Lo que vendrá. Una crítica a Braverman a propósito de Marx y la investigación empírica.

en Revista RyR n˚ 7

Tal como lo anticipamos en la presentación de este dossier, gran parte de los esfuerzos del GCA (Grupo de investigación de la Clase obrera Argentina) se han destinado a discutir las categorías regulacionistas desde las que se piensan los cambios en los procesos de trabajo. Este es, justamente, el objetivo del artículo siguiente que, sobre la base del estudio de un caso histórico y a partir de la teoría marxista, cuestiona la utilidad de conceptos como taylorismo y fordismo.

Marina Kabat (historiadora, egresada de la UBA y miembro del Comité Editorial de Razón y Revolución)

En el curso de nuestra investigación sobre las transformaciones de los procesos de trabajo en la Argentina tuvimos que sortear una serie de problemas teóricos. Muchos de ellos estaban vinculados con las categorías utilizadas inicialmente; pronto resultó evidente que éstas ocultaban más de lo que mostraban, a partir de allí buscamos otro marco teórico que nos permitiera dar cuenta de la realidad que estudiábamos.[1] Hallamos este marco en el marxismo: los conceptos de cooperación simple, manufactura y gran industria nos permitieron redefinir el problema. En vez de interrogarnos sobre el momento en que surgen en la Argentina el taylorismo y el fordismo, ahora nos preguntamos cuándo aparecen en el país la manufactura y la gran industria. ¿Tiene sentido esta diferenciación, o se trata de una mera discrepancia nominal? En este artículo nos proponemos demostrar no sólo la utilidad de plantear la cuestión desde la teoría marxista, sino también que únicamente desde ella se pueden comprender los fenómenos que categorías como taylorismo y fordismo intentan describir.

I. El trabajo revolucionado

  1. La fuerza productiva del trabajo social

            La primera forma que asume el trabajo bajo el capitalismo es la cooperación simple.[2]En principio ésta reviste sólo un cambio cuantitativo en tanto implica un aumento de los obreros que trabajan juntos para el mismo patrón efectuando las mismas tareas o algunas de naturaleza semejante. Sin embargo, a pesar de que no se modifica la forma de realizar el trabajo, se operan ciertas transformaciones. Por un lado, en la jornada de trabajo de un grupo relativamente grande de obreros se compensan naturalmente las diferencias que puede haber entre ellos y en conjunto se obtiene una jornada de trabajo social medio. 

Pero la transformación fundamental que tiene lugar constituye “una revolución en las condiciones objetivas del proceso de trabajo”,[3]la que nace de la economía generada por el uso colectivo de los medios de producción. Por otra parte, Marx parece explicar a partir de la naturaleza social del hombre el hecho de que resulte más productivo un trabajo realizado simultáneamente entre muchos que el que se realiza en forma individual. Además señala el caso particular de actividades como el traslado de ladrillos que al ser realizadas en forma colectiva aumentan su productividad, pues el objeto de trabajo recorre el mismo espacio en menos tiempo. Con la cooperación de muchos asalariados se torna necesaria la función directiva del capital, bajo cuyo mando ésta asume la forma despótica, dando pronto lugar a un grupo de oficiales y suboficiales (gerentes y capataces), encargados de desempeñarla. Por último, como los obreros cooperan sólo tras haber vendido su fuerza de trabajo, el producto de esa cooperación no les pertenece; la fuerza productiva del trabajo social se transforma en fuerza productiva del capital y aparece como si brotara de éste.

2) Manufactura y división del trabajo

            Con la manufactura surge una nueva forma de cooperación, basada en la división del trabajo. Al dividir las tareas y asignarlas en forma permanente a distintas personas, éstas se especializan, perfeccionándose en aquella tarea parcial. Es por esto que la manufactura promueve el virtuosismo del obrero detallista, pero esto se obtiene a costa de la pérdida de otras capacidades y habilidades. Sin embargo el aumento de la productividad no se debe sólo a esto; la especialización del obrero induce la especialización de las herramientas. Estas, que antes eran empleadas en diferentes tareas, ahora se modifican para servir mejor a una única actividad. En el período manufacturero, las herramientas se simplifican, diferencian y adaptan a las distintas operaciones parciales. Todo esto favorece el proceso ulterior de mecanización.

            Podemos encontrar dos tipos de manufactura: orgánica, cuando consiste en la unión de productos independientes, como en el caso de la producción de relojes, y heterogénea, cuando el producto debe pasar por una serie de procesos consecutivos, como en la fabricación de calzado. En ambas formas de manufactura se asigna un determinado número de obreros para cada tarea parcial; reaparece así, dentro de éstas, la cooperación simple. El número de los obreros destinados a cada operación guarda una relación proporcional, calculada en base a la experiencia. Del mismo modo, se establece la cantidad de productos que cada una de estas secciones debe suministrar en un determinado tiempo, con lo que se logra una regularidad, continuidad e intensidad superior del trabajo. Estas características, convierten en una ley técnica del proceso de producción que el capitalista obtenga de sus obreros el trabajo socialmente necesario.

La manufactura emplea, ocasionalmente, maquinaria, generalmente para trabajos masivos que requieren gran energía, pero ésta sigue siendo un elemento secundario dentro del proceso productivo. Por ejemplo, en la fabricación de calzado durante su etapa manufacturera en la Argentina, hasta la primera década del siglo veinte, se utilizaban pocas máquinas; la principal servía para cortar y aplanar suelas, tarea sumamente pesada y que, a la escala de producción manufacturera, hubiera demandado un descomunal gasto de mano de obra de realizarse en forma manual, por lo que fue una de las primeras máquinas que se introdujeron. Así son las única que aparecen en la descripción de Manuel Chueco sobre una fábrica de calzado en la década del 80’ para cortar y comprimir la suela. Estas máquinas para cortar y comprimir la suela

“… concurren a simplificar y facilitar los trabajos que ha de hacer el obrero, y que en no lejano tiempo constituían la parte más pesada y menos productiva del trabajador.(…) Estas máquinas permiten hacer a un niño con mucha más perfección lo que diez buenos oficiales no podrían concluir…”[4]  

El obrero colectivo, que es el mecanismo vivo de la manufactura, está compuesto por los obreros parciales. Sus distintas funciones requieren diferentes grados de calificación de la fuerza de trabajo, por lo que se crea al interior de ésta una jerarquía que se ve reflejada en los salarios. Al desmembrase el trabajo en sus distintas operaciones, aparecen algunas de ellas que no requieren ningún adiestramiento previo. De esta manera, también la ausencia de calificación se convierte en una especialidad dentro de la manufactura; surge así la figura del peón, si bien su importancia se encuentra limitada en esta etapa por la preeminencia de los obreros calificados.

