Este artículo fue originalmente preparado como informe preliminar para un documento interno sobre la historia del morenismo que está llevando a cabo el GIIA (Grupo de Investigación sobre la Izquierda Argentina). Se trata, sin embargo, de un texto individual, por lo que no necesariamente refleja todas las posiciones del GIIA aunque algunas de las hipótesis aquí delineadas sean producto de la investigación colectiva. El GIIA realiza su tarea en el marco Razón y Revolución y ya ha publicado varios artículos sobre la temática que investiga. Está compuesto, por Fernando Castelo, Mauricio Sau, Alejandro Barton y Eduardo Sartelli.
“El partido puede y debe conocer todo el pasado, para valorarlo con justeza y para asignar su debido lugar a todos los sucesos. La tradición del partido revolucionario no surge del silencio sino de la claridad crítica”
León Trotsky
Por Fernando Castelo
Este trabajo no pretende hacer una revisión exhaustiva de una de las tácticas que ha sabido dividir aguas en las discusiones de la izquierda marxista en Argentina durante casi 50 años. Si no que intenta desentrañar la trama de supuestos que subyacen a la teoría y a la práctica del entrismo. La hipótesis que aquí se sostiene es que el entrismo en el peronismo pasa a conformar el primer intento de aplicación de una estrategia política bien definible conocida como morenismo, que se prolonga más allá de los años 1960/64 (supuesto momento de finalización del entrismo como táctica).
En primer lugar me detendré en las críticas ya hechas al morenismo y al entrismo. En el punto 2 intentaré ver qué es el entrismo y qué implica, cuál es la relación que el morenismo estableció con la tesis “clásica” y de qué manera ponderó las condiciones coyunturales (domésticas y mundiales).
Finalmente, como conclusión pretendo ensayar una crítica dirigida a revisar los fundamentos del análisis entrista. El fin al que aspiro es establecer la relación entre el desarrollo teórico que buscó justificar el entrismo en el peronismo y la historia de la clase o, al menos, lo que la dirección de PO-MAO (Palabra Obrera/ Movimiento de Acción Obrera) creía ver como carácter constitutivo del movimiento obrero posterior a 1955.
- De crítica y críticos
Osvaldo Coggiola
Para este autor el entrismo era: “una política destinada a promover, no la diferenciación de los sectores obreros peronistas más radicalizados que se enfrentaban con su dirección, sino la unidad ‘de todos los peronistas’. En consecuencia, la propaganda de PO era más papista que el papa”.[1]
Efectivamente, una de las críticas más acertadas que se le puede hacer a este giro del morenismo es el abandono por parte de un partido autoproclamado trotskysta del principio de autonomía de las organizaciones del proletariado con respecto a las direcciones burguesas. Esto, bajo el argumento de mantener la unidad de los sectores “antigorilas”. Todo parece resumirse en esa obsesión por la unidad del movimiento obrero que conduce a PO a aceptar la orden de Perón de votar por Frondizi, entre tantos errores. En definitiva, creo entender que la crítica de Coggiola quiere demostrar que el entrismo trata del abandono de la idea de que el partido revolucionario debe aglutinar a la vanguardia, para intentar integrarse en el movimiento espontáneo de las masas peronistas.
Sin embargo, considero que Coggiola no acierta con su afirmación de que el entrismo de los morenistas los condujo a subordinarse totalmente a la cúpula peronista. Por la información que se ha podido reseñar, Palabra Obrera llegó a tener peso en varias secciones de distintos sindicatos (por ejemplo, la Lista Gris del gremio de la carne en la seccional de Berisso/Ensenada donde llegó a agrupar a muchos delegados de sección, alcanzó la dirección de la huelga metalúrgica en la seccional Avellaneda de la UOM, etc.)[2] y supo mantener y agitar la lucha a pesar, varias veces, de la indiferencia de la dirección burocrática de las 62 (tal el caso de la Huelga General en solidaridad del Frigorífico Lisandro de la Torre, en 1959).
Para Coggiola la conclusión es que, frente a los hechos, una política de autonomía de los agrupamientos trotskystas no iba en detrimento del aumento de su influencia dentro del movimiento obrero (es el caso del POR-Posadas). Pero, finalmente, el mismo autor debe señalar que estos grupos se vieron reducidos al nivel de secta hacia los años ’60. Evidentemente, uno de los dos no supo responder a la nueva coyuntura que abrió el frondicismo. Coggiola no parece reconocer esta contradicción, que cuestiona la idea subyacente: no hay, entre entrismo/independencia de clase y crecimiento de los activos militantes ninguna relación causal directa.
Eduardo Luis Duhalde, el más acá del método.
