Lejos de ser un mecanismo de exacción que trabó el desarrollo nacional, la deuda permitió a la burguesía que acumula en el mercado interno reproducirse, pateando hacia adelante la crisis y escondiendo su incapacidad de impulsar las fuerzas productivas, manifestación de su inutilidad como clase dirigente.
Por Jonathan Bastida Bellot (OME – CEICS)
Durante abril se aprobó en el Senado la media sanción que necesitaba el gobierno nacional para conseguir la ley que lo autoriza a endeudarse por hasta 12.500 millones de dólares. A su vez, se derogaron las leyes de Cerrojo y Pago Soberano, que impedían el pago de deuda a bonistas que rechazaron reestructurar títulos impagos desde el default del 2001 y la emisión de deuda para abonar a esos acreedores, conocidos como holdouts o fondos buitres. De esta manera, se habilitó el pago de 11.684 millones de dólares en efectivo para cerrar el litigio. La sanción fue aprobada por casi todos los partidos que conforman la cámara, independientemente de su signo político. Es sintomático de ello que el proyecto impulsado por Cambiemos haya sido aprobado en un Senado donde solo cuenta con 15 representantes. El cierre del conflicto le da enormes posibilidades al actual gobierno de iniciar un ciclo de endeudamiento, necesario para obtenerlos dólares que requiere.
Con esta búsqueda, el gobierno actual sigue la misma política de la gestión kirchnerista en los últimos años. La apuesta del gobierno anterior para ilusionarse con una nueva victoria era volver al ciclo de endeudamiento externo. No sólo por parte del gobierno central, sino también por las administraciones provinciales y municipales y, sobre todo, por el sector privado, aprovechando las bajas tasas de interés vigentes en el mercado mundial. Sin embargo, lo que se buscaba mediante gestos como el acuerdo con el Club de París, la millonaria indemnización a Repsol por YPF, y el CIADI, se derrumbó con el revés judicial en la corte de Nueva York. Por fuera de declaraciones de ocasión, ni el Gobierno de los EE.UU. anuló el fallo como hizo en otras ocasiones ni los inversores apostaron a comprar la deuda argentina a los buitres para solucionar el problema, ni ningún organismo internacional ofreció ayuda a la Argentina para zafar del default. En estas condiciones sólo se conseguiría deuda a elevadas tasas de interés.[i]
La necesidad de dólares vía endeudamiento, tanto del kircherismo ayer como del macrismo hoy, surge de un doble condicionamiento: por un lado, la acuciante situación de caja. La caída del precio internacional de los commodities, en particular de la soja, junto a la merma de otras fuentes de recursos adicionales como los fondos de ANSES y las reservas del BCRA significaron una disminución de la cantidad de recursos que el Estado puede tener a su disposición.[ii] Esto se agravó por el primer año de déficit comercial desde 1999: la balanza de 2015 cerró, según cifras de INDEC, con un rojo de 3.000 millones de dólares aun con un descenso del 50% en el rubro de importación de combustibles. Esto se suma al quinto año consecutivo de déficit fiscal, que acumuló, solo en 2015, 104.800 millones de pesos (desde 2011, 202.600 millones en valores del año 2015). En segundo lugar, hay una demanda cada vez mayor de dólares por parte de la burguesía local, a medida que se hace evidente el rezago de la productividad del trabajo nacional.
La magnitud de dólares necesarios aumentó por el propio crecimiento de las importaciones para sostener una industria con insumos extranjeros, y a la vez creció el déficit energético porque la producción petrolera local no alcanzaba. Primero el cepo y luego la devaluación pusieron en evidencia que las reservas no alcanzaban y que no había dólares suficientes para sostener la acumulación del ineficiente capital local. A esto se suma el hecho de que la rentabilidad industrial empezó a caer en los últimos años. No cayó más, además de por la baja salarial, por la expansión del crédito que sostuvo el consumo y por la intervención del Estado a través de la expansión del gasto público, en particular por los subsidios directos al sector privado.[iii]
La política de ajuste de Macri va en consonancia con la necesidad de mostrarse solvente ante potenciales acreedores. La baja del costo laboral en dólares y del salario real por medio de devaluación y el tope a las paritarias, junto a la apertura comercial, el levantamiento del cepo y el aparente achicamiento estatal, van en este sentido.
Un poco de historia
En cuanto al ciclo de endeudamiento, la negociación en torno al pago a los holdouts se debe enmarcar en la larga historia de la deuda externa y en la serie de problemas estructurales que han caracterizado a la economía argentina, que está muy lejos de poder superar. Las interpretaciones corrientes, a izquierda y derecha, tienen limitaciones que reducen su análisis, ya que se abstraen de las condiciones de acumulación de capital en Argentina. En otras palabras, se considera a la deuda como fetiche, desgajada de su naturaleza y función en la estructura económica argentina.