3) Una maraña de formas transicionales

            La dificultad para caracterizar la forma que asume el proceso de trabajo en su transición a la gran industria es algo sobre lo que Marx nos ha prevenido. En principio podemos señalar que la manufactura moderna se define por una progresiva mecanización de tareas, sin que éstas lleguen a conformar un sistema de máquinas. Más allá de estas proposiciones, muy poco puede afirmarse en un plano general, lo que queda son las múltiples formas en que esto se manifiesta. Existen casos sencillos, como los frigoríficos argentinos en la década del veinte en los que encontramos, de acuerdo al estudio de Tarditti,[5]un proceso de mecanización periférico. Sin embargo, la mayoría de los casos resultan más complejos: Marx mostró cómo, en un primer momento, al introducirse maquinaria era posible reproducir las condiciones de producción artesanales; en tanto este sistema no se generalizaba, era posible que un productor independiente que contaba con maquinaria, compitiese favorablemente contra manufacturas que empleaban muchos más obreros.[6]Algo semejante ocurre en la fabricación de calzado cuando, a finales de la década del veinte, se comienza a implementar en el país el sistema de vulcanizado. Este sistema que permite pegar en forma automática el corte (la parte de arriba del calzado), con la suela y la plantilla, pronto va a dar forma a una gran industria con todas sus características: régimen de trabajo fabril, aumento del trabajo femenino, etc., a pesar de lo cual inicialmente favorece el desarrollo de una forma híbrida de manufactura moderna.

Las primeras unidades productivas que adoptaron este sistema combinaron en sus talleres el proceso de vulcanizado, propio de la gran industria, con el trabajo manual en la mayoría de las operaciones previas. Así en la propaganda de la casa Trimboli,[7]que utilizaba el método de vulcanizado, vemos que en las otras secciones usaba el sistema de banquilla (trabajo artesanal del obrero, en esta época dividido en forma manufacturera, que debe su nombre a la mesa baja sobre la que se trabajaba con las herramientas). Esta combinación resultó posible porque fueron los productores más atrasados los primeros en incorporar este nuevo método, el cual les permitía con un costo relativamente reducido competir e incluso aventajar a las fábricas de mayor tamaño. Por el contrario, los grandes productores, cuyas empresas se hallaban inicialmente más mecanizadas tardaron en adoptar el nuevo sistema porque éste dejaría en desuso juegos completos de máquinas que quizás no habían sido aún amortizadas.

4) El gran autómata 

            Llegamos al punto donde es necesario definir el sistema de máquinas. Buscando precisiones, encontramos algunas referencias aisladas que no dejan de ser útiles. En primer lugar, para poder constatar la existencia de un sistema de máquinas éstas no han de aparecer ya sólo como elementos simples del proceso productivo, tal como ocurría durante la manufactura. Deben representar, en cambio, una base técnica unificada, que está dada por el empleo de una misma fuerza motriz y por el mecanismo de transmisión de ésta que también, en parte, es común a todas las máquinas.

            Podemos diferenciar dos tipos de sistemas de máquinas: uno, producto de la combinación de máquinas homogéneas, cada una de las cuales efectúa la totalidad del proceso de trabajo. El segundo caso es el sistema de máquinas propiamente dicho, que realiza una serie conexa de procesos graduales distintos, obrados por máquinas heterogéneas, pero complementarias entre sí. En ambos casos, éste constituye un gran autómata, siempre que esté movido por la misma fuerza motriz. Encontramos una nueva variante cuando el proceso se vuelve automático. Antes de alcanzar esta etapa técnica, algunas máquinas podían requerir el concurso del obrero para realizar sus movimientos. En ocasiones, éste debía manipular ciertas partes de la máquina como si se tratara de una herramienta. Nos hayamos frente a un sistema automático, en cambio, cuando la maquinaria efectúa todos los movimientos necesarios para la elaboración de la materia prima y sólo requiere la asistencia ulterior del obrero.[8]Un sistema automático puede a su vez perfeccionarse en ese sentido, por ejemplo mediante la introducción de un mecanismo en la hiladora mecánica que hace que ésta se detenga al romperse un hilo. No obstante veremos que esta tendencia a la optimización no es exclusiva de los sistemas automáticos. Bajo el predominio de la gran industria, el proceso de trabajo tiende a ser revolucionado en forma continua. Ninguna forma de división del trabajo es considerada eterna, por el contrario éstas son permanentemente reformuladas. Aquí vemos fusionarse tareas distintas en una sola máquina, mientras que en otros sitios se disuelven procesos anteriormente realizados juntos.

            Al analizar el proceso productivo en sus partes componentes e intentar resolver estos pasos con el concurso de la ciencia, la gran industria tiende a reducir la diferencia que existe entre proceso productivo y proceso de trabajo. En muchas industrias hay momentos en los que no se incorpora trabajo al producto, sino que se deja actuar al tiempo para que sucedan determinados procesos químicos o naturales; la agricultura y la producción de vinos son dos casos paradigmáticos, pero muchas otras actividades tienen en menor escala estos tiempos muertos en los que no se añade valor al producto. La gran industria tiende a violentar estos tiempos naturales y de esta manera logra mayor continuidad del proceso productivo y aumenta la velocidad de rotación del capital.[9]La forma en que la gran industria violenta estos tiempos naturales resulta más evidente en la producción de bienes agropecuarios, donde se han gestado importantes transformaciones en este sentido, al reducir el tiempo de producción. En otras industrias ocurre lo mismo, aunque en forma menos dramática: en la fabricación de calzado se mojaban las distintas partes que componen el zapatos ante de adherirlas a la horma para facilitar que adquieran su forma, luego se tenía que dejar secar esos pares. En la década del treinta se introducen en la Argentina secaderos, que aceleran este proceso, reduciendo el tiempo de producción y haciendo más continuo el trabajo.[10]

El gigantesco aumento de la fuerza productiva del trabajo propia de la gran industria promueve una mayor división del trabajo en la sociedad: con el perfeccionamiento de la maquinaria actividades que anteriormente se realizaban juntas se desglosan, promoviendo una especialización mayor de las distintas actividades productivas.

 

II. Sobre los hombros de un gigante

1) Ayer y hoy de la división del trabajo

Nos enfrentamos, tal como lo adelantáramos en la introducción, a un segundo desafío: descubrir los núcleos de verdad en las teorías no marxistas, intentando explicarlos desde nuestro marco conceptual. Las interpretaciones en boga sobre procesos de trabajo se basan en las categorías de taylorismo, fordismo y posfordismo. Ya hemos visto los problemas que éstas presentan en tanto no se distinguen unas de otras por diferencias cualitativas claras. La pregunta que ahora nos formulamos es, si a pesar de esto, ellas efectivamente permiten dar cuenta de algún elemento de la realidad que nosotros no hayamos considerado.

