El trabajo en los institutos de beneficencia y el desarrollo del capitalismo en la Argentina de principios del siglo XX
Por Silvina Pascucci
El trabajo en los establecimientos de asistencia social fue una realidad innegable en la Argentina de 1900, a juzgar por los datos que se extraen de las fuentes: obreros y principalmente obreras de todas las edades que trabajaban en distintos talleres, con suerte por un mísero jornal, casi siempre sólo por comida y alojamiento. Sin embargo, parece no haber sido muy visible a los ojos de la burguesía de la época, quien cubría bajo el velo de la “caridad” y la “beneficencia” los regímenes de explotación más inhumanos.
Estos institutos cumplieron un rol central en el desarrollo inicial de la forma de producción capitalista. Desde los albores de la revolución industrial, estos establecimientos, junto con la reglamentación contra la vagancia, se fueron constituyendo en elementos de presión, que empujaban a la proletarización de las capas campesinas y de otras fracciones y capas precapitalistas que concurrían a las ciudades. Posteriormente, los institutos continuaron funcionando como un reservorio de fuerza de trabajo extremadamente barata. En la Argentina, este proceso se da principalmente dentro de la industria de la confección y en menor medida en talleres de planchado, fabricación de calzado, y otras actividades, durante el período comprendido entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. Estos establecimientos benéficos tienen una importancia mucho mayor de la que habitualmente se les otorga (si se les otorga alguna).
1. La industria de la confección en su fase de manufactura moderna
La industria de la confección, ya desde las últimas décadas del siglo XIX, se fue perfilando como una importante rama de la producción argentina, especialmente en los centros urbanos más grandes del país. Para fines del siglo XIX tenemos algunos datos que nos permiten vislumbrar el crecimiento de la rama: vemos surgir una gran cantidad de talleres, y observamos un proceso de diversificación productiva que aumentaba a medida que la división de las tareas generaba una especialización por oficios.[1] Esto provocó un incremento de la productividad, por el abaratamiento de precios, aumentando, a su vez, la demanda
y el volumen de la producción. Estos procesos se verifican en forma creciente en las fuentes de las primeras décadas del siglo XX.
Aunque el número de establecimientos y obreros empleados creciera continuamente, es observable en la rama una carencia de desarrollo tecnológico acelerado, comparado con otras ramas en la misma época.[2] Esto provocaba que esta producción se mantuviera en la fase de industrialización caracterizada por Marx como manufactura moderna.[3]
La división del trabajo en la rama estaba basada en la especialización de los obreros; aquélla surge a partir de la fragmentación de los oficios y obliga a que el proceso de trabajo se estructure según las condiciones subjetivas de fuerza, pericia y habilidad de la mano de obra. Es decir, la división del trabajo se organiza a partir de un principio subjetivo, en donde el proceso productivo debe adaptarse, de alguna forma, a las capacidades del obrero. En la industria del vestido cada oficio aparecía fragmentado en por lo menos tres especialidades: cortador, sastre o costurera y los encargados de terminar la pieza. A su vez cada uno de ellos se especializaba en algún tipo de prenda.[4]
Esta continuidad del trabajo manufacturero se da, sin embargo, acompañada por un desarrollo tecnológico que tiende hacia la mecanización de la producción en la rama. El artículo de Marcela Nari publicado en este mismo número muestra la temprana y rápida difusión de las máquinas de coser y su importancia en el aumento de la productividad en la rama.[5] Una de las consecuencias que produjo el desarrollo, aunque limitado, de la mecanización fue la extensión y generalización del uso de la máquina de coser, no sólo entre los establecimientos productivos más grandes del país, (como por ejemplo, Gath y Chaves) sino también entre las familias obreras, que podían adquirir las máquinas gracias a un sistema crediticio que permitía el pago en cuotas o el alquiler. De esta forma se empujaba a una enorme cantidad de familias proletarias a trabajar en sus casas con sus máquinas o en pequeños talleres, por encargo de las grandes empresas del ramo, quienes veían en el trabajo a domicilio una forma más que rentable de garantizar su producción.
