Quinta columna

en El Aromo nº 7

 

Por Leonardo Grande, GIIA

 

Razón y Revolución es una organización cultural de izquierda. No habla en representación de ninguna de sus expresiones partidarias porque no nos corresponde ese derecho. Respetamos demasiado a compañeros que hace decenas de años vienen luchando en las peores condiciones, como para atribuirnos una representatividad que hay que ganarse en la calle. Sin embargo, hacemos nuestra toda su historia, con los errores y las victorias que la jalonan. Reivindicamos y defendemos los actos de la izquierda porque son el pasado vital del que nos nutrimos. Horacio Tarcus -historiador y dueño del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CEDINCI)- ha insultado a la izquierda argentina. Otra vez. Nos ha insultado. Y no se debe a su ofensa reiterada que decidamos responder, sino a que ya es tiempo de colocar al personaje en su lugar: desfiguración de la realidad, análisis superficial, idealismo mediocre y lamentable que ha ayudado a producir los resultados que achaca a las organizaciones partidarias.

En declaraciones al sitio de internet lavaca.org Tarcus explica el fracaso electoral de la izquierda en el 2003 por las “raíces históricas” de su forma de hacer política: “La izquierda tradicional, lo que no controla trata de aplastarlo […] Porque la lógica es intervenir el conflicto, tratar de dirigirlo y ganar la mayor cantidad de dirigentes para, dentro de esa pulseada de la izquierda, decir en su periódico implícita o explícitamente: ‘nosotros controlamos este conflicto’ […] Por lo que logro descifrar a través de lo que leo en los periódicos o de dialogar con alguno de sus militantes, o de ver cómo funcionan hoy dentro de las asambleas o del movimiento piquetero, la lógica de los partidos de izquierda es una lógica instrumental de la política, es una ética pragmática y es un modo de hacer política a expensas del movimiento social, parasitando el movimiento social […] Cada grupo de izquierda sueña con tener un grupo piquetero propio. Y eso le hace un enorme mal no solo a la propia izquierda sino a todo el movimiento social.”. Tarcus es tajante “la izquierda argentina, con las organizaciones políticas y los líderes existentes, es irreformable; es una izquierda absoleta, no tiene posibilidad de recuperación.”. La izquierda partidaria (comunista, trotskista y maoísta) ha parasitado –según Tarcus- “el campo de los derechos humanos, entre los estudiantes, con los piqueteros y con las asambleas”. Según este señor, la izquierda ha corrompido el proceso del 19 y 20 de diciembre del 2001, que quería “que se vayan todos”, incluso los partidos de izquierda. Esto lo lleva a plantear que el problema de esa lógica parasitaria está en la tradición leninista que es autoritaria, dogmática y sectaria: “Al modelo de organización que se remonta a los tiempos leninistas y a los viejos partidos comunistas, de donde salen todos los moldes y que está a contrapelo de la cultura y la sensibilidad políticas de la emergencia militante, de los jóvenes de hoy. Esa forma identitaria cerrada y doctrinaria de pensar, ese modo eclesial o de secta de vincularse, de captar al movimiento social y hasta de parasitarlo, esa concepción política totalmente instrumental.”.

El señor Tarcus hace tiempo que viene haciendo gala de su capacidad intelectual para explicar la realidad social en los medios de comunicación. Ha cobrado cierta fama entre cierto público a pesar de que (o tal vez porque) sus análisis no son más que un acopio de lugares comunes del discurso autonomista y macartista posmodernos. Saca tarjeta de intelectual “iluminado” amparado en su oficio de archivista y en su pasado militante en el PO, lo que le permitiría hablar “con conocimiento de causa” sobre la izquierda. Pero sus dichos muestran que nunca ha superado una concepción idealista e individualista del funcionamiento de la sociedad. Para él, la izquierda es un fenómeno ajeno a la realidad de las clases que construyen la política. Así, desde su óptica, se deduce que el partido bolchevique salió de la nada. Pero para cualquiera que defiende un materialismo elemental, la realidad es otra: las organizaciones políticas son elementos constitutivos y constituyentes del desarrollo de las clases a las que pertenecen. No son elementos “caídos de afuera” sino partes activas del movimiento. Y, por lo tanto, no pueden explicar esa realidad de la que emergen, sino que son explicables por ella. Pero además –siempre según esta filosofía de la historia- las masas son para Tarcus una sumatoria amorfa de individuos carentes de capacidad creativa propia, que se dejan “parasitar” y corromper contra su voluntad “verdadera” por militantes de la “vieja izquierda”. ¿Y esto es una visión renovada y aggiornada del mundo? Un populismo lamentable, que cree haber descubierto la “esencia” ya presente del cambio social en un sujeto que, extrañamente, carece de capacidad para transformarse en tal, puesto que claudica rápidamente ante la aparición de cuatro o cinco fulanos con ganas de “parasitar”.

