¿Existe un potencial revolucionario en el peronismo?
La naturaleza política de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR)
Guido Lissandrello
Grupo de Investigación de la Lucha de Clases en los ‘70
¿Tiene el peronismo una potencialidad revolucionaria? Muchos lo consideran así. De hecho, hay quienes reivindican a las FAR como una organización que habría dotado a Montoneros de una pata marxista. En este artículo analizamos las posiciones de organización previas a la unificación, en un debate sostenido con el PRT-ERP, en donde muestran la hilacha burguesa.
Hoy en día la palabra revolucionario se encuentra en boca de muchos. El kirchnerismo hace pasar por tal a buena parte de sus políticas reformistas y ahora, hasta el propio Mauricio Macri parece ser la reencarnación del “Che” Guevara, como se apreció en las remeras que lucieron los jóvenes PRO en un reciente encuentro en La Plata. Aunque tales extremos parezcan ridículos, en relación al peronismo la cuestión no es tan transparente. De hecho, se encuentra muy arraigada la idea de que dentro de aquel movimiento conviven fuerzas que tienen un potencial revolucionario. Así se visualizaron, por ejemplo, figuras como John William Cooke y Envar El Kadri. Dentro de ese supuesto “arco revolucionario” del peronismo también se ha situado a las Fuerzas Armadas Revolucionarias en los ’70, caracterizadas como un destacamento político que abrevaba en el marxismo-leninismo. Partiendo de este supuesto se sostiene que las FAR habrían promovido un supuesto “giro político hacia la izquierda” en Montoneros cuando se produjo la fusión entre ambas organizaciones.
Sin embargo, la realidad que se filtra tras los documentos de la época abona la hipótesis contraria. Las dos organizaciones coincidían programáticamente antes de unirse, dado que las FAR defendieron una política reformista cuyo objetivo era la liberación nacional. De este modo, la disolución de FAR en Montoneros no promovió ninguna modificación de los postulados programáticos y estratégicos de esta última. En este artículo abordaremos el problema a través de las primeras declaraciones públicas de las FAR y de un debate que mantuvo con el Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejercito Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP).
De Thompson a Perón
Las FAR surgieron en 1970 a partir de dos grandes vertientes. Por un lado, un sector proveniente del Partido Comunista de la Argentina (PCA), que tenía como referentes a Carlos Olmedo (quien sería luego el principal dirigente de la nueva organización), Roberto Quieto y Marcos Osatinsky (que pasarían a formar parte de la Conducción Nacional de Montoneros luego de la unificación). Por otro lado, un grupo cuyo origen se remonta al MIR–Praxis de Silvio Frondizi, comandado por Arturo Lewinger, que llegó a ser miembro del Consejo Nacional de Montoneros y dirección de las regionales Córdoba y La Plata.
Las primeras definiciones políticas de las FAR pueden leerse en un extenso reportaje publicado en la revista Cristianismo y Revolución, bajo el título “Los de Garín”, en referencia a la localidad que el 30 de junio de 1970 fue “copada” por esa organización. En aquella entrevista, plantearon que la tarea fundamental de la etapa consistía en potenciar el desarrollo del peronismo, para contribuir a la superación de las trabas que le impedían garantizar la liberación nacional y social del pueblo. Este planteo surgió hacia 1969 de una reorientación que, según evaluaron, se basaba una “valoración política de la situación nacional [y] de la experiencia [del] pueblo” que, en el caso argentino, implicaba “una valoración positiva de […] la experiencia del peronismo” [1]. En tal sentido, su identificación con dicha experiencia supuso el reconocimiento de “sus aciertos para fortalecerse con ellos […] y de sus limitaciones para combatirlas y superarlas.” Esta perspectiva los condujo a considerarse una organización peronista y a definir un programa que denominaron “nacionalismo revolucionario”. Desde esta perspectiva, las FAR cuestionaron las caracterizaciones del peronismo como “fascismo” o “experiencia nacional burguesa”, formuladas por el PCA.
