Otro intento fallido. Una crítica al libro «Trabajadores, tercerización y burocracia sindical: el caso Mariano Ferreyra», de Christian Rath

en El Aromo nº 64

a64_fabijuanmarinaAcaba de publicarse un segundo libro sobre el caso de Mariano Ferreyra de Crhistian Rath. Su salida deja en evidencia las falencias de su predecesor. Sin embargo, a poco de recorrer sus páginas, que van desde la economía argentina hasta el significado de la burocracia sindical, se advierte el cúmulo de ideas incorrectas que dejan un panorama más que preocupante.

Fabián Harari, Juan Kornblihtt y Marina Kabat
Razón y Revolución – CEICS

Su salida es toda una confesión. Luego de presentar a un arribista (Diego Rojas) como el relator oficial y a un libro improvisado como la versión partidaria del crimen de Mariano Ferreyra, el Partido Obrero se ve obligado a sacar otra publicación1. Tal como señalamos nosotros (y Jorge Altamira), Rojas no sacaba ninguna conclusión política ni acusaba al kirchnerismo por la muerte del compañero en cuestión. Lo dijimos, lo repetimos y nos llenaron de insultos. Pero aquí está la prueba, teníamos razón: Rath dice lo que Rojas se calla. Sencillamente, que a Ferreyra lo mató el Estado y que todas las pistas conducen al kirchnerismo. Si bien no llega a acusar expresamente al kirchnerismo (¿tanto cuesta escribir “lo mató el kirchnerismo” o “Néstor y Cristina son los responsables”?), es un paso más que el encubrimiento oportunista lo precede.

A pesar de anunciar en tapa el caso del compañero, el libro sólo le dedica al problema 24 de sus 191 páginas. Se trata de una obra sin ningún rigor, que toma de aquí y allá y va empapelando un cuadro poco coherente, con el objetivo de adecuarlo al Programa de Transición. Los capítulos no tienen conexión entre sí y no articulan un problema general. En la primera parte, trata la tercerización y en la segunda la economía argentina y la burguesía nacional. En el tercero, realiza una historia superficial de la burocracia del ferrocarril desde 1955 hasta la actualidad. En el capítulo cuarto, trata sobre temas tan dispares como la trayectoria de Pedraza, la burocracia sindical desde comienzos del siglo XX y las pocas páginas sobre el crimen de Mariano Ferreyra. La poca articulación en función de un objetivo claro, hace que no terminemos de saber si lo que se pretende es comprender el conjunto de determinaciones que hacen al asesinato de Barracas o si se trata de analizar a la burocracia sindical, donde el crimen de Ferreyra aparece como un episodio. Lo que queda claro es que no se logra ni una cosa ni la otra. De todas formas, el libro nos permite analizar los problemas del PO a la hora de caracterizar la economía, la sociedad y la lucha de clases.

Un estatismo desarrollista

El planteo de Rath inscribe, en forma correcta, el asesinato de Mariano Ferreyra en la crisis histórica de la burguesía nacional. Sin embargo, las propuestas que hace para superar estos problemas no hacen más que reproducir una serie de prejuicios de intelectuales socialdemócratas e incluso funcionarios de gobierno. La clave no es decir que hay una crisis, sino ante qué crisis estamos. De las respuestas salen las propuestas. Rath propone una “industrialización bajo iniciativa y protagonismo de los trabajadores” (p. 160). Pero, ¿qué entiende por esto?

La propuesta consiste en revertir la desindustrialización por la vía de controlar las finanzas y generar un ahorro interno que garanticen un fondo de inversión. En relación al capital, se propone la expropiación de las ramas que generan “rentas extraordinarias” y ejemplifica con el petróleo, el comercio exterior y la minería (p. 159). Mientras que para sostener el Estado propone aumento progresivo del impuesto a las ganancias, a la renta del suelo y a las grandes fortunas. A nivel agrario, señala la necesidad de revertir la desertificación provocada por la soja mediante cooperativas de campesinos que trabajen una tierra nacionalizada.