Consideramos que la explicación que Marx da de las transformaciones operadas en la división del trabajo durante el pasaje de la manufactura a la gran industria representa un punto firme desde el cual comenzar a desentrañar el significado de los fenómenos que comúnmente se describen bajo los rótulos de taylorismo y fordismo, así como para entender las transformaciones contemporáneas en los procesos de trabajo.[11]De este modo, entender los cambios en la división del trabajo en las distintas etapas del capitalismo es la puerta que nos conduce a resolver los interrogantes que nos hemos planteado. La mayoría de los investigadores y teóricos contemporáneos, incluso los marxistas, han dejado de lado esta cuestión central, ignorándola. Pero este olvido no resulta novedoso, ya en 1847, Marx le reprochaba a Proudhon incurrir en este mismo error:

“La división del trabajo es, en opinión del señor Proudhon, una ley eterna, una categoría simple y abstracta. Por consiguiente, la abstracción, la idea, la palabra le bastan para explicar la división del trabajo en las diferentes épocas. Las castas, las corporaciones, el régimen de la manufactura, la gran industria deben ser explicados con una sola palabra: dividir. Comenzad por estudiar bien el sentido de la palabra “dividir” y no tendréis necesidad de estudiar las numerosas influencias que dan a la división del trabajo un carácter determinado en cada época.”[12]    

Hasta aquí nos hemos ocupado de definir cada uno de los regímenes sociales de explotación, pero quizás no hemos señalado con suficiente fuerza la importancia histórica que reviste el pasaje de uno a otro. Los cambios que se producen en el pasaje de la cooperación simple a la manufactura y de ésta a la gran industria constituyen revoluciones en los procesos de trabajo. La primera revolución toma como punto de partida la fuerza de trabajo y desemboca en la división del trabajo y la creación del obrero colectivo. En cambio, la segunda revolución, toma como objeto el medio de trabajo, y conduce a la creación de una estructura objetiva que precede al obrero. Ambas significan, por sobre todo, un cambio en la forma de obtención de plusvalía relativa, pero representan también cambios en otros aspectos como la forma que asume la división del trabajo.

Uno de estos cambios es mencionado por Iñigo Carrera, refiriendo a la forma en que se distribuye el trabajo entre los obreros, al recordarnos que la especialización no es necesaria a la gran industria; dicha especialización surge en la manufactura a raíz de la división del trabajo. Las diversas operaciones manuales, producto de la fragmentación del oficio, requerían fuerza, pericia o habilidad; una vez que el obrero desarrollaba esas aptitudes se veía confinado de por vida a esa tarea en la que se había especializado. En cambio, en la gran industria, basada en el empleo de maquinaria, no se requiere mayor fuerza o pericia de parte de los obreros, por lo que ya no resulta necesario establecer este tipo de especializaciones. Naturalmente, distintos obreros operan distintas máquinas, pero no hay ninguna necesidad de que operen siempre la misma máquina porque estas actividades no requieren habilidades específicas.[13]La división del trabajo, sin embargo, reaparece, pero ya como distribución de obreros entre las máquinas. Ahora son las máquinas y no los obreros quienes son especia-lizados, con lo cual el fundamento de la división del trabajo propia de la manufactura y la necesidad de la perpetuar de por vida a un obrero en la misma actividad, desaparecen. Pero, a pesar de no serle necesaria, la gran industria reproduce esta vieja forma de división del trabajo, y con esto degrada aún más la posición del obrero: antes éste realizaba en forma vitalicia una tarea parcial, ahora sirve de por vida a la misma máquina.[14]

Otras diferencias oponen la división de trabajo en la manufactura y en la gran industria. En la primera el trabajo se divide en forma sistemática, pero siempre teniendo en cuenta las capacidades del hombre, en cambio la división de tareas en la gran industria se establece sin tomar en cuenta la mano humana. En la manufactura

“Si bien el obrero ha quedado incorporado al proceso, también es cierto que previamente el proceso ha tenido que adaptarse al obrero. En la producción fundada en la maquinaria queda suprimido este principio subjetivo de la división del trabajo…”[15]

En la manufactura existe un principio subjetivo sobre el que se estructura la división del trabajo: se reparten las distintas actividades entre los obreros de acuerdo a sus capacidades. En la gran industria, que carece de este principio subjetivo, esto funciona al revés: son los obreros quienes son distribuidos entre las máquinas. Esto último es posible merced a la existencia de una base objetiva sobre la cual es posible asignar distintos trabajos a los obreros sin tomar en cuenta su capacidad. Esta base objetiva está dada por el sistema de máquinas.

Aquí volvemos sobre algunos puntos adelantados al referirnos al gran autómata: bajo el predominio de la gran industria, el proceso de trabajo tiende a ser revolucionado en forma continua. Ninguna forma de división del trabajo es considerada eterna, en cambio éstas son permanentemente reformuladas. Así vemos fusionarse tareas distintas en una sola máquina, mientras que en otros sitios se disuelven procesos anteriormente realizados en forma conjunta. Recordemos el carácter revolucionario de la base técnica propia de la gran industria. Con esto retornamos al problema planteado por Iñigo Carrera, la gran industria no sólo no requiere la existencia de obreros especializados, confinados en forma permanente a una misma tarea, sino que además la revolución continua del proceso productivo vuelve necesario el cambio de trabajo, la mayor multilateralidad posible de los obreros.

2) Reevaluación de un intento marxista de explicar el taylorismo: Braverman y la perpetuación del régimen manufacturero bajo la forma de administración científica del trabajo

La comprensión de la naturaleza de los cambios en la división del trabajo, analizada en la sección anterior, resulta igualmente necesaria para elucidar correctamente los fenómenos agrupados bajo la categoría de taylorismo. Este, más cercano a los problemas que el marco temporal que nuestra investigación plantea, fue estudiado por Braverman,[16] quien considera su libro una continuación, una descripción pormenorizada y contemporánea de un proceso que Marx ya había analizado en sus líneas fundamentales. Su trabajo generó una de las polémicas más fructíferas del campo marxista.[17]Las críticas más fuertes se dirigieron hacia una de sus tesis centrales, la tendencia capitalista a reducir la calificación requerida en la fuerza de trabajo, el “deskilling”. En este caso, sus críticos hacen referencia a nuevas ocupaciones que requieren trabajadores altamente calificados. A nuestro juicio, esto no invalida la tesis de Braverman, ya que pueden surgir nuevas actividades, pero éstas probablemente recorran el camino que las demás han seguido. En otros términos, el hecho de que en sectores económicos nuevos se demande fuerza de trabajo calificada no contradice la tendencia al deskilling. Sin embargo, hay otros aspectos centrales de esa gran obra que pueden ser cuestionados: estos son la generalización para todo el capitalismo de tendencias propias de la manufactura, como la división del trabajo y una aparente perpetuidad del obrero parcelario. De alguna manera, preocupado por los efectos del taylorismo, Braverman parece olvidar la critica de Marx a Proudhon y tiende a subsumir todo el problema a la división del trabajo sin ver cómo ésta es modificada al revolucionarse el proceso de trabajo. Pero antes de entrar de lleno en estos problemas que nos devolverán a la discusión sobre la división del trabajo, debemos comenzar por preguntarnos qué es el taylorismo.

Por el momento, antes de precisar más esta categoría, debemos abandonar la tentación de asimilar el taylorismo a alguna etapa determinada en la organización de los procesos de trabajo, cuando, por el contrario, pareciera que su aplicación fuera factible, dentro del capitalismo, sobre cualquier base técnica. Para avalar esta opinión Braverman apela a una cita, que enuncia este aspecto con una claridad notable, por lo que también la reproducimos aquí.