Siguiendo la trayectoria del morenismo, Eduardo L. Duhalde halla la constante que para él es toda la explicación, no sólo del entrismo sino de todos los giros “teóricos” posteriores de Moreno y sus innumerables agrupaciones: “[…]Su dilatada carrera tuvo sólo un aspecto coherente: su aventurerismo metodológico; pero también una gran capacidad para disimular su total ausencia de estrategia revolucionaria, recubriendo un tornadizo tacticismo con un atrayente discurso ideologista abstracto y ‘principista’”.[3]
Después de reseñar la larga trayectoria de historia y siglas del morenismo Duhalde llega a la conclusión de que el MAS (la última de las agrupaciones lideradas por Moreno) es un fiel reflejo de su “oportunismo” característico. La tesis que sostiene es que no existe una estrategia detrás de los giros tácticos. Obviamente sólo es posible llegar a esta explicación a partir del supuesto que la táctica se explique por la táctica misma y no hay nada más allá. Visto así parece absurdo detenerse en esta particular forma de ver al morenismos (y por extensión a sus tácticas) pero dentro de la propia izquierda trotskysta y trotskyzante es una explicación habitual. Para estos grupos el morenismo no es más que eso, una concatenación de diversas tácticas sin ningún otro elemento en común que quien las impulsa es la misma persona: el “Viejo”.
La tragedia del joven Tarcus
El entrismo, visto desde Tarcus, es la salida del aislamiento del trotskysmo. Las variantes que enfrenta el morenismo están entre la abiertamente oportunista de Abelardo Ramos y el sectarismo del POR-Posadas. En consecuencia: “El Entrismo había proporcionado a los morenistas la certeza de que ahora sí estaban ‘haciendo política’, de que disputaban la hegemonía ‘desde dentro del movimiento’. La táctica del partido independiente era relegada como propia de las sectas que persisten en actuar ‘desde afuera’”[4].
Ahora bien, el objetivo de Tarcus es contraponer la actitud del intelectual orgánico obligado por su partido a sostener cualquier táctica por más oportunistas que estas sean y al marxista independiente que puede con libertad objetar las desviaciones. Esta contradicción se produce cuando el trotskysmo sale a “hacer política”. Esta es la Tragedia: supuestamente la relación dialéctica no llega a sintetizar en una instancia superadora. El ejemplo que él impone como paradigmático es la defensa del entrismo “peronista-trotskysta” de Hermes Radio (pseudónimo de M. Peña) y la postura del mismo Peña marcada por el “anti-peronismo”. De un lado está el voluntarismo que pretende resolver todo con la autonomía de movimiento de la clase obrera, capaz de saltar el encorsetamiento de los políticos burgueses y la burocracia para llegar directamente a la insurrección armada[5]. Del otro, se encuentra la capacidad absoluta de manipulación del bloque de clase dominante, que puede manejar al proletariado como le plazca. De más está decir que Tarcus apuesta por el último Peña.
La anticrítica del MAS (o, estar cerca es bueno)
En su momento PO (Palabra Obrera) hizo el balance del periodo entrista. Y la conclusión que sacó fue que, más allá de haber conseguido su inserción dentro del movimiento obrero, cayó en la sindicalización de sus cuadros más activos y la despolitización de su organización.[6] Los autores de la (oficialmente) historia no oficial del morenismo discrepan con estas conclusiones. Dicen:“Nuestro partido no pudo superar la conciencia atrasada de los trabajadores favorecida por el populismo peronista de la época de las vacas gordas”.
Vale decir que, primero, como señala Cámera[7], el MAS no hizo otra cosa que volver a la tesis del último Peña, en donde caracterizó a la clase obrera como “quietista” y “conservadora”. Y, segundo, retoman los argumentos de la izquierda “gorila” de los ‘40 y ’50. El sectarismo organizativo, que era el motivo contra el que se desarrolló el entrismo, pasa a convertirse en el ideal de organización.
Ahora bien, cuando los militantes del MAS pueden salir de su pozo depresivo encuentran que: “esta experiencia revela cómo, a partir del acompañamiento a las luchas económicas y políticas de los trabajadores y al aprovechamiento de las posibilidades que generaba la mutación de la conciencia peronista, fue posible que volviera a establecerse a mediados de la década del 50 un acercamiento entre la izquierda marxista y el movimiento obrero”[8]
La conclusión es que no pueden superar los términos en que fue dada la discusión en los ’50. El centro sigue estando en la conciencia peronista de la clase obrera y que por la positiva o por la negativa es el límite fijado para la política de una organización de vanguardia. Su crítica pasa por establecer que a pesar de todo fue bueno que el marxismo se acercara a la clase obrera. De balance y autocrítica, ni hablemos… tan sólo fue una linda experiencia.
