Mirado mal y pronto lo sucedido el 8 de agosto puede ser leído como una derrota del movimiento de mujeres. Con una diferencia de 7 votos, el Senado rechazó la sanción de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo y condenó, como viene sucediendo ya, a que miles de mujeres sigan muriendo por abortos clandestinos. Una ley que no solo avanzaba en la conquista de nuevos derechos para las mujeres sino que, además, tenía un claro contenido obrero: aseguraba la gratuidad del aborto. De yapa, tuvimos que escuchar bestialidades sobre el “tráfico de cerebros de fetos”, las comparaciones “con perritas” o el rechazo de un proyecto “que no leí”.
A pesar de todo, esta lectura no le hace justicia a los hechos. Pensemos que poco tiempo atrás, las mujeres protagonizaban las noticias por ser o bien víctimas de trata o de femicidios, mientras que las muertes por aborto clandestino ni siquiera eran publicadas. Violencia y muerte, esas palabras se asociaban a la mujer apenas 3 o 4 años atrás. Con una mujer presidente, Cristina Kirchner, que contaba a la vez con mayoría en el Congreso y el Senado, ni siquiera era posible que la Ley IVE llegara a Legislatura. Todo parecía congelado, quieto, sin posibilidad de cambio.
Pero cambió bruscamente. Una marea de mujeres con pañuelos verdes movió lo que parecía condenado a estar quieto. Luego del tremendo Ni Una Menos de 2015, entró en el centro de la escena la lucha por el aborto legal, seguro y gratuito. Curiosamente, cuando se cumplían 20 años del decreto peronista que fijó el Día del niño por nacer. A partir de allí, la lucha por la vida contra los femicidios se combinó con la lucha por la vida contra los abortos clandestinos. Y se potenciaron una a otra.
Para los partidos patronales todo esto aparecía como algo “espontáneo” o resultado de una sociedad que “maduró”, no se sabe por qué. En realidad, lo que sucede es que todos ellos estuvieron ajenos a esta lucha. Peor aún, estuvieron en la vereda opuesta. Esa quizás es la principal lección que nos dejó la primera etapa de esta lucha por la Ley IVE: el abismo profundo que separa los intereses de la sociedad (al menos de la mayor parte de ella, la clase trabajadora) de los políticos (al menos de la mayoría de ellos, los de los grandes partidos patronales). Este movimiento inesperado mostró que nada se puede esperar de los patrones. Ninguno de esos grandes partidos patronales tiene soluciones para el problema de género ni para los grandes problemas sociales.
Cristina, que pudo pero no quiso, intentó mentir que ahora quería pero no se pudo. No sólo condenó a una muerte evitable a muchas mujeres mientras fue presidenta, sino que en sus listas llegaron al congreso los que votaron contra la IVE. El rol de los partidos burgueses ha sido dividirse para disimular con hipocresía su defensa de la muerte. El reclamo por el derecho al aborto mostró que todo el discurso de “la grieta” entre burgueses es falso. Pero a su vez, mostró la verdadera grieta: la que hay entre los partidos de la burguesía y las personas. La fractura que divide a la sociedad entre patrones y trabajadores.
Con el rechazo del Senado a la Ley, la ola verde no se disuelve. Al contrario, está más viva que nunca. Y encuentra nuevas (que en realidad son viejas) batallas. Por un lado, la campaña por la separación de la Iglesia y el Estado. Por el otro lado, la lucha abolicionista que se enfrenta ahora a nuevos intentos por legalizar la prostitución y el proxenetismo promovidos por AMMAR. Ni el cuerpo de las mujeres es una mercancía, ni podemos legalizar la violación ni la prostitución es un trabajo.
La lucha de las mujeres no fue derrotada, toma un nuevo impulso.
Jajaajaj miles de mujeres dice jajaja informen con la verdad, dejen de mentir