Entendían al peronismo como expresión de la conciencia popular, que brotaba de la propia experiencia. Así, la irrupción de las masas en el escenario político, en octubre del ’45, sería el punto de partida de un ciclo de liberación en el cual estas habrían comenzado a “tomar conciencia de su fuerza, de su dignidad [y] del conjunto de derechos no sólo económicos, sino esencialmente ligados a su condición humana”. Este ciclo se habría detenido abruptamente con el golpe militar de 1955. Siguiendo este razonamiento, afirmaban que, a partir de ese año, la lucha de la clase obrera y del pueblo peronista habría adquirido un carácter más político que reivindicativo, en tanto expresaría la convicción de que sus intereses corporativos solo podrían satisfacerse si volvían a acceder al gobierno. Es decir, el peronismo habría permitido la consolidación de la conciencia corporativa de la clase obrera, pero también de su conciencia política. En tal sentido, consideraban que:
“del ’55 para acá […] la clase obrera […] ha aumentado permanentemente su comprensión de las claves de la realidad social argentina, de las claves de su insatisfacción, de su explotación, de su miseria y ha sabido determinar cada vez más claramente cuáles son sus verdaderos enemigos [y] cuáles son sus verdaderos aliados.”
De este modo, considerando a la resistencia peronista como un proceso que posibilitaría la evolución de la conciencia revolucionaria de las masas, identificando los intereses históricos de los trabajadores con dicha experiencia y definiendo al peronismo como identidad propia de la clase obrera, concluían que debían asumir objetivamente dicha identidad. Así fue que, adscribiendo a la base ideológica peronista, defendieron un proyecto que, lejos de reconocer el antagonismo entre burguesía y proletariado, bregaba por la armonización de sus intereses:
“[El peronismo es] la expresión elaborada de una etapa de la experiencia de nuestro pueblo en la que, junto con la afirmación de las tres banderas fundamentales -la justicia social, la independencia económica y la soberanía política (banderas permanentes y perdurables por las cuales combatimos y que hoy sólo pueden lograrse mediante la construcción del socialismo en la Argentina)- se expresa y se concibe la posibilidad de una integración de los intereses de diversas clases y diversos sectores”
Ahora bien, este planteamiento programático se sustentaba en una concepción particular: la creencia de que el “pueblo”, sin ninguna dirección política, crea autónomamente un programa y una estrategia para la revolución:
“¿Dónde sino en esa misma experiencia [la del pueblo] radica, en estado práctico, la más amplia, la más perdurable posibilidad teórica y político militar de la construcción del socialismo? ¿Dónde sino en esa experiencia se encuentran los elementos más ricos, más capaces de un desarrollo fecundo de la necesidad de la destrucción del capitalismo?”
De este modo, no se requeriría más que de la propia experiencia de los trabajadores para forjar una teoría que guíe la práctica y, de allí mismo, debía salir el personal que se encargue de cumplir esa tarea. La idea de que la experiencia misma consolidaría a la clase y a su conciencia, algo que se han cansado de repetir los intelectuales thompsonianos. Sobre el primer punto, FAR pudo haber sido consecuente. Pero no sobre el segundo: a pesar de las llamadas a los propios obreros como “los elementos más capaces”, esta organización apoyó a una dirección netamente burguesa. Los obreros, con toda su experiencia, debían ser conducidos por Perón.
Las FAR señalaban que la experiencia del pueblo podía ser enriquecida desde el marxismo-leninismo, pero despojándolo de sus “miserias y debilidades”. Es decir, tomándolo simplemente como un método analítico general de la realidad que debía ser complementado con la experiencia nacional, a fin de evitar que sus tintes universalizantes oculten más de lo que aclaren. No sería tarea de los revolucionarios fundir la teoría con la práctica, sino simplemente, esperar a que el pueblo se apropie de la misma para nutrir su experiencia.
Cabe entonces preguntarse cuál es la estrategia que adoptaron las FAR para intervenir en el proceso revolucionario. En efecto, ¿Qué tarea le cabe a un destacamento político que niega la necesidad de su existencia? Simplemente acompañar a la clase. ¿Cómo? Construyendo un aparato militar que no cumple tareas de desarrollo de la conciencia (como podría proponerse desde concepciones foquistas), sino puramente militares:
“[nuestro objetivo es] extraer del enemigo los recursos necesarios para crecer organizativamente [y obligarlo] a dar los pasos necesarios para que la situación no retroceda. […] en la convicción de que lo que se trata es de poner en marcha una guerra del pueblo. De construir para ello un ejército del pueblo que obtenga para el pueblo el poder y que con el pueblo en el poder asuma la tarea de la construcción de una sociedad distinta.”
Entre peronistas y perros
A comienzos de 1973 un grupo de militantes del PRT-ERP, recluido en la Cárcel de Encausados de Córdoba, elaboró un documento titulado Responde el ERP, un texto que polemizaba con las declaraciones de las FAR que acabamos de analizar. Esta organización a su vez, contestó con su Aporte al proceso de confrontación de posiciones y polémica pública que abordamos con E.R.P. [2]. El debate reviste una importancia particular, puesto que evidencia el profundo alejamiento del marxismo-leninismo de las FAR.
