Por una razón u otra, el sistema científico argentino ha estado en boca de cada gobierno en los últimos 15 o 20 años. Para unos los científicos somos los ñoquis a los que hay que ajustar para que el país funcione, para otros aquello a lo que hay que apostar si queremos que el país salga adelante, aunque ello siempre quede en promesas. Nuestra realidad cotidiana como científicos está muy lejos de estos discursos. Lejos de ser ñoquis, hacemos malabares para seguir produciendo conocimiento científico sin recursos, ni infraestructura, sometidos a exigencias que no se corresponden con nuestros niveles salariales ni con nuestras condiciones de trabajo. También vemos cómo los que dicen defender la ciencia no tienen mayor política científica que la cosmética. Anuncios grandilocuentes, “jerarquizaciones” y promesas que a lo sumo ponen parche sobre parche para que nada cambie realmente. El resultado es que nuestro sistema científico se degrada poco a poco, año a año, sistemáticamente. Nuestros salarios caen sin solución de continuidad, los becarios son expulsados del sistema o se van solos, porque las condiciones de trabajo, los bajos sueldos y la falta de perspectivas a largo plazo son una invitación a migrar. Los organismos se vacían, de becarios, investigadores, profesionales, técnicos y personal de gestión, porque cualquier oferta de trabajo es mejor que la que tenemos. Asistimos a una lenta pero constante fuga de cerebros, mientras dejamos escapar oportunidades para poner la ciencia argentina en lo más alto por falta de financiamiento, como sucedió con el hasta ahora inconcluso desarrollo de una vacuna propia para el COVID.
En el fondo sabemos lo que pasa: la ciencia argentina no puede tener perspectivas en un país sin perspectivas. Nuestro sistema científico es un reflejo de la degradación de la Argentina. Una degradación que se arrastra desde hace más de 70 años. Crisis tras crisis, devaluación tras devaluación, ajuste tras ajuste, con gobiernos militares y civiles, “nacionales y populares” y de los otros, la ciencia argentina se empobrece igual que el país. Por eso resulta imperioso alzar la mirada más allá de nuestro horizonte inmediato, pensar y poner en marcha una solución que tuerza los destinos del país. Quienes integramos Razón y Revolución asumimos el desafío. Elaboramos un programa de gobierno para que la Argentina salga de la degradación en la que está sumergida y vuelva a crecer. Resultado de más de dos décadas de investigación, este programa se halla plasmado en el libro Argentina 2050. Planteamos que es posible, en 30 años, lograr una industria con la competitividad de Corea del Sur y el nivel de vida sueco. Es una propuesta de desarrollo socialista: a través de inversión estatal en ramas claves (energía atómica, computación, farmacéutica) buscamos que la argentina logre exportar productos con gran valor agregado. Aquí la ciencia y la educación tendrán un lugar clave: son la gran apuesta para alcanzar niveles de desarrollo que nos permitan mejorar sustantivamente la vida de toda la población.
Para llevar este programa a las próximas elecciones creamos un nuevo espacio político, Vía Socialista.
Invitamos a quienes tengan interés a leer nuestra propuesta para salir de la crisis que arrastramos hace más de siete décadas, Argentina 2050. Una Vía Socialista posible
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