Si algo caracterizó a la pandemia del Coronavirus, es el desconocimiento. No sabemos cómo fabricar una vacuna y, por lo tanto, no sabemos cómo protegernos. No sabemos muy bien cómo funciona ese virus, ni siquiera sabemos quién lo tiene y quién no. Eso genera una gran incertidumbre, preocupación por lo que viene. Nos preocupa desconocer que va a suceder con nuestra vida, nuestros trabajos, nuestros ingresos, nuestro futuro.
Esa preocupación generó también una larga lista de especulaciones sobre el futuro que se aproxima. Es un latiguillo en boca de todos los opinólogos la idea de que “el mundo ya no será igual” o que estamos ante las puertas de una “nueva normalidad”. Se dice, entonces, que lo que viene es algo completamente distinto.
Antes de saber lo que se viene, tenemos que pensar en dónde estamos parados. El mundo entero, se sabe, es el reino del capitalismo. Acá, en Argentina, más allá en Estados Unidos, cruzando el Atlántico en Europa y saltando desde allí el Mediterráneo para llegar a África o escalando los Urales para llegar a Asia, en todos lados el mercado y la ganancia están por encima de la vida. La pandemia del Coronavirus lo dejó muy en claro, basta con citar los casos más extremos de Trump, Boris Johnson o Bolsonaro.
Pero más acá, en la Argentina, la cosa no es muy distinta. Repasemos brevemente. La cuarentena llegó tarde. La demora para tomar medidas frente a un problema que afectaba a países enteros, fue la demora en aceptar restringir los negocios para cuidar la salud obrera, la salud de la mayoría. “El virus no llega” decía el ministro de salud.
Decretada de manera imprevista, o sea improvisada, la cuarentena el día 20 de marzo, el miércoles 25, el primer día hábil, ningún plan previó la organización de los accesos a la ciudad de Buenos Aires, trabajadores de salud tardaron varias horas en llegar a los trabajos. No es un gobierno integrado por inoperantes, es un gobierno patronal, eficiente, pero para servir a otra clase.
Lo mismo sucedió con las compras de alimentos y barbijos, a primera vista parece un problema de corrupción (y claramente lo es) pero más a fondo nos encontramos con que es una muestra de cómo funciona una sociedad capitalista: la organiza el mercado. Si usted necesita algo, y mucha gente lo necesita, yo le puedo cobrar lo que se me cante. No importa si en ello se juega la vida de millones.
A Alberto, ya lo explicamos, el virus le vino bastante bien para inventar su presidencia. Le permitió alejarse de Cristina, que se borró por completo, y mostrar un perfil propio. Desde el gobierno, sea el que sea, se estimula ese sentimiento que podemos resumir en que “ahora no es el momento de críticas y cambios”.
El apoyo actual del gobierno de Fernández se debe a que, aunque tarde y mal, impuso una medida necesaria. Día a día vemos como la cuarentena se flexibiliza y en ningún momento se lanzaron medidas que garanticen la vida de quienes debían quedarse en su casa. El IFE no alcanza para nada, y quien lo necesita tarde o temprano tiene que salir a la calle a laburar y, por lo tanto, a arriesgarse al contagio. Contra lo que Alberto diga, privilegió la ganancia por sobre la vida. En esa sociedad estamos parados.
Vamos entonces a pensar lo que se viene. Lo primero que hay que decir es que ninguna catástrofe cambie por si sola la forma en que una sociedad está organizada. Ni para bien ni para mal. Lo que sí puede suceder es que una epidemia del tamaño de la que estamos viviendo, sí muestra con mayor claridad el tipo de sociedad en la que vivimos. Es lo que acabamos de explicar.
Al salir de la pandemia cambiarán algunas cosas, pero lo que va a cambiar no es lo fundamental porque lo fundamental hay que cambiarlo. En principio, es decir a corto plazo, lo que viene es más de lo mismo: capitalismo. Lo que si seguramente aparezca es, como le gusta decir a los políticos burgueses “progresistas”, un “Estado más presente”. ¿Por qué? Porque tiene que salvar a la clase que representa, la burguesía, que está atravesando una crisis muy profunda.
¿Y qué va a hacer ese “Estado presente”? Continuar lo que ya está haciendo ahora Alberto. Plata para los patrones: pago del 50% salarios, ahorros en aportes jubilatorios, créditos a tasa negativa, perdón o refinanciamiento de muchos impuestos. ¿Y para los laburantes? Despidos y suspensiones, caída salarial ya sea de manera invisible (inflación) o con hachazos (recorte) o pagos en cuotas. Cuando dicen que quieren salvar a la Argentina, no mienten, porque la Argentina es de ellos, de los patrones.
Pero no es necesario que todo termine tan mal. Si nos quedamos de brazos cruzados nada va a cambiar. Ahora, si tomamos nuestros problemas en nuestras manos, si empezamos a organizarnos para sacarnos de encima a los parásitos que nos gobiernan y nos chupan la sangre, nuestro destino puede ser otro. Y solo existe un destino en el que los trabajadores podemos vivir realmente la vida. Ese destino en el que se acaban los patrones y la vida –ya no la ganancia- se pone en el centro de la escena: el Socialismo. Ese es el verdadero asunto que está detrás de lo que se viene: decidir entre el socialismo o el abismo.