El primer cuestionamiento del PRT-ERP objetaba el núcleo central del programa político de las FAR, cuestionando la ambigüedad que se escondía detrás de la palabra “socialismo”. En este sentido, sostenía que si bien formaba parte de la tradición marxista, esa palabra era utilizada con demasiada laxitud y en referencia a procesos tan disimiles como el egipcio, el boliviano o el propio desarrollo del peronismo. Destacaban la necesidad de aclarar a qué tipo de socialismo se estaba haciendo alusión. Lo mismo sucedería con la categoría “nacionalismo revolucionario”.
A tal fin, el PRT-ERP establecía una diferencia entre lo que llamaba “socialismo científico”, opuesto al “socialismo utópico”. El primero se caracterizaría por tener como objetivo central la destrucción del Estado burgués, la eliminación de su base material de sustento (la propiedad privada de los medios de producción) y, en consecuencia, la disolución de las clases sociales. Para ello requeriría un régimen de dictadura del proletariado que tome en sus manos la planificación de la producción bajo el esquema de cooperación socialista. Así lo ilustrarían casos históricos como los de China, Corea, Cuba y Vietnam, donde se habría construido el socialismo desde una concepción marxista-leninista que, con los altibajos de todo proceso, habría continuado avanzando hacia el comunismo gracias al desarrollo ideológico de sus dirigentes y su capacidad de imprimir a las masas la dirección correcta. En contrapartida, el socialismo utópico explicaría los procesos boliviano y egipcio, donde el comunismo
“surge de la voluntad y las buenas intenciones de aquellos que se rebelan contra las injusticias de la sociedad capitalista, pero no puede triunfar, o lo que es lo mismo, terminar con el Estado burgués, porque carece de un análisis científico de la economía capitalista y sus manifestaciones en el plano social, político, jurídico, ideológico, etc. Y cuando en el mejor de los casos llegan a conquistar el poder político se quedan en la mitad del camino.”
Aquí, sin embargo, el PRT-ERP confunde un movimiento reformista con el socialismo utópico. El primero no busca destruir al capitalismo. El segundo, con todas sus limitaciones para hacerlo, sí.
Más allá de ello, como puede observarse, existe una significativa diferencia programática entre el peronismo y el marxismo, en torno a lo que se considera socialismo y la importancia de la teoría en su construcción. Eso nos conduce al segundo eje de la discusión, aquel que gira entorno a la “ideología” y que introduce el problema de la experiencia en relación con la teoría revolucionaria. El PRT-ERP señalaba que existían dos tipos de ideología: la burguesa y la socialista. Esta dicotomía suponía que no había posibilidad para ninguna “tercera posición”: o bien se construía ideología burguesa, o bien socialista. El peronismo sería, cuando mucho, una “variante de la burguesa”, que “se viste con ropajes clasistas y revolucionarios cuando en realidad está expresando un populismo”. Por esta concepción es que se podría ser un burócrata sindical como Rucci, un general del ejército argentino o funcionario de la dictadura sin que ello entrara en contradicción con la identidad peronista. En suma, el hecho de adherir al peronismo “no es obstáculo para mantenerse en cualquier capa o clase social sin ser inconsecuente.” En cambio, la ideología socialista es una construcción independiente de la clase obrera que combate a la burguesa y busca la destrucción del régimen que la encarna. Esa tarea debería llevarla adelante el Partido Revolucionario. En resumidas cuentas, el PRT-ERP acusaba a las FAR de contribuir a la construcción de ideología burguesa, en la medida en que mantenía a la clase obrera encorsetada en el peronismo sin dar una disputa por la conciencia desde el marxismo-leninismo.
Por su parte, las FAR respondieron con una lectura particular de La ideología alemana de Marx y Engels, que las llevaba a concluir que existía una “conciencia natural”, a la que llegaba una clase (en este caso el proletariado), a través de un “conocimiento simplemente empírico de su papel en la sociedad”. Desde esta óptica, “la ideología proletaria se materializa cuando es la clase obrera la que se apropia de las conclusiones de la ciencia de la historia y las pone en práctica por medio de un movimiento político organizado, que lucha por el poder político y el socialismo.” Vemos, en sintonía con lo que señalábamos en el primer acápite, que aparece una concepción espontaneísta y obrerista del proceso por el cual el proletariado se apropiaría de la ideología que le permitía comprender la realidad y rebelarse, sin necesidad de una vanguardia. En todo caso, la organización política aparecía como un medio a través del cual concretar esa concepción ideológica.
