El fantasma de la privatización y la degradación educativa en la etapa kirchnerista, 2003-2014. Epílogo a la segunda edición de Brutos y Baratos, editado por Ediciones ryr.
Debemos dejar de repetir fórmulas gastadas. No es la privatización. No habrá solución al problema de la degradación educativa hasta que tomemos el problema (real) de la educación en nuestras manos. Previamente debemos luchar, ganar y reorganizar la vida social.
Romina De Luca
Grupo de Investigación de Educación Argentina-CEICS
Hace ocho años, este libro batallaba contra una idea profundamente arraigada en el imaginario social, aquella que identifica los males de la educación con la privatización. Brutos aportaba cifras, cuadros y gráficos donde mostraba los bajos niveles del circuito privado de educación, en general, y su evolución entre 1958 y 2001, en particular. Se advertía que la interpretación privatista impedía identificar el verdadero problema de la educación argentina: su degradación. Mostrábamos que en lugar de privatizarse el sistema educativo se descentralizaba. Se pasaba de una gestión nacional a otra provincial y ese cambio parecía ser vector de una estrategia de clase que unificaba al personal político más diverso. Parece increíble, hoy, que el fantasma de la privatización regrese otra vez. En esta oportunidad, en el análisis de la dinámica educativa post 2001.
Según los defensores de la tesis privatista, la década kirchnerista (2003-2015) representaría uno de los momentos más álgidos en este proceso. Al ritmo de expansión del circuito privado se le sumaría un fenómeno “nuevo”: la migración de alumnos del sector público al empresarial. Aquí analizamos distintos indicadores que discuten ese diagnóstico y confirman el aporte de este libro. Sub-registros censales combinados con “notables mejoras” en el rendimiento interno del sector público, explican mejor lo que sucede en la educación argentina que el supuesto éxodo estatal. La discusión sobre la privatización impide comprender el problema real: la degradación. Lejos de privatizarse el sistema educativo se estatiza. Sin embargo, ello no implica una victoria. La estatización va acompañada de una mayor degradación. Circulación rápida en el nivel primario, permanencia y egreso vaciados de contenidos, procesos educativos más largos y fragmentarios en media, son algunas de las marcas de la nueva “inclusión estatal”.
El convidado de piedra en la escuela primaria
Si tomamos los datos oficiales, la privatización del sistema crecería en todos los niveles con excepción del nivel superior no universitario. Entre 2003 y 2014, la participación privada crecería 4% en el conjunto de la modalidad, al pasar de un 25% a 29%. En el nivel inicial crecería 6% al pasar de 28% a 34%. Igual crecimiento registraría en el nivel primario al pasar la participación privada de 21% a 27% , mientras que en el nivel secundario solo ganaría un punto al pasar de 27% a 28%. Las trayectorias disímiles de la gestión pública y la privada en el nivel primario empujarían la privatización. En once años, la gestión privada incorporó a la escuela primaria 245.801 alumnos. Pero bajo el kirchnerismo, el crecimiento interanual de los alumnos del sector privado se encuentra en los mismos rangos que desde la década del ‘60 fluctuando en promedio entre 30.000 y 48.000 como pico cada año. En segundo lugar, el ritmo de incorporación de alumnos también guarda relación con el ciclo económico: se recupera luego de la caída del 2001 y crece hasta 2008, a partir de ese año se retrae. ¿Y entonces?
El conjunto del nivel primario se contrae como producto de la disminución de la matrícula pública. En once años, la escuela primaria común achica su matrícula en 167.687 alumnos, empujada por la reducción de la matrícula estatal. Pero esa tendencia no resulta coherente si se lo cruza con otras variables: los nacimientos aumentaron, disminuyó la mortalidad infantil (menores de un año) y las tasas netas y específicas de escolarización primaria también crecieron. La caída de la matrícula pública no aparece compensada por el crecimiento de la privada, lo que sería de esperar si se produjera el ya mentado “traspaso”.¿De dónde vienen esos raros números?
