“Si los hombres de antes no estaban tan bien dotados como nosotros lo estamos de las artes, tampoco lo estaban para la guerra. Una guerra que ahora devora tierra y mar, y es más, también consume la vida interna de cada ciudad, donde, a título de actividades legales y luchas de partidos, los hombres procuran de palabra y de hecho hacerse daños unos a otros. Sí, aquellos hombres de la antigüedad eran más sencillos pero eran también más hombres, más justos en todos los terrenos.”,
Platón
“La amistad danza por el mundo entero anunciándonos a todos que nos despertemos para la felicidad”,
Epicuro
Por Pablo Lucero – En las palabras citadas más arriba vemos, con el dramatismo y la nostalgia reaccionaria que caracteriza a Platón, el camino por el que estaba transitando Atenas y, en particular, las ciudades democráticas de la antigua Grecia. Tiempo más adelante, la situación político-social distaba mucho de ser mejor. La sociedad del joven Epicuro había agudizado la rígida división de social que caracterizaba a la Atenas democrática. La democracia había degenerado completamente. La vida pública se había reducido a un ínfimo número de familias, quienes concentraban las mayores propiedades.
Luego la muerte de Alejandro de Macedonia en 323 a.C., los atenienses que se opusieron a sus políticas consideraron que ya era tiempo de recuperar la hegemonía perdida e incitaron a todos los griegos a la sublevación. El resultado fue desastroso y la guerra terminó rápidamente con los rebeldes. Antípatro se presentó victorioso y la calidad democrática ateniense sufrió uno de sus más duros golpes: sólo 9.000 de 30.000 ciudadanos libres conservarían sus derechos cívicos. El carácter oligárquico de la ciudad estrangulaba a la organización social misma.1 Es este contexto donde va a intervenir Epicuro, allí disputará contra las reaccionarios planteos de la Academia (escuela fundada por Platón) y el Liceo (escuela fundada por Aristóteles). A los esfuerzos de sus oponentes por afirmar la prioridad del alma en el universo, de las causas finales o formales, sobre las causas eficientes, Epicuro y, más tarde, Lucrecio enfrentarán la explicación de todas las cosas por el solo juego de fuerzas materiales.
Epicuro y la concepción de la naturaleza
Epicuro nació en Samos hacia finales del año 342 a.C. Su vocación por la filosofía se inició muy tempranamente, a la edad de catorce años. En 306 funda su mentado “Jardín”, donde dictará sus enseñanzas hasta los 72 años, edad en la que perece. El sistema de Epicuro se plantea conforme a su idea básica de que un verdadero conocimiento de la naturaleza de las cosas es el mejor remedio para los males de la humanidad, tanto para el individuo como para la sociedad. En este sentido, para la concepción epicúrea, la ciencia debe ser verdadera, puesto que, si no, no puede servir a una finalidad ética ni a ninguna otra. Aquí es donde se diferencia de la creencia platónica de que el remedio para los males del hombre era la mentira edificante.
El sistema atómico fue la base de todas sus enseñanzas, ya que en él se ofrecía una explicación racional y naturalista de los fenómenos celestes. Epicuro es, sin duda, heredero de la lucha que la ciencia jónica llevara a cabo cientos de años antes. Epicuro es el primer organizador de un movimiento para liberar a la humanidad de la superstición.2
Según la concepción medieval de Aristóteles, la materia estaba compuesta por cuatro elementos (agua, fuego, aire y tierra) y era estática. Para el atomismo jónico, sin embargo, desarrolló, de la mano de filósofos como Leucipo y Demócrito, una visión de la naturaleza radicalmente distinta, conformada por átomos que se encontraban en continuo movimiento.3 Adoptando este atomismo, Epicuro se opondrá tanto a las concepciones aristocráticas de la Academia y del Liceo, como al determinismo físico de los primeros atomistas. Contra estos últimos defenderá la posibilidad de la libertad humana. De esta encrucijada de atomismo y libertad, surgió una de las teorías más originales, pero a la vez más extrañas, de la antigüedad: la teoría de la “desviación espontánea” de los átomos, conocida en latín (gracias a Lucrecio) como clínamen, el tercer movimiento de los átomos.4 Los átomos tienen tres tipos de movimiento: el vertical, producto del peso; el choque que produce cambios en la dirección del átomo; la desviación espontánea.
Más allá de la justicia: la amistad
Tras todo el desarrollo de la filosofía natural de Epicuro se encuentra la búsqueda de un sólido material donde edificar una ética que no pretenda imponer ideas preconcebidas por sabios autoproclamados, sino que los valores y los lazos broten de la misma realidad. Busca, por un lado, denunciar las deformaciones ideologizantes de su época y, por otro, desarrollar un sistema que brote de la esencia misma de los seres humanos: su naturaleza social, es decir, la amistad. Estos preceptos, podrán juzgar los lectores, no es Epicuro quien los formula por primera vez, pues ya Aristóteles habíase preocupado por estos problemas. Veamos, entonces, la sustancia y la ideología que el último filósofo de la polis proponía.