Estrechamente vinculado a la cuestión de la ideología se desarrolló en el debate el problema de los intereses que encarnaría el Movimiento Peronista. El PRT-ERP, defendiendo la necesidad de un Partido Revolucionario que acaudille y dirija a la clase obrera, desarrollando la lucha armada para la destrucción del Estado burgués, criticó el carácter policlasista del peronismo. Denunciaba que dentro de ese movimiento la clase obrera iría a la rastra de la burguesía. Las FAR, en este punto, no tenían mucho que replicar: reconocieron la multiplicidad de “ideologías” y de políticas radicalmente distintas que convivían dentro del peronismo, y afirmaron que así como el movimiento había dado lugar a lo peor del justicialismo, también podía contribuir a la liberación nacional. De este modo, eludían el debate en torno a la importancia de definir cuáles serían los intereses hegemónicos en una alianza de clases, y afirmaban que, dada la creciente injerencia del imperialismo, los intereses de la clase obrera serían cada vez más coincidentes con los de la nación.
El debate cerraba con una cuestión estratégica vinculada al carácter nacional o internacional de la lucha de clases. El PRT-ERP defendía la necesidad de elaborar una estrategia que partiera de la relación de fuerzas entre las clases a nivel mundial, para así poder definir las tareas principales y secundarias, y las etapas y fases de la “guerra revolucionaria”. En consonancia, destacaba la necesidad de dejar de concebir a la Argentina como una isla y estrechar sus relaciones con el conjunto de los pueblos explotados. En respuesta, las FAR volvieron a insistir en que lo determinante era la experiencia política y, por tanto, la historia nacional era el marco relevante para elaborar una estrategia.
Marx o Perón
A esta altura el lector ya cuenta con sobradas pruebas que evidencian el carácter peronista de las FAR. Cuesta entonces creer que historiadores y supuestos especialistas en el tema las sigan caracterizando como un destacamento marxista-leninista o revolucionario [3]. Hemos visto que las propias FAR se encargaron de discutir el marxismo, reduciéndolo a una simple teoría analítica y señalando supuestos límites vinculados a su incapacidad para comprender las especificidades de la historia de cada nación. Partiendo de esta base, el núcleo político formado por Olmedo se negó a constituirse en vanguardia de la clase obrera porque consideraba que el “pueblo”, en su propia experiencia, creaba conductores, programas y estrategias. Como en Argentina el proletariado ya había construido su propio liderazgo (Perón) y su programa (el reformismo peronista), no había necesidad de intervenir en el plano de la conciencia (que ya estaba plenamente desarrollada). Para una organización que creía que la experiencia de 1945 ya había inscripto en el ADN de la clase obrera el gen del peronismo, y que ello constituía un avance hacia la revolución, no había mucho por hacer más que construir un aparato organizativo que ayudara a realizar ciertas tareas técnicas (las militares).
Para todos los militantes que quieren cambiar de raíz la sociedad en la que vivimos, la elaboración de caracterizaciones y delimitaciones claras se impone como tarea. Desnudando la naturaleza reformista de las organizaciones peronistas se torna evidente que no hay ningún potencial en ese movimiento político para la ardua tarea de la revolución socialista.
NOTAS:
[1] “Los de Garín” [Reportaje a las FAR], Gramma, diciembre de 1970. Reproducido en Cristianismo y Revolución, N° 28, abril de 1971 y en Militancia Peronista para la liberación, N° 3, 28 de junio de 1973. Hasta indicación contraria todos los entrecomillados corresponden a esta misma fuente.
[2] El documento de las FAR, que comienza reproduciendo el del PRT-ERP, fue publicado en FAR: “Aporte al proceso de confrontación de posiciones y polémica pública que abordamos con el E.R.P.”, en Militancia peronista para la liberación, nº 4, 5 de junio de 1973. Todas las citas de aquí en adelante corresponden a dicho documento.
[3] Entre otros véase Gillespie, Richard: Soldados de Perón. Los Montoneros, Ed. Grijalbo, Buenos Aires, 1998, p. 140-141; Salcedo, Javier: Los montoneros del barrio, EDUNTREF, Buenos Aires, 2011; Nadra, Giselle y Nadra, Yamila: Montoneros:ideología y política en El Descamisado, Editorial Corregidor, Buenos Aires, 2011, p. 87.