Hay algo que no ha sido tomado en cuenta en los análisis sobre el tema: la reducción de la matrícula pública se corresponde con una fuerte contracción de la repitencia y de la deserción a partir del 2003. Desde su asunción, el kirchnerismo privilegió la “permanencia y el egreso” de los niños de cara a garantizar una escuela “inclusiva”. Ya desde el 2004, se sugirió que ni la repitencia ni la deserción eran válidas pedagógicamente hablando.Permanencia y egreso implicaba mejorar la promoción efectiva de los alumnos, disminuir el abandono y la repitencia. Todas esas variables harían disminuir también los alumnos con sobre-edad en la escuela. De hecho, al analizar la evolución de esos indicadores de “eficiencia interna” del sistema educativo bajo el kirchnerismo, se explica gran parte del “adelgazamiento” de la matrícula estatal.Parte de lo que aparecía como caída de la matrícula pública en realidad no es más que la circulación ahora acelerada de 525.000 niños por el sistema. El supuesto crecimiento de la privatización cae a prácticamente la mitad. Pero los datos poblacionales muestran además que, existen amplios sectores que no estarían accediendo a la escuela lo que ya vuelve a la “privatización” casi nula. Si antes la matrícula pública estatal se “abultaba” con repetidores y alumnos con sobre-edad, ahora la escuela los hace transitar en forma “ideal”. Un aparente éxito que contrasta con la contra-pata de un horizonte embrutecedor donde uno de cada tres, al finalizar la escuela primaria, no puede comprender lo que lee.
La nueva escuela secundaria
En lo que respecta al nivel medio, ya los números oficiales descartan la privatización. Según esas cifras, el sector privado conservó sus valores durante la era K. La escuela secundaria se expandió sumando más alumnos como correlato del aumento de la obligatoriedad pero, a pesar de todo, no logró retenerlos. La mayoría de los indicadores internos permanecieron estancados. Otros, como el de sobre-edad empeoraron definitivamente. Así, en la escuela pública apenas el 43% que inició sus estudios logró llegar al último año de la secundaria mientras en la escuela privada lo hizo el 80%. Del 43% estatal, solo las tres cuartas partes egresa. Si la escuela estatal retuviera su matrícula, la estatización del nivel subiría seis puntos alcanzando un control sobre el 79% de los alumnos. El 70% expulsado por el circuito común público tradicional circula por otras modalidades en forma más tardía. Así, la matrícula de adultos crece como resultado del fracaso de la educación común. En las escuelas de adultos la matrícula se rejuvenece, captando cada vez más estudiantes en la franja etaria 18-29 quienes discontinuaron su educación en los años previos. Pero la escuela de adultos no será su destino final: muchos serán luego absorbidos por los circuitos de educación y titulación exprés como el Plan Fines 2.
La extensión del sistema educativo a través del aumento de la obligatoriedad incrementa la matrícula del sector estatal, que la absorbe de diversas maneras. Mientras en el nivel primario, el Estado la hace circular más rápidamente, en el secundario la hace atravesar por distintas modalidades (de la escuela común a la de adultos) para decantar la titulación en los programas de cursado acelerado o de terminalidad exprés. Si bien oculta los datos, el mismo gobierno se encarga de admitir el impacto de esos programas de secundaria exprés en las tasas de egresos de alumnos.
Así, el sector privado crece hasta alcanzar un límite que parece más un techo que un piso. La educación de masas se estatiza. Pero lo hace bajo una nueva forma, más degradada, que altera las tendencias tradicionales entre las distintas modalidades y los indicadores internos del sistema de forma tramposa, compulsiva y ficcional. Percibir ese nuevo fenómeno y sus consecuencias se hace más complejo, porque todo se viste con el ropaje ideológico de la “inclusión”. Desde “el Argentinazo” a nuestros días, la construcción del “relato” kirchnerista destruyó buena parte de los indicadores estadísticos, echando por tierra los datos censales más elementales (incluyendo los poblacionales). Se encargó de que sus “índices” negaran la existencia de pobreza, de desempleo, de inflación, de deserción, de repitencia, de analfabetismo. El papel de la ciencia (y más aún de aquella al servicio del socialismo) es el de reubicar datos a mano, juntar otros, pensar y repensar un problema.