“Es importante retener este punto porque de él fluye la aplicación universal del Taylorismo al trabajo en sus variadas formas y etapas de desarrollo, sin importar la naturaleza de la tecnología empleada. Más bien tomó las herramientas y la técnica que se le presentaba”[18]

De esta forma, al ser aplicable a cualquier etapa técnica del desarrollo capitalista, el taylorismo resulta, en principio, una categoría poco útil a la hora de historizar los procesos de trabajo bajo el capitalismo. En ese sentido, significa un retroceso frente a las categorías marxistas tradicionales. Sin embargo, éstas no son abandonadas por Braverman, quien incorpora el taylorismo como categoría de análisis, yuxtaponiendo ambos conceptos. Como si hubiera una sobreimpresión o se superpusieran transparencias con contornos diferentes, el resultado es una pérdida de claridad. Este efecto aparece disimulado en el texto por la poca gravitación de los conceptos de tipos sociales de explotación, con lo cual una de la figuras (la que representa al taylorismo) aparece fuertemente trazada, mientras que las otras apenas se vislumbran. Pero si uno recoge los conceptos empleados e intenta contraponerlos entre sí y con los ejemplos empíricos que aparecen en el mismo libro, encuentra menciones a casos donde se aplica el taylorismo a un grupo de cargadores de lingotes (cooperación simple), en manufacturas como el empaquetado de carne (frigoríficos) o, incluso en una gran industria como talleres mecánicos que operan con la tecnología del control numérico. El taylorismo, claramente delineado, sobrevuela las otras categorías, difuminando las diferencias que éstas presentan entre sí.

Aquí llegamos al corazón del problema. A pesar de que consideramos al taylorismo un concepto impreciso, no asimilable a las categorías de cooperación simple, manufactura o gran industria, creemos que sus elementos principales responden a las características de la etapa manufacturera. A nuestro juicio, en la definición del taylorismo se conjugan elementos que son tendencias generales del capitalismo, siendo esto lo que permite que se lo encuentre en sus diversas etapas, con ciertos rasgos propios de la manufactura, como la división sistemática del trabajo. En esta conjunción radica la “universalidad” de este concepto pero también su equívoco fundamental: trasladar a etapas posteriores características propias de la manufactura, al tiempo que las particularidades del régimen de gran industria se difuminan hasta desaparecer. Cuando Braverman analiza ejemplos que corresponden a formas de gran industria, tiende a resaltar los fenómenos ligados a la perpetuación de características manufactureras que, tal como lo señala Marx, vegetan durante un tiempo en el nuevo régimen. De esta manera, se enfatizan las continuidades por sobre las rupturas, efecto que se refuerza por su falta de atención hacia los rasgos novedosos que la gran industria trae aparejados: tanto los cambios en la división del trabajo como la aparición de una estructura productiva completamente objetiva son desatendidos. De este modo, las características centrales, específicas de la gran industria, no son contempladas; de ahí surge la dificultad que existe para pensar, desde el modelo de Braverman, los fenómenos que representan una profundización del régimen de gran industria y la ruptura con elementos remanentes del régimen manufacturero, como lo sería desde el punto de vista de Iñigo Carrera, la polifuncionalidad.

Ya hemos mostrado cómo Marx se oponía a considerar la división del trabajo en abstracción del contexto histórico, sin situarla dentro del marco de la etapa manufacturera o de la gran industria, dado que en ambas opera de distinta forma. Hemos analizado, también, gran parte de las diferencias que enfrentan la división del trabajo en la manufactura y en la gran industria; ahora debemos analizar la forma que ésta asume bajo el taylorismo. A nuestro juicio, ésta corresponde a los rasgos propios de la manufactura. De ser así, al extender el taylorismo más allá de esta etapa, Braverman, incurriría en el error de adjudicar a la gran industria características propias de la manufactura.

Los componentes centrales de la manufactura, la división del trabajo y el obrero parcelario son conducidos a su extremo por el taylorismo. El propio Taylor gustaba de llamar a su sistema “la moderna subdivisión del trabajo”. Esta definición era atinada, pues la organización científica del trabajo significó, entre otras cosas, la descomposición en operaciones extremadamente simples de las tareas en las que se había dividido anteriormente el proceso de trabajo.

“…En la primera forma de la división del trabajo, el capitalista desbarata los oficios y los devuelve en migajas, en forma tal que el proceso en su conjunto no es ya el dominio de ningún obrero en particular. Luego, como lo hemos visto, el capitalista realiza un análisis de cada una de las tareas distribuidas entre los obreros, con un ojo puesto en las operaciones individuales. Es en la época de la revolución científico-técnica cuando el patrón se plantea el problema de dominar el proceso como un todo y controlar cada uno de sus elementos sin excepción.”[19]

Si bien este segundo paso requiere, como elemento novedoso, todo el despliegue de la administración patronal que Braverman describe en forma pormenorizada, su esencia sigue siendo la división del trabajo y la asignación permanente de cada una de las partes resultantes al obrero individual. Opera aquí el mismo principio que es llevado por el taylorismo hasta sus últimas consecuencias; en ese sentido, éste puede ser visto como el punto más alto del régimen manufacturero.

Lo mismo ocurre con el principio de Babbage, que corresponde a la división manufacturera del trabajo. Cuando en la manufactura se divide el proceso de trabajo y se asignan distintas tareas a los obreros, considerando los diferentes requisitos de fuerza y habilidad para cada una de ellas, se crean no sólo especialidades, sino que con éstas se construye una jerarquía, según la calificación que demande cada una de ellas. El capital paga a cada obrero un salario en función de la calificación necesaria para la operación que realiza. De esta manera el capitalista logra reducir el costo de la fuerza de trabajo, remunerando a cada trabajador sólo por la calificación exacta que requiere para llevar a cabo su tarea. A la vez se logra que quienes están en la cúspide de esa jerarquía y reciben los salarios más altos, no empleen tiempo (caro) en realizar actividades que un peón puede ejecutar.

Esta jerarquía de calificaciones de los obreros, tiene su fundamento en la especiali-zación. La misma constituye un producto de la necesidad de preservación de las habilidades adquiridas por un obrero al realizar manualmente y en forma vitalicia una tarea parcial. Con la gran industria el fundamento de esta jerarquía desaparece, pues ésta no demanda diferentes niveles de fuerza y pericia. Estos han sido concentrados en la máquina. La tendencia central en esta nueva etapa es a la igualación de los conocimientos, aunque en su grado más bajo.

“Con la herramienta de trabajo, se transfiere también del obrero a la máquina el virtuosismo en el manejo de aquella. (…) Queda abolido, con ello, el fundamento técnico sobre el que descansa la división del trabajo en la manufactura. Por eso, en lugar de la jerarquía de los obreros especializados, característica de esa división del trabajo, aparece en la fábrica automática la tendencia a la equiparación o nivelación de los trabajos que deben ejecutar los auxiliares de la maquinaria…”[20]

Por cierto, como el sistema de máquinas no es un mecanismo perfecto desde sus inicios, eventualmente determinadas máquinas requieren mucha habilidad del obrero para operarlas, y permiten que se mantenga parte de la jerarquía de calificaciones propia de la manufactura. Pero en esos casos, muy pronto el capital perfeccionará la maquinaria para socavar esa pericia.

Es cierto también que surge una nueva división del trabajo que podemos llamar natural (división del trabajo entre niños y mujeres) y allí opera el principio de Babbage: el capital paga sólo por la fuerza de trabajo que requiere. De esta manera no se ve obligado a costear una fuerza de trabajo madura para una tarea realizable por un niño.

Estas observaciones no desmienten que la tendencia central bajo el régimen de gran industria es a la igualación de las calificaciones y que por lo tanto, a medida que la gran industria se desarrolla, la ley de Babbage encuentra un campo de acción menor.