Para llegar a sus planteos, Rath parte del balance, común con intelectuales de la CTA oficialista radicados en Flacso y ahora con mucha llegada al Ministerio de Economía, de que en la Argentina el problema es que hubo una desindustrialización y una primacía de las finanzas por sobre el desarrollo industrial a partir de 1976. Sin embargo, la burguesía nacional y el capital extranjero no eligen como estrategia dejar la industria. Se quedan en las ramas donde es rentable y son desplazadas de aquellas donde no pueden valorizarse más allá de su voluntad. Ese desplazamiento puede ser relativo y sólo implicar un cambio de manos de capital nacional por extranjero o puede ser absoluto cuando la producción de la rama es reemplazada por importaciones. El problema es la competencia y con qué cuenta el capital para enfrentarla, más allá de su nacionalidad. En la Argentina, la mayor parte de los capitales tanto nacionales como extranjeros se valorizan con una tasa de ganancia por arriba o por abajo, pero cercana a la media2 sin contar con la escala, ni la productividad promedio. ¿Cómo lo hacen? Porque reciben elementos compensatorios en general a través del Estado. ¿Cuál es la fuente de dichas compensaciones? La renta de la tierra agraria, la deuda externa y la baja salarial.

Para apropiarse de esa riqueza, tienen que competir en el mercado interno y explotar trabajadores locales. A medida que la renta de la tierra empieza a representar un menor peso en el total del plusvalor, se necesita cada vez más deuda externa, más baja salarial e incluso invertir para aumentar la productividad y bajar costos. El resultado es una concentración y centralización de capital. Este proceso es presentado por intelectuales como Azpiazu o Schvarzer como una anomalía, resultado de una estrategia cortoplacista, financiera y antinacional de la burguesía nacional y la falta de regulación estatal. Rath compra estas teorías y las hace suyas.

En primer lugar plantea que hay un problema financiero por la falta de una banca que dedique sus recursos a financiar la industria. Su solución es nacionalizarla y ponerla en función del desarrollo industrial. El problema es que la banca no deja de prestar porque tenga una lógica “no industrial”, porque la industria no es rentable por sí misma. Y no es rentable porque su productividad y, por lo tanto, sus costos son mayores a los necesarios para alcanzar la tasa media de ganancia, no porque no tenga acceso al crédito. De hecho, los capitales que son rentables no tienen problemas de acceso al crédito. El mismo tipo de problemas tienen tanto la idea de aumentar el cobro de impuestos como la de financiar un plan industrial. Si los capitales que deberían pagarlos, no son viables, tendrán menos capacidad de pago de impuestos. La evasión es la forma en la cual se valorizan en forma normal. Salvo que se apunte a este mecanismo como una forma rebuscada de ir provocando la crisis de los capitales y su futura expropiación, el planteo es inviable.

Al desestimar la alternativa de la concentración y centralización absoluta del capital en manos de la clase obrera para potenciar su productividad, solo le quedan ideas al servicio de empresarios ineficientes. Rath se acerca a esto último, pero limitándose a las ramas que generan rentas extraordinarias. Esta propuesta lleva a la expropiación de la minería, el petróleo y el comercio exterior como vectores del desarrollo industrial de una industria que no estaría estatizada. El resultado es la idea de volver al Estado de Perón y gran parte de historia argentina hasta 1991, con la sumatoria del comercio exterior. El problema de esta propuesta es doble. Por un lado, si no se avanza por sobre la centralización de la industria en manos de clase obrera, los recursos que transfieren las empresas estatizadas irán a parar a valorizar capitales inservibles. Sería un completo despilfarro, similar al actual. Por ejemplo, la nueva YPF estatizada transferiría su petróleo barato a las automotrices que operan con escala inviable. Lo mismo pasaría con los préstamos del Banco de Desarrollo que propone.

Pero el problema es aún mayor: deja afuera de las ramas a estatizar a la agraria. Es decir, renuncia de antemano al conjunto de la renta diferencial de la tierra y sólo propone un impuesto específico. Peor aún: su solución es nacionalizar la tierra y formar cooperativas de campesinos. Se confirma su desconocimiento del agro argentino, que ya se demostró en la política del PO en el conflicto del campo (ver Patrones en la ruta). En primer lugar, no hay campesinos. Por lo tanto, armar cooperativas de un sujeto inexistente implicaría crearlo. En ese sentido debe entenderse entonces la idea de “poblar el campo”. Otra opción es que Rath crea que los burgueses agrarios (denominados “chacareros” para ocultar su carácter de clase) sean campesinos y entonces su propuesta no sea muy diferente a la del PCR. Crear “campesinos” implicaría despilfarrar todo el esfuerzo por expropiar las tierras para ir hacia a pequeñas propiedades de consumo y reproducción a nivel familiar (eso es el campesinado). El planteo proudhoniano de Rath no sólo implicaría la creación de una nueva burguesía agraria (eso sí, chica) y de nuevos terratenientes, sino también la aparición de alimentos más caros y una menor renta para ser apropiada por el Estado. En definitiva, peores condiciones para la clase obrera. Lejos estaría de estimular un mercado interno favorable para el desarrollo industrial (como aparece en otras de sus propuestas tomadas del decálogo desarrollista). Sería incluso mucho peor para su preocupación por la desertificación ya que está demostrado que la pequeña producción es mucho más dañina para el medio ambiente que la gran escala.