2. La tesis del entrismo
La tesis clásica del entrismo
La teoría del “entrismo” puede remontarse hasta Engels, si bien es Trotsky quien la propone dentro de un programa táctico más amplio, el de Frente Único. En el caso de Engels, lo que podría llamarse “entrismo” es una táctica que persigue el fin de integrar cuadros socialistas a organizaciones embrionarias del proletariado. Lo ejemplifica con dos casos que habrán de presentar características particulares.
El primero es el de Alemania, donde los comunistas se integran al partido “jacobino” de la pequeña burguesía, ya que era la forma más progresiva en que podía presentarse la política socialista, dado el carácter incipiente del proletariado alemán. El segundo caso, el norteamericano, se caracteriza por la formación de agrupaciones obreras muy primarias: los “Knights of Labour”. Él sugiere a los socialistas alemanes refugiados en los EE.UU. que, para iniciar la tarea de integración con la clase obrera norteamericana, ingresen a estas organizaciones:
“Las masas norteamericanas tuvieron que buscarse su propio camino, el que por el momento parece haberlo encontrado en los K(nights) of L(abour), cuyos confusos principios y ridícula organización parecen corresponder a su propia organización. Pero, según todos mis informes, los K. of L. son una potencia real, especialmente en Nueva Inglaterra y en el Oeste, y se refuerzan día a día debido a la brutal oposición de los capitalistas. Creo que es necesario trabajar dentro de estas organizaciones, formar dentro de esta masa todavía bastante plástica un núcleo de gente que comprenda el movimiento y sus fines y que, en consecuencia, tome la dirección, por lo menos de una sección, cuando se produzca la ruptura inminente e inevitable del ‘orden’ actual[…] El primer gran paso de importancia para que todo país entre en el movimiento es siempre la organización de los obreros como partido independiente, no importa cómo, siempre que sea un partido netamente obrero”[9] .
Ambos fenómenos antes citados para Engels se hallan vinculados: “El movimiento está en Norteamérica en la misma situación en que estaba entre nosotros antes de 1848”.En consecuencia, es un intento de integrarse en una sociedad que recién comienza a formar su clase obrera. En el fondo está la idea de que las organizaciones del proletariado, o surgidas como resultado de su lucha, progresivamente, con una dirección consciente, tenderían a conformarse en agrupaciones de vanguardia, entonces: partidos del proletariado. En la obra de Marx existe la idea de progresividad de las formas de lucha desde lo económico/reivindicativo a lo político. El ejemplo de ello es la formación del partido Cartista que levanta como programa las reivindicaciones democrático/burguesas del proletariado inglés[10].
Esta teoría de progresividad en las luchas tiene su propia historia, pero tal vez los ecos más resonantes de aquella crítica al proudhonianismo hayan quedado en el Lenin de las discusiones dentro de la socialdemocracia Rusa durante el periodo 1900/1905.[11] La tendencia reformista de la socialdemocracia y el auge del fascismo en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial traerá nuevos problemas. La condición orgánica y a la vez reformista de los partidos de la II Internacional lleva a los comunistas a la necesidad de reformular las prácticas políticas hasta ese entonces tradicionales de los partidos obreros. Así llego hasta Trotsky que, obviamente, es la referencia más cercana de Moreno.
Sin embargo, existe una diferencia sustancial entre la propuesta de Trotsky y la táctica implementada por Palabra Obrera. Para el revolucionario ruso, el entrismo, primero, es una práctica momentánea, coyuntural, para hacer frente al fascismo. Segundo, la táctica es propuesta en 1933, en condiciones internacionales muy particulares. Tercero, el entrismo lo realizarán los comunistas en un partido reformista (la socialdemocracia alemana) caracterizado por postularse aún como la dirección orgánica del proletariado alemán. Y, por último, sólo forma parte de una serie de tácticas más amplias destinadas a cuestionar a la dirección reformista y tomar la conducción de la lucha contra el nazismo.
Trotsky recomienda, en estas circunstancias que “La Oposición Sindical Roja (R.C.C.) debe entrar en los sindicatos reformistas con carácter de fracción comunista. Esta es una de las principales condiciones del frente único. Los comunistas deben tener en el seno de los sindicatos todos los derechos de la democracia obrera y en primer lugar, una entera libertad de crítica”[12]. El fin último es demostrar a las bases que, aunque la dirección reformista afirme que combate al fascismo, no puede seguir la tendencia de izquierda que genera la fracción comunista en el seno mismo de las organizaciones obreras. Y así revelar su reformismo medular y postular a los comunistas como dirección necesaria para enfrentar a los fascistas.
