Marina Kabat
Grupo de investigación de los procesos de trabajo – CEICS
En el secundario mi profesora de historia me enseñó que los gauchos argentinos usaban ponchos y cuchillos made in England. Me explicó que los ponchos se tejían con la lana que la Argentina vendía sin procesar a la metrópoli, que así se industrializaba mientras que nuestro país se sumía en el atraso. La venta de materia prima no elaborada y la compra de productos industrializados era la base de la división internacional del trabajo. Esta división se fundaba y perpetuaba merced a la opresión imperialista. La dominación política de los países desarrollados, junto a los modelos político-económicos implementados en los países del sur, garantizaban la continuidad de esta situación. Es decir, obedecía a factores políticos. Por eso, nuevamente según mi profesora, cuando Perón modificó el modelo político y económico las cosas comenzaron a cambiar. Sin embargo, el desarrollo desigual y combinado de las distintas economías nacionales es menos simple que esta explicación comúnmente aceptada. Su fundamento es económico y no político. Por eso, no puede ser revertido por cambios de modelos políticos. El caso de la comercialización del cuero es un claro ejemplo de esto.
En casa de herrero
El desarrollo económico de un país no puede deducirse de premisas generales. Es necesario estudiar su evolución histórica concreta para conocer sus particularidades. Al entrar en ese terreno el investigador muy pronto encuentra trayectorias que desafían las interpretaciones de manual. Por ejemplo, la Argentina tuvo una industria del calzado de importancia antes de poseer curtiembres que pudieran abastecerla. Por ello las primeras fábricas de calzado importaban los cueros que necesitaban. Vacuna paradoja, pese al gran desarrollo de la ganadería, la industria Argentina sufrió una carencia crónica de cueros.
Hasta la Primera Guerra Mundiallas curtiembres locales sólo producían suelas, los cueros más delicados debían importarse. A partir del conflicto bélico las curtiembres locales se perfeccionan y diversifican su producción y logran abastecer al mercado interno. Sin embargo, ahora son las curtiembres las que no obtienen cueros para procesar. Los cueros crudos –la piel no curtida- de mejor calidad era exportada por los frigoríficos y a la industria local sólo le quedaban los cueros desollados en el campo, en carnicerías o mataderos menores. Estos cueros eran de mala calidad con cortes o daños producidos por la garrapata y otros desperfectos.
Una lectura superficial hablaría de frenos externos al desarrollo de la industria argentina: los frigoríficos extranjeros venden los cueros fuera del país desabasteciendo el mercado nacional. Como resultado, apesar de que la Argentina cuenta con las principales materias primas (cueros y tanino), la industria nacional de curtiembres queda en desventaja frente a las competidoras extranjeras. Sin embargo, aquí sólo median procesos económicos y no una opresión política. Los cueros se venden al mejor postor. La industria nacional, de menor escala, menos eficiente y de desarrollo más tardío, no puede ofrecer los mismos precios que sus pares extranjeras. Pierde en una competencia económica. Exactamente lo mismo le ocurre a la industria australiana, que ve cómo sus mejores cueros son exportados.
El amague peronista
¿Puede una política diferente intervenir y modificar los circuitos de comercialización del cuero? ¿Es esto conveniente para la clase obrera? Durante su primer gobierno Perón amenazó hacerlo, pero el pragmatismo y los intereses obreros se impusieron y estas medidas fueron abandonadas sin haber llegado a concretarse.
Corría el año 1946, la Argentina había exportado una importante cantidad de calzado. Ese mismo año se creo el IAPI (Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio) que colocaba en manos del Estado la exportación de gran parte de los productos agrarios, lo que genera la oposición de los ruralistas. Entre otros productos, el IAPI tiene a su cargo la exportación de los cueros crudos (sin elaborar). Los precios de los cueros ese año son bajos y el gobierno prefiere no vender esperando que suban. Pero los cueros sin curtir no pueden estacionarse en forma indefinida pues se pudren rápidamente. A inicios de 1947 el IAPI poseía un millón y medio de cueros comprados a los frigoríficos a un precio de $225 por cada 100 kilos, mientras que en el mercado mundial no había compradores que ofrecieran más que $175.