El Estagirita dedica los libros VIII y IX de su Ética a Nicómaco al estudio de la amistad. Afirma, desde el principio, que se trata de una virtud o que va acompañada de virtud, y estima que es lo más necesario para la vida. Sin amigos nadie querría vivir –sostiene- , aunque poseyera los demás bienes, porque la prosperidad no sirve de nada si se está privado de la posibilidad de hacer el bien, la cual se ejercita, sobre todo, respecto de los amigos. Asimismo, en los infortunios se considera a los amigos como único refugio.5
Según Aristóteles, los hombres, aún siendo justos, necesitan la amistad; y los hombres justos son los más capaces de amistad. La amistad es, además de necesaria, bella. A continuación, Aristóteles expone tres clases de amistad. En cada una de ellas se da la reciprocidad; sin algún tipo de reciprocidad, la amistad es imposible. La primera es la amistad perfecta o virtuosa, que se da entre los hombres buenos e iguales en virtud, ya que éstos quieren el bien el uno del otro en cuanto que son buenos, y son buenos en sí mismos. La segunda clase de amistad es la de aquellos que se quieren por interés. La tercera corresponde a la amistad de los que se quieren por el placer. Tanto en los que se quieren por interés, la amistad obedece al propio bien; y en los que se quieren por el placer, a su propio gusto. En estos casos, la amistad se subordina a los bienes inmediatos, materiales y mezquinos de los individuos.
La amistad, en Epicuro, perderá su relación con la política en sentido aristotélico y la traspasa al orden de la naturaleza, dando al término una acepción universal en el tiempo y el espacio. Mientras la amistad con Aristóteles estaba localizada en el contexto de la polis, con el helenismo se abre a un espacio cosmopolita y tiene un alcance más universal, al mismo tiempo que un sentido más íntimo. Como decíamos, si bien Epicuro considera a la amistad como necesaria para la propia felicidad, este interés individual es inescindible del interés colectivo. El amor propio (sin confundirlo con arrogancia o vanidad), es, a su vez, amor a la humanidad. Sin duda la amistad esta atravesada por una dialéctica particular-universal, cuya objetivación trae como resultado la felicidad.
En cuanto a la amistad y la sociedad, los epicúreos sostenían que una sociedad de amigos no necesitaría de justicia, leyes e imposiciones morales cualesquiera. Ésta es la alternativa que postulaban ante la completa falta de escrúpulos que representaban de hecho los funcionarios públicos de su momento. En este sentido, cabe señalar que la noción de Aristóteles sobre la amistad debía estar fundada en la “igualdad” o “semejanza” entre los amigos: claro está que los esclavos y las mujeres, bajo ningún punto de vista eran “semejantes” y mucho menos “iguales”.
La potencia revolucionaria de Epicuro es notable en este aspecto, puesto que no existía ningún “requisito” previo para ser amigo, fuera éste esclavo, mujer o niño. El construir una ética sobre la base de relaciones reales es un descubrimiento fabuloso de Epicuro. Esto, a su vez, marcará su opción de construir una sociedad fuera del ámbito de la “política” ateniense. En su Jardín (así era llamada su escuela), la ética debía estar fundada en una sociedad sin clases; he ahí la hazaña del “ascetismo”, el retirarse de la vida política aristocratizante de los atenienses era oponerse la dictadura de cualquier tirano o filosofo de turno. Era recrear una sociedad sobre la cual la clase ya no signifique más nada más que un mal recuerdo de la humanidad.
Los amigos, sostiene Epicuro, nos proporcionan seguridad y nos liberan del dolor y la frustración; esto es, producen elementos beneficiosos para sí mismos. Aquí notamos un doble carácter de la amistad, ella es, a su vez buena y querida para el sujeto particular, y buena en sí misma. El beneficio “utilitario” de la amistad es que realiza a los sujetos como una especie de esencia genérica, los humaniza, los dignifica; pues allí encuentran su naturaleza social y, a la vez, racional. La amistad hace de medio y de fin al mismo tiempo, es en sí misma un estado placentero de felicidad.
Los caminos (sinuosos) de la felicidad
La intervención de Epicuro, no se puede entender sino se comprenden la características históricas y el desarrollo de la lucha de clases en la Antigüedad. El “separatismo” epicúreo, aislamiento de la política puede parecer, superficialmente, un retroceso frente a la defensa aristotélica de la política. Pero la política que defiende Aristóteles es la política esclavista. El rechazo de Epicuro es el rechazo de ésa política, en nombre de una “amistad” que destruía clases y privilegios. De allí el carácter subversivo que se atribuía a sus doctrinas en la Antigüedad. Esa política de la “amistad”, bien puede hoy recibir otro nombre. Espero que el lector no se sorprenda si pienso en el socialismo, mientras escribo esta conclusión.
Notas
1García Gual, Carlos: Epicuro, Alianza, Madrid, 1983, pp. 15-18.
2Farrington, Benjamin: Ciencia y política en el mundo antiguo, Ciencia Nueva, Madrid, 1965, cap. X.
3Bellamy Foster, John: La ecología de Marx, Viejo Topo, España, 2000, cap. I, pp. 70-73.
4El primero en notar este gran descubrimiento de Epicuro fue el joven Marx allá por 1841 en su tesis doctoral: Marx, Karl, Diferencia entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y Epicuro, Sexto Piso Editorial, México, 2004
5Aristóteles: Ética a Nicómaco, IX, 1170 a 13-17.
Muy interesante.