Por Verónica Baudino
Comenzamos el séptimo año de El Aromo, en medio de una tormenta que advertimos desde el primer número. Explicamos las causas de las debilidades del crecimiento de la economía y su correlato para la constitución de gobiernos burgueses con apoyo de masas. El veranito se sustentó en los altos precios de los productos agropecuarios y no, como declamaban desde el gobierno y las cámaras empresariales, como consecuencia de la “re industrialización” del país. La “crisis del campo” puso sobre la mesa esta realidad al disputarse la principal fuente de riquezas de la Argentina, puntal del modelo K: la renta de la tierra.
Hoy, la baja de los commodities y la obsolescencia de la industria nativa agudizan una situación de larga data: la incapacidad de la burguesía de conformar una alianza que se erija como hegemónica. En el inicio de un año electoral, las disputas entre las distintas expresiones de la política burguesa evidencian esta deficiencia. El alejamiento de Felipe Solá, Carlos Reutemann, Roxana Torre, María José Bongiorno y Juan Carlos Romero pronostican la profundización del quiebre que sufrió el Frente para la Victoria en la votación del decreto 125 de las retenciones agropecuarias. Con este panorama el oficialismo queda al borde de perder el quórum propio en el Congreso.
La fuerza que se está tejiendo entre los caídos del kirchnerismo, junto a De Narváez, Macri y Duhalde amenaza con sumar a parte del bastión de la provincia de Buenos Aires, lo que implicaría una derrota política aplastante. A ellos se integrarán posiblemente algunos exponentes de la Mesa de enlace. No obstante, el diseño de alianzas aquí y allá no escapa a la incapacidad de conformar un partido de la burguesía.
Desde el año 2002, esa fue una de las premisas de la política burguesa, que ha fracasado una y otra vez. Es que, aunque se haya reactivado relativamente la economía, la burguesía no ha podido reconstruir una organización con sustento de masas. Lejos quedó la posibilidad de un esquema al estilo 1945. Las razones: la clase dominante ya no tiene nada bueno que ofrecer a los trabajadores. Las sucesivas crisis económicas sólo han traído desocupación y hambre, y eso se paga. La incapacidad de la burguesía de asegurar la reproducción de condiciones dignas de existencia ha quebrado su relación con la clase trabajadora. No se trata sólo de buenos discursos. Para que los mismos encarnen en una fracción mayoritaria de la clase obrera, deben estar sustentados por la posibilidad real de satisfacer sus intereses, aunque sea secundarios.
La clase dominante argentina encuentra cada vez mayores dificultades para asegurar su propia reproducción. Es por esto que en medio de una crisis de gran magnitud como la actual, sólo pueda dedicarse a la rapiña. La agudización de las luchas en su seno por no engrosar las filas del ejército derrotado, evidencia que el bienestar de las grandes mayorías no figuran entre sus prioridades. Los tarifazos efectuados entre gallos y medianoche son el comienzo de una serie de medidas tendientes a asegurar mediante el bolsillo de los trabajadores, las ganancias de las empresas privatizadas que el gobierno ya no puede garantizar por la vía de subsidios. Las suspensiones, despidos e incremento de los costos de vida, son otra muestra.
En este marco, sólo los trabajadores pueden velar por sus propios intereses. Ninguna de las propuestas burguesas en marcha propone más que administrar la miseria en su beneficio. Se abre entonces nuevamente la oportunidad de cambiar la historia, de hacer realidad los buenos sueños.