Gabinete de Educación Socialista
Lo hemos dicho hasta el hartazgo: no se puede modificar la realidad sin conocerla. Por eso, el punto de partida de nuestras posiciones político-sindicales es el balance particular sobre la situación en que se encuentra la educación argentina hoy. El largo camino que va de Sarmiento al socialismo.
En el número 86 de El Aromo publicamos una nota titulada “De Sarmiento al socialismo”. En ella buscábamos explicar la relación entre el sistema educativo y el devenir de las relaciones sociales capitalistas. Proponíamos reflexionar sobre la larga marcha de la escuela capitalista, su auge, su ocaso y cómo ese “sin salida” nos interpela a nosotros, los revolucionarios, a buscar una salida superadora. La nota mostraba cómo las consecuencias de esa dinámica de ascenso y declive de las relaciones sociales de producción reconfiguraron algunas de las características de la escuela y de la educación -siempre clasista- que recibe la clase obrera. Más bien se trataba de un punto de llegada y de síntesis de una serie de reflexiones anteriores. Conviene repasar el planteo porque las conclusiones que se desprenden tienen un carácter político programático concreto que todo partido revolucionario debe abordar.
De la esperanza al cinismo
Un punto de partida peliagudo: cómo pensar las luces y sombras de un “aparato ideológico” como es la escuela y su relación con la vida social. Ese interrogante contenía ya varios presupuestos: es el interés de la burguesía el que estructuró la escuela, lo hizo de determinadas formas que fueron cambiando a lo largo del tiempo, la clase obrera recibió algo que no es neutral y dada la implicancia política que se desprende del hecho educativo nada de lo que allí ocurra nos puede ser indiferente. En suma, implicaba preguntarse entonces qué se juega la clase obrera en la escuela. En parte, se trataba de dar una discusión estratégica que permitiera ordenar una serie de planteamientos en torno a las formas de inclusión. Si entendemos qué hace nuestro enemigo de clase y cómo lo hace podremos darnos nuestro propio horizonte político de acción. Si entendemos que la escuela reproduce ideología, pero precisamente por ello hay una batalla ahí para dar, trascenderemos la mera lucha corporativa (económica) y colocaremos al docente como agente pleno en el proceso de transformación. Tal proceso implica pasar de la lucha sindical a la política fijando discusiones estratégicas.
De “Sarmiento al socialismo” repasaba la dinámica de la escuela sarmientina y su ocaso como forma de evidenciar la degradación actual del sistema educativo, del proceso pedagógico y de sus protagonistas: docentes y alumnos. Ayer el kirchnerismo y hoy el macrismo se encargan de denostar la utopía sarmientina y su escuela. Una escuela rígida y homogénea que atentaba contra la diversidad, dicen. La izquierda cae en el mismo lugar común producto de una mirada simplista que no puede trascender el concepto de “reproducción”. Se pierde así de ver los cambios de esa misma función y comprender sus tareas. Como resultado abraza lo que no debería (Fines, bachilleratos, política de inclusión), se pierde detrás de fantasmas (el capitalismo en crisis necesita la privatización) y de verdades de Perogrullo (el capitalismo busca siempre ganancia).
La educación de la diversidad, de la inclusión, decíamos, sigue siendo una educación clasista, pero en un sentido distinto: una educación adaptada a las posibilidades de cada clase donde se garantiza miseria para los pobres y excelencia para los ricos, ya cerradas todas las posibilidades de promoción social habilitadas en la etapa anterior. Una educación degradada operada a partir de las políticas de descentralización educativa, proceso que, con diferentes excusas, permite copiar las situaciones locales de miseria ambiente. El resultado: fragmentación, descomposición y el abaratamiento de eso que se llama escuela. En definitiva, se trata de un horizonte embrutecedor para el conjunto de la clase obrera, promovido por sus verdugos y defendido por quienes deberían ser sus salvadores. Por eso, la vuelta del analfabetismo es una realidad que golpea al país en la etapa actual. Si bien es un fenómeno difícil de percibir, dados los programas de titulación despunta al mirar el rendimiento educativo. Que esta realidad sea negada o justificada muestra la cara cínica del progresismo y el anti-intelectualismo de la izquierda, a la que pareciera le da todo igual.