Un primer dato que salta a la vista y que puede generar conclusiones distorsionadas, es el progresivo crecimiento de la deuda externa total (pública y privada) desde la década de los ’70 hasta la actualidad. En 1973 su monto era de 4.890 millones de dólares, bajo los gobiernos de Cámpora y Perón. Para fines del gobierno de Isabel Martinez, se había elevado hasta alcanzar los 7.800 millones. Durante los años de la dictadura militar se disparó, llegando a 45.800 millones de dólares. Con el retorno de la democracia burguesa no dejó de crecer, y al retirarse Alfonsín en 1989 el monto trepaba hasta los 65.300 millones. Con el menemismo, su crecimiento volvió a acelerarse, hasta alcanzar los 146.216 millones. Por último, durante los gobiernos kirchneristas, la deuda externa disminuyó tras su renegociación en 2005-06, pero de ahí en adelante se observa una clara tendencia al alza hasta 2011 (año hasta el cual hay cifras oficiales), en el que llega a 140.655 millones. Pese al discurso del desendeudamiento, el kirchnerismo se va con una deuda externa cercana a la de las épocas de Menem.
Con estas cifras se podría pensar que, mal que mal, al menos se estabilizó la carga de endeudamiento público. Pero esta suposición es incorrecta. El endeudamiento total no se detuvo. Por el contrario, la deuda pública valuada en dólares creció de forma constante, empujada por el endeudamiento interno con oficinas del Estado (ANSES, Banco Central y Banco Nación): a la salida de De La Rúa, la deuda pública alcanzaba los 144.500 millones de dólares; a diciembre de 2015, 222.700 millones.[iv] Por lo tanto, no se logró revertir la tendencia histórica al crecimiento de la deuda estatal. A lo sumo, lo que cambió parcialmente fue el signo de ese endeudamiento y el acreedor. No porque como supone cierto sector de la izquierda comprando el relato kirchnerista, se consiguió margen de maniobra para una política económica nacional, sino por la imposibilidad de endeudarse en los mercados internacionales. La deuda interna tiene la “ventaja” (para el Estado) de licuar ese monto mediante maniobras contables y financieras, o refinanciarlo con nueva emisión, estafando a los acreedores internos. Pero no soluciona la falta de divisas indispensables para la industria local, importadora neta de insumos. Por eso desde la campaña de la “re” de Cristina, e incluso antes, se intentó de forma desesperada reabrir el grifo de los otrora denostados organismos internacionales.
En ese punto, la lectura más común en el progresismo y en amplios sectores de la izquierda es que la deuda es un mecanismo de extracción de riqueza nacional hacia los centros financieros internacionales, convirtiéndola en una carga cada vez más pesada para el desenvolvimiento económico de la Argentina. Sin embargo, la realidad es otra.
Chico, agrario…
La Argentina es un capitalismo tardío, chico y agrario. Tardío, porque ingresa al mercado mundial cuando otros han desarrollado una gran escala productiva en la mayor parte de las ramas productivas.[v] Por eso la producción local, salvo contadas excepciones, se rezaga de forma constante en escala y productividad en relación a los líderes mundiales. Es chico, porque debido a este y otros motivos, el capital no alcanza la escala y productividad medias del mercado mundial, lo que implica mayores costos. Esto significa que el nivel de la acumulación, la concentración y la magnitud del capital no alcanza ni por asomo el grado que tiene en los denominados países “centrales”; es decir los que se imponen en la competencia internacional. No quiere decir que en la Argentina no haya desarrollo capitalista. Al contrario, las relaciones capitalistas están plenamente desarrolladas. El problema no es la sujeción al imperialismo, las tareas inconclusas, la debilidad ideológica de los empresarios nacionales y otras patrañas por el estilo que tanto fascinan a la izquierda vernácula, sino el tamaño de su acumulación, el peso de su economía, cada vez más marginal a nivel mundial. Por eso, la industria argentina se rezaga de forma crónica en relación a los productores más eficientes. O sea, la productividad del trabajo avanza de forma más lenta que en los centros más competitivos. Resultado: mayores costos, menores ganancias y con eso mayores dificultades para sostenerse. En condiciones “normales”, el conjunto de los capitales que acumulan en el país, y el capitalismo argentino, no son competitivos y tienden a quebrar. ¿Cómo es posible que, a pesar de tener una productividad menor, puedan subsistir?
Aquí es cuando aparece la especificidad agraria del capitalismo argentino. La Argentina contó con una fuente de riqueza extraordinaria durante buena parte del siglo XX: la renta diferencial. Por las ventajas de la producción pampeana, la economía argentina recibió un plus de riqueza social proveniente de la diferencia de costos entre la peor y la mejor tierra; monto pagado por el consumidor de los países compradores. Por ese mecanismo, el capitalismo argentino se apropió de una masa de plusvalor mayor al que le corresponde por el tamaño de su capital, aparentando ser “más de lo que es”, compensando el atraso de la productividad del trabajo. Este esquema impulsó la economía hasta la década de 1940. Pero a medida que el sector no agrario crecía y por diversos factores la renta alcanzaba su límite, se agotaba su capacidad compensatoria. La menor productividad se manifestó en crisis periódicas, y en la aparición de otros mecanismos para cumplir el papel de la renta: devaluación, inflación y, cada vez con mayor peso, el endeudamiento.