A pesar de la rápida difusión de estas máquinas, el peso que todavía guardaba el trabajo manual (especialmente en las tareas que requieren una mayor especialización) es lo que explica el carácter manufacturero de la rama en esta fase de la producción. En este sentido, para algunas operaciones directamente se carece de una máquina que sea capaz de reemplazar el trabajo humano (como en el caso del vainillado), mientras que para otras tareas, existen máquinas especializadas (por ejemplo la máquina de hacer ojalillos) pero su difusión es lenta y no se generaliza su uso dentro del proceso de trabajo.
Todas estas tareas, junto con el corte, continúan siendo manuales, razón por la cual no podemos hablar aún de gran industria. Como anticipamos, la confección permanece en un estadio de manufactura moderna por lo menos hasta la tercer década del siglo XX y por ello mantiene su dependencia del trabajo a domicilio.
2. Confección a domicilio: la explotación del “delivery”
Una importante forma de explotación de la mano de obra que tenían los talleres de confección era el trabajo a domicilio. Esta era la forma dominante de emplear a los obreros, principalmente por la posibilidad del capitalista de abaratar costos y de evadir la legislación fabril, ya que el trabajo a domicilio no estaba reglamentado. La inmensa mayoría de la mano de obra que trabajaba en su domicilio eran mujeres y sus hijas, cuyos ingresos constituían, a veces la única entrada de dinero para la familia, y otras un complemento del salario masculino, que noalcanzaba.[6] Las fuentes nos revelan las desastrosas condiciones en que trabajaban estas obreras externas, los insignificantes salarios pagados luego de largas horas de trabajo y las dificultades de resistencia frente a los patrones, ya que su aislamiento hacía más difícil la organización sindical que dentro de la fábrica.
Como señalamos en el apartado anterior, el carácter atrasado de la rama (es decir manufacturero, no totalmente mecanizado) imponía para el capital la necesidad de un aumento en la intensidad del trabajo, lo cual solo podía lograrse a partir de la degradación de las condiciones laborales. En relación a esto, Marx explica:
“La explotación de fuerzas de trabajo baratas e inmaduras llega a ser más desvergonzada en la manufactura moderna que en la fábrica propiamente dicha, porque la base técnica existente en ésta, así como el reemplazo de fuerza muscular por las máquinas y la facilidad del trabajo, en gran parte no existen en aquélla (…). Esta explotación es más desvergonzada en la llamada industria domiciliaria que en la manufactura, porque con la disgregación de los obreros disminuye su capacidad de resistencia; porque toda una serie de parásitos rapaces se interpone entre el verdadero patrón y el obrero; porque el trabajo hecho a domicilio tiene que competir en todas partes y en el mismo ramo de la producción con la industria maquinizada o por lo menos con la manufacturera; porque la pobreza lo priva al obrero de las condiciones de trabajo más imprescindibles de espacio, luz, ventilación, etc .” [7]
Vemos así que el trabajo a domicilio fue un elemento central en el desarrollo de la industria de la confección, desde fines del siglo XIX hasta 1930, período en el cual, por los límites del desarrollo de la mecanización de la rama, “…la explotación ilimitada de fuerzas de trabajo baratas constituye el único fundamento de su capacidad de competir.”[8]
Con el empleo del trabajo a domicilio, como complemento del trabajo dentro de las fábricas, el proceso de trabajo quedaba notablemente dividido en dos fases: un primer momento de trabajo interno (corte, dibujo y modelaje) y una segunda instancia, en la cual las trabajadoras externas realizaban la confección y el terminado de la prenda, en sus casas y con sus propias máquinas de coser, o en pequeños talleres de intermediarios donde varias mujeres sin vinculación familiar y sin otra propiedad que la de su fuerza de trabajo, trabajaban bajo las órdenes de un pequeño propietario de máquinas.
Otra modalidad de trabajo a domicilio está vinculada al punto principal que nos interesa desarrollar en este artículo: el trabajo en los institutos de beneficencia y ayuda social, que constituyeron un modo importante de empleo de fuerza de trabajo en la industria de la confección de la época.
3. La industria de la caridad: las distintas modalidades de explotación en los talleres.
Como adelantamos en la introducción del artículo, los institutos de asistencia social fueron un elemento central del desarrollo de la industria de la confección, por lo menos hasta la tercera década del siglo XX.
