud en que lo hace el déficit comercial: comprando mucho más de lo que vende, EEUU ha pasado a financiarse a pura deuda. Ese endeudamiento no es el único: las deudas familiares han llegado a un récord histórico, lo que significa que ya se han empeñado años enteros de ahorros futuros. El consumo expandido de los consumidores americanos no sólo se fagocitó ahorros personales y una deuda nacional gigantesca, sino también la más profunda baja de tasas de interés desde los años ’30. Esa masa descomunal de dinero lanzado al mercado no ha logrado que la economía recupere un ritmo ni siquiera razonable, razón por la cual la tasa de desempleo sigue creciendo. Después de la recesión de 2000-2001, que siguió al desplome de la burbuja bursátil, los indicadores económicos han mejorado a costa de la creación de una nueva burbuja basada en el endeudamiento. Burbuja que parece lista para explotar y lanzar a EE.UU. a una depresión de largo plazo al estilo japonés.
La Argentina espera salvarse, en la más utópica de las pretensiones kirchneristas, portándose bien con el imperio, pero también apelando a un Mercosur “social”, base de una Patria Latinoamericana al estilo Unión Europea. Si ya Lula abandonó esa pretensión hace rato y ha comenzado a pagar por ello, como lo prueban las poco publicitadas derrotas electorales en San Pablo y Porto Alegre, Tabaré Vázquez arrancó desde donde llegó Lula: ni siquiera pretende amagar con un reformismo de fachada. Que agrupaciones como Izquierda Unida festejen la victoria uruguaya como propia, demuestra hasta qué punto los domina una esquizofrenia aguda o, en realidad, que su programa no difiere del de Kirchner en lo más mínimo. Como en 1945, el problema no era el programa de Perón, sustancialmente el mismo que el de la Unión Democrática, sino que el Partido Comunista esperaba ser el que lo realizara. Consciente de las limitaciones del latinoamericanismo capitalista, Kirchner no deja de mirar más lejos, en busca de alguna tabla de salvación. Esa es la raíz de los cuentos (chinos) que se han dejado correr por estos días. A mal puerto vas por leña…
Precisamente, Japón, China y Taiwán, son los principales acreedores del Tesoro americano. Los tres están amontonando papeles sin valor al solo efecto de evitar que el dólar se devalúe como producto de su emisión descontrolada. El festival de bonos de la deuda americana ha encontrado hasta ahora un financista cautivo en Oriente, cuyas exportaciones caerían vertiginosamente si el dólar se devaluara. Pero si el dólar no se devalúa, la economía norteamericana es la que no crece. El mundo está bailando, entonces, una danza extraña con nombre de bolero mexicano: Insolvencia. Cuánto más puede durar no se sabe. Lo que sí se sabe es la tendencia recesiva que anida en la expansión de China, que no es más que un reflejo de la tendencia mundial.
Frente a estas gruesas realidades, que la prensa capitalista prefiera alentar el optimismo, no sorprende a nadie. Que una cantidad creciente de intelectuales “progresistas” y partidos de “izquierda” lo haga, incluso con más fervor, resulta, por decirlo suavemente, desagradable. Como prestidigitadores de la mentira, pretenden engatusar a la gente proyectando sombras sobre la pared en lugar de enfrentarse a la cruda verdad: que las sombras, sombras son, por más que vengan de la China.