 Braverman menciona algunos de estos ejemplos, donde este principio se aplica a actividades no manuales, como el mecánico que gracias al sistema de control numérico va ser remplazado por tres tipos de operadores.[21] Pero luego concluye, en base a esto, que el principio de Babbage determina todas las formas de trabajo bajo el capitalismo:

“…Aplicado primero a los productos manuales y luego a los mecánicos el principio de Babbage se convierte en la fuerza subyacente que gobierna todas las formas de trabajo en la sociedad capitalista, no importa en qué ambiente o a qué nivel jerárquico se encuentren colocadas.”[22]

Aquí Braverman confunde una tendencia propia del período manufacturero con una tendencia general del capital. Aunque debemos reconocer que parte de la frase está destinada a discutir con quienes consideraban que las nuevas ocupaciones contradecían la tendencia al deskilling, al probar, en capítulos posteriores, cómo estas actividades son afectadas por la división del trabajo y el principio de Babbage, Braverman demuestra como dichas actividades se encuentran sometidas también a la tendencia a la descalificación. Esto constituye un gran mérito de Braverman, pero de todas formas el problema persiste. Estas nuevas ocupaciones, por ejemplo, el trabajo de oficina que estudia Braverman, son todas manufacturas. El error consiste en suponer que la tendencia a la descalificación opera por las mismas vías bajo la manufactura y la gran industria. Los ejemplos que Braverman elige para demostrar la aplicación del principio de Babbage en tareas mecánicas, y de esta manera elevarlo a la categoría de ley fundamental del trabajo capitalista, son casos transicionales que tienden a desaparecer y, por lo tanto, no pueden servir para deducir de ellos una tendencia general del capitalismo.

En síntesis, la división del trabajo, la creación del obrero parcelario y la puesta en práctica del principio de Babbage, constituyen elementos típicos de la manufactura, los cuáles son desarrollados por el taylorismo hasta el extremo de sus posibilidades. El taylorismo es, entonces, la máxima expresión de la manufactura. Si encontramos que éste se aplica en sistemas que han superado esta etapa, mediante la introducción medianamente generalizada de maquinaria, éstos son, en general, casos de manufacturas modernas, o bien de gran industria no automatizada, especialmente aquellas donde la operación de las máquinas requiere todavía un grado elevado de calificación del obrero.

A estas mismas conclusiones nos conduce el estudio de las preocupaciones propias del taylorismo. Es interesante ver cómo éstas se concentran en superar los problemas propios de la manufactura: enajenar la pericia de los obreros y disminuir la importancia del factor subjetivo en la producción. Estos problemas, que desaparecen en la gran industria, demandan al capital gigantescas y renovadas energías, cuando éste aún no ha alcanzado el nivel técnico de aquella. De ahí todos los esfuerzos empresariales para lograr el control del proceso de trabajo, en los que Braverman pone tanto énfasis.[23]Vemos como, bajo el taylorismo se intenta denodadamente, a través de la administración técnica-gerencial, lo que la mecanización del proceso productivo, y más aún su automatización, lograrían fácilmente. Tanto en las motivaciones de Taylor como en los en los principios establecidos por él y analizados por Braverman, puede hallarse el sentido que subyace a todos estos afanes:

El impulso para las primeras investigaciones de Taylor provino de su alarma ante la certidumbre de que los obreros sabían más sobre su trabajo que la gerencia. Taylor explica, incluso, que aunque los capataces hubieran sido ellos mismos excelentes obreros, su conocimiento no era sino una ínfima parte del que poseían en forma conjunta los trabajadores. Es fácil comprender que este conocimiento combinado de los obreros, muy superior al que los capataces y gerentes podrían reunir, es el del obrero colectivo, que constituye, al decir de Marx, el órgano vivo de la manufactura.[24]Todos los preceptos de la management científico están dirigidos contra este hecho.  

“El primer principio puede ser llamado disociación del proceso de trabajo de la pericia de los obreros. El proceso de trabajo debe mantenerse independiente del oficio, de la tradición y del conocimiento de los obreros. Lo que es más, no debe depender para nada de las capacidades de los obreros, sino enteramente de las prácticas de la gerencia”[25]

Si nos encontráramos frente a un régimen de gran industria, sería innecesario el desarrollo de toda una estructura gerencial para disociar el proceso de trabajo de la pericia del obrero, puesto la existencia de un sistema de máquinas invalidaría de por sí esa pericia, por eso Marx habla de subsunción real, frente a la subsunción formal propia de la manufactura. Debemos recordar que para él es ésta la transformación central. Lo mismo ocurre con los restantes principios taylorianos que Braverman analiza.[26]El segundo establece la necesidad de remover del taller el trabajo cerebral y concentrarlo en la gerencia, o sea, disociar la concepción y la ejecución del trabajo. Por último, el tercero indica el uso del conocimiento del proceso de trabajo reunido por la gerencia para controlar cada paso de éste a través de la especificación de las tareas, indicando lo que debe hacerse, cómo y en qué tiempo.

En la gran industria ya se ha consumado el divorcio entre la concepción y la ejecución del trabajo. Esto se manifiesta, fundamentalmente, en el lugar ocupado por la ciencia en la configuración del proceso productivo a partir del diseño de la maquinaria.[27]Esta separación, pues, ya está dada de antemano en el régimen de gran industria y posteriormente, no demanda mayores esfuerzos de parte de la gerencia. Del mismo modo, el ritmo de trabajo así como las operaciones que ha de realizar el obrero están regidos por las máquinas y sus movimientos, a los que el obrero debe adaptarse. En este contexto sería superflua la tarjeta escrita de instrucción o cualquier otra forma de especificar la tarea; con mayor razón aún, si nos encontráramos ante un sistema de máquinas automático.  

A través de sus técnicas de control, la gerencia aspira, según Braverman, al ideal nunca alcanzado de desplazar al trabajo como elemento subjetivo dentro del proceso productivo. La gerencia aparecería así como el único factor de subjetividad, al tiempo que lograría subordinar al trabajo, transformándolo en un elemento objetivo.[28]En síntesis, la gerencia intenta a través de la subdivisión del trabajo, la concentración del conocimiento y la especificación de tareas con tiempos, pautas y movimientos establecidos, substraer los aspectos subjetivos del trabajo del control de los obreros, pero, como veremos, esto no equivale a removerlos del proceso de trabajo. 