Pulmotor nuevo
A partir de la crisis económica de los ’70, se generó una situación de liquidez mundial que facilitó el endeudamiento de Estado nacionales y empresas, a la vez que la misma crisis empujó a endeudarse para capear la tormenta. Con precios agrarios reducidos y con la posibilidad de endeudarse a bajas tasas de interés, las salidas no eran demasiadas. Esto explica el crecimiento de la deuda externa durante los años de la dictadura que, como vimos, se multiplicó por más de cinco veces.
Contra cualquier visión impresionista, esta fuente le reportó una ingente cantidad de recursos al Estado nacional. Así es que entre 1973-2015, grosso modo, el saldo de la deuda pública externa es de alrededor de 130.000 millones de dólares. Durante la casi totalidad de esos años, el saldo fue positivo gracias a las sucesivas renegociaciones y nuevas tomas de deuda que permitieron no solo pagar lo que se debía sino también ingresar dólares al circuito interno y mantener toda la batería de subsidios al conjunto de los capitales locales. De hecho, el único que pagó en los últimos años fue Néstor, en un contexto de elevados precios agrarios. No obstante, no desentonan con la lógica histórica: imposibilitado de endeudarse en el exterior (a pesar de todos los gestos mencionados para volver a tomar deuda), durante el kirchnerismo se incrementó el endeudamiento interno en 2,76 veces (de 58.000 millones de dólares en 2003 a 161.000 millones en 2015).
“Patria sí, colonia no”
En definitiva, Argentina recibió más plata de la que pagó. De hecho, con el que se acaba de terminar, es el octavo default que nuestro país produce en los últimos años. En términos puramente financieros, se la pasaron estafando a sus acreedores desde 1824. Si Macri consigue endeudarse, reanudando el ciclo, va a tener mayores posibilidades de aumentar su caudal político, de dosificar el ajuste y de sostenerse por varios años hasta la próxima crisis, como el riojano en los ’90.
Otra vez, la izquierda esgrime en este contexto argumentos que llevan a posiciones incorrectas. La idea de que la deuda es un mecanismo de dominación colonial, además de entender mal el problema, significa conciliar con el nacionalismo burgués,[vi] colocando un conflicto entre parásitos (burguesía nativa, burguesía financiera internacional) por sobre la contradicción capital–trabajo. El problema es quién pide y para qué: los capitalistas locales para cubrir su falta de productividad, es decir, para ocultar su fracaso histórico. El resultado no es un despegue de las fuerzas productivas, sino la perpetuación del atraso y la necesidad creciente de compensaciones.
La Argentina hace por lo menos sesenta años que no puede compensar su atraso con renta agraria. En realidad, lo que caracterizó al ciclo K es su excepcionalidad: fue el primero de muchos gobiernos, en ese largo período, que pudo gozar, como en las mejores épocas de la primera mitad del siglo XX, de renta agraria. Lo normal, desde 1950 por lo menos, es el endeudamiento. Lo que el kirchnerismo intentó a fines de su mandato y el macrismo parece haber logrado con éxito, es volver a la “normalidad”. En los últimos años, la caída del precio de las commodities empujó al gobierno a buscar nuevamente el endeudamiento externo como forma de compensación de los límites de la economía local. Lejos de ser un mecanismo de exacción que trabó el desarrollo nacional, permitió a la burguesía que acumula en el mercado interno reproducirse, pateando hacia adelante la crisis y escondiendo su incapacidad de impulsar las fuerzas productivas, manifestación de su inutilidad como clase dirigente. En lo sucesivo, el acuerdo para conseguir los dólares que precisan los empresarios incrementará la carga contra los trabajadores. Por eso debemos rechazarla: porque es un mecanismo de transferencia a los capitalistas locales (nativos o foráneos), un subsidio a los parásitos, que finalmente pagarán los trabajadores.
El problema no es la deuda, sino la estructura económica de la Argentina y el agotamiento histórico del capitalismo en el país, incluida la clase social que lo comanda. Es necesario organizar la sociedad bajo otro tipo de relaciones, concentrando los medios de producción en manos de la clase obrera, para maximizar los recursos y el trabajo de la sociedad en beneficio de los que generamos la riqueza y la vemos pasar de costado.
Notas
[i]Clarín, 22/04/2015; http://goo.gl/dPQGBW.
[ii]Bil, Damian y Lamónica, Alejandro: “Balance reservado”, en El Aromo nº 87, 2015.
[iii]Ver Bastida Bellot, Jonathan y Mussi, Emiliano: “Las finanzas al rescate” en El Aromo nº 80, 2014.
[iv]Montos en base a estimaciones privadas y datos publicados por el Ministerio de Economía, en http://goo.gl/Mnuh99.
[v]Ver Sartelli, Eduardo: “El presente griego”, en El Aromo nº 89.
[vi]La posición del PO puede verse en goo.gl/BsrYhBygoo.gl/wsBQjo; la del PTS en goo.gl/eKXLcU. La discusión general la planteamos en Duarte, Juan Manuel: “Coqueteando con el enemigo”, en El Aromo nº 88, 2016.