En definitiva, Rath no ve cómo opera la acumulación de capital en la Argentina. Al reducir todo a las estrategias antinacionales y financieras de la burguesía nacional y extranjera cae en propuestas, que aunque radicalizadas, no difieren de los planteos desarrollistas. El principal problema del capital en la Argentina es que en su mayor parte es inviable y depende para su reproducción de las transferencias de renta, deuda y la baja salarial. La única alternativa que queda es su centralización de conjunto en manos de la clase obrera. Dada la escala de producción local, incluso en esas condiciones, el mercado interno no alcanzaría (menos aún si reducimos el nivel de vida por la vía de hacer más caros los alimentos con las políticas agrarias de Rath). Así, la estrategia de la clase obrera sólo tendrá éxito si apunta al menos a un proyecto común con Brasil y el resto de América Latina. La industrialización obrera propuesta por Rath no sólo se abstrae de las condiciones concretas de la acumulación en la Argentina, sino que pierde de vista el internacionalismo en un planteo de tipo nacionalismo estatista (no es casual que no haya hecho mención al planteo de los Estados Unidos Socialistas de América Latina).

Una mirada politicista del proceso de trabajo

Los problemas de Rath que resultan de su mirada desligada del estudio de las determinaciones concretas se trasladan también a su intento de explicar la tercerización en relación a las transformaciones en los procesos de trabajo. Si bien es correcta la intención de reconstruir una historia de las tercerizaciones, el objetivo no se logra. Por un lado, si bien se menciona varias veces que los cambios de la organización de trabajo se originan por la búsqueda de mayor plusvalía y mayores ganancias, hay un énfasis excesivo en la voluntad de control por parte de los capitalistas como móvil de estas mismas transformaciones. No parece claro cuál es la determinante central y en varios pasajes pareciera que fuera esta búsqueda de control. Es decir, invierte las determinaciones y presenta una mirada politicista. Esta lo lleva a confusiones en el relato histórico, que luego se traducen en no comprender que el desarrollo capitalista potencia la productividad social a costa del desarrollo individual. El taylorismo o el taylorismo-fordismo, en todo caso, aparece como la forma de trabajo específicamente capitalista y el punto de apogeo, por así decirlo, en la organización laboral capitalista, donde el máximo de racionalidad y control del trabajo se habría obtenido: “…Es con Taylor y no casualmente en la etapa de ascenso del capitalismo cuando el control va a llegar a un nivel inédito de desarrollo y, en esa medida, a significar la oposición tajante y definitiva de todo tipo de tercerización o contratación dentro del ámbito en que se desenvuelve la producción.”(p.23)

Aquí aparece un error gigantesco. La forma de organización laboral específicamente capitalista es la Gran Industria, basada en la mecanización del trabajo y la conformación de un sistema de máquinas. Su forma más desarrollada se presenta con la automatización de las máquinas. Pero el taylorismo y el fordismo no implican necesariamente esa mecanización. Por ende, no representan el punto máximo posible en ese desarrollo. Por ejemplo, en las plantas automotrices de los ‘60 el trabajo es manual y solo está mecanizado el transporte de materiales mediante la cadena de montaje, mientras que las operaciones que hace el obrero siguen siendo manuales.