En ese contexto, Miguel Miranda, presidente del Consejo Económico, informa en la Cámara de Senadores, en julio de 1947, que el gobierno estaba estudiando la industrialización total de los cueros en el país y que el IAPI no aceptaba los precios que se ofrecían en el mercado internacional porque Estados Unidos e Inglaterra actuaban como un cartel que estaba comprando los cueros por debajo de su valor. Miranda señaló también que los cueros no se estaban pudriendo y que, si el IAPI aceptaba venderlos al precio que se quería pagar, nuestro país iba aperder los mercados que había conseguido para el calzado y nuestros obreros iban a quedar en la calle:“El gobierno tiene que contemplar el asunto en forma total y tal vez sea mejor que se pudra cierta parte de los cueros y no que vayan a la calle los obreros nuestros. Tenemos plazas donde exportar calzado, pero no vamos a vender nuestra materia prima barata para que nuestros obreros vayan a la calle. Ese ha sido nuestro punto de vista”.
Por eso insiste con la posibilidad de exportar productos manufacturados y no el cuero, que en ese momento era comprado aun precio de dumping, desde su punto de vista:
“También estamos estudiando la industrialización total de nuestros cueros, porque considero que es ridículo que siendo grandes productores de cueros, y tal vez el país principal productor de tanino, vendamos a vil precios esos productos, en vez de industrializarlos totalmente. Al hacerlo, no solamente daremos mayor valor a la producción, sino que también emplearemos muchos obreros y obtendremos más divisas”1
Sin embargo, éstas no pasaron de ser afirmaciones coyunturales, expresadas al calor de los hechos y frente a las acusaciones de que se pudrirían los cueros en poder del IAPI. Pronto, la mejora de la cotización hizo que estas ideas se descartaran. Los cueros se colocaban preferentemente en el mercado externo al precio que en él regía. A su vez, el IAPI redujo su participación directa en este sector. Por ello, se renovaron las quejas de los curtidores por los precios de venta de los cueros. A las demandas de la Cámara Industrial, Miranda “le contestó a los curtidores que la cuestión del precio no podía solucionarse, pues los precios estaban ligados a la res en general y la variación del uno hacía variar el otro. Así, si baja el precio del cuero, tendría que subir el precio de la carne y eso no era posible”.2 Subsidiar a las curtiembres vendiéndoles a precios re- bajados no sólo disminuiría los ingresos argentinos por exportaciones, sino que encarecería la carne consumida por los obreros. Por ello el IAPI se limitó a vender pequeñas partidas a las curtiembres nacionales, especialmente en los años de mayor escasez de cueros, mientras que orientaba el grueso de las ventas de los cueros de los frigoríficos hacia los mercados internacionales.
Nacionalismo tardío y subsidio obrero a la burguesía industrial
Los reclamos de las curtiembres finalmente se hicieron oir en los setenta y se aplicó un fuerte impuesto a la exportación de los cueros crudos. Desde entonces esta medida fuerza a los frigoríficos a vender sus cueros a la industria local a precios substantivamente menores a los que prevalecen en el mercado internacional. En su momento se esperaba favorecer el desarrollo de una industria con potencial exportador. Sin embargo las curtiembres argentinas no lograron nunca una posición destacada en el mercado mundial. Las causas de esta menor competitividad han de ser tema de otro artículo, pero puede señalarse que se relacionan con una baja escala productiva y la ausencia de una industria química nacional a la altura de las circunstancias que pudiera actuar como una proveedora eficiente.
Los subsidios sólo enriquecieron grandes grupos como los Yoma sin gestar una industria verdaderamente competitiva. Los obreros, pagando más cara la carne, financiaron a este sector. Un sacrificio inútil porque, como dijimos, la industria no prosperó. En el 2005 Lavagna estuvo por eliminar la protección a las curtiembres, con el objetivo de bajar el precio de la carne, pero Kirchner dio marcha atrás con la medida al año siguiente. Las curtiembres alegan que este beneficio sólo llega a representar 5 centavos más por kilo, pero eso significa millones de pesos al año pagados por los consumidores, centralmente la clase obrera, a la burguesía nacional y extranjera.
Hoy en medio de la crisis este conflicto interburgués se agrava dado que las industrias involucradas en la rama son, junto con el sector bancario y automotriz, las más afectadas y encabezan la lista de despidos y suspensiones. A los argumentos cíclicamente repetidos por décadas, las curtiembres ahora añaden la defensa de puestos de trabajo. Por eso hoy es conveniente tener en claro que las debilidades de la industria nacional no podrán ser salvados median- te subsidios públicos. Los mismos no resolverán el problema, como no han podido hacerlo hasta ahora. No se trata de voluntad política, sino de capacidad económica. El capitalismo como sistema social tiene límites. El capitalismo argentino, tardío y de tamaño chico, tiene márgenes más estrechos aún, por más subsidio que se invente. Esto es lo que nos toca en este contexto. Si no nos satisface debemos comenzar a mirar otros horizontes sociales.