La proliferación de este tipo de establecimientos, laicos o religiosos, está relacionada con la necesidad del capital de imponer unas determinadas condiciones de explotación de la mano de obra, que no podía imponer en el total de la clase obrera. Ésta, aunque sea de manera incipiente, a través de la legislación fabril, la organización y la sindicalización podía limitar y resistir tal imposición. Por este motivo, era más rentable recurrir al sector más “indefenso” de la claseobrera con el objetivo de extraer una mayor plusvalía de su trabajo.
En muchas fuentes se mencionan estos “institutos de caridad, beneficencia, enseñanza y asistencia social”. Pero ¿qué encontramos si observamos, detrás de este velo, la estructura real de los establecimientos? Encontramos nada más y nada menos que establecimientos industriales, donde un grupo de capitalistas que poseen los medios de producción (casi siempre la Iglesia, asociaciones cristianas, señoras “piadosas” de la aristocracia y demás integrantes de la burguesía que debían cumplir su “deber de posición social”),[9] extraen plusvalía de un grupo muy numeroso de obreros (niñas y niños huérfanos, mujeres solteras, pobres, presos) bajo condiciones de explotación aberrantes que no estaban controladas por ningún tipo de regulación, ni podían ser enfrentadas por la movilización (dadas las características y las condiciones en que se encontraba esta mano de obra en los institutos). Cualquiera de las distintas modalidades de estos establecimientos no eran más que diferentes formas del mismo fenómeno. Escuelas de confección donde concurrían las mujeres y los niños sólo durante unas horas a aprender el oficio, llevándose la mayoría de las veces trabajo para terminar en sus casas. Asilos donde se encontraban internados niños y niñas huérfanos o muy pobres que vivían y trabajaban dentro del establecimiento. Institutos de beneficencia que desarrollaban actividades de caridad, siendo una de ellas el dictado de clases sobre confección, con la contrapartida por parte de las “alumnas” de trabajar gratuitamente a cambio de comida y aprendizaje. Tanto las escuelas, como los asilos y los institutos de caridad podían estar manejados por la Iglesia (principalmente la Acción Católica Argentina), por particulares (en especial “señoras” de la aristocracia) y también por el Estado (como la gran cantidad de asilos y escuelas estatales, o los establecimientos correccionales, como las prisiones y reformatorios).[10]
Estos institutos pueden considerarse, entonces, como establecimientos industriales en sí mismos, donde los obreros trabajaban bajo terribles condiciones de explotación. De todos modos, en estas fundaciones no sólo encontramos obreros dentro de los talleres: también se empleaban trabajadores a domicilio, ya sea para complementar el trabajo de sus talleres internos o, en el caso de carecer de ellos, por cuenta de las grandes firmas del ramo, actuando en este último caso como simples intermediarios. Estos institutos que sólo se manejaban con obreros externos retenían un porcentaje de su salario, lo cual no es otra cosa que la apropiación de una parte de la plusvalía generada. Estos son quizás los ejemplos más claros de cómo la caridad sirve para ocultar un tipo de relación social capitalista. Podemos observar claramente esta utilización de obreros internos y externos en el cuadro Nº1 donde se resume la información disponible sobre los principales institutos de beneficencia.
El trabajo realizado en cualquiera de estos establecimientos era vendido (a precios bajísimos pero en cantidades enormes) a las grandes fábricas de confección, así como también a pequeños talleres e incluso a familias particulares que hacían diversos encargos en cantidades más pequeñas.
Cuadro nº1: Características de los principales asilos e institutos de beneficencia. Hemos incluido algunos institutos correccionales, prisiones y cárceles oficiales, debido a que estos establecimientos tienen el mismo papel central como forma de explotación de mano de obra para el desarrollo inicial del capitalismo en la rama de la confección.[11]
Es llamativa la ausencia absoluta de salario en la mayoría de los institutos, inclusive en los más importantes, donde se emplea una gran cantidad de mano de obra. Otras ramas que también tienen relevancia en este proceso son la carpintería, zapatería, imprenta, lavado y planchado, entre otras.