En la medida en que el taylorismo fordismo es visto como el apogeo de la organización capitalista, lo que le sigue no es más que síntomas de la madurez o declinación del capitalismo (idea confluyente con el planteo de estancamiento de las fuerzas productivas de Trotsky). Y si bien no sólo asocia las nuevas formas laborales con la consabida búsqueda de control, sino también con el intento de aumentar la plusvalía, esto no implicaría ningún desarrollo de las fuerzas productivas, sino que estaría limitado al intento de recuperar ganancia en contexto de crisis. El carácter politicista de su mirada de los procesos de trabajo se observa, por ejemplo, en la inversión de causalidad entre polivalencia y automatización. En vez de ser la mecanización y automatización lo que permite la polivalencia (tal como ya lo explicara Marx en El Capital), para Rath es la multifuncionalidad y rotación de tareas lo que habilita la automatización de tareas. “(la multifunción”), a su vez, dejaba libre el terreno a la robotización al desligar al personal de cualquier vínculo especial con una especialidad” (pp. 31-32). ¿Cómo desligar a un obrero de su especialidad si por el carácter manual sigo requiriendo aptitudes particulares del obrero (fuerza, destreza, etc.) o conocimientos específicos o simplemente una mayor productividad derivada de repetir siempre la misma tarea? La robotización –la mecanización y automatización de tareas- permite esto y no a la inversa.

Esta misma visión reaparece en las conclusiones cuando plantea que una verdadera industrialización se opondría a la descalificación de la fuerza laboral. (p. 160) De hecho, si se profundizara el régimen de Gran Industria en la Argentina lo probable es que la fuerza laboral, tomada en su conjunto, se descalificaría aun más, porque se automatizarían nuevas tareas y oficios enteros -que hoy subsisten merced al atraso técnico- desaparecerían. El socialismo se basa en ese mismo desarrollo, pero dónde el carácter social no reaparece por la vía del mayor conocimiento individual o el acceso gremial al dominio del proceso productivo, sino del control global y la planificación de la producción. No es un cambio en el control fabril sino en la propiedad social del mismo la verdadera alternativa para la descalificación y la fragmentación de los procesos productivos a los que lleva el capital.

¿Qué es la burocracia?

Para Rath, el crimen de Mariano Ferreyra es el producto del enfrentamiento entre obreros genuinos, verdaderos representantes de los trabajadores, y una banda lumpen contratada por una casta sin vínculo alguno con la clase. Con esta afirmación simplona, el PO deja de lado datos desagradables, pero ciertos. Primero: no había fuerzas para cortar las vías. Segundo: muchos trabajadores en planta no quieren que entren los tercerizados, sino sus familiares. Tercero: entraron los tercerizados, se juntaron todos contra la Verde, pero la elección en el Roca la ganó Pedraza.

Esta hipótesis de una burocracia que opera por fuera de la clase (“capa extraña a los trabajadores”) se complementa con la afirmación de que la clase obrera siempre tiene voluntad de lucha y cada movilización amenaza ser potencialmente revolucionaria. Para la década de los ’80 y ’90, niega que haya habido un reflujo de la lucha, ya que se mantiene una “inmensa deliberación y movilidad”. Las causas de la derrota de los ’90 es la “traición” de una dirección que fue aceptada porque tenía el prestigio de los ’70.

Christian Rath se caracteriza por el poco interés por probar lo que dice, ya lo sabemos. Ahora bien, ¿qué significa “inmensa”? ¿”Inmensa” con respecto a qué? En vez de mostrarnos la cantidad de huelgas y movilizaciones en el período, con respecto a la década del 2000 y de los ’70, cita dos o tres huelgas. La idea de la “traición” que las direcciones hacen lo que quieren y que la clase obrera se lo permite. Es más, que confían hasta el último momento. Eso significa que, entonces, no hay ningún estado de “deliberación”, ni inmenso ni pequeño. En sus palabras: la clase obrera no tiene la dirección que merece. La pregunta entonces es doble. En primer lugar, qué tipo de clase madura es aquella no puede cambiar de dirección. En segundo, por qué la izquierda (en este caso el PO) no puede ponerse en ese lugar, si la ruptura es tan clara.

Rath recita al pie de la letra un postulado de Trotsky que dice que los sindicatos, en la etapa de descomposición del capitalismo, no pueden ser reformistas y sólo les queda transformarse en rueda de auxilio del Estado o la independencia de clase. En ese sentido, Rath señala: “los sindicatos han agotado su capacidad para defender el valor de la fuerza de trabajo de la clase obrera” (p. 128). Es cierto que no defienden las condiciones de toda la clase, pero sí es cierto que se preocupan por las condiciones de sus afiliados. Los salarios de los camioneros, por caso, están entre los más altos del país. Los obreros privados en blanco que están en planta han conseguido grandes ventajas económicas, lo que explica el apoyo a Moyano. Que eso no sea la panacea es otro problema. Que se trate de una conciencia sindical y no política, también.