Las distancias son claras. La Fusiladora no es un golpe fascista. El Peronismo no es un partido obrero reformista, sino un partido burgués con un programa nacionalista democrático. Las condiciones internacionales de 1956 no son las de 1933. Y, finalmente, la acción de los morenistas se vio reducida a integrarse dentro de las organizaciones peronistas sin otro objetivo que no estuviera más allá de la intervención en las ’62 Organizaciones. Dejemos de lado, para no abundar, que entrar al peronismo “bajo la disciplina del General Perón” dista mucho de exigir “una entera libertad de crítica”. Nobleza obliga, debo afirmar que el entrismo no es el entrismo. La estrategia del fundador de la IV Internacional, en definitiva, persigue objetivos bastante diferentes a los del morenismo. El propio Moreno, muchos años depués, afirmará que el Entrismo debe darse en forma coyuntural, por un breve período (no más de uno o dos años)[13] y en una corriente “centrista progresiva surgida desde las masas”[14].
Para aclarar más las diferencias ya marcadas trataré de ver en detalle las Tesis morenistas sobre el Frente Unico. Sugiero al lector con problemas digestivos que pase por alto este punto y se dirija directamente al siguiente ya que no va a encontrar nada de lo que no pueda prescindir.
La tesis del Frente Único Revolucionario
Moreno, en las tesis presentadas a la conferencia de Leeds del CI (Comité Internacional) de la IV Internacional, comienza por caracterizar al periodo inmediato como un momento cruzado por una gran contradicción. Esta es: con el fin de la guerra se presenta un contundente ascenso de las masas obreras y campesinas, que no dan una salida revolucionaria a causa de la dirección contrarrevolucionaria de los partidos que la encabezan. La conclusión fue: “La situación objetiva había impedido la formación del partido revolucionario, y la no formación de estos partidos revolucionarios permitió que fueran los partidos tradicionales y contrarrevolucionarios, los que acapararon, controlaron, frenaron y desviaron a las masas al producirse el nuevo ascenso” [15]
Por otra parte, la muerte de Stalin genera una crisis de dirección de la contrarrevolución especialmente en Europa pero que puede verse generalizado a las colonias y semicolonias de los países imperialistas.[16] En consecuencia, y según Moreno, corresponde a los partidos trotskystas, alineados en la IV internacional, conformarse como direcciones de las masas revolucionarias. Para este fin se debe implementar la táctica del Frente Unico Revolucionario:“Estas tácticas pueden ser cualquiera de las tradicionales, desde el acuerdo para acciones limitadísimas y urgentes con tendencias de izquierda, hasta el entrismo en una amplia tendencia de izquierda ya existente.”[17]
Por ahora, bastará decir que todas las tesis giran en torno a un eje que se ha convertido con el tiempo en un lugar común en el “pensamiento” de la izquierda, a saber: que el problema del fracaso de los movimientos revolucionarios es exclusiva responsabilidad de las direcciones contrarrevolucionarias. Tanto es así que lo que se presenta como situación objetiva, con un giro de lógica, pasa a convertirse en situación subjetiva (dirección contrarrevolucionaria). Si el marco de contradicciones del capitalismo obligó a un reflujo de las masas obreras, junto con la guerra mundial, cuando las condiciones son favorables, se dan procesos de auge de las masas pero con direcciones contrarrevolucionarias. La respuesta necesaria es que las masas fueron conducidas por una dirección errónea. Adelantándome un poco, aquí subyace la idea que el movimiento obrero es ontológicamente revolucionario pero que para realizar su “espíritu” requiere una dirección consciente que se lo muestre.
Es fácil prever que esta posición concluye por otorgarle una particular autonomía al movimiento espontáneo de las masas obreras con relación a la clase dominante, pero – he aquí la paradoja- no con respecto a las direcciones de la propia clase. La tesis que subyace es que la clase “ontológicamente” revolucionaria es una masa disponible que necesita de una dirección devenida vanguardia para “realizarse”. En las conclusiones retomaré esta crítica.
La caracterización de la situación argentina
La postura de Moreno con respecto a la situación postgolpe en 1955 se resume en la necesidad de implementar el Frente Unico Revolucionario. Cito in extenso:
“En Argentina, ¿de qué lado estaban los trabajadores que querían tomar los destinos del país y el suyo propio en sus manos? Indudablemente no era en el campo de los golpistas donde se hallaban las masas y sus intereses. El ‘contrerismo’ antiperonista aglutinó a la reacción y a la vanguardia de la colonización yanqui del país. Por eso batallamos contra ellos al lado de los obreros peronistas: consideramos que por allí pasaban, pese a la dirección reaccionaria y totalitaria, los intentos de las masas por tomar en sus manos sus problemas y los del país”[18].