Esta misma necesidad y los gigantescos esfuerzos de la gerencia para resolverla se relacionan con la inexistencia de una estructura objetiva del proceso productivo al margen de los obreros, o sea, la ausencia de un sistema de máquinas y, por lo tanto, de gran industria. Vemos aquí, nuevamente, cómo los problemas que el taylorismo intenta resolver son acuciantes para la etapa manufacturera e irrelevantes para la gran industria. Frente a este problema, el taylorismo representa una vez más la respuesta más avanzada que la manufactura puede brindar: intenta, por medio del estudio de los movimientos del obrero especificar sus tareas, predeterminando la forma y el tiempo de completar el trabajo, pero al hacer esto, choca con sus propios límites. Porque, aún cuando todas las tareas fuesen especificadas y estas directivas pudieran ser cumplidas exactamente por los obreros en todos sus detalles, el elemento subjetivo del trabajo no se habría eliminado: si bien el obrero se adapta a esas indicaciones y a la forma en que la gerencia decide subdividir el trabajo, antes ésta debe estudiar las capacidades de los obreros, sus movimientos en el trabajo, hasta su desgaste por cansancio físico o psicológico. Recién entonces se halla en condiciones de reorganizar el proceso de trabajo, pero sobre la base de los conocimientos que ha recabado sobre este elemento subjetivo. Marx explica cómo esto cambiará con el pasaje del régimen de manufactura al de gran industria:

 “Si bien el obrero ha quedado incorporado al proceso, también es cierto que previamente el proceso ha tenido que adaptarse al obrero. En la producción fundada en la maquinaria queda suprimido este principio subjetivo de la división del trabajo”[29]

Hasta qué punto el taylorismo queda anclado dentro de estos límites propios de la manufactura y, a la vez, desarrolla toda las potencialidades latentes en ella, lo demuestra la cantidad de tiempo, personal, y recursos técnicos empleados para estudiar los movimientos de los obreros: se desarrolla incluso toda una rama de la ciencia, la fisiología del trabajo, cuyo desarrollo se halla muy ligado al taylorismo. Sus especialistas buscaban conocer, para luego diseñar el proceso de trabajo, hasta los elementos más inaprensibles de éste. Así los encontramos, por ejemplo, enfrascados en discusiones escolásticas acerca de la fatiga; elemento que se escabullía de las manos a los médicos y psicólogos que se habían propuesto dar con sus causas.

Mientras Braverman describe magistralmente la forma en que el taylorismo lleva a un extremo la división manufacturera del trabajo, no alcanza a vislumbrar los cambios que el régimen de gran industria impulsa en este renglón. Al centrarse en la descripción del taylorismo, donde las máquinas juegan un rol secundario, Braverman tiende a subestimar su papel en períodos posteriores. Cuando analiza el rol de la ciencia, pareciera valorar la administración científica como uno de sus mayores logros, restando a la creación de maquinaria parte de su importancia en esto. Su énfasis en la apropiación por parte de la gerencia de los conocimientos del obrero, le impide ver que no todos los conocimientos científicos se obtienen de este modo. En algunos casos, la división del trabajo facilita su posterior mecanización, pero en otros, ya bajo la gran industria, el proceso productivo es completamente reelaborado. En estos casos, que representan la tendencia dominante, no se parte del conocimiento que posee el obrero, sino del desarrollo autónomo de la ciencia. Un ejemplo de esto es la aparición del proceso de vulcanizado en las fábricas de calzado: gracias al empleo de nuevos materiales, entre ellos el caucho, mediante un proceso químico y con máquinas automáticas, se pegan en forma automática las partes del calzado que antes eran cosidas a través de cincuenta operaciones. Este tipo de avances se generan al margen de los conocimientos de los obreros, saberes que sin embargo, termina por volver obsoletos, sin reemplazarlos por nuevas calificaciones. El anterior es un ejemplo de cómo la tendencia al deskilling se mantiene en la gran industria, mientras se altera la forma de la división del trabajo.

Aquí volvemos a nuestra tesis acerca de los componentes del taylorismo; Braverman define el taylorismo a partir de dos tendencias centrales: división del trabajo y descalificación. A la vez, no sitúa al taylorismo dentro de las etapas del desarrollo de la organización del trabajo, con lo cual las leyes del taylorismo pasan a ser las leyes del capital. La división del trabajo y la descalificación, serían así tendencias que actúan, básicamente de la misma forma, durante toda la historia del capitalismo.[30]Ya hemos planteado que se debe distinguir ambas tendencias: la descalificación es, ciertamente, una tendencia general del capitalismo. En esto Braverman acierta y su análisis en este aspecto es brillante; tanto cuando describe la descalificación en etapas del trabajo parcelario, fundamentalmente manual, como cuando describe la pérdida de conocimiento que implican los diferentes grados de automatización.

En cambio, la tesis sobre la división del trabajo y la creación del obrero parcelario, es esencialmente válida para el período manufacturero, no así para la gran industria: Braverman describe certeramente cómo opera esta tendencia antes de la aparición de la gran industria, logrando avances importantes por dos caminos diferentes. Por un lado, gracias a su análisis de la parcelación del trabajo bajo el taylorismo, es posible comprender, a nuestro juicio, cómo éste acentúa esa tendencia propia de la manufactura, llevándola a su máximo. En segundo lugar, Braverman describe con singular lucidez como la manufactura (que el estudia bajo la forma del taylorismo), se abre paso en nuevas actividades, por ejemplo, cuando en el capítulo quince de la obra que analizamos demuestra cómo se divide el trabajo de oficina. Pero precisamente porque esta tendencia corresponde a la manufactura y no a la gran industria, encuentra dificultades al trasladarla a los sectores económicos donde predomina el sistema fabril. En este ámbito, su análisis se vuelve más unilateral: no da cuenta del carácter prescindible que cualquier forma de división del trabajo adopta frente a la gran industria y tampoco puede explicar cómo, en ocasiones, ésta toma una dirección contraria a la que él supone que le es propia. En este terreno, su enfoque se vuelve parcial; tiende a desconocer los fenómenos nuevos, mientras utiliza ejemplos que pueden ser considerados casos transicionales, o rémoras del sistema manufacturero para probar el funcionamiento pleno, durante todo el capitalismo, del principio de Babbage como tendencia dominante. Por el contrario, se puede observar que, a medida que el régimen de gran industria se profundiza y los sistemas de máquinas se vuelven más continuos a la par que se perfeccionan, la división del trabajo y el principio de Babbage pierden relevancia en la determinación del deskilling. Si el principio de Babbage continúa actuando en algunos sectores de la gran industria lo hace en forma secundaria, frente a la ley que tiende a equiparar en el nivel más bajo todas las calificaciones. En un primer momento, la descalificación se produce por la división del trabajo; mientras que en la etapa propia de la gran industria ésta opera a través de un medio aún más poderoso, la objetivación del proceso de trabajo.

3) Desmontando la cadena

El concepto de fordismo, al igual que ocurría con el de taylorismo, no puede asociarse a una etapa determinada en la organización de trabajo. Pero existe una diferencia: su elemento central, la cadena de montaje,[31] no existía en el momento en que Marx formuló su análisis sobre el trabajo. Por lo tanto, nuestra tarea consiste en relacionar este nuevo componente del proceso productivo con los elementos conceptualizados a partir de Marx, o sea tratar de explicarla desde nuestros conocimientos de la manufactura y la gran industria. 