Si bien toda la llamada “burocracia” se somete al Estado burgués, como todo reformismo, no es cierto que todos se integren a los distintos regímenes políticos. Si no, no se comprende por qué los sindicatos han lanzado varias huelgas a más de un gobierno. No hay un “entrelazamiento directo”. Sencillamente, porque si el burócrata no defiende al menos parcialmente a sus trabajadores, no tiene razón de ser, a excepción de los momentos de profundo reflujo, en los que la clase está planchada.

¿Qué es la burocracia sindical? El nombre de fantasía para una capa de la clase obrera que representa los intereses inmediatos de la clase. Aquellos intereses que hacen a la reproducción de la fuerza de trabajo. Aquellos que no cuestionan el sistema y que ligan a la clase obrera con la burguesía. Los obreros, aunque Rath no lo sepa, tienen normalmente una conciencia burguesa. Generalmente, no quieren hacer la revolución de no mediar un derrumbe generalizado. Eso que el compañero ve todo el tiempo por todos lados, pero que sólo llega en períodos especiales.

Entonces, en tanto represente alguno de esos intereses con cierta efectividad, van a mantener la dirección de una clase obrera todavía con conciencia burguesa. La novedad en el 2001 es la aparición de una fracción que busca una estrategia distinta y se da una dirección alternativa. El crimen de Mariano Ferreyra se enmarca en un enfrentamiento entre una burocracia apoyada por una fracción de la clase con mejores condiciones de vida y aquellos que disputan esta dirección sobre la base de obreros más pauperizados, lindantes con la desocupación. Esa disputa fue posible a partir del Argentinazo, pero por el momento, la relación de fuerzas es adversa.

En el colmo de su religiosidad, Rath parece haber transcripto una cita de Lenin en 1917, cuando alega que la conducción sindical representa “sectores más repudiados por todas las clases sociales” (p.124). Otra vez, en vez de recitar las sagradas escrituras, el compañero debería darse una vuelta por la realidad: Moyano y Cía. llenan estadios. Llenaron River y hace poco sólo los camioneros llenaron Huracán. Es desagradable, pero es así. Lo contrario es vendarse los ojos y pensar que basta ir y presentarse para que las masas abandonen a su dirección actual y nos reciban con las manos abiertas. Es la mejor manera de fundir compañeros. Es la mejor forma de no hacer ningún trabajo sobre la conciencia de las masas (total, ellas ya saben lo que hay que hacer).

Estas posiciones explican la campaña de carácter reformista que impulsó el PO. Si la burocracia ya no representa a nadie, si no puede siquiera defender derechos corporativos mínimos, entonces, basta formular cualquier reclamo menor para que la clase obrera (que ya repudia a sus dirigentes) venga a nosotros. Claro que los números dijeron otra cosa.

Según el libro, la falta de capitalismo y la voluntad política de los empresarios provoca este cuadro económico. Por lo tanto, el crimen de Mariano Ferreyra no sería reivindicado por el socialismo, sino con un capitalismo serio y la creación de una burguesía pequeña en el agro. A su vez, la formación de un partido revolucionario no se producirá mediante el trabajo político sobre la conciencia de la clase obrera, sino que cuando la burocracia del FF.CC. vaya presa y bastará que los obreros puedan escuchar a los dirigentes de izquierda para recuperar los sindicatos. La incomprensión del conjunto de la realidad social en que se mueve ordena tareas equivocadas. Entre tanto, el crimen de Mariano Ferreyra sigue a la espera de una explicación científica.

NOTAS

1 Rath, Christian: Trabajadores, tercerización y burocracia sindical. El caso de Mariano Ferreyra, Ediciones Biblos, Buenos Aires, 2011. Todas las citas en texto son de esta obra.
2 Ver la comparación de la tasa de ganancia industrial argentina con la de EE.UU. de Iñigo Carrera, Juan: La formación económica de la sociedad argentina, Imago Mundi, Buenos Aires, 2007.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

*

Últimas novedades de El Aromo nº 64

Ir a Arriba