Lo que realmente molesta de este personaje no es sólo esta visión mediocre y superficial del funcionamiento de la sociedad y de la lucha de clases, sino el absoluto ¿desconocimiento? de lo que realmente sucedió y sucede en el movimiento piquetero y en las asambleas populares. La verdad es que las corrientes políticamente más significativas de los quince últimos años en el movimiento piquetero han sido construidas por maoístas (CCC) y trotskistas (Polo Obrero) y que la vitalidad inicial de las Asambleas Populares se apoyó en el aporte de la militancia de partidos de izquierda (PO, MST, PCR, PTS, MAS, etc.). Lejos de estar perimidas, estas orientaciones han jugado un papel central en el desarrollo de los fenómenos políticos más importantes de la Argentina de los últimos años. Y que la decadencia de las asambleas y el impasse del movimiento piquetero se explican por la reconstitución del frente burgués, que logró estabilizar la situación. Tarea en la que han colaborado destacados ¿intelectuales? de ¿izquierda?, como Horacio Tarcus.

Que no se priva, a pesar se su llamado a no “etiquetar”, a no imponer “identidades”, de dar consejos a diestra y siniestra: “la izquierda necesita un aggionarmiento de los viejos programas, hace falta renovar las categorías teóricas, renovar el marxismo y abrirlo a su encuentro con otros pensamientos, con otros paradigmas.[…] Lo nuevo del movimiento, del 2001 para acá, es su carácter molecular, crítico de la representación, de las estructuras fijas, de la profesionalización de la política, y abierto a otras categorías y otras inflexiones del pensamiento.[…] lo más probable es que esto no cuaje en un sujeto claramente definido como podía ser el proletariado. Estamos ante sujetos múltiples y más difusos y por lo tanto ante formas de organización, de pensamiento y de reagrupamiento distintas, animadas por una especie de sensibilidad libertaria reactiva frente a formas fiscalizadas y jerárquicas de hacer política. De modo que no va a ser de la transformación de la vieja izquierda, de donde vaya a salir una nueva. […] Se trata de romper con el paradigma del asalto al poder, que es lo que se plantea Holloway. […] Se puede transformar y revolucionar el poder, pero no con la idea de asaltarlo”.

Esto se presenta como “nuevo” y no es más que un despliegue de viejas fórmulas autonomistas, el renacimiento del anarquismo anti-organizador derrotado en la Argentina a fines del siglo XIX por los que formaron la gloriosa FORA del V° Congreso. O peor aún: del anarquismo individualista pequeño-burgués representado por Stirner, que Marx criticó en La Sagrada Familia hace ya más de 150 años. Sólo los ignorantes pueden tragarse este macanazo vetusto y seguir considerando “renovadores” del pensamiento a quienes lo sostienen. Se ataca la organización en partido de las masas  en nombre de la horizontalidad, que es como la burguesía quiere que se “organice” el proletariado: el poder concentrado del capital contra el no-poder desconcentrado del trabajo. Así es como gobierna desde hace 300 años: divide et impera. Quien sostiene estas ideas no es un intelectual crítico del capital sino la crítica burguesa a la organización política del proletariado. ¿Exageramos? Puede ser. Puede ser que apoyar al gobierno ajustador y fondomonetarista de Lula en Brasil (Página/12, 13/10/02) o avalar la candidatura de Aníbal Ibarra, el represor de Brukman y Padelai (véase solicitada en Clarín, setiembre de 2003) sean formas de lucha anti-capitalista “renovadas” y “superadoras” del leninismo. Una forma extraña de defender a los trabajadores colocándose sistemáticamente del lado de los patrones.

Gramsci decía que cuando la lucha de clases llega a su punto álgido, muchos se acercan a “ver que pasa” y medrar en la tormenta. Muchos son también los que se retiran cuando se produce el reflujo y se pasan al campo del enemigo. Están, incluso, los que se pasan con todo su bagaje “izquierdista”, porque constituye un “capital” que se hace valer muy alto en el “mercado” de ideas burgués: la crítica por “izquierda” a los revolucionarios es mucho más efectiva que la que se muestra abiertamente reaccionaria. ¿Es que no se puede criticar a la izquierda partidaria? Sí, claro que sí. Pero la seriedad de la crítica depende no sólo de su contenido, muy pobre en este caso, sino también del lado de la batalla en el que el que critica se pare. Quien vota, apoya, aplaude y sostiene a patrones, está de su lado, diga lo que diga. Y eso, lo que dice, debe ser tomado como de quien viene.

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