Comencemos con la manufactura, donde fue implementada por primera vez. Como sabemos, el principio de la manufactura es la división del trabajo en operaciones parciales realizadas en forma manual. Las diversas operaciones del trabajo artesanal son, de este modo, disociadas, aisladas y yuxtapuestas en el espacio. Reaparece la cooperación simple entre los obreros que realizan la misma tarea parcial y muy pronto la experiencia indica la proporción adecuada entre los obreros de las distintas secciones para lograr la mayor continuidad posible en el proceso productivo. El aislamiento de las tareas es algo inherente a la misma base técnica de la producción, pero esta incomunicación de sus distintas fases trae consecuencias costosas al capital:

“Para establecer y conservar el nexo entre las funciones aisladas, se vuelve imprescindible transportar continuamente el artículo de unas manos a otras y de un proceso a otro. Desde el punto de vista de la gran industria, se presenta esto como una limitación característica, costosa e inmanente al principio de la manufactura.” [32]

Tempranamente se desarrollaron diversos mecanismos para transportar los artículos de una sección a otra y, de esta manera, subsanar en parte, aunque sin resolver, los problemas que presenta el aislamiento de las fases productivas. Así aparecieron los sistemas de rieles con ganchos en los frigoríficos o los carritos para trasladar los zapatos en la industria del calzado. La cadena de montaje no es más que una nueva forma de estos artefactos, sólo que mecani-zada, por eso mismo es la más efectiva de ellos. En su forma original, tal como aparece en la producción de autos, la cadena de montaje aligera el problema de la división manufacturera del trabajo y el correspondiente aislamiento de las secciones, pero no lo resuelve en tanto no modifica la base sobre la que se asienta esa forma de división del trabajo. Esta llegará a cambiar sólo cuando el medio de trabajo, el instrumento que opera sobre la materia prima, se modifique. Cuando este paso sea dado, la cadena de montaje realizará la misma labor que antes, pero transportando el material de unas máquinas a otras.

En resumen, la cadena de montaje surge para subsanar un problema planteado por la manufactura a partir del aislamiento de tareas. Por otra parte, podemos plantear que en esta primera etapa se inicia el pasaje hacia la manufactura moderna, al introducir un elemento mecánico dentro de un proceso de trabajo realizado fundamentalmente en forma manual.

“…La banda conductora movible, cuando es usada en una línea de ensamblaje, si bien es una pieza de maquinaria excesivamente primitiva, responde perfectamente a las necesidades del capital en la organización del trabajo, que de otra forma no sería mecanizado…”[33]

Su uso en la gran industria sirve para perfeccionar aún más un proceso productivo que se caracteriza por la continuidad.[34]¿Su supuesta desaparición en los sistemas posfordistas, no podría derivarse de que el proceso productivo haya aumentado la continuidad de las operaciones de manera tal que este sistema de transporte sea ahora prescindible? ¿Si fuera así, no estaría profundizándose una de las tendencias de la gran industria? ¿No estaría ésta rompiendo, a semejanza de lo que postula Iñigo Carrera, con otros de los elementos propios de la manufactura innecesarios a la gran industria?

III. Conclusión

Uno de los aspectos más celebrados de la obra de Marx es su capacidad para identificar tendencias del capital que existían sólo en germen en el momento en que fue concebida. Esto ha sido señalado con respecto a sus tesis sobre la globalización, la polarización de las clases sociales, entre otros fenómenos. En lo que respecta al tema que nosotros estudiamos, puede decirse lo mismo sobre las tendencias de la gran industria, la automatización, la polifuncionalidad, la función de la cadena de montaje, que se encuentran contempladas en su sistema o pueden deducirse de él.

Si Marx logra deducir el rumbo de las transformaciones del capitalismo, se debe a su capacidad para discernir tendencias centrales y necesarias a una determinada etapa del capital, de sus rasgos secundarios, coyunturales y por lo tanto prescindibles. Si hubiera actuado de otra forma, su obra se limitaría a la descripción de múltiples casos, tendencias diversas y contradictorias, en cuyo caso no seguiría siendo la obra fundamental para comprender actualmente al capitalismo. 

La tendencia a la descalificación no sólo es observable, sino que surge de una necesidad permanente del capital: mientras el proceso de valorización guíe el proceso de producción y, por lo tanto la competencia empuje a reducir costos, entre ellos el de la fuerza de trabajo, el deskilling tendrá lugar. Los críticos de la tesis del deskilling, en cambio, esgrimen contraejemplos sin analizar cómo se ubican estos casos en la dinámica del capitalismo. Escogen los sectores económicos nuevos que generalmente requieren calificaciones globales, y presuponen que éstos se mantendrán indefinidamente al margen de la competencia, que no tendrán presiones para reducir los costos de la fuerza laboral… En síntesis, su análisis se detiene en la situación presente. Nada se nos dice del futuro y se ignora el pasado. Anteriormente hubo quienes sostuvieron los mismos argumentos con distintos ejemplos: los trabajadores de cuello blanco, el trabajo de oficina. El proceso histórico mostró que estos casos no constituían excepciones. Con el análisis de este proceso, Braverman obtiene una de las evidencias más sólidas a favor de la tesis de deskilling.  

Otro problema distinto, en el que verdaderamente nos hemos concentrado, es cómo actúa esa tendencia a la descalificación. Sí su vehículo principal en la manufactura es la división del trabajo, en la gran industria éste lugar lo ocupa la mecanización. Es por esto que enfatizamos las transformaciones que ocurren en la división del trabajo con el pasaje de la manufactura a la gran industria, mostrando cómo esta división disminuye su importancia dentro del sistema fabril, donde su lugar es ocupado por la descomposición del proceso productivo en sus partes componentes y su mecanización.

Al estudiar la transición de la manufactura a la gran industria, uno puede observar cómo la forma en que actúa la tendencia a la descalificación durante la etapa manufacturera, promueve su propia transformación. Durante la manufactura la división del trabajo simplifica las tareas, especializando no sólo a los obreros, sino también a sus instrumentos de trabajo, impulsando el desarrollo de nueva maquinaria. Más aún, la construcción de máquinas en forma manufacturera, o sea en talleres donde se aplica en forma sistemática la división del trabajo, constituye uno de los logros máximos de la manufactura y uno de los supuestos fundamentales de la gran industria.

Braverman pasa por alto esta transformación, por ello su obra presenta dificultades para explicar los fenómenos propios de la gran industria. Más allá de esto, describe con gran precisión cómo la manufactura se desarrolla en nuevas actividades, y por otra parte brinda una descripción muy exacta de lo que es el taylorismo, en base a la cual nosotros podemos afirmar que éste representa el punto máximo de desarrollo del régimen manufacturero.   

Además de estos desacuerdos teóricos frente a determinados elementos de la obra de Braverman, nos diferencian de él también algunos aspectos de carácter político. A sus observaciones tanto del taylorismo como el stajanovismo, se debe su visión pesimista respecto a las nuevos desarrollos técnicos. El no comprender la revolución que significa el surgimiento de la gran industria, lo lleva a soslayar el cambio en la forma de creación de plusvalía, pero por otra parte, esto también le impide ver los aspectos promisorios que este nuevo régimen conlleva. En otros términos, Braverman no termina de comprender las nuevas formas de explotación de la clase obrera, ni las nuevas posibilidades de liberación de la humanidad.

            El gigantesco aumento de la fuerza productiva del trabajo, propiciado por el desarro-llo de la gran industria es, precisamente, lo que nos permite pensar el socialismo como la sociedad del tiempo libre. La destrucción de las especialidades de los obreros que, bajo el capitalismo conduce a una mayor explotación y degradación del trabajo, puede servir, en un nuevo sistema social, de punto de partida para un desarrollo humano superior.