El valor de la ciencia
Producto del arrasamiento de las estadísticas, el análisis aquí presentado requirió tiempo y esfuerzo, pero demuestra la vitalidad y la importancia del análisis científico para intervenir sobre la realidad. Tanto la izquierda como la derecha coinciden en el diagnóstico: la educación se privatiza. El error tiene implicancias políticas. La izquierda construye su política sindical denunciando la privatización y los subsidios que recibe el sector. Reclama por una educación estatal abstracta. Así, batalla contra fantasmas y pierde de vista el problema real de la educación: su degradación. Las políticas de inclusión no han sido más que una estafa para el conjunto de la clase obrera.
La decadencia educativa no es más que el reflejo de la degradación de las relaciones sociales que estructuran al sistema social capitalista. La degradación educativa manifiesta la evolución de la dinámica social. Hace décadas que la clase obrera argentina profundiza su fractura. De un lado, su fracción minoritaria más educada y mejor paga compuesta por docentes, médicos, periodistas, diseñadores, programadores, mecánicos, técnicos, maquinistas, petroleros, etc. Del otro, una amplísima capa de población sobrante que asume la forma de desocupados, trabajadores informales, changarines, pobres, cartoneros, trabajadores textiles, marginados y una larga lista de etcéteras. La mayor parte de esta última capa debe su forma de existencia a la caridad pública o privada, ya que su vida se encuentra completamente desconectada de los mecanismos productivos capitalistas. Esa población “le sobra” a este sistema social y, por ende, la burguesía no necesita prepararla para el trabajo. Por lo tanto, tampoco necesita educarla. Esa población forma parte de la masa de maniobra del sistema que solo puede garantizarle niveles de vida infrahumanos. Le brinda la Asignación Universal por Hijo o un Plan Progresar como prenda de cambio para mantener una ligazón clientelar. Y esa es la población que el Estado dice “incluir” en la sociedad.
Esa población es rehén de una ficción pedagógica. O bien no ingresa a la escuela y nadie parece advertirlo porque el Estado mismo lo niega, o es incluida en el sistema educativo, incluso por más años, para recibir una educación vaciada completamente de contenidos. Como vimos, por lo menos, medio millón de niños circulan en forma veloz por el sistema. Se gradúan, sí. Se titulan, sí. Pero siguen sin entender lo que leen. La contracara de la mejora en los indicadores internos es un sistema educativo abaratado que, a sabiendas de que solo cumple una función ideológica, se encamina a recortar el tiempo real de estudios. Poco importa que la ficción se complete con el aumento de la obligatoriedad. Contención, permanencia y egreso es la función actual de la maquinaria de titulación en la que se ha convertido la escuela. En la escuela secundaria, los jóvenes siguen siendo expulsados del sistema. Recuperarán su escolarización en circuitos de adultos o paraestatales para conseguir aquello que necesitan: un certificado de buena conducta detrás de un título secundario. La educación de amplias capas de la clase obrera es cada vez más larga y fragmentada. No extraña que, en el mejor de los casos, egresen apenas alfabetizados: con mucha suerte, comprenderán un texto sencillo.La escuela se convierte en una caja vacía. Porque, una vez más, nos quieren brutos y baratos en una escuela degradada. Eso es lo que le conviene a la burguesía.
Debemos dejar de repetir fórmulas gastadas. No es la privatización. No habrá solución al problema de la degradación educativa hasta que tomemos el problema (real) de la educación en nuestras manos. Previamente debemos luchar, ganar y reorganizar la vida social. Pero no tendremos una intervención certera si no logramos visualizar los verdaderos problemas de la agenda revolucionaria.