Haciendo abstracción de la relación de fuerzas en la lucha por la conducción de la resistencia, Palabra Obrera se juega a pelear palmo a palmo la hegemonía del peronismo con la dirección burguesa. La mejor defensa se encontrará en Hermes Radio. Para fundamentar la táctica entrista usa dos herramientas. Primero, la tesis de la revolución permanente. Y, segundo, la relación dialéctica entre conciencia y existencia.
La base de demostración de la aplicabilidad de la tesis de la revolución permanente está planteada en comparación con el proceso de la Revolución Rusa. Durante el periodo de la revolución una de las reivindicaciones de las masas era el programa democrático: Asamblea Constituyente. Este programa derivó en la consigna de “Todo el poder a los Soviets”. Radio reconoce que la gran diferencia era que las consignas democráticas y nacionalistas burguesas en Rusia eran levantadas por un partido obrero, los bolcheviques, y en la Argentina eran el programa de un partido reformista burgués, el peronismo:
“Para los dirigentes burgueses del peronismo la consigna ‘Legalidad y regreso de Perón’ tiene el sentido de una cura en salud para la oligarquía […] Para nosotros, la lucha por la legalidad de Perón es también la lucha para que las masas adviertan que sólo ellas pueden emancipar a la Nación por el camino de la lucha revolucionaria y la insurrección, de su armamento y de la expropiación de la oligarquía. Entre aquellas tareas y esta última no hay una muralla ni una ‘etapa’ histórica; hay una continuidad lógica que brota de la lucha de clases” [19].
Vale remarcar que Peña reduce el peronismo a una consigna para la movilización de las masas y debe hacerlo así, aunque cuestione a la dirección burguesa, para que pueda encajar con las tareas democrático-burguesas que debía asumir esta masa. Sin embargo, como mostraré más abajo, este recaudo no impide que caiga en una visión etapista del proceso revolucionario.
La lucha de la clase obrera, como vimos, transita directamente al plano insurreccional: la conciencia se supera desde la insurrección. Entonces el cambio se refleja en la conciencia, si el peronismo representa en la clase obrera el grado de conciencia en sí, la experiencia que adquieran en la pelea por la legalidad y por el regreso de Perón los conducirá a que alcancen la conciencia para sí como clase. Esto no es definitivo, requiere de una dirección de vanguardia:
“Carente -dice Radio/Peña – de esa herramienta histórica que es el partido revolucionario, la clase obrera nunca llegará al poder, aunque bajo ciertas condiciones puede tener acceso a una ficción de poder como comodín de otras clases. Vale decir, que si la clase obrera no dispone de un partido revolucionario, la oligarquía y el imperialismo tienen asegurado su control sobre el país”[20].
Para Peña, el embrión del partido obrero era el Bloque Obrero formado por el morenismo al interior de las 62 Organizaciones. Sin embargo, cabe recordar que, en las tesis sobre el Frente Unico Revolucionario, Moreno refiere el entrismo al ingreso en una “amplia tendencia de izquierda ya existente”. Obviamente este no es el caso del peronismo; su propia conformación, si bien contradictoria, proporcionaría los elementos para demostrar que la izquierda al interior del peronismo no es aún una tendencia ni mucho menos.
Es posible agregar dos comentarios al respecto: primero, aquí se refuerza la tesis de la existencia de una masa disponible; segundo, la tendencia de izquierda parece surgir de la relación entre la dirección obrera reconocida y la dirección burguesa de la contrarrevolución. Los ataques de la clase dominante llevan a que el programa democrático burgués de las direcciones reaccionarias (peronistas) pueda transformarse en una consigna progresiva, develando el carácter inmanentemente revolucionario de la masa. En otras palabras, un partido (o tendencia) que contenga obreros tiende a ser de izquierda.
De todo esto desprendo dos conclusiones. Por un lado el movimiento general de la clase trabajadora respondería a una esencial heteronomía (porque siguen ciegamente a las direcciones impuestas como tales). En consecuencia, tan sólo se trata de ganar la “hegemonía” a través de la dirección. Pero, por otro lado, la clase obrera parece ser absolutamente autónoma, ya que por sí misma superará el programa democrático burgués (porque puede elegir ella misma una dirección de izquierda, lo que lleva a poner en duda que alguna vez haya sido peronista…). Esta es la contradicción que hará estallar a PO-MAO y llevará a los militantes a integrarse en el peronismo u optar por la salida guerrillera.