¿Qué le proponíamos al lector? Que pensara a partir de ciertos grandes números (el uso de la ciencia) la evolución del sistema educativo de Sarmiento a nuestros días. Porque la escuela no flota en el vacío. Que revisara los grandes lineamientos de la política educativa atendiendo a la evolución del capitalismo argentino en un ciclo de ascenso y otro de descomposición. Que entendiera que la historia no está prefigurada de antemano (Sarmiento se impuso sobre otros y nuestras batallas también requieren intervención) y, por último, sacar las conclusiones lógicas del caso (un programa para la acción). No se trataba de defender a Sarmiento sino de mostrar que su escuela estaba empujada por la dinámica de una sociedad (capitalista) en ascenso. La descomposición de esa sociedad necesariamente descompone la escuela. Por eso, muchas cosas parecen su contrario. Por ejemplo, el aumento de la obligatoriedad escolar no es un avance en el despliegue de contenidos educativos, sino en un instrumento de contención de la crisis social.
Ciencia y política
Llegado a este punto, hay que preguntarse por qué esa discusión era (y es) importante. Lo hemos dicho hasta el hartazgo: no se puede modificar la realidad sin conocerla. Por eso, el punto de partida de nuestras posiciones político-sindicales es el balance particular sobre la situación en que se encuentra la educación argentina hoy. El progresismo, en todos sus matices, propone hoy una pedagogía de la resignación. Encubren la dimensión clasista del sistema y suponen que las contradicciones tienen arreglo dentro de este sistema social. La crisis educativa sería el resultado de malas decisiones: malas políticas y malos políticos. En la etapa actual, básicamente aquellos que no entendieron que el formato tradicional no iba más.
De los políticos, a los docentes hay un solo paso y los intelectuales K y M lo dieron. Resulta que los docentes son culpables del fracaso porque, formados con viejos modelos, no saben enseñar a las poblaciones obreras, no saben evaluarlos y son autoritarios, cuando no vagos, corporativos y una larga lista de adjetivos. Los docentes también habrían canonizado esa vieja escuela. Su propuesta: consideración y misericordia pedagógica para encubrir el fracaso no de la escuela sino de la sociedad. ¿Qué hicieron entonces? Apoyaron la mayor fragmentación posible del sistema, a través de la descentralización, para romper con esa escuela homogeneizadora. Una nueva estrategia acorde para una sociedad con niveles de pobreza, desocupación e informalidad nunca antes visto. Una escuela degradada para la población sobrante. Cada quien recibiría lo necesario a su lugar social: una escuela pobre para pobres. La descentralización lo garantizaría. Esta estrategia les permitió ahorrar recursos y ubicar a la escuela como espacio de contención social. Se encargaron de adornar la miseria con bellas palabras. Sarmiento no iba más y era la hora de Freire. Así aparecieron los formatos flexibles, la adaptabilidad, las evaluaciones flexibles, la defensa de la gestión comunitaria de la escuela, las ‘escuelas’ FINES, la para-estatalización. En definitiva, una escuela para la descomposición.
En ese cuadro, la izquierda no contribuye a la clarificación política. Si bien acierta allí donde el progresismo falla -y entiende que los problemas de la escuela se hallan en la dinámica específica del capitalismo- cree equivocadamente que el problema a combatir es la privatización. Lo hemos desarrollado muchas veces: no es un problema de fe es un problema de números. Y, lamentablemente, la estadística no verifica ese planteo. Como la izquierda se encuentra incapacitada para verlo (por ceguera voluntaria) encamina la lucha docente contra las tendencias a la privatización y mercantilización educativa. No solo se organiza contra un problema inexistente sino que pierde de vista el problema de la degradación. Esa concepción la incapacita de ver que la población obrera no se queda afuera de la escuela porque no puede pagarla. Al contrario, está más adentro de la escuela que nunca. Pero de una escuela vaciada de todo contenido. Al no verlo, termina defendiendo y usando las armas que nuestro enemigo de clase pone en juego para la destrucción de la escuela y, en la práctica concreta, entiende que la nacionalización del sistema educativo puede ser un “detalle” menor en las alianzas que traza.
No se trata de volver a la escuela de Sarmiento sino de superarla. Su escuela forma parte de una sociedad que no existe más. La degradación es el resultado de la degradación social, de las transformaciones tecnológicas que hacen obsoleta una clase obrera educada, de la expansión de la población sobrante para las necesidades del capital y de la pauperización creciente de las masas. Por eso, un partido debe poner esos elementos sobre la mesa. Si queremos una educación que esté al servicio de la lucha de los trabajadores por un mundo radicalmente distinto debemos defender una educación científica que devele los hilos que atan la dominación capitalista. Esto es ir, de Sarmiento al socialismo. Las conclusiones de ayer son válidas hoy y habilitan a la construcción de un nuevo programa.