            “Lo que caracteriza la división del trabajo en el taller mecánico es que el trabajo pierde dentro de él todo carácter de especialidad. Pero, en cuanto cesa todo desarrollo especial, comienza a dejarse sentir el afán de universalidad, la tendencia a un desarrollo integral del individuo. El taller mecánico suprime las profesiones aisladas y el idiotismo del oficio”[35]  


Notas

[1]El proceso que nos condujo a redefinir el problema de nuestra investigación se encuentra detallado en la presentación de este dossier.

[2] En esta sección seguimos las formulación de Marx, Karl, Op. Cit., caps. 11-13.

[3] Idem, p.394.

[4]Chueco, M.: Los Pioneers de la industria nacional. Bs. As, Imprenta de La Nación, 1886, v. 2, p. 53.

[5] Ver: Tarditti, R.: “El proceso de trabajo en los frigoríficos: una moderna manufactura”, en Primeras Jornadas Interdisciplinarias de estudios agrarios y agroindustriales, Bs. Aires, 1999.

[6] Marx, Karl: “Cuaderno XIX. Continuación del cuaderno V (las máquinas, etc.)”, en Marx, Karl: Progreso técnico y desarrollo capitalista, México, Pasado y Presente, 1982, pp. 163-166.

[7] La industria argentina del calzado, n° 176, octubre de 1931. Lo mismo ocurre con la CIA Argentina del calzado, ver La industria argentina del calzado, n°170, abril de 1931.

[8] En el caso de la fabricación de calzado durante la década del veinte en la Argentina encontramos un sistema de máquinas, pero que éste aún no es automático. Gran parte del perfeccionamiento de la maquinaria durante los treinta tiene que ver con la introducción gradual de principios automáticos.

[9] Ver Marx, K.: El capital, Op.Cit, t. 2, cap. 12 y 13.

[10] La primera la instalación de secadores en la Argentina corresponde a la CIA Gral. De Calzado en 1931, ver: La industria argentina del calzado, n° 178, diciembre de 1931. Para 1938 las principales casas, entre ellas Grimoldi, ya habían instalado secadores y estos eran comercializados por varias compañías, ver La industria argentina del calzado, años 1937 y 1938, en especial el n° 260. 

[11]Estas transformaciones son analizadas desde esta óptica por Iñigo Carrera, quien critica los estudios que asumen un regreso a formas artesanales del trabajo, sosteniendo, en cambio, que lo que aparecen son “formas más elevadas de gran industria.(…)Respecto de la multiplicidad de funciones que se imponen ahora al obrero, recordemos que la diferenciación y especialización son rasgos propios de la manufactura, innecesarios para la gran industria, pero que ésta mantiene y potencia. ¿No será que la gran industria está rompiendo una traba heredada del período manufacturero? Y, como contrapartida, la diversidad de tareas del obrero permitiría romper la “continuidad del trabajo uniforme que destruye el impulso de las energías”Iñigo Carrera, Op. Cit.,p. 68.

[12] Marx, Carlos: Miseria de la filosofía. Respuesta a la “Filosofía de la miseria”del señor Proudhon, Ediciones en lenguas extranjeras, Moscú, pp.124/125.

[13] “Con la herramienta de trabajo, se transfiere también del obrero a la máquina el virtuosismo en el manejo de aquella (…)Queda abolido con ello el fundamento técnico sobre el que descansa la división del trabajo en la manufactura…”Marx, Karl: El capital, Op. Cit., p. 12.

[14] “Aunque ahora, desde el punto de vista tecnológico la maquinaria arroja por la borda el viejo sistema de la división del trabajo, en un primer momento este sistema vegeta en la fábrica por la fuerza de la costumbre, como tradición heredada de la manufactura, para después ser reproducido y consolidado por el capital de manera sistemática y bajo una forma aún más repulsiva, como medio de explotación de la fuerza de trabajo. La especialidad vitalicia de manejar una herramienta parcial se convierte en la especialidad vitalicia de servir una máquina parcial…” Idem, p. 514/515.

[15] Idem, p.462.

[16] Braverman, Harry: Trabajo y capital monopolista, Ed. Nuestro Tiempo, México, 1980.

[17]Ver reseña del debate en: Smith, V.: “El legado de Braverman”, en Sociología del trabajo, n° 26, 1996.

[18] Drucker, Peter: “Work and tools”, en Kranzberg, M. Y Davenport, H. (eds.): Technology and culture, Nueva York, 1972, pp192-193, citado por Braverman, Op. Cit., p. 106

[19] Braverman, Op Cit., pp. 201-202.

[20] Marx, El Capital, Op. Cit. p. 512.

[21] Braverman, Op. Cit., pp.234/236.

[22] Braverman, Op. Cit., p. 103.

[23]Es llamativa la preeminencia que Braverman brinda a las estrategias gerenciales destinadas a lograr el control sobre el trabajo, incluso a costa de desatender el modo en que los cambios objetivos del proceso productivo modifican esas necesidades de control. Por esto es posible sostener que su obra contempla la lucha de clases mucho más de lo que generalmente se reconoce. Se podría decir que, desde este ángulo, su trabajo es la contrapartida del de Montgomery; ambos se centran en las luchas por el control, pero mientras uno analiza las estrategias de la burguesía, el otro estudia a la clase obrera. Ver: Montogomery, D.: El control obrero en Estados Unidos, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Madrid, 1988.

[24]Comúnmente se denuncia la descalificación del trabajo artesanal frente al manufacturero, olvidando que si bien la división de tareas empobrece los conocimientos de los obreros individuales, no ocurre lo mismo al obrero colectivo. En cambio en la gran industria, el obrero colectivo es descalificado.

[25] Braverman, Op. Cit, p. 139.

[26] Braverman, Op. Cit., pp. 139/148.

[27]En cambio, Braverman al estudiar la ciencia, privilegia lo que él denomina revolución gerencial.

[28] Braverman, Op. Cit., pp. 202/203.

[29] Marx, El Capital, Op. Cit. p.462. Marx contrapone la división y análisis de las tareas que realiza el obrero, propia de la manufactura, al análisis del proceso productivo en sí, propio de la gran industria, donde éste se divide en sus componentes objetivos, que se resuelven por medio de la ciencia.

[30] Sin embargo Braverman no proyecta el taylorismo al pasado, por eso intenta distinguirlo de las primeras formas de control del capital, tales como la subcontratación y el trabajo a destajo.

[31] La definición del fordismo a partir de la cadena de montaje es una característica de los autores regulacionistas, tal como puede verse en Aglietta, Michael: Regulación y crisis del capitalismo, Siglo XXI, México, 1988, pp. 95 y 96.

[32]Marx, Karl: El capital, Op. Cit.,p. 419. Como vemos, a pesar de faltar más de 50 años para que la cadena de montaje fuera creada, Marx casi previó su invención. Esto demuestra la solidez de su concepción de las etapas del trabajo, que le permitió deducir la necesidad de perfeccionar un sistema mecánico de transporte de materiales.

[33] Braverman, Op. Cit., p. 229

[34] Marx, K.: El capital, Op. Cit., p. 463, explica como la continuidad del sistema de máquinas requiere que cada vez más la mano humana sea remplazada por otros mecanismos en el pasaje de la materia prima de una fase de producción a otra.

[35] Marx, K.: Miseria de la filosofía, Op. Cit., p. 140.

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