3. Para una teoria sobre el morenismo
Historia de la locura en la época entrista
La primera consideración que debo hacer es que ninguno de los críticos del entrismo pondera en su medida justa el cambio que significó el golpe de 1955 en cuanto a la dirección del movimiento obrero. Evidentemente, la dirección peronista no actúa de la misma manera en el poder del Estado que en el exilio. El golpe trajo el refuerzo de los sindicatos y con ello el recambio en la dirigencia sindical. Entre el ‘55 y el ‘59 se forma una nueva camada de dirigentes que devendrá más tarde en la burocracia vandorista.
Por otra parte, toda crítica al “oportunismo” olvida que la práctica de la dirección siempre se identifica con la tendencia de la base, por más mínima que sea, de lo contrario la dirección deja de dirigir. Tanto Hermes Radio como Moreno,[21] son conscientes del cambio en la dirección del peronismo y tienen en cuenta la posibilidad de un giro con el frondizismo. Un giro que aún no toma, en 1958, un recorrido claro.
Sin embargo, en primer lugar, la inserción de los morenistas dentro de los sindicatos les impidió ver que la afirmación de que las consignas democrático-burguesas que levanta el movimiento obrero podían ser superadas por la lucha, también implicaba sostener que no existía relación entre la bandera de “legalidad del peronismo” y la relación de fuerzas materiales que llevaron a que dentro del movimiento obrero se impongan estas consignas[22]. Es decir, que todo pasaba por ganar “la hegemonía” del movimiento obrero consiguiendo la dirección de los sindicatos. En segundo lugar, la única relación que establecen es que el programa democrático-burgués de las organizaciones proletarias es producto del bajo nivel de conciencia y de la pérdida, durante el peronismo, de la experiencia de lucha que la clase obrera hubo acumulado desde los ’30.
Puede afirmarse que la sobrevaloración de las condiciones subjetivas hace que se asuma como una barrera imposible de superar la conciencia de la clase. Ello provoca que el propio morenismo limite las formas de lucha y le otorga a las direcciones oportunistas mayores probabilidades de mantener como objetivo final el programa mínimo. La teoría que subyace es que, según ellos, el programa democrático-burgués debe realizarse para ser superado. Y para conseguirlo el peronismo debía ser el agente de esta realización. Es por eso que terminaron por subordinarse a las decisiones de la dirección en cuestiones para nada menores.
El resultado fue que quedaron encorsetados en dos niveles de subordinación política, por un lado a la situación de hecho impuesta por el bloque de clase dominante: la sindicalización como único espacio legal (ya que era el ámbito desde donde se realizaría el programa de mínima). Y, por otra parte, se sometieron a las tácticas del comando superior justicialista en pos de la unidad del movimiento obrero.
“Las uvas de la ira” o el futuro de la tragedia
Retomando el entrismo, en el fondo de esta teoría subsiste una visión del proletariado como “ontológicamente revolucionario”. Por lo tanto, de que los fracasos se deben a las direcciones contrarrevolucionarias[23]. Luego Milcíades Peña[24] se alejará de esta postura que habrá de ser sostenida por los morenistas para beneplácito de los trágicos teóricos. Sin embargo, lentamente, en Moreno se verifican algunos cambios en una línea similar a la tomada por Peña frente a la concepción del proletariado. Mientras el segundo prepara “El legado del bonapartismo…” Moreno forma junto a Santucho el PRT.
Si para uno los términos del entrismo se invierten en el sentido de que no hay dirección que pueda cambiar el carácter quietista y conservadorista de la clase obrera, para el otro, los términos son subvertidos hasta el punto en que, si bien se sostiene el criterio ontológico de la clase obrera, es necesario educarla desde fuera. El foquismo de Mario Santucho y la tesis de la Vanguardia Ampliada defendida por Moreno[25] actúan en ese sentido: es imprescindible romper el quietismo de la clase obrera con la lucha armada y la formación de cuadros especiales que se construyan en la lucha frontal, aunque queden aislados de la clase revolucionaria. Yendo más lejos, Peña critica la noción de Vanguardia Ampliada pero no en defensa del partido obrero sino en la del “quietismo y conservadorismo” del propio Peña:
“El florecimiento de corrientes guerrilleras y terroristas entre los grupos marxistas […] proviene del desencanto de quienes contaban con la clase obrera como agente de cambio […] Los guerrilleros o aspirantes a guerrilleros no esperan derrocar o siquiera desorganizar al Estado mediante sus guerrillas, sino que confían en la guerrilla como un medio de excitar o estimular a la clase obrera. El guerrillerismo es pues el medio mediante el cual procuran descargar su indignación y su energía revolucionaria quienes desean trabajar por un cambio revolucionario y descubren que, ahora y aquí, la clase obrera argentina no es ni evidencia propensión a devenir a corto plazo un agente de cambio histórico”.[26]
Para él, ya no existe la posibilidad de que a partir de la acción de la vanguardia se pudiera “despertar” a la clase obrera. Por eso la relativa importancia que adquiere esta sugerencia guerrillerista; aunque esté signada también por el fracaso simplemente porque nada escapa a la condición adquirida de heteronomía del movimiento obrero. El periodo entrista marca el intento de recuperar las prácticas políticas de la izquierda revolucionaria previa al peronismo, pero también construye una nueva forma de acción sindical “politizada”.