4. El marco legal de los institutos: beneficencia… para el capital
Era justamente este carácter “benéfico” de los establecimientos de asistencia social, el que permitía que la legislación fabril no llegara a estos ámbitos, impidiendo la regulación de la jornada laboral, la fijación de un salario mínimo, y el control estatal sobre las condiciones de trabajo, salubridad, limpieza, etc.
Es por eso que encontramos diferentes formas de reclamo sobre este punto,[12]en las fuentes, de las cuales la más destacable es el informe elaborado en 1917 por el Partido Socialista para presionar ante el Congreso con el objetivo de lograr la regulación del trabajo a domicilio en todos sus ámbitos de realización (casas particulares, talleres, escuelas, institutos, etc).[13] En una sección del Informe elaborado por la Comisión Interparlamentaria, sobre “el trabajo en los establecimientos de asistencia social”, encargada al diputado socialista Angel Giménez, podemos observar la insistencia en incluir este tipo de establecimientos dentro de la legislación fabril, reivindicación que encontramos también, en el proyecto de ley presentado ante las cámaras y en todos los espacios de propaganda y movilización de la clase obrera:
“los establecimientos de enseñanza profesional, cárceles y reformatorios, instituciones de asistencia social (laicos o religiosos) del estado o particulares deben ser considerados como establecimientos industriales a los efectos de la legislación laboral”[14]
Otra ventaja del carácter benéfico de estas instituciones eran los subsidios estatales y privados que recibían para su financiación. Esto reducía la necesidad de capitales iniciales por parte de los empresarios encargados de los establecimientos. Por otro lado, obtenían también subsidios indirectos por parte del estado mediante distintos privilegios impositivos para nada despreciables. De este modo, encontramos en las fuentes que muchos institutos se construyen con un aporte inicial del Estado y luego se mantienen por medio de subsidios estatales y donaciones privadas en sumas realmente considerables.[15] Pero ésta no era en absoluto la única ni la principal forma de sostén: las ganancias obtenidas mediante la venta de su producción constituía una entrada de gran importancia para los establecimientos, como mostramos en el cuadro anterior. Es decir que estos establecimientos eran productivos en tanto generaban ganancias que luego serían reinvertidas para continuar el proceso de producción. Es esto lo que se esconde tras el velo de la beneficencia, lo que está silenciado en las fuentes, y este silencio sobre las ventas, las ganancias, las inversiones, no es casual, sino que está destinado a preservar esta fachada caritativa que conscientemente se ha construido alrededor de la real estructura industrial de estos institutos.
Por último, un tercer beneficio que se desprende de la pretendida función de asistencia social se vincula con la escasa posibilidad de desarrollo de la sindicalización obrera y de resistencia frente a la explotación del capital. Al no ser considerados como establecimientos industriales, no estaba reconocido el derecho a huelga, o a crear asociaciones libres y mucho menos sindicatos. El empleo mayoritario de mano de obra externa, por el aislamiento en que se encontraban las trabajadoras, dificultaba la organización y el reclamo; por otro lado, los obreros internos eran, en general, niñas y niños huérfanos o muy pobres que estaban internados en los institutos en carácter de alumnos. En los establecimientos oficiales (como la Penitenciaría Nacional, el Asilo Correccional de Mujeres, el Asilo de Huérfanos de La Merced, entre otros), trabajaban los propios penados, quienes no eran considerados, legalmente, como trabajadores sino como presos. Sin embargo, como ya lo señalamos, se trataba de fuerza de trabajo que realizaba una actividad productiva, generando un valor del cual se expropiaba un plusvalor.
En síntesis, por estas diferentes vías el capital encontraba en los talleres de beneficencia la capacidad de obtener mayores niveles de explotación y mayores ganancias que en otros establecimientos productivos. Esta situación se escondía, sin embargo, tras el velo de la beneficencia, que intentaba cubrir las verdaderas relaciones que reinaban en estas instituciones: las relaciones de producción capitalistas, es decir, fuerza de trabajo explotada por el capital para la extracción de plusvalía.
5. Los efectos sobre la rama, la competencia y el deterioro de salarios
Un último punto por analizar está relacionado con los efectos que acarrea la producción en estos establecimientos para la actividad productiva de toda la rama. En este sentido vemos como la existencia de una masa de fuerza de trabajo gratuita, o a un precio bajísimo, que el capital explota en un grado mayor que al resto de la clase, genera un deterioro de todos los salarios del ramo. La competencia entre obreros en el mercado laboral permite que el precio de la mano de obra libre se vea fuertemente reducido por la presión que ejerce este ejército de trabajadores que desempeñan su actividad dentro de los institutos de beneficencia, escuelas y prisiones.
Esta realidad es observable en muchas fuentes que intentan reflejar desde la clase obrera, las quejas y reclamos que la situación generaba. Así, por ejemplo Carolina Muzilli enfatiza su denuncia, sin esconder a los culpables:
“…éstas pobres obreras, doblemente explotadas, las que antes que trabajar para sí, en cada minuto que pasa, apuntalan y enriquecen a las congregaciones, que en virtud de la excención de impuestos y en especial por las causas arriba señaladas, establecen una competencia ruinosa en la industria y en el comercio, competencia que escuda la ambición del patrono de rebajar constantemente el salario de sus obreras!”. [16]
Esta situación en la industria de la confección contribuye a agravar los problemas propios de la competencia y el aislamiento de los trabajadores a domicilio que hemos analizado en la primera parte de nuestro artículo.
6. Conclusión
Por todos los aspectos analizados en este trabajo, podemos concluir que los establecimientos de asistencia social (privados, estatales y religiosos) cumplieron un papel fundamental en el desarrollo del capitalismo dentro de la rama de la confección desde las últimas décadas del siglo XIX hasta las primeras décadas del XX.
Hemos caracterizado esta rama como manufactura moderna, principalmente por su parcial mecanización, y por la fuerte permanencia del trabajo manual y de la división del trabajo a partir de los oficios. Por este motivo, la industria del vestido no había desarrollado para esta época un sistema de máquinas que le permitiera avanzar hacia la fase de gran industria;así permanecería como una rama atrasada respecto de otras en la misma época.
Este carácter atrasado de la confección hizo inevitable la necesidad de aumentar la intensidad del trabajo, ya que era esta última la única base de fundamento de su capacidad de competir y por lo tanto de su productividad. La forma más rentable de obtener este aumento en la productividad del trabajo consistió en la utilización sistemática del trabajo a domicilio en todas sus variantes: trabajo en casa propia, pequeños talleres intermediarios, y principalmente los institutos de beneficencia, caridad y asistencia social. Estos establecimientos permitían una posibilidad fiable de explotación de mano de obra, a partir del no cumplimiento de leyes laborales, del abaratamiento de los costos, de la obstaculización de la organización sindical y del deterioro de los salarios en toda la rama. Este análisis deja en evidencia a qué intereses servía (y sigue sirviendo) la caridad y la beneficencia, y responde, por lo tanto, a la pregunta que da título a este artículo.
Notas
[1] Para el año 1892, por ejemplo, tenemos fuentes que demuestran la existencia de 25.000 obreras de todas las edades (solamente en la ciudad de Buenos Aires) distribuidas en 81 talleres de fabricación de camisas, 31 talleres de corsés, 9 fábricas de corbatas, 670 sastrerías, 17 fábricas de sombreros de fieltro y 174 establecimientos donde se arman sobreros de paja. Helguera Dimas: La producción nacional en 1892, Bs. As., Editores Goyoago y Cía., 1893.
[2] En Razón y Revolución, Nº 9, hay una serie de trabajos donde se analizan la mecanización y el desarrollo del capitalismo en diferentes ramas de la producción argentina, durante el mismo período que estudiamos en este artículo (fines del siglo XIX y principios del XX). Ver, por ejemplo: Kornblihtt, Juan: La ley del más fuerte. Molinos y centralización del capital (1870-1920); Monsalve, Martín: Inversiones sólidas, ganancias líquidas. La producción petrolera en la Argentina hasta 1930; Grande Cobián, Leonardo: El eslabón perdido de la industria metalúrgica argentina; Kabat, Marina: Fatto in casa. El trabajo a domicilio en la industria argentina del calzado.
[3] En el segundo volumen de El Capital, Marx analiza las características de la fase de industrialización que él denomina manufactura moderna. Marx, Karl, El Capital. SXXI, Mexico, 1975, tomo I, vol.2, cap. 12.
[4] En el Boletín del Departamento Nacional del Trabajo se aprecia claramente esta especialización en las escalas salariales. Ver, por ejemplo, BDNT, nº33, enero de 1916. Esta división del trabajo ya fue señalada en sus aspectos generales por Hilda Sábato y, en particular, por Marcela Nari (ver “El trabajo a domicilio y las obreras (1890-1918)”, en este mismo número de RyR ).
[5] Nari, Marcela: op. cit.
[6] En este sentido, la fuentes demuestran que con el correr de los años, cada vez es mayor el porcentaje de familias cuyo único ingreso es el que proviene del trabajo a domicilio, evidenciando también una disminución permanente de estos salarios y un consecuente aumento de la autoexplotación. Por ejemplo, en 1914 en el 20 % de los casos encuestados existe solamente una entrada por el trabajo a domicilio, y en el 29.5 %, este ingreso constituye de un 11 a un 20 % del total de las entradas. Dos años después, el 44,6 % de las familias solo cuentan con los ingresos que produce el trabajo a domicilio, mientras que sólo para el 7 % de las familias, las entradas del trabajo a domicilio representan de un 11 a un 20 % . Datos extraídos del Boletín del Departamento Nacional del Trabajo (BDNT), nº 33, enero de 1916, p. 187 y nº 36, enero de 1919, p. 89.
[7] Marx, Karl, op. cit., pp. 562 y 563.
[8] Marx, Karl, op.cit., p. 579.
[9] Ver Palau, Gabriel: Las señoras ante la sindicación obrera femenina, Bs. As., 1922. En una Conferencia sobre “cuestión social” realizada en Montevideo, Palau realiza un trabajo de agitación burguesa que nos brinda una visión clara de la necesidad de desarrollar actividades de beneficencia y caridad y de intervención en los sindicatos. La justificación ideológica de esta necesidad está basada en el concepto de “deber de posición social”, según el cual “todos tenemos un fin social proporcionado a nuestra posición” y un fin divino que implica “administrar las riquezas del señor, en beneficio de los pobres”.
[10] Una caracterización detallada de los distintos tipos de establecimientos se puede encontrar en el informe presentado por la Comisión Interparlamentaria de Estudios sobre el Trabajo a Domicilio en el marco del tratamiento de la regulación del mismo. Giménez, Ángel: El trabajo en los establecimientos de asistencia social, Bs. As., Imprenta Escoffier, Caracciolo y Cía., 1917.
[11] 12Ver en este mismo número de RyR, el texto de Damián Bil y Lucas Poy donde se analiza el papel de los institutos oficiales de corrección y penalización en el desarrollo del capitalismo argentino.
[12]E n este sentido, la necesidad de reglamentar el trabajo a domicilio es una reivindicación permanente que podemos encontrar en todo folleto, volante o boletín de organizaciones y partidos obreros. Ver Muzzilli, Carolina: El trabajo femenino, Bs. As., Talleres Gráficos L. S. Rosso y Cía., 1916, pp. 21-26.
[13] A estos efectos, el 25 de septiembre de 1913, por ley nº 9145, el Congreso Nacional autorizó el nombramiento de la “Comisión Interparlamentaria” (compuesta por tres diputados y dos senadores) destinada a estudiar las condiciones del trabajo a domicilio, para luego tratar el tema de su regulación. En el mes de septiembre pero de 1917, y luego de graves problemas de financiación, de recolección de datos y de indiferencia ante pedidos al Congreso, fue finalmente presentado el Informe sobre las condiciones del trabajo a domicilio y luego el Proyecto de ley para su reglamentación, el cual debió ser tratado en ambas cámaras antes de que fuera aprobado. Ver La Vanguardia, 21/ 9/ 1917.
[14] Giménez, Ángel, Op. Cit., sección: conclusiones.
[15] Ver Obra “Conservación de la Fe”, op. cit. Esta fuente nos proporciona algunas cifras de donaciones particulares y subvenciones estatales que forman parte de la entrada general con la que se financia el establecimiento. Resulta curioso que tanto en esta fuente como en otras, no aparecen datos sobre las entradas de dinero por pago de trabajos encargados por talleres o tiendas y particulares.
[16] Muzilli, Carolina, op. cit., p.10.