La politización de la acción sindical tiene alguna relación con la creación del Partido Laborista y la abierta polarización de la lucha de clases durante 1945/46[27]. El gobierno de Perón, una vez que asuma, en 1946, consigue burocratizar a las direcciones y crear un aparato político que sostenga el ejercicio bonapartista. Sin embargo, no quiere decir que los sectores del proletariado no hayan capitalizado la experiencia previa. Por ejemplo, se legitima la existencia de las comisiones internas de fábrica.
La creación de las ‘62 Organizaciones adquiere un sentido de reconstrucción de formas de organización política que quedaron sepultadas dentro del peronismo oficial durante 1946/55. Entonces sí tendría sentido el entrismo ya que la agrupación de sindicatos opositores sería una especie de partido laborista resurrecto. Pero también implica que el interregno peronista no hubiera operado un cambio sobre las prácticas de la clase obrera. En definitiva, que la “libertadora” retrotrajera al proletariado a su estado de 1945. Dicho sea de paso, el partido laborista es producto de la derrota más profunda en el terreno de la lucha de clases y de la disparidad de fuerzas, pero este ya es otro tema.
El peronismo, al quedar acéfalo, pasaría a convertirse en un continente sin contenido. Pensando que el contenido por sí mismo define al continente y no existe una respuesta a la primera premisa es “lógico” suponer que con sólo cambiar el vino amargo del golpe militar por las uvas de la ira se resuelve todo el problema de la lucha de clases, la relación de fuerzas y la pugna por la hegemonía en los organismos obreros.
Ahora bien, con el fracaso del entrismo y la burocratización de muchos cuadros se produce el retorno a la división entre estrategia sindical y política[28]. La consecuencia a mediano plazo del entrismo es que cubre de escepticismo todo programa político desde la estructura y la lucha gremial. Las uvas de la ira de nuevo se transubstancian en vinagre.
Palabra Obrera pudo actuar hasta tanto la burguesía no había conseguido cooptar a la conducción de las 62 Organizaciones, la oportunidad ofrecida por el frondizismo. La burguesía creó los límites a las prácticas sindicales y políticas de los sectores de vanguardia (límites que serán rotos después del Cordobazo). Hasta allí llegó el entrismo.
El entrismo es el inicio de una estrategia con claras líneas de continuidad hasta nuestros días. En la elaboración de esta forma táctica ya se perciben los elementos constitutivos de la estrategia morenista, aquí las categorías de clase y conciencia comienzan a tomar forma y se convierten en el núcleo duro del pensamiento de Nahuel Moreno. Evidentemente, es fruto de los esfuerzos que han tendido a resolver las contradicciones planteadas por el peronismo en el interior del proletariado desde su concepción de la clase. Contradicciones de las que el morenismo habrá de dar cuenta en el curso de su evolución política y de las que será víctima, también. Su desarrollo concluirá con la puesta en duda del carácter revolucionario de la clase obrera y en una clara postura reformista. [29]
Lo que para unos fue “Una
Feliz Experiencia” y para otros una tragedia
individual en verdad resultó ser un proceso histórico signado por cambios
cualitativos y cuantitativos en las condiciones de existencia del movimiento
obrero. Cambios que encierran (y son interpretados desde) una serie de
supuestos sobre la clase y su conciencia que marcarán no sólo al “intelectual”
sino al desarrollo de toda una vanguardia agrupada en un partido determinado y,
por lo tanto, hacen a la historia de la clase. En consecuencia, que requieren
ser aprehendidos porque: “la tradición
del partido revolucionario no surge del silencio sino de la claridad crítica”.
Notas
[1]Coggiola, O: Historia del trotskysmo en la Argentina, CEAL, Bs. As., 1986, pag 144.
[2]Gonzáles , E. (Coord): El trotskismo obrero e internacionalista en la Argentina, Antídoto. Bs. As. 1996, TII.
[3]Duhalde, E. L.: El Morenismo o el aventurerismo como metodología.
[4]Tarcus, H: “El marxismo olvidado en la Argentina: Silvio Frondizi y Milcíades Peña”, en El Cielo por asalto, Bs. As., 1996
[5]Radio, H: “Peronismo y revolución permanente; política obrera y política burguesa para los obreros”. En: Estrategia, Año II Nº 3. Bs. As. 1958
[6]González, E. : op. cit.
[7]Cámera, P: “Palabra Obrera, pero disciplinada”, en: Razón y Revolución, nº 3, Invierno de 1997.
[8]Camarero, H: “Una experiencia de la izquierda en el movimiento obrero. El trotskismo frente a la crisis del peronismo y la resistencia de los trabajadores (1954-1957)” En: Razón y Revolución. nº 3, 1997
[9]Carta de Engels a Sorge 29 de noviembre de 1886. En: Marx, K. y Engels, F.: “Correspondencia”. Ed. Problemas, Bs. As., 1947, pag. 462 y 463. El subrayado es mío.
[10]Marx, K: La Miseria de la Filosofía, Cartago, Bs. As., 1974.
[11]Para un mayor desarrollo sobre las discusiones sobre el jacobinismo revolucionario y la primera teoría sobre el partido de Lenin, puede verse: Barton, A. Et al.: “Izquierda. Apunte para una definición de las identidades políticas”, en: Razón y Revolución, nº 5, Invierno de 1999.
[12]Trotsky, L: “A propósito del Frente Unico”, en: Bolchevismo y Stalinismo, El Yunque, Bs. As., 1975. El subrayado es mío.
[13]Es menester afirmar que Nahuel Moreno criticó el “reformismo” de Pablo, quien postulara el entrismo sui generis dentro de los partidos comunistas europeos en la inmediata postguerra, lo que causó la ruptura de la IV Internacional. Otro recordatorio es que el entrismo en el peronismo no duró ni uno ni dos años sino, por lo menos, cuatro.
[14]Moreno, N: Actualización del Programa de Transición, Antídoto, Bs. As., 1990. Estas tesis fueron presentadas en Bogotá, en 1981. Véase en especial la “Tesis XXXIV: El Entrismo y la Unidad con tendencias centristas de masas”.
[15]Moreno, N: “Tesis sobre el Frente Unico Revolucionario”, en: Escritos sobre Revolución Política, Antídoto, Bs. As., 1990.
[16]Idem. Tesis Vª
[17]Ibidem, Tesis VIIª. El subrayado es mío.
[18]Moreno, N: “El marco estratégico de la Revolución Húngara”, en Moreno, N.: op. cit.
[19] Radio, Hermes, op. cit., pag. 56
[20]Ibídem, pag.58
[21]Moreno, N: “Comentarios en torno a algunas tesis del marxismo sobre los movimientos nacionales”, en Estrategia, año II Nº 3, Bs. As., 1958.
[22]Debo aclarar que la relación de fuerzas objetivas no es determinante en última instancia de la reacción de la clase o del carácter de sus organizaciones, ya que ello sería objetivar un proceso que es también subjetivo y se le restaría la importancia que debidamente adquiere la dirección revolucionaria. Para un análisis del rol de las direcciones vide: Trotsky, L: “Clase, Partido y Dirección”, en Bolchevismo y Stalinismo, El Yunque, Bs. As., 1974
[23]Hernández, J. L.: “Marxismo y clase obrera. Algunas notas sobre un texto de Milcíades Peña”. En: Dialéktica, año VII Nº 10, julio de 1998.
[24]Polit, G. (pseudónimo de Milcíades Peña): “El Legado del Bonapartismo: Conservadorismo y quietismo en la clase obrera argentina”, Fichas, Vol 1 Nº 3, sept. de 1964
[25]Ver: Moreno, N: La revolución latinoamericana, Lima, Chaupimayo, 1962.
[26]Polít, G: op. cit.
[27] Ver: Del Campo, H: “Sindicalismo y Peronismo. Los comienzos de un vínculo perdurable”. CLACSO. 1983.
[28]Esta división tiene una larga historia dentro del movimiento obrero argentino, que se remonta hasta Juan B. Justo y el PS. El PS sanciona la división entre conducción sindical y político/parlamentaria del partido en el congreso de Avellaneda en 1918, pero la tendencia viene desde antes a causa de la influencia de corrientes antipartido en la formación del gremialismo (anarquismo y sindicalismo revolucionario). El golpe de 1943 y el peronismo habrán de operar una inflexión en esta posición política profunda seguida por el movimiento obrero.
[29]En parte aquí está expuesta una de las tesis sostenida por el GIIA que será desarrollada en un artículo que figura